01-07-2006 - Huellas, n.7

IV Centenario Santo Toribio de Mogrovejo

160 km
Sólo a buscar aquellos
indios cimarrones

Del testimonio de Sancho Dávila, escudero de Toribio de Mogrovejo, en el proceso de Beatificación de 1631

Sabe este testigo que andando visitando la provincia de Moyobamba en este Arzobispado, trescientas leguas de esta ciudad, que es a la orilla del río Marañón, en compañía y servicio del Sr. Arzobispo y teniendo noticia que en unos pueblos contiguos que estaban despoblados se habían quedado algunos indios cimarrones y delincuentes, por estar ocultos y no queriendo venir a reconocer sus curas [...] determinó ir allá, no habiendo descubierto camino por donde ir por ser montañas y no había.
Fue desde la ciudad de Moyobamba hasta el pueblo de los Naranjos y de allí al pueblo de los Olleros, a pie más de 30 leguas (160 km), por ríos, ciénagas y montañas, solo a buscar aquellos indios cimarrones que tiene dicho y a doctrinarlos y confirmarlos y sacarlos y reducirlos adonde pudiesen tener curas que les administrasen los sacramentos y halló en los dichos pueblos más de cien ánimas, entre chicos y grandes, unos de más de 20 años por bautizar y otros de más de 80 de los que allí se habían quedado.
Bautizólos por su persona, confirmólos a todos, sacó los que pudo por buenas razones adonde estaba el cura que los doctrinase y yendo a los pueblos por la montaña, ríos, ciénagas y lodos, ayunando como ayunaba, a pie descalzo, porque en los dichos ríos y ciénagas se quedaban los zapatos y medias y aun los pellejos de los pies. Vino a desmayarse y a quedar sin vigor ni fuerza ninguna y los indios que con este testigo iban con los ornamentos para decir misa y con los óleos y crisma para confirmar y bautizar, viéndole desmayado, tendido en el suelo que no hablaba, tomaron un palo largo de la, montaña y con tres o cuatro mantas de los dichos indios le ataron a manera de andas y le cargaron, lloviendo gran suma de agua del cielo y ríos del suelo y caminaron a alcanzar a este testigo que se había adelantado y cuando llegaron, preguntando por su amo este testigo a los dichos indios, le dijeron en su lengua manquan que quiere decir en la castellana «Ya murió».
Este testigo sacó lumbre de unos palos que en la montaña había, sin yesca ni pedernal y hizo candela. Este testigo solo con los dichos indios, porque los demás criados no habían llegado y le cercó de lumbre alrededor y con un paño de una almohada de su cama, que en las andas iba, calentándolo fuertemente y refregándole el corazón y pecho y lo demás del cuerpo, vino a tomar calor y hablar, al cabo de dos horas, con tanta alegría y como si no hubiera pasado nada por él [...] ni cenó nada, lo uno porque ayunaba... y lo otro, como no era tierra poblada sino montaña, no había cosa que comer. Durmió aquella noche en el suelo en la dicha montaña que no había ni peñas donde meterse, mas que gran cantidad de osos y leones y monos, tan grandes como carneros. Y al fin amaneció y era día de fiesta y iban llegando los criados, poco a poco, descalzos y bien mojados y con todo esto, armaron en la montaña debajo de unos árboles, una barbacoa; hecha de palos y cañas y con los fieltros y capotes, hicieron un cerco a manera de capilla y dijo misa Su Señoría Illma. como si no hubiera pasado nada por él y ¡volviendo a caminar por la montaña hasta llegar a un pueblo que llamaban los Olleros!