01-01-2007 - Huellas, n. 1

Educación

RONDONI - CARTA ABIERTA A LOS PROFESORES
DE LENGUA Y LITERATURA


Antes que una carta, esta es una súplica. Más bien una mezcla de crítica, súplica y silencio para poder dar definitivamente un paso hacia delante. Yo os digo: sois monjes y guerreros. No os traicionéis a vosotros mismos, en esta traición generalizada de clérigos y periodistas, de “expertos” en comunicación y de editores o agencias organizadoras de eventos culturales… Sois monjes y guerreros que custodiáis y alentáis un bien precioso, que ya casi nadie comprende. Del que muchos hablan, aunque casi siempre apergaminados en la naftalina de la retórica o de las buenas intenciones…Ese bien al que llaman Literatura. Pero que no es más que la vitalidad continuamente renovada de la lengua, del primer medio, sencillo y rico, del que la naturaleza nos ha dotado para relacionarnos. Y a través de la lengua, es vida que renueva la vida, es decir, la conciencia. Sois monjes y guerreros de la vida de la lengua, que es como decir vida del pensamiento –o, si se quiere, de la razón. Porque, ¿qué es la literatura? ¿montañas de libros que abarrotan las librerías? ¿la clasificación detallada que aparece en un periódico?, ¿un panegírico que leemos en otro?, ¿una biblioteca de bibliotecas?, ¿lo último que se ha puesto de moda? ¿o bien una selección de clásicos que se contrapone a otra? No, la literatura o como quieran llamarla esa galería de voces, es una experiencia. Lo queráis o no, sois la vanguardia en una guerra en la que está en juego la desaparición de un fenómeno llamado poesía, es decir una guerra cuyo campo de batalla son las raíces mismas de la experiencia lingüística en lo que tiene de intento de correspondencia con el mundo, de respuesta al secreto que nos reclama e invita desde cada cosa que sucede. Bueno, su desaparición no, porque jamás desaparecerá, ya que es uno de los fenómenos humanos primarios, como el hambre, el sexo o el duelo; pero sí su reducción por incomprendida, su anestesia, su clasificación entre las actividades aburridas o entre las paradojas absolutamente inútiles. Sin embargo, desde pequeños, la vida nos llama a no usar sólo los nombres que figuran en el registro. No nos bastan las palabras registradas por una ley o impuestas –¡y con qué formidables medios!– por una costumbre aún más tétrica y cicatera. Inventamos maneras de llamar a la persona querida o a los hijos en un intento de expresar lo que la ternura y el afecto nos dicen de ellos. Dante decía que a veces usamos las palabras para decir lo que no sabemos. La lengua abierta, atenta al secreto del mundo, es el inicio, podríamos decir que la armonía, de la literatura. Al corazón, a la razón, si es que siguen vivos, si están atentos al mundo, si perciben el reclamo de su presencia, no les bastan las palabras desgastadas que otros ponen en nuestra boca.
Sois monjes y guerreros, mal pagados, que a veces trabajáis en condiciones espantosas; entre editores y dirigentes que a veces no entienden absolutamente nada de todo esto; en ambientes en los que todo parece confabularse para mortificarnos la vida, y por lo tanto, también la lengua. Entre burocracias y sensibilidades que apestan, ahogadas por la rutina. Tentados de hacer lo que hacen todos: esconderse tras las cuestiones sindicales o familiares, huir de las dificultades. Pero el monje y el guerrero habitan en la dificultad. No desempeñan sólo una tarea, sino que se empeñan en cien mil empresas para conseguir el éxito en la batalla. Si hay dificultades económicas, se roba, o se hacen las únicas expropiaciones que tendrían sentido, o se hacen cooperativas, asociaciones de profesores de Lengua y Literatura, mutuas, cuestaciones. Habría que pagaros millones, mucho más que a los ejecutivos…¡Cómo no, si vuestra única dignidad profesional proviene de haber hecho temblar o haber dejado asombrado a alguien al leer una página de una obra maestra como si se estuviera escribiendo en ese momento, colaborando con vuestra vida entera a que se escriba! No es cuestión de dinero. No importa lo valientes, cultísimos, sensibles o petulantes que seáis, lo importante es que estéis ahí, en este momento, en esta especie de trinchera, en este combate cuerpo a cuerpo. Está en vuestras manos, en las vuestras más que en las de ningún otro, la responsabilidad de que el dulce sonido y la cadencia de nuestra lengua italiana no mueran. Lengua ante todo de poesía, como lo fue para Francisco, para Jacopone da Todi, luego para Dante, para Petrarca, hasta llegar a Leopardi, al león Ungaretti y a tantos otros que, cada uno a su manera, según su propia intuición, han dado aliento y hecho justicia a las palabras. Tratándolas por lo que son: instrumentos para buscar lo que es verdadero y mostrarlo, como un Juan Bautista que clama en el desierto o que da un vuelco en el seno de Isabel. Vivimos en una época de palabras gastadas; una inflación de palabras que caen sobre generaciones que no es cierto que lean poco, leen muchísimo –sms, anuncios, periódicos gratuitos que se reparten en el metro– todo cosas en las que las palabras están muertas. Lecturas en las que no hay vida, en las que no se le pide nada a quien las lee a parte de su dinero, su opinión o su voto. Abandonemos los programas, las etapas, los contenidos histórico-analíticos… Que sean lo mínimo indispensable; es decir, casi nada. ¿De qué le sirve a un chico la evolución histórica de la literatura si no aprende a disfrutar y a escandalizarse con ella? Poneos en pie, leed. Haced teatro de esta vida de la lengua cuando en ella palpita la vida; cuando la vida se acelera en ella. Haced lo que visteis hacer a quienes os leyeron las mejores páginas de la literatura, en las que se implicaban ellos mismos, su propia demanda de felicidad, y con ello os descubrían el secreto del mundo. Haced como los monjes en pie y los guerreros. Porque la nada acecha por todas partes, y va calando en las sendas o en las autopistas de vuestra posible pereza, de vuestra incuestionable buena conciencia, de ese sentido del deber mal entendido. El destino me ha asignado una parte pequeña en la tarea de escribir versos y libros, míos y de otros, y hora este librito de lecturas compartidas. A vosotros os toca mostrar y compartir la palabra que emerge de la literatura. No permitáis que se apague en unos ojos ofuscados por el bombardeo de los anuncios. Mi monasterio es el mismo que el vuestro, el mismo campo de minas. Perdonad la molestia. O mejor no.
Davide Rondoni