01-01-2007 - Huellas, n. 1

cultura - Augusto Del Noce

Un gran
intelectual, un amigo

Fue el mayor filósofo de la historia y de la política de la posguerra de la II guerra Mundial, intelectual católico no conformista. En estas páginas, Massimo Borghesi recorre para Huellas la historia intelectual y humana de Del Noce. Desde su formación en el Turín de los años 20 y 30 hasta el encuentro con Comunión y Liberación a mediados de los 80. Idealismo, ateísmo, nihilismo, comunismo, occidentalismo. En él la fe mostraba su fecundidad y su verdad en el juicio sobre la historia, en el intento apasionado de dar razón de los procesos ideales, culturales y políticos que mueven la historia.
La colección BUR “I libri dello spirito cristiano” publicará en primavera una antología dedicada al pensador desaparecido en 1989


Massimo Borghesi*


¿Quién fue Augusto Del Noce (1910-1989)? Ciertamente el mayor filósofo católico de la historia y de la política de la posguerra1. Como recuerda Lucio Colletti: «Era uno de los pocos filósofos italianos digno de ser leído»2. Un intelectual para quien la fe mostraba su fecundidad y su verdad en el juicio sobre el tiempo histórico, en la capacidad probada de dar razón de los procesos ideales, culturales y políticos que mueven la historia. En esto era una excepción. En Italia las dos orientaciones principales del pensamiento católico, la espiritualista de impronta agustiniana y la neoescolástica de derivación tomista, nunca habían concedido demasiada importancia a la historia. Esta prerrogativa le concernía más al pensamiento “laico”, a la tradición historicista, idealista y marxista.

Un pensador no conformista
Formado en los años 20 y 30 del siglo pasado en el laico Turín, Del Noce permaneció al margen de las corrientes de pensamiento hegemónicas entonces en Italia, entre las que destacaba el neoidealismo de Croce y de Gentile. Discípulo de Carlo Mazzantini, se convirtió, como declaró en una entrevista publicada en 1984, en «un alumno “particular” de la Sorbona»3, atento lector de Henri Gouthier, Jean Laporte o Étienne Gilson. A esto se unía la admiración profunda hacia el que es, tal vez, el mayor pensador católico francés del siglo XX: Maurice Blondel. A todos estos autores los utilizó y estudió para su tesis de licenciatura dedicada a la obra de Nicolás Malebranche4. De ellos, de Gilson en particular, obtuvo la idea de la conexión entre fe y razón, de su recíproca iluminación. Una idea poco común entonces, que contrastaba no solo con las fórmulas del racionalismo laico, sino con las neoescolásticas, para las cuales entre fe y razón había una relación puramente externa, extrínseca.
Acercándose a la “escuela de los franceses”, Del Noce se distanciaba de forma crítica de los alemanes, de Hegel, del inmanentismo moderno que triunfaba en el neoidealismo italiano. Se distanciaba también del fascismo, de su ideología totalitaria que en el actualismo gentiliano encontraba cauce y raíz. En 1936 leyó, en su versión original francesa, Humanismo integral de Jacques Maritain. Era la obra en la que el gran pensador católico francés criticaba la utopía arqueológica del «retorno a la Edad Media» cultivada por el tradicionalismo francés, con sus simpatías equívocas hacia los regímenes de derecha europeos. En ella Maritain formulaba la idea de una «nueva cristiandad», una cristiandad que tomaba de la modernidad las aspiraciones a la libertad y a la democracia, dándoles un fundamento «personalista». En una meditación asidua de los textos de Maritain, Del Noce desarrollará, entre 1942 y 1946, su peculiar encuentro entre catolicismo y modernidad, entre cristianismo y democracia, oponiéndose decididamente al fascismo como sistema fundado no sobre la persuasión, sino sobre la violencia5. Una definición ésta tomada de Aldo Capitini, teórico de la no-violencia, que en la inmediata posguerra recobrará la definición del «postfascismo», que «debe ser no un fascismo en sentido contrario (antifascismo), sino lo contrario del fascismo (por tanto libertad y no violencia)»6. Esta precisión obedecía a una lección de método: una posición es auténtica cuando no es la simple “reacción” a una posición contraria. Una verdad ideal no puede definirse simplemente a partir del adversario.

