01-12-2007 - Huellas, n. 11

Documentos   Benedicto XVI / Jesús de Nazaret - 2

La predicación
de Jesús

Continúa el viaje de Huellas entorno a algunas cuestiones problemáticas de las que el Papa Benedicto XVI se ocupa en su libro. En este número, dentro de un recorrido razonable para crecer en el conocimiento y el afecto por la persona de Cristo, se aborda el anuncio de la Buena Nueva a los “pobres” y el escándalo que supone un Dios que se sienta a la mesa con publicanos y pecadores

José Miguel García

En el libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI dedica un amplio capítulo, el cuarto, a la predicación de Jesús comentando el Discurso de la Montaña. Ciertamente el anuncio de la Buena Nueva es mucho más amplio que estos tres capítulos del evangelio de Mateo. Probablemente el Papa reflexiona sobre esta gran composición mateana porque en ella se presenta a Jesús como el nuevo Moisés: «Con esta gran composición, en forma de discurso, Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés, en el profundo sentido que precedentemente hemos visto, a propósito de la promesa de un profeta que relata en el Libro del Deuteronomio»1. Deja fuera de su reflexión, sin embargo, un aspecto importante de la predicación de Jesús: la buena nueva a los pobres, que según J. Jeremias, uno de los grandes estudiosos del Nuevo Testamento, es el rasgo esencial de su ministerio público2.

La respuesta de Jesús
a los enviados de Juan Bautista

 Según los evangelistas Mateo y Lucas, estando en prisión, Juan Bautista tuvo noticia de la actividad de Jesús y quiso saber si aquel que realizaba tales obras era el Mesías que tenía que venir al mundo. Para ello envió algunos discípulos suyos a preguntar al mismo Jesús. Según Mateo, Jesús respondió con estas palabras «Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben una buena nueva. Y bienaventurado el que no se escandalice de mí» (11,4-6). La respuesta de Jesús evoca el cumplimiento de las profecías de Isaías (cf. 35,5-6; 61,1), pero al final añade una frase bastante extraña: «Y bienaventurado el que no se escandalice de mí». ¿Por qué podía alguien encontrar escándalo en que los ciegos vieran, los cojos anduviesen, los leprosos quedasen limpios o los muertos resucitasen? Si en el ministerio público de Jesús se hacían realidad estas profecías de salvación, no se ve que ello pudiera ser motivo de escándalo. Seguramente hubo gente que no creyó lo que oía decir de Jesús o se resistió a reconocer como verdaderos milagros estas acciones; pero dicha actitud debemos llamarla incredulidad, falta de fe, no escándalo. El escándalo consiste en reconocer como contrario a la Ley divina y ofensivo contra Dios algo que una persona dice o hace. En realidad, no son las acciones milagrosas enumeradas el origen del escándalo, sino la afirmación de que los pobres reciben una buena nueva; expresión que alude a la oferta de salvación que Jesús hace a un grupo determinado de personas. Para entender por qué esta oferta de salvación es motivo de escándalo es necesario saber quiénes son estos que Jesús denomina “pobres”.

Los “pobres” del Evangelio
Los evangelios afirman que entre los seguidores de Jesús se contaban publicanos y pecadores. Baste recordar las palabras de los adversarios de Jesús de las que él mismo se hace eco: «Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He ahí un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11,19). En el judaísmo de la época de Jesús, el término “pecador” no designaba sólo a quien menospreciaba o iba explícitamente contra los mandamientos de Dios, sino también designaba, y de modo especial, al hombre que ejercía un oficio considerado esencialmente pecaminoso. En los escritos judíos tenemos listas de estos oficios proscritos. En parte se trata de oficios que, según la opinión general, llevaban a la inmoralidad; pero sobre todo de oficios que, como enseña la experiencia, llevan a la injusticia. A esta segunda categoría pertenecían, entre otros, los jugadores de dados, los usureros, los pastores y los publicanos. Como se sabe, los publicanos eran recaudadores de impuestos, pero de una clase de impuestos muy especial. La tributación por tierras, casas, industrias o personas estaba sometida al control del fisco, pues con el fin de recaudarla se hacían con regularidad los censos. Había, en cambio, otros impuestos por paso de mercancías por puestos de aduana o introducción de las mismas en las ciudades, que no podían estar fijados de antemano, a pesar de que existiesen tarifas reguladoras. El cobro de estos impuestos era arrendado por el fisco a ciudadanos pudientes, que a su vez debían servirse de cobradores subarrendados; éstos eran los publicanos.

