01-04-2006 - Huellas, n.4

tiempo de educar

La densidad de la persona
Un cambio dentro de la escuela

Proponemos los apuntes de un encuentro de profesores de instituto con don Giussani. La capacidad de educar entra en crisis cuando no crea “ambiente”, una trama de relaciones que alcanza una mínima dignidad cultural. Arabba, 20-24 de agosto de 1987

Como hemos repetido durante los últimos diez años, la cuestión decisiva para crear un movimiento cristiano en la escuela es la persona del maestro. Puede parecer un punto de partida abstracto y, sin embargo, no lo es. Todo el problema reside aquí. En efecto, fue algo que llevaba dentro de mí, que me apremiaba, lo que me hizo dejar las clases de Teología para ir a dar clase de Religión en el Liceo Berchet. Suponed que a uno de vosotros se le ocurra crear un movimiento porque entiende que es necesario realizar una presencia de los católicos en las escuelas italianas, por la urgencia del problema educativo. Suponed que se lo comente a algunos amigos, que escriba una carta a otros amigos lejanos, de modo que se junten veinte profesores que sienten este problema, y que a cada uno de ellos le sigan veinte chavales. La unidad entre él y estos veinte profesores, la comunión entre ellos sería el origen de ese movimiento, porque este primer grupo implicará a otros y, veinte por veinte, llegarán a cuatrocientos chavales: sería el germen de un movimiento cristiano en la escuela. No puedo imaginar otro origen; decidme vosotros si puede haber otro origen. De hecho, estos veinte, o mejor, estos cuatrocientos ¿qué harán? Se verán a menudo, se pondrán de acuerdo, se reunirán de vez en cuando, habrá quien pueda y quien no. Uno dirá: «Me gustaría que fuéramos a las cascadas de Rieti», entonces doce de estos veinte profesores irán con él a las cascadas de Rieti (por lo tanto, doce de veinte). Y después dirá: «Vamos el miércoles a la reunión con el Papa»; e irán un miércoles a esa reunión. He aquí un incipiente movimiento. Y después, uno de ellos dirá: «¡Es injusto cómo trata la política el derecho a la educación! ¡Hagamos algo!». Entonces harán un panfleto que distribuirán en los veinte institutos en los que trabajan. Quizás haya un diputado que se interese por la educación y plantee la cuestión educativa en el Congreso. Y después, ya que sale a la calle un libro de Luigi Negri sobre la cultura del Papa, otro dirá: «¿Por qué no lo leemos y lo trabajamos durante tres meses con los chavales?». Y leerán el libro. ¿No es esto el movimiento?, ¿Cuál es el perno sobre el que todo gira? Eres tú. Por eso el problema es realmente la densidad de la persona.

Una adhesión razonable
Si este es el punto de partida, tenemos que volver a tomar conciencia de lo que quiere decir “densidad de la persona”; es decir, adquirir una conciencia clara del acontecimiento que nos ha implicado. Quiero decir lo que constaté y dije al Papa: «Santidad, la comunión es el misterio de Cristo que se dilata en la historia. La comunión es un hecho misterioso (también la comunión que hay entre nosotros es algo misterioso; de otro modo sería una amistad natural). Pero, ¿cómo pueden los chavales adherirse y creer en este hecho misterioso? A través de la liberación que esta realidad de comunión genera en el mundo; de manera análoga a lo que sucedía con Jesús cuando hacía milagros. Él no vino para hacer milagros, pero hizo milagros para que comprendieran aquello por lo que había venido y quién era Él. Por tanto, nuestra tarea es vivir la comunión para que la comunión alcance a todos los hombres».

¿Cómo adherirse razonablemente? Rationabile obsequium fidei vestrae. Mostrando a la gente un modo de vivir mejor, implicando a las personas, generando juntos una actitud ante la vida, unos gestos y unas obras que respondan a las necesidades de la vida de manera que uno diga: «Qué bien se está aquí, es bello vivir así». Eso me dijo en la gran terraza del hotel Panorama de Madonna de Campliglio un chico que venía por primera vez a las vacaciones de GS; estaba allí, apoyado en la barandilla de madera y me dijo: «¡Si se pudiera vivir siempre así, sería el Paraíso!». Es la experiencia de algo que uno lleva dentro y que llena la vida de propuestas –palabras, obras, organización del tiempo, iniciativas y, sobre todo, relaciones– que no se ven en otros lugares, donde la humanidad se demuestra más humana. Es lo mismo que decir que ahí se experimenta, en sentido analógico, el milagro. Algo así sólo puede nacer dentro de un ambiente, pues el ambiente es una trama de relaciones. Una cierta presencia crea una trama de relaciones, es decir, un ambiente, cuando afronta de manera muy concreta el contexto y la problemática cotidianas. La inmensa mayoría de los enamoramientos, en vez de educar, degrada, porque aparta, separa de la comunidad. O, como mucho, uno sigue en la comunidad, pero su relación no llega a renovar el modo de mirar todo lo que sucede en la comunidad y en los ambientes en los que dicha comunidad vive.

