01-12-2007 - Huellas, n. 11

PRIMER PLANO

Lo que queda del 68
Los estudiantes. El poder. La violencia. Además, el rechazo de la autoridad, el idealismo... Cuarenta años después de las revueltas estudiantiles, Huellas comienza un viaje (con dos guías de excepción) por la que Benedicto XVI ha llamado «la gran crisis» de la cultura occidental. No para celebrarla, sino para comprenderla

a cargo de Davide Perillo

Es necesario decirlo. Somos perfectamente conscientes de que con este artículo corremos un riesgo. Basta aludir al 68 y mostrar ciertas fotos en blanco y negro para provocar un doble rechazo. Línea divisoria: la edad. De treinta para arriba, estallan: ¿todavía con esas? Ya está bien... A los más jóvenes, en cambio, les suena a chino: ¿qué es eso? En ambos casos, la tentación es pasar página y seguir como si nada. Mucho más ahora que con ocasión del aniversario se verterán ríos de tinta y de melaza, entre conmemoraciones y auto-celebraciones. Todo eso ya ha empezado y el tono general –salvo raros indicios de autocrítica– es el de un nostálgico «¡qué formidables, aquellos años!».
Si hemos querido correr este riesgo no es para conformarnos a la retórica ni para contenerla. Es que ese periodo marcó un verdadero cambio de rumbo. Un paso cuyos efectos acarreamos todavía –en Italia tal vez más que en otros lugares– no sólo en la política y en la sociedad, sino en la mentalidad, en ciertas claves del pensamiento. Incluso en la actitud ante cuestiones de gran actualidad, como la emergencia educativa o la bioética. Mucho de lo que pensamos ahora procede de allí.
Benedicto XVI, en un discurso pronunciado hace algunos meses, habló de «ruptura» y de «inicio o explosión de la gran crisis cultural de Occidente». Es un juicio enérgico. Querríamos entenderlo mejor. Empezaremos con esta conversación con dos personas que en el 68 estaban en la trinchera, en posiciones lejanas de las que viven en la actualidad: Giancarlo Cesana, dirigente de CL, y Giulio Sapelli, profesor de Historia económica en la Universidad de Milán. He aquí el resultado de este cara a cara.
«Una respuesta equivocada a exigencias justas. O, por lo menos, justas en parte. Esto es lo que fue el 68». El tiempo pasa. Los aniversarios vuelven. Pero en las palabras que Giulio Sapelli lanza para definir los años de la revuelta estudiantil y obrera, hay un cierto aire de juicio contracorriente. Sobre todo viniendo de uno al que muchos consideran todavía de izquierdas. Pero la corriente sigue por el lado opuesto: muchos festejos, pocas autocríticas. Y tampoco puede decirse que se dé mucho una crítica verdadera, un deseo de ir hasta el fondo de la cuestión para comprender sus puntos cruciales y sus consecuencias todavía actuales.
Por eso resulta muy interesante la oportunidad de sentar a un tipo como él en la misma mesa que Giancarlo Cesana, que para los lectores habituales no necesita presentación, aunque sí una precisión: en aquella época no era todavía de CL. Era de izquierdas. Ocupaba facultades y protestaba, como (casi) todos, moviéndose tras ese impulso sincero que los insurrectos traicionaron casi enseguida. Porque el motor, al comienzo, no estaba tan mal. El mismo don Giussani, en el famoso libro entrevista con Robi Ronza (El movimiento de Comunión y Liberación, Encuentro, 1987), decía esto: «Todos reconocimos inmediatamente lo justa que era la exigencia que llevaba consigo la agitación estudiantil: una exigencia de mayor autenticidad y de mayor libertad que inspiraba la rebelión contra el autoritarismo y contra unas estructuras humillantes». ¿De dónde vino, pues, esa traición?  Y, sobre todo, ¿por qué sufrimos todavía sus efectos?

La impresión clara es que somos el único país en el que el 68 no ha terminado todavía. ¿Estáis de acuerdo?
Sapelli. Diría que sí, pero para discutir su actualidad es necesario primero comprender qué fue el 68. Allí confluyeron dos grandes movimientos. Ante todo, la revuelta obrera. Hoy en día los obreros han sido olvidados. No existen. Pero entonces sus reivindicaciones eran sensatas. Tenían condiciones de vida durísimas y salarios bajos. Exigencias justas, por tanto. El problema es que la respuesta fue equivocada, sobre todo por parte de los sindicatos, que no supieron gobernarla y pagan todavía esa incapacidad. Además estuvo el 68 como revolución de las clases medias. Eso de lo que hablaba Pasolini, para entendernos. Fue un fenómeno análogo al que vivimos tras la Primera Guerra mundial. Solo que entonces, como reacción a la Revolución rusa, el mundo giró hacia la derecha. En el 68 los hijos de los burgueses ricos se dirigieron hacia la izquierda.