En la sociedad judía de la época
El desprecio de semejantes pecadores era tal que sus derechos cívicos venían limitados. En una lista de hombres que no pueden formar parte de un tribunal ni actuar como testigos, el tratado Sanhedrín de la Mishna enumera a «los que juegan a los dados, los usureros, los que crían palomas, los que trafican con los frutos del año sabático (que según la Ley, Lv 25,1ss, carecían de dueño)» (3,3). Y otro texto añade: “los pastores, los publicanos y los renteros” (bSanh. 25b). Por lo demás, se evita el contacto con ellos, al ser considerados impuros. Un publicano, según un pasaje de la Mishna, hace impuro todo lo que hay en una casa al entrar en ella, de igual modo que un pagano (Baba Q. 10,2). Es más, esta clase de hombres es equiparada en la literatura rabínica a los esclavos gentiles (Ros Ha-Shana 1,8). En la sociedad judía de la época de Jesús, por tanto, la proscripción de los publicanos incluía una limitación de lo que podríamos llamar sus derechos civiles, pues no podían ser promovidos a cargos honorables, ni eran admitidos en juicio como testigos. Pero la proscripción más dura era la religiosa. Así, por ejemplo, el hombre que se dedicaba al cobro de impuestos, si pertenecía a la comunidad farisea, era expulsado de ella. Y un pasaje del Talmud dice: «Para los recaudadores de impuestos y publicanos, la penitencia es difícil» (bBaba Q. 94b). La razón de esta dificultad residía en que para ellos la penitencia no sólo entrañaba el abandono del oficio, sino también, como en el caso de un ladrón, la reparación, que consistía en la restitución de lo robado más un quinto. Y ¿cómo los publicanos podían saber a quiénes habían estafado tras varios años de ejercer el oficio?
Un buen grupo de seguidores de Jesús, por tanto, pertenecía a los que, según los cánones de la ortodoxia farisea, tenían cerrada la entrada a la salvación de Dios. La actitud de Jesús frente a ellos está maravillosamente expresada en su réplica a los que se escandalizan de que come con publicanos y pecadores: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2,17); o en palabras como las siguientes: «En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de los cielos», es decir, ellos entran en él, y vosotros no (Mt 21,31).

La buena nueva del perdón
Según los evangelios, Jesús perdonó explícitamente los pecados en sólo dos ocasiones: al paralítico que le presentaron en una camilla (Mc 2,1-12par) y a la pecadora que ungió sus pies en un banquete (Lc 7,36.50). Por otra parte, los términos “perdón” y “perdonar” no aparecen muchas veces en sus labios3. Esta circunstancia ha llevado a algunos estudiosos a dudar de que Jesús hubiese concedido el perdón de los pecados alguna vez. Pero la estadística aquí sirve de poco, pues Jesús, al ser un oriental, no se expresa mediante un lenguaje abstracto, sino mediante imágenes y metáforas, y muchas de ellas sirven para expresar la realidad del perdón: la deuda del siervo perdonada (Mt 18,27)4, el publicano escuchado (Lc 18,14), el hallazgo del que se había extraviado (Lc 15,5), el hijo pródigo recibido de nuevo en casa (Lc 15,22-24); etc. Todas estas metáforas y parábolas son descripciones plásticas del perdón y de la comunión restablecida con Dios.

El perdón por
medio de acciones

Pero Jesús no proclamó solamente la concesión del perdón de los pecados mediante palabras, también lo hizo por medio de acciones. Entre ellas, según el parecer de J. Jeremias, destacaron de modo singular las comidas con publicanos y pecadores: «La forma de proclamación de perdón –de proclamación por medio de acciones– que más impresionó a los hombres de aquella época, fue la comunión de mesa que Jesús tuvo con los pecadores: el hecho de que Jesús se sentara a la mesa con ellos. Jesús los invita a su casa (Lc 15,2), y en un banquete de fiesta se sienta con ellos a la mesa (Mc 2,15par). El que estos relatos son históricos lo vemos drásticamente por la frase despreciativa hacia Jesús (Mt 11,19; Lc 7,34), que con seguridad se remonta a los días mismos del ministerio público de Jesús»5. A diferencia del proceder de los fariseos, que evitaban cualquier contacto con los publicanos y pecadores, Jesús acoge a su mesa a todos aquellos que, según la interpretación ortodoxa judía, eran incapaces de perdón, tenían cerradas las puertas de la salvación. Esta conducta de Jesús no tiene su origen en un sentimiento humanitario hacia los marginados o en una rebeldía ante las barreras socio-religiosas de la sociedad; interpretar así la comunidad de mesa que mantuvo Jesús con los pecadores sería censurar su verdadero significado e incapacitarse para comprender el motivo del virulento rechazo que ésta suscitó entre los fariseos.

Para apreciar el gesto de Jesús
Para apreciar qué hacia Jesús cuando comía con publicanos y pecadores es necesario saber que en Oriente, incluso hoy, la recepción de un hombre a la comunidad de mesa constituye un honor que significa concesión de paz, hermandad y perdón. Así, por ejemplo, Evil Merodac, cuando subió al trono de Babilonia, otorgó el perdón al rey judío Joaquín, que había sido deportado y encarcelado por Nabucodonosor, y le hizo liberar. El segundo libro de los Reyes informa de esta liberación con las siguientes palabras: «Le hizo quitar los vestidos de preso, y ya siempre comió a su mesa todo el tiempo de su vida» (25,29). Sentándolo a su mesa, el rey de Babilonia proclama que el rey de Judá, hecho prisionero por su rebeldía, había sido rehabilitado.