Cambio de uno mismo
En un Prefacio de la Liturgia ambrosiana, el del lunes de la quinta semana de Cuaresma, se lee: «Al concedernos los bienes que pasan...». Escribe san Pablo: «Toda criatura es buena». Todo es bien, pero realistamente todo pasa; su valor se definiría, por tanto, por este final, lo que llevaría al vacío o al cinismo. En cambio, «Al concedernos los bienes que pasan, Tú nos conduces a la posesión de la felicidad que perdura». Este es el concepto de realidad como un paso bueno, como tránsito. La realidad es buena, sigue siendo un bien, no está corrompida, como decía Ofelia Mazzoni en los versos que a menudo cito: «Lo que ávida aferré, en la mano cerrada se deshizo, como la rosa bajo la bóveda de la eternidad». Es bonita esta imagen de la bóveda de la eternidad como de una mano que agarra la rosa, la aplasta y la deshoja. El bien que pasa es tránsito, nos hace pasar a la felicidad que perdura, da paso a algo más grande de lo cual es anticipo, o mejor aún, inicio. Comienzo: como el alba es el comienzo de la jornada y alguien que no hubiera visto nunca el sol podría comprender que el sol existe por el paso de la noche al alba. Los bienes que pasan son el albor o, como dice la liturgia, la prenda, la fianza. Si la fianza es parte de la suma final, es el comienzo del pago; por eso los bienes perduran para siempre. Es el ciento por uno aquí. El ciento por uno no lo inventas tú; es una manera de vivir que nace de la conciencia de la gran Presencia y que hace que todo sea primicia de los bienes que perduran. Al alba, cuando aún no se distinguen bien las cosas, todavía no se ve el color rubio del pelo; se divisa, sin embargo, la figura. «Y mientras concedes las consolaciones de la vida presente, prometes ya las alegrías futuras para que podamos pregustar desde ahora una existencia perenne». Es esto lo que debemos experimentar y transmitir, y sucede cuando sucede: no sucede en enero porque empezaste el curso en septiembre. He aquí la clave: «Que la belleza de los bienes transitorios no nos aprisione», pues todos, incluidos nosotros, nos quedamos encerrados. Nada nos hace salir tanto de nosotros mismos, nos engrandece y nos hace caminar –homo viator– como esta responsabilidad que tenemos hacia los demás. Esto es Comunión y Liberación: comunión con Cristo, con el misterio de la presencia de Cristo que se hace liberación, mayor humanidad. Quería exactamente decir que la primera tarea que tiene Comunión y Liberación, el primer fruto que la conciencia del Acontecimiento debe producir en nosotros es un cambio: debe ser evidente para vuestro marido o vuestra esposa, vuestros hijos, amigos o compañeros de trabajo. Si no se parte siempre de aquí, el resto gira en torno al vacío. Puede haber ocasiones eficaces si tenemos en el movimiento una persona humanamente fascinante y capaz de construir, pero, cuando ella pasa, todo desaparece. Es un cambio, pero no un cambio en función de los demás. Es el cambio que produce Aquel que nos ha alcanzado; es ir hacia la madurez, hacia Quien nos ha llamado desde el principio. Y esto valdría igual aunque no llegaran a venir veinte chicos, y dentro de tres años sólo quedaran dos de los.

La pertenencia a Cristo
El problema es que tú cambies. Pero tu cambio nunca se quedará simplemente en tu decisión o en una iniciativa tuya; esto te dejaría solo. Es la pertenencia a Cristo lo que genera compañía, y, de hecho, es la falta de pertenencia a Cristo lo que genera soledad. Cuando falta esta pertenencia nos sentimos solos; la soledad no se debe al hecho de que los otros no nos sigan, ni tampoco a que no nos valoren, ni a que no se tenga éxito. Se debe a que no tratamos de vivir el corazón de la relación que nos constituye. Por eso nuestra compañía es un estar juntos como expresión de una pertenencia común dentro de la realidad; y la realidad es el ambiente que está determinado por tu propia presencia o por una presencia a la que te adhieres. La realidad existe allí donde hay significado; en la medida en que falta un significado no hay realidad. Si tenemos un significado cambiamos; entonces, uno se remanga, cambia de sitio los pupitres, se pregunta cómo dar las clases de manera distinta, invita a su casa a ese chico, aunque haya molestado en clase, vuelve a intentarlo, tiene paciencia, perdona…

Cuatro corolarios
Si tuviera que concluir con algunas consecuencias prácticas, señalaría cuatro corolarios, con el deseo de que vuestra actitud –que, como pude comprobar ayer, es sincera y verdadera– supere el peligro de quedarse en las buenas intenciones.