Ateísmo moderno y catolicismo moderno
En el plano filosófico las ideas de Maritain y de los franceses llevarán a Del Noce a rechazar el antimodernismo católico en nombre de una doble lectura de la modernidad. El pensamiento moderno está marcado por un lado por un racionalismo inmanentista, que culmina en Hegel, un racionalismo destinado a disolverse en el ateísmo radical de Marx y de Nietzsche. Por otro lado está atravesado por una línea católica, dialéctica y dialógica con las intuiciones más profundas de la modernidad. Del Noce rechazaba, por tanto, identificar in toto modernidad y ateísmo. La era moderna es compleja, está marcada por corrientes distintas, y no puede reducirse a un único filón. Ciertamente en ella el racionalismo inmanentista, anticristiano, juega un papel de primera línea. Al rechazar el Verbum caro, el deísmo cede el puesto al panteísmo que, a su vez, se convierte en ateísmo. El Dios filosófico, como había mostrado Pascal –un autor apreciado por Del Noce–, es impotente frente al ateísmo, es un momento del proceso que lleva a Hegel y culmina con Marx. En el centro del pensamiento de estos autores se halla el modelo de redención típico del racionalismo moderno, un modelo procedente de la metamorfosis de la gnosis antigua7. Para éste el mal no reside en el pecado, rebelión ante Dios, sino «en lo finito en cuanto tal», en la individualidad separada de la totalidad. El bien reside en la Totalidad (Estado, Nación, Raza, Clase, Partido, Sociedad). La redención indica aquí la transformación-inmersión de lo particular en lo universal, el olvido de la persona en el modelo “totalitario”, que encuentra su aplicación en los sistemas feroces que han dominado la escena mundial a lo largo del siglo XX.
A este filón, ateo y totalitario, Del Noce oponía, en Riforma cattolica e filosofia moderna (Bolonia 1965), la «otra modernidad», que venía dada por una cierta interpretación de Descartes, la línea agustiniana de Pascal, Malebranche, Rosmini, a los que se unía la figura de Vico. Una modernidad para la que el hombre es imago Dei, irreductible a cualquier sistema a causa de su relación con el infinito8. Del Noce diseñaba aquí una perspectiva que, corrigiendo e insertando los eslabones que faltaban, configuraba, más allá de la oposición entre escuelas, un encuentro ideal entre agustinismo y tomismo en dirección a un «realismo cristiano» capaz de medirse con el horizonte histórico. Capaz de medirse con el marxismo sin temor a ser absorbido y anulado por él, que es lo que normalmente sucedía en los años 70. A la relación con el comunismo dedicará obras importantes (El problema dell’ateismo, Bolonia 1964; Il suicidio della rivoluzione, Milán 1978; Il cattolico comunista, Milán 1981), obras que incidirán con profundidad en el debate teórico-político-religioso de los años 70 y 80.

