01-01-2006 - Huellas, n.1
Laicidad y laicismo

Si callas a la Iglesia
te niegas también a ti mismo

Luca Pesenti

¿Para qué sirve la Iglesia en el mundo? Podría responderse que «para salvar las conciencias de los cristianos», y entonces bastaría relegarla al ámbito privado, entre recintos sagrados y oraciones pronunciadas en voz baja. Fuera no se puede. No se puede colgar crucifijos, poner nacimientos en los colegios, hablar de María en un programa en hora punta, hacer llamamientos a las conciencias sensibles sobre temas morales. La Iglesia, si existe, no tiene que ver con el mundo.
Sin embargo, se puede responder de otra manera. La Iglesia sirve para salvaguardar al “yo”, a la persona, para vincular el corazón de cada hombre con el origen de las cosas, mantener despierto su deseo y mostrar la verdadera Belleza. Si apartas a la Iglesia, te niegas también a ti mismo.

Apertura al Infinito
Según Giorgio Vittadini, la Iglesia plantea constantemente «el problema de la relación entre el corazón humano y la razón, concretando esa apertura al Infinito sin la cual cualquier problema se afronta olvidándose de algún aspecto». Es suficiente ver cómo se afronta hoy el problema de la crisis. Por un lado, está el Estado, por otro, el mercado: bastaría con engrasar los mecanismos y se solucionarían los problemas. Pero esto es sólo una ilusión, como demuestran los hechos: «Ni el culto estatalista por la política ni el liberal por el mercado –explica Vittadini– centran el problema que es conocer al hombre en su relación concreta con la realidad; se pretende resolver los problemas mediante mecanismos, negando al sujeto que los vive. Entonces la política se reduce a una cuestión de coaliciones y de alternancia; a unas medidas que permitan salvaguardar la vida. El sentido de la vida se reduce a simple psicología; las relaciones humanas a sociología en la que desaparece la especificidad del hombre singular; el bienestar a mecanismos económicos en los que desaparece el sujeto. Lo que falta es la libertad del “yo”, es decir, su capacidad de establecer un nexo con la realidad, recuperando ese ímpetu creativo capaz de encontrar una solución a los problemas incluso más allá de cualquier previsión».

Novedad cultural
He aquí cómo responder entonces a la pregunta inicial: la Iglesia plantea la apertura del hombre ante el Infinito. Los ejemplos son muchos. Vittadini enumera algunos: «La batalla por la vida, que ha puesto en el centro del debate el tema del hombre como sujeto único e irrepetible; el tema del sujeto que dentro de la economía es capaz de generar novedades gracias a su inteligencia creativa y a su fantasía, representado hoy en día por Alberto Quadrio Curzio, decano de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Milán; el tema sostenido por la escuela sociológica boloñesa de Pierpaolo Donati de un hombre que debe ser observado siempre en el ámbito de sus relaciones constitutivas; el tema político de la centralidad de los contenidos con respecto a los alineamientos y de la moralidad de los comportamientos». Es una Iglesia capaz de generar una novedad cultural partiendo de una evidencia casi banal, pero demasiado negada en la historia: si no cambia el sujeto, si éste no es educado constantemente, no podrá cambiar nunca la estructura de la sociedad. Por eso el cambio del yo, su educación, no son simplemente un hecho privado, sino un factor central del cambio en la historia. Pero observa con amargura Vittadini: «Mirando hacia atrás, los fracasos de las utopías deberían haber arrojado luz en este sentido y, sin embargo, parece todavía que el cambio del yo es un problema absolutamente irrelevante dentro de la historia».

Ejemplos generalizables
Por este motivo necesitamos una Iglesia capaz de dialogar sobre los grandes temas y de ofrecer ejemplos concretos de lo que afirma. Con una advertencia metodológica: «Si bien es cierto que los llamamientos morales y los discursos no son suficientes –concluye Vittadini– es también verdad que los hechos deben considerarse como ejemplos generalizables: porque la experiencia de nuestra amiga Rose en Kampala (Uganda), la de AVSI en Salvador de Bahía (Brasil), o la idea de empresa de monsieur Michelin, son testimonios universales de una determinada forma de afrontar los problemas». Si no existiese la Iglesia, no existiría nada tan humano.