Has realizado una lectura muy inconformista de ese periodo: has hablado de «gente de izquierdas que hacía cosas de derechas», casi fascistas.
Sapelli. Los jóvenes del 68 tomaron formas políticas inspiradas por Gentile, el teórico del fascismo: primero la violencia y después la idea. En aquella época yo era un joven comunista. O mejor, un católico trotskista comprometido con la Fgci: siempre he estado un poco loco... En cualquier caso, era hijo de obreros: trabajaba, por la noche iba a clase. En Turín estaba Massimo Mila, el musicólogo, que nos hacía escuchar a Mozart con un tocadiscos. Pues bien, una tarde llegaron estos jóvenes y destrozaron todo con patadas e insultos. Le llamaron fascista. A él, que había estado en la cárcel durante años bajo el Duce, ¿comprendes? Yo iba a Milán para asistir a los debates y veía a estos hijos de papá con sus jerseys de cachemira enarbolando retratos de Mao. No, el 68 fue sobre todo un fenómeno burgués. El que mejor lo ha descrito ha sido justamente Pasolini, en su famosa poesía sobre Valle Giulia (lugar de enfrentamiento entre policía y manifestantes romanos; ndr) en el que tomaba partido por los policías, verdaderos hijos de obreros.
Cesana. Es cierto, el 68 fue un fenómeno anti-autoritario pero no revolucionario. Fue una forma de rebeldía de las clases medias y de la intelectualidad italiana. No habría continuado, los jóvenes no habrían tenido fuerza si sus padres no les hubieran apoyado. Y los padres eran los intelectuales laicos y católicos que habían cedido al fascismo y que en el marxismo encontraban su redención. En un determinado momento, esta intelectualidad se rebeló contra la tradición. Contra la tradición del pueblo italiano: católica y, en menor medida, socialista. Este era el perfil cultural. Después se unieron los obreros.

Habéis hablado de anti autoritarismo y de ruptura con la tradición. ¿No desembocaron acaso en una revuelta contra el principio mismo de autoridad?
Sapelli. Allí se había separado la autoridad de la libertad. Esto es indiscutible. La libertad existe sólo allí donde existe la autoridad. Debe servir en relación con el otro, no sólo para ti. Desde este punto de vista, la ruptura iniciada en ese periodo fue terrible. Ha generado una crisis de disolución que continúa en la actualidad.

¿Cuánto había de sinceridad y cuánto de oportunismo en todo aquello?
Cesana. No se pueden hacer juicios morales sobre estos fenómenos históricos. Sobre la sinceridad, cada uno tendrá que vérselas con su conciencia. Yo juzgo los datos de hecho. La intelectualidad italiana, Bobbio y Scalfari por ejemplo, era fascista. Perdió la guerra, y buscó la revancha. Encontró una ocasión ideal en el 68. Pero entendámonos: motivos a favor de una rebelión los había, y muchos. Como médico de empresa trabajé en una acería. Allí vi cosas que hoy resultan increíbles. Había un horno de recocido, en donde las piezas de acero ya modeladas se ponían a 900º para pulirlas. Había allí un tipo que tomaba carrerilla, subía al horno, embragaba la pieza en las cadenas para meterla dentro de nuevo, y después bajaba corriendo para sumergirse en agua fría... Pero habría que hablar también de la escuela de entonces: elitista y conservadora. Yo era hijo de un conductor de tranvías; pues bien, en la facultad de Medicina, era uno de los pocos hijos de obreros que había. Los demás eran hijos de profesores, de intelectuales, y de algún que otro empleado. En definitiva, burgueses. Y cuando les veía, una de las cosas que más me impresionaban era la forma con la que tiraban los libros... Para mí era un despilfarro inexplicable.
Sapelli. Se trataba de una sociedad despiadadamente clasista. Pero lo más extraordinario es que no se rebelaron los excluidos, sino los incluidos. En este sentido era rebeldía de las clases medias. Una rebeldía guiada por activistas políticos a tiempo completo que se autoproclamaron vanguardia revolucionaria.
Cesana. Es una pena que el efecto fuera arrastrar a todos los demás, “todos a una”. En 1976 había en la Universidad de Milán 2.700 matriculados en Medicina: más que todos los matriculados del Reino Unido. De aquellas reivindicaciones ha quedado, como resultado, una serie de derechos: derecho a la plaza, derecho a estudiar lo que quieras... Para entendernos: yo entré en la universidad en 1967. Después de algunos días habíamos ocupado la facultad porque habían suspendido al 90% de los alumnos en el examen de Bioquímica. Cuando terminé la carrera, seis años después, la universidad estaba todavía ocupada. Hubo diez años de desorden general. Y se destruyó la meritocracia, la cultura del mérito. Esas cosas se pagan.
Sapelli. Además hubo violencia. La gente suele decir: no criminalicemos, no generalicemos, etc. Sin el 68