Crisis del comunismo y occidentalismo.
El encuentro con CL

A mediados de los años 80 Del Noce sabe que el comunismo se halla, en el plano de las ideas, en su ocaso. Se abre un escenario nuevo en el cual la descomposición de la utopía comunista lleva consigo, en el ocaso de toda esperanza, también la disolución de todo ideal. La crisis del comunismo corre el riesgo de abrir las puertas al nihilismo, acompañado por el triunfo de un positivismo tecnocrático. Es el acontecimiento del «occidentalismo». El Del Noce de los últimos años no ve ya al comunismo, ahora en declive, como adversario ideal del catolicismo, sino que su adversario se halla en una ideología nueva que se abre paso poco a poco. Como afirmaba en su intervención de 1989 en el Meeting de Rímini: «Un nuevo adversario del cristianismo ha crecido en los últimos decenios: la forma de religión propia de la sociedad opulenta y consumista. Es un adversario más poderoso y peligroso que el comunismo»9. El escenario del Meeting no era casual. Del Noce había empezado a colaborar, desde hacía más de diez años, primero con Il Sabato y después con 30Giorni. De allí había nacido una relación personal con el movimiento de CL, llena de estima, participación y deseo de compartir10. Una relación que le había aportado una «segunda juventud», procurándole «la más grata de las emociones que un hombre de mi edad pueda experimentar: sentirse cercano a jóvenes sobre los que sin embargo no ha ejercido una influencia directa»11. De CL Del Noce admiraba su testimonio generoso, su firmeza cristiana, su diferencia radical con respecto a la posición “accionista” que había gestionado culturalmente el post-fascismo. En los últimos tiempos esta estima se había hecho más profunda. Escribía que para CL «no se trata de defender un pasado», sino «del cristianismo encontrado a partir del presente»12. Un cristianismo no antimoderno, capaz de llevar el peso de una modernidad que se estaba transformando. Por eso, como afirmaba en Rímini, «hacía falta una formación nueva adaptada a esta lucha, una sensibilidad capaz de comunicar a los jóvenes. Es la sensibilidad de CL. La tarea histórica, a la que habéis sido llamados por la providencia y que estáis asumiendo, es una tarea relativamente nueva con respecto a la tradición católica reciente y no puede confundirse con las tareas asumidas por otras formaciones»13. Una tarea de orientación histórica, de juicio cultural, de discernimiento, capaz de entender que «no ha sido el cristianismo el que ha triunfado sobre el comunismo. Ha sido la erosión occidentalista de las creencias la que ha puesto en crisis total la fe revolucionaria. Y no olvidemos que el occidentalismo es un enemigo del cristianismo más potente que el comunismo»14. Ante este occidentalismo –una mezcla de nihilismo, que reduce cada cosa y persona a mercancía y objeto de consumo, y positivismo tecnocrático–, la izquierda poscomunista se mostraba impotente. Los poscomunistas, recalcará en muchas ocasiones, se encuentran ante una alternativa: conquistar la hegemonía del mundo burgués llevando hasta el fondo el proceso de disolución de cualquier valor según la ideología occidentalista o, por el contrario, comprender de forma nueva la parte positiva de su propia herencia. En este segundo caso no podían dejar de encontrar, a lo largo de su camino, a los católicos que no se habían sometido a la ideología dominante. Ese encuentro lo auspició Pasolini, a quien Del Noce, a partir de mediados de los 80, sentía idealmente como suyo15. «Ante la evidencia de la derrota –escribía en su último artículo para Il Sabato– puede suceder que una parte autorizada del pensamiento comunista sea llevada a una refundación de la crítica del espíritu neoburgués, en su evolución reciente: y de aquí al reconocimiento de que la única fuerza existente capaz de oponérsele es el pensamiento católico; y que esto comporta un cambio radical de las relaciones entre catolicismo y comunismo. Decir esto no significa una propuesta para retomar el catocomunismo; éste era un movimiento que desde el catolicismo avanzaba hacia el comunismo, en el que terminó disolviéndose, por lo que respecta a la mayor parte de sus seguidores. El proceso de hoy representaría el camino inverso»16. El testamento ideal de un intelectual católico no conformista, una de las personalidades más lúcidas del siglo XX italiano y europeo.