1. Es necesario crear un movimiento de jóvenes, de chavales que desde la experiencia de la liberación, desde la experiencia de una humanidad más verdadera –que no es un mero discurso, pues la fecundidad de las palabras depende de la fecundidad de la vida que expresan–, reconozcan el Misterio que existe en nosotros, entre nosotros y con ellos.

2. La capacidad de educar entra en crisis cuando no crea ambiente y no pasa por la confrontación con el ambiente. No educan los discursos o la organización. La capacidad de educar se comprueba afrontando el ambiente, la trama de problemas que la convivencia plantea, reflejo en ese ámbito de lo que es la sociedad. Pensad en cómo hemos luchado por la libertad de asociación, por la posibilidad de asociarse libremente: no había nadie en aquel momento que se preocupara de ello, nadie nos ayudó. O recordad cuando, hace treinta años, los bachilleres lucharon en contra del Piccolo Teatro de Milán. Si ahora no luchan ellos, si no lo hacen ellos, lo deberíais hacer vosotros, y es una carga pesada. Puede ser que el Señor os haga pasar a través de la agonía; es decir, que tres duerman, que treinta y tres duerman y que tengáis que luchar solos. Dar batalla vosotros, pero no luchar solos, porque es evidente que ya no estáis solo vosotros. Entonces fuimos los únicos –en el sentido literal del término– que luchamos en contra del Piccolo Teatro que, pagado con dinero público, sólo representaba espectáculos de una determinada orientación cultural. La capacidad de educar entra en crisis cuando evita la confrontación con el ambiente –¡éste es el punto más conmovedor!–, donde los chicos son arrastrados como hojas por el viento, como piedras por el torrente. ¿Cómo no tener compasión, humanamente hablando?

3. Si la capacidad de educar parte del primer punto y se desarrolla dentro del ambiente, debe alcanzar por lo menos una mínima dignidad cultural. Y este es el punto clave, donde incluso vuestra intención sincera y verdadera –como habéis demostrado–, muestra su debilidad. Existe una pereza endógena gravísima a la hora de aplicar los juicios que el movimiento propone. Podéis hacer Escuela de comunidad y participar en la Fraternidad, y después pasar olímpicamente en el instituto de los juicios que El sentido religioso expone; la Escuela de comunidad sobre El sentido religioso no se está aplicando en las clases, en los institutos. Si algún valor tuvo mi asistencia al convenio de la Democracia Cristiana en Assago fue justamente dar ejemplo –sin darme cuenta, porque es algo habitual para mí– de cómo se afronta una asamblea de dos mil democristianos partiendo de El sentido religioso; muchos de ellos han demostrado prescindir del sentido religioso. Si no alcanzamos el nivel cultural, realmente estamos enterrando el talento que se nos ha confiado. Esta carencia cultural deriva de nuestra pereza a la hora de aplicar los juicios del movimiento a la educación, al ambiente de la escuela, a lo que sucede en la sociedad y que interesa al mundo escolar. Por ejemplo, nuestra indiferencia por los libros de texto es un delito execrable; la desidia y la pasividad con la que los elegís supone matar el alma. Y también lo es despreocuparse de la situación de los compañeros de trabajo, de las oposiciones, de cómo se contrata a los profesores. También ahí es necesaria la caridad … [No se puede reducir la presencia cristiana] al problema de la hora de religión o de la hora alternativa. Si uno quiere educar, entonces entiende la necesidad de obras como GS, el Sindacato delle Famiglie, de las asociaciones de padres de alumnos; entiende que todos son instrumentos para poder sostener la acción cultural, el contenido cultural, la incidencia cultural.

4. Por último, digo que tenemos que plantearnos una pregunta: ¿cómo hemos afrontado la cuestión sociopolítica en la que, gracias a Dios, hemos tenido una guía tan imponente en cuanto a la inteligencia, la tenacidad y la eficacia? Vivimos y caminamos juntos hacia la realidad, donde este “hacia” implica tratar de sacar todo adelante con estructuras precarias –pues las estructuras son siempre precarias–, pero más humanas, más cercanas a la aurora, más cercanas al mediodía en el que culmina el alba que con nosotros ha surgido sobre el suelo italiano.