La comunidad de mesa
poseía además
una dimensión religiosa

En el judaísmo la comunidad de mesa poseía además una dimensión religiosa. El banquete se iniciaba con la bendición del pan pronunciada por el jefe de la casa, que posteriormente entregaba un trozo de pan bendecido a todos los comensales; éstos, al comerlo, participaban en la bendición pronunciada. La comunidad de mesa, por tanto, era al mismo tiempo comunión ante Dios. Por eso Jesús, admitiendo a su mesa a los publicanos y pecadores, les concede el perdón de los pecados: «Esas comidas –afirma J. Jeremias– son expresión de la misión y del mensaje de Jesús (Mc 2,17), comidas escatológicas, celebraciones anticipadas del banquete salvífico del fin de los tiempos (Mt 8,11par), en las cuales se representa ya ahora la comunidad de los santos (Mc 2,19). La inclusión de los pecadores en la comunidad salvífica, inclusión que se realiza en la comunión de mesa, es la expresión más significativa del mensaje acerca del amor redentor de Dios»6.

Dios comiendo con los hombres
De la comunidad de mesa que estableció Jesús con los pecadores no sólo tenemos testimonios en los evangelios, sino también en la literatura judía intertestamentaria. Por ejemplo, en el libro Testamentos de los Doce Patriarcas, una obra judía del siglo II a.C., encontramos claras interpolaciones cristianas en las copias griegas, introducidas por copistas judeocristianos, conocedores de la mentalidad y del lenguaje judíos. Hay dos interpolaciones muy interesantes. En el parlamento del patriarca Simeón al expresar su fe en la salvación futura y en la resurrección, leemos: «Entonces también yo resucitaré con júbilo / y alabaré al Altísimo por sus maravillas; / pues Dios, tomando un cuerpo y comiendo con los hombres / ha salvado a los hombres» (6,7).
La misma idea de Dios comiendo con los hombres se halla en el testamento de Aser. Este patriarca, al anunciar que su descendencia será castigada por su impiedad hasta que Dios se compadezca de ella y la libre de la tribulación y angustia, dice: «Viviréis en la dispersión, / despreciados como el agua que no sirve para nada, / hasta que el Altísimo visite la tierra, / y Él mismo venga como un hombre, / comiendo y bebiendo con los hombres / Él salvará a Israel y a todos los gentiles» (7,2s).
En un lenguaje judío estas interpolaciones proclaman cómo Dios salva a los hombres haciéndose hombre y comiendo con ellos. Estos copistas no sólo conocían el simbolismo profundo de la comunidad de mesa judía, sino también los hechos narrados en los evangelios: que Jesús comió con publicanos y pecadores. Por tanto, al comer con publicanos y pecadores, Jesús realiza una acción simbólica que expresa la amistad entre Dios y el pecador. El perdón de Jesús es el perdón de Dios; la amistad que ofrece con su comunidad de mesa a publicanos y pecadores es la amistad de Dios.
Entre los seguidores de Jesús hay al menos dos publicanos que nos son conocidos por sus nombres: Mateo y Zaqueo. E1 primero es llamado por Jesús para formar parte del grupo de sus íntimos (Mc 2,14; Mt 9,9; 10,3); el segundo era el arrendatario general de impuestos del distrito de Jericó y, por tanto, persona bien conocida. Jesús, a la vista de todos, entra en su casa y se hospeda en ella (Lc 19,5). Con todo esto Jesús está diciendo: estos hombres son acogidos por Dios, tienen acceso a la amistad de Dios, al gozo de su reino. Esta proclamación y esta conducta de Jesús ciertamente resultó escandalosa, sobre todo para los hombres más piadosos, los fariseos.

Notas
1
Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, a cargo de I. Stampa-E. Guerriero, Milano 2007, 88. En la Introducción (p.21-28) desarrolla esta identificación de Jesús como el nuevo Moisés. La relación del Antiguo Testamento y Nuevo es una de las grandes preocupaciones que el Papa manifiesta a lo largo del libro.
2 Cf. J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento. I: La predicación de Jesús, trad. de C. Ruiz-Garrido, Salamanca 1974, 133. Nos ha sido de gran utilidad el estudio que este exegeta dedica a esta cuestión (p.133-148).
3 Cf. Mc 3,29; Mt 26,28; Lc 24,27...
4 Para caer en la cuenta de la desproporción de la deuda téngase en cuenta que un talento corresponde a 6000 denarios; por tanto los 10000 talentos es la desorbitada suma de 60 millones de denarios. Y un talento era la paga normal diaria de un jornalero (cf. Mt 20,2).
5 J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, 140.
6 J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, 141.