* Profesor de Filosofía moral
en la facultad de Letras y Filosofía de Perugia

Notas
1 Para una introducción general al pensamiento de Del Noce, cf. R. Buttiglione, Augusto Del Noce. Biografia di un pensiero, Casale Monferrato 1991.
2 «L’enigma di Lucio», Il Sabato (20 de enero de 1990).
3 «Storia di un pensatore solitario», a cargo de M. Borghesi-L. Brunelli, 30 Giorni, 4 (1984), después en: VV. AA., Filosofia e democrazia in Augusto Del Noce, a cargo de G. Ceci–L. Cedroni, Roma 1993, p. 226.
4 Cf. A. Mina, Augusto Del Noce e l’incontro con Malebranche, en VV. AA., Annuario filosofico, Milán 1999, pp. 397-448.
5 Cfr. M. Borghesi, «Modernità e democrazia in Augusto Del Noce» (1930-1946), en 30Giorni, 10 (2004), pp. I-XXIV, después en AA.VV., Le radici storico-filosofiche della democrazia, a cargo de R. Scalon, Turín 2006, pp. 183-229. Véase también VV. AA., Augusto Del Noce e la libertà, a cargo de C. Vasale-G. Dessì, Turín 1996.
6 «Non a destra ma democrazia», Il Popolo Nuovo (30 de noviembre de 1945), ahora en: N. Bobbio-A. Del Noce, Centro: tentazione senza fine, a cargo de L. Cedroni, Milán 1995, p. 45.
7 Cfr. M. BORGHESI, Augusto del Noce. Teodicea e redenzione nel razionalismo moderno, en: VV. AA., Cristo nella filosofia contemporanea, a cargo de S. Zucal, II vol., Cinisello Balsamo (MI) 2002, pp. 979-999.
8 Cf. M. Borghesi, Riflessioni sull’ontologismo in Augusto Del Noce, en: VV. AA., Da Cartesio a Hegel o da Cartesio a Rosmini?, a cargo de U. Muratore, Stresa 1997, pp. 67-84.
9 «Occorreva una nuova sensibilità. Ed ecco il movimento di CL», Litterae Communionis, 2 (1990).
10 Sobre la relación Del Noce-CL, véase M. Borghesi, Il problema politico dei cattolici in Augusto Del Noce, en: VV. AA., Filosofia e democrazia in Augusto Del Noce, cit., pp. 141-169.
11 «Soffocare tra le verità impazzite», Il Sabato (10 de septiembre de 1987).
12 «Davvero CL si è guastata col crescere?», Il Tempo (3 de marzo de 1989).
13 «Occorreva una nuova sensibilità. Ed ecco il movimento di CL», cit.
14 «E il CLN si fa alternativa», Il Sabato (1 de abril de 1989).
15 Cf. «Le magnifiche sorti? Tutta roba da buttare», Il Sabato (25 de noviembre de 1985).
16 «L’impero è sacro», Il Sabato (9 de diciembre de 1989).


carta

Nihilismo festivo
Tracce, la edición italiana de la revista de CL, dedicó la portada del número de febrero de 1994 a un escrito inédito de Augusto Del Noce: se trataba de la carta escrita en 1984 a Rodolfo Quadrelli, un inquieto e interesante literato desparecido poco después. En el texto aparece una expresión que se convertiría en familiar para muchos de nosotros: «nihilismo festivo», un verdadero j’acuse a los maestros de una época. Ofrecemos aquí el pasaje de la carta en el que el filósofo explica qué trata de decir con esa expresión
Querido Quadrelli: acabo de recibir con mucho retraso tu querida carta. Lleva la fecha del 12 de diciembre, aunque el matasellos es del 3 de enero. En estos días de fiesta, para mí los peores del año porque son los más profanados, el retraso es normal, lo cual explica la segunda fecha. Cuanto me dices sobre el nihilismo actual encuentra en mí una conformidad total. Ya no se trata del nihilismo trágico cuyos últimos coletazos podían encontrarse en el terrorismo. Este nihilismo tenía que llevar a una solución revolucionaria más o menos confusamente intuida o, mejor, confusamente recordada; existía todavía un cierto elemento de rabia y esto les confería una semblanza lejanamente humana. Pero el nihilismo de hoy en día es el nihilismo festivo, en dos sentidos: carece de inquietud (tal vez podríamos definirlo como la supresión del «inquietum cor meum» agustiniano) y encuentra su símbolo en la homosexualidad (puede decirse que entiende siempre el amor de forma homosexual, aunque mantenga la relación hombre-mujer). No es casual que encuentre sus representantes entre ex católicos, cortejados todavía por católicos que reconocen en ellos algo que encuentran en el fondo de ellos mismos. Este nihilismo es exactamente la reducción de cualquier valor a “valor de cambio”; el resultado burgués máximo, en el peor de los sentidos, del proceso que comienza con la Primera Guerra mundial. La peor ofuscación que genera el nihilismo es la pérdida del sentido de la interdependencia de los factores en la historia presente. Mirándolo bien, no es sino la otra cara del cientifismo y de su necesaria autodisolución de cualquier rastro de valores que no sean instrumentales. (...) Con viva amistad, Augusto Del Noce Roma, 8 de enero de 1984