01-07-2007 - Huellas, n. 7
Second Life


Una segunda vida
para apartarse del
drama real

Con más de siete millones de usuarios, es uno de los fenómenos de masa producidos por la “red”. Se llama Second Life y es un mundo virtual en el que proyectar –pagando– los propios deseos. Promete la satisfacción de cualquier deseo, también y en especial de aquellos que la vida cotidiana parece negar. Una realidad producida por la propia mente, aseguran, en donde todo funciona como uno quiere. Por supuesto sólo mientras dura la conexión a Internet.

Después la verdadera realidad, con su inexorable atractivo –a pesar de sus mil límites y dificultades–, vuelve a entrar por los ojos y a despertar el deseo

Paolo Pérego

Philip Rosedale, físico y fundador de Linden Lab, un laboratorio informático de San Francisco, había soñado con esto desde niño: «Poder ver el mundo transformarse según las ideas que tenía en la cabeza». De esta forma, en 1991 empezó a pensar en un mundo virtual, en donde cualquiera pudiese realizar ese sueño de poder hacer lo que uno quiera sin limitación alguna. En 2002 el sueño se realiza y en 2003 este nuevo mundo virtual se abre al público. Se llama Second Life y es el fenómeno de masas más en boga en este momento. Se trata de una realidad virtual en la que, con el auxilio de un personaje de aspecto totalmente humano, es posible dar vida... a una auténtica segunda vida.
«Tu mundo. Tu imaginación». Es el cautivador slogan que campea en la parte superior de la página de inicio de la web de Second Life. Se descarga el programa y....¡voilà! Nos vemos catapultados a Help Island, el punto de partida del juego, en donde nuestro “avatar” –así se llama el alter ego creado según los gustos personales del usuario– puede aprender a gestionar sus movimientos, a chatear con otros “avatares”, a volar, a utilizar objetos. ¿Un juego como los demás? Puede ser. Pero cinco años después de su nacimiento, con un crecimiento espectacular en los últimos meses, el número de usuarios ha superado con creces los siete millones.

La realidad en la mente
«Second Life es un mundo virtual concebido y creado cada día por seres humanos, que tienden a hacer las cosas a su manera. No importa si el mundo en el que se encuentran es virtual o “real”. Lo que existe en la mente es real. Y aunque en el aspecto exterior podamos ser muy distintos unos de otros, por dentro todos somos iguales, sangre, tripas y un montón de sueños. Hasta los sueños coinciden: todos quieren amor, éxito y felicidad». Estas palabras pueden leerse en la introducción de la guía para Second Life publicada recientemente en “La biblioteca de Repubblica-L’Espresso”. Y el juego se propone como posibilidad justamente a este nivel: «Este mundo permite –seguimos leyendo– concentrarse en la búsqueda de la propia felicidad personal. No es necesario que tenga que ver con esas cuestiones mundanas que absorben todo nuestro tiempo sobre el planeta Tierra. Aquí uno es libre para hacer lo que quiera. Lo único que puede obstaculizar vuestra búsqueda de la verdadera felicidad es la vida real».
Resulta fácil empezar a jugar. El acceso “base” es gratuito. Pero si se quiere tener éxito hace falta invertir dinero de verdad, oportunamente reconvertido a la moneda local Linden Dollar, virtual pero real, pues tiene como base el dólar americano, y sufre variaciones y fluctuaciones según la marcha de los mercados financieros internos y externos al juego.

El que más gasta...
Cuanto más dinero se gasta, mayor es el tenor de vida de esta comunidad, y mayor será el éxito de la segunda vida. Se puede llegar a comprar una isla, a construirse una casa, a comprarse un look. Gastar dinero para ser alguien, para construir relaciones: si no se tiene un estatus difícilmente podrá ser uno tomado en consideración. ¿La finalidad de todo esto? Satisfacer la propia ambición y los propios deseos, sentado en una silla delante del ordenador. Se puede conocer a una persona a través de su alter ego, se puede salir con ella, puede uno... enamorarse, y tener relaciones sexuales virtuales. Sin verse, sin saber quién está detrás de ese avatar con aspecto de chico guapo vestido a la moda tiernamente enroscado a una avatar rubia y procaz. Esto es el amor en Second Life. ¿Es suficiente con esto? En absoluto. Navegando por los forum, por los blogs, por las crónicas de periodistas de doble vida, se descubre un mar de posibilidades. ¿Quieres un embarazo? Tres mil Linden Dollars. ¿Te parece demasiado? «Te damos la posibilidad de elegir qué bebé quieres llevar en tu seno y también de ser gestante aunque seas varón, además de un seguimiento completo para los nueve meses del embarazo», explica la hermosa avatar propietaria de una clínica virtual. Te puedes casar, te puedes divorciar: el precio es el mismo en ambos casos. Y se podrían escribir libros, enciclopedias sobre lo que se puede encontrar circulando por los distintos “sims” (así se llaman las regiones de Second Life) y, es más, sobre lo que se ha creado: misioneros, iglesias, discotecas, prostitución, pornografía, asociaciones políticas, grupos revolucionarios, periodistas, gimnasios, grupos de alcohólicos, obras de caridad...

¿Nueva creación?
Creación, en efecto, porque en esta plataforma no existe nada “a priori”, salvo los “prims”, pequeños módulos que cada uno puede elaborar, unir a otros y atribuirles secuencias de movimientos o características, que están en la base de cualquier cosa que se encuentra en Second Life. Si elijo la posibilidad de una “segunda vida” que tenga como promesa alcanzar la verdadera felicidad, aunque sea virtual, es porque en el fondo la realidad no me satisface, aunque haya tenido mucho en la vida. La verdadera novedad está en el hecho de que soy yo mismo el que creo aquello que deseo, aquello que satisfará mis deseos. La nueva realidad será la proyección de mis deseos. Realidad y deseo: ciertamente este es el tema central en torno al que gira todo el juego, y no podemos más que constatar que es un tema de gran actualidad. Hace algunos días Benedicto XVI lo subrayaba en Pavía, citando a san Agustín: «Con agudo conocimiento de la realidad humana san Agustín puso de manifiesto que el hombre se mueve espontáneamente, y no por obligación, cuando se encuentra en relación con aquello que le atrae y suscita en él el deseo». Aquí, en Second Life, la perspectiva está totalmente invertida: ha desaparecido la experiencia de la realidad como dato, y es el deseo mismo el que crea su objeto. Y en esta dinámica se cae inevitablemente en la prometéica posibilidad de ser omnipotentes, de poder crear, en el fondo de ser como un dios: «Second Life funciona como si en la vida real fueses un dios –explican los autores de la guía–. Tal vez no un verdadero dios, sino uno de esos dioses mitológicos menores que tendían a especializarse en ciertos ámbitos». Por tanto, todo es posible. Y no es de extrañar el increíble éxito alcanzado, incluso en la gran cantidad de negocios que se ha generado en torno a esta realidad fingida.
Un mundo en el que cotidianamente se producen transacciones de dinero por más de un millón y medio de dólares no podía dejar de suscitar la atención del mundo de los negocios. Algunos bancos han abierto ventanas, muchas empresas han creado islas para anunciarse, muchos productos son lanzados primero en Second Life y luego en la vida real: movimientos de negocios millonarios. Y la vida real empieza a cruzarse con la segunda vida. Políticos que compran islas o que ofrecen conferencias de prensa mientras que fuera del auditorio grupos de avatar se enfrentan en manifestaciones de protesta, empresarios que abren negocios en donde se adquieren objetos o productos reales o, por el contrario, empresas reales que comercializan productos para Second Life.

La inquietud vuelve a emerger
Sólo resta preguntarse si un mundo así es realmente capaz de mantener las promesas de felicidad y de éxito que declara. ¿Cómo es posible encontrar satisfacción en un mundo que no existe? Si la realidad no satisface, ¿puede hacerlo un sucedáneo virtual de ésta?
«Esta noche estoy aquí –escribe un jugador en un forum en la página italiana de Second Life–, delante de este mar electrónico, pensando en lo que esperaba de esta “segunda vida” y, probablemente, también de la primera. Tan solo unos pocos bits más allá de mi isla, la humanidad se busca, crea vínculos de una noche y destruye otros con la misma ligereza. Y me pregunto sobre el sentido de este río infinito que atraviesa nuestras vidas de personajes de papel, destinados a perderse en su fluir. ¿Qué es esta inquietud que experimento? ¿Qué busco en este mundo? ¿Existe la poseball (posibilidad de acción de los avatar, ndr) para el sentimiento? ¿Y para la duda y la perplejidad? ¿Existen solo en la Real Life?».
Es una inquietud inevitable, es la insatisfacción que emerge de nuevo incluso en la nueva realidad construida para escapar de la realidad verdadera, como una carcoma ignorada que poco a poco perfora las patas de una silla sobre la que uno se ha sentado: es el descubrimiento de la ilusión. O mejor, de la desilusión que nace del sueño de poder cumplir el propio deseo a través de algo que no es capaz de satisfacerlo. El sueño, explicaba don Giussani a algunos jóvenes a comienzos de los años noventa, «es pura imaginación. Proyecta en un futuro, que puede incluso no llegar, algo inconsistente que traduce algún humor, alguna reacción. (...) Pero esta imagen (...), si no tiene en cuenta las indicaciones de la naturaleza, no se realizará y te quedarás desilusionado, es decir, engañado. Desilusión deriva de una palabra latina que significa “ser engañado”; somos nosotros los que podemos engañarnos al jugar con nosotros mismos. Ilusión es otra forma de la misma palabra; somos nosotros los que nos podemos ilusionar o desilusionar, “jugando” con lo que nos da la gana en vez de obedecer». Para el hombre el vínculo con la realidad es vital, y cuanto más débil es este vínculo más se podrá manipular y engañar al hombre con la posibilidad de una nueva vida en un lugar que no existe: la utopía. ¿Por cuánto tiempo se puede soñar? Al despertar, cuando se sale de este mundo virtual con un clic del ratón –es el tan temido logoff–, la realidad, testaruda, vuelve a invadir la existencia. Sin embargo tiene que haber algo en el mundo real, hecho de objetos verdaderos y de personas de carne, más atractivo que una segunda vida en la Second Life. Para que no nos engañen, en el mundo de los avatar como en el mundo real, hace falta una cosa. Escribió sobre ello la más feroz luchadora del siglo pasado contra el engaño de la ideología, Hannah Arendt, experta en las ilusiones del poder: «Ser fieles a la realidad de las cosas, en el bien y en el mal, implica un amor integral por la verdad y una gratitud total por el hecho mismo de haber nacido». ¿Es tan difícil? La alternativa, al despertar, es la amarga desilusión: un juego nos ha engañado.