01-10-2007 - Huellas, n. 9

Mártires españoles (1931-1939)

La fe que vence al mundo
El 28 de octubre, en Roma, serán beatificados 498 mártires de la persecución religiosa en España, cuyo testimonio es más fuerte que la violencia de manera que nos vemos obligados a reconocer la fuerza de Dios que actúa a través de la debilidad humana

José Luis Restán

La señal positiva llegaba desde Roma mientras se desarrollaba la Asamblea Plenaria de la conferencia Episcopal Española. Será en la ciudad eterna, el 28 de octubre, donde se celebre la gran beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa que se desarrolló en España durante los años 30 del pasado siglo. Llegan así a puerto numerosas causas que se habían abierto en muchos casos hace decenios, y cuyos protagonistas se han reunido para una celebración que busca ser expresiva de lo esencial de la fe cristiana. Lo que esta beatificación pone sobre el candelero es «la fe que vence al mundo», el testimonio de que existe una humanidad (que es fruto de la fe) que no se deja aplastar ni reducir por ninguna clase de poder.
En un Mensaje con motivo de este anuncio, titulado “Vosotros sois la luz del mundo”, los obispos españoles sitúan el contexto histórico de estos mártires: las muertes de estos centenares de cristianos, se enmarcan en un círculo de inaudita violencia, fruto de ideologías totalitarias que pretendieron a lo largo del siglo XX construir por la fuerza sus respectivas utopías. Por eso subrayan que «el testimonio de los mártires ha sido más fuerte que las insidias y la violencia de los falsos profetas de la irreligiosidad y el ateísmo». Pero en su Mensaje los obispos han querido poner el acento en la esperanza que significa el martirio de aquellos hermanos para la Iglesia que camina hoy en España.

Hostilidad y persecución

Retomando unas palabras de Juan Pablo II, el Mensaje subraya que los mártires han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, hasta el testimonio de la sangre, y nos muestran la vitalidad de la Iglesia. En efecto, una mirada superficial a la Iglesia en la España de los años 30 puede transmitir una imagen de medianía y grisura en muchos campos, que sin embargo queda sorprendentemente desmentida por esta floración de hombres y mujeres valientes que rechazaron cualquier compromiso que pusiera en duda su confesión de fe, que perdonaron a sus verdugos y se ofrecieron como prenda de reconciliación futura entre los españoles. Y sobre todo, que levantaron un dique frente a la pretensión totalitaria del poder político, proclamando a Cristo como el único Señor.
Me viene a la mente una reflexión realizada en su día por el cardenal Ratzinger, que en un primer momento me resultó misteriosa. Decía que, históricamente, cuando la Iglesia ha incurrido en un exceso de “temporalismo”, de apego al poder mundano incluso con la excusa de asegurar así una sociedad regida por los valores cristianos, surge como una suerte de purificación el fenómeno del martirio. Los mártires, afirmaba Ratzinger, son la verdadera apología de la Iglesia, porque en ellos no hay ambigüedades ni adherencias, sino la pura afirmación del único señorío de Cristo. La Iglesia en España, que había vivido en los dos últimos siglos una atormentada relación con los poderes sociales, y a la que había costado mucho situarse en el marco convulso de una modernidad importada, se encontró de bruces con la alternativa brutal de esconderse o exponerse. La cifra impresionante de los mártires, nos dice a las claras cuál fue su opción.

Una hora de gracia
Frente a las historias concretas de estos hombres y mujeres, tan diversas entre sí, queda siempre un punto de misterio indescifrable para los cálculos humanos. Se trata de gentes frágiles y pecadoras, con limitaciones muy evidentes en muchos casos, pero a la hora de la verdad no quisieron anteponer sus legítimos proyectos a la proclamación de su amor incondicional a Jesús. Como dicen los obispos, uno se ve obligado a reconocer la fuerza de Dios que actúa a través de la debilidad humana, porque si no sería imposible explicar estos hechos. Por eso, frente a las falsas polémicas que se puedan disparar, los obispos consideran que la próxima beatificación señala una hora de gracia para la Iglesia en España, y supondrá un estímulo para la renovación de la vida cristiana. La urgencia de esta renovación viene marcada por la difusión de un laicismo cultural y político que reclama de los católicos españoles una respuesta que no sea meramente reactiva, y por el riesgo que amenaza a la reconciliación trabajosamente lograda por varias generaciones de españoles.
Con la perspectiva de este acontecimiento, se nos hace transparente que el cristiano sólo se sostiene con la fe vivida en la comunión de la Iglesia, y no por amparo ni la cobertura de ninguna institución, estado de opinión, legislación o poder. Y nos enseña también que no hay circunstancia, por dura que sea, que pueda impedir experimentar la victoria humana de la fe, y que nuestro exceso de lamento es, con demasiada frecuencia, la coartada para no vivir esta fe a campo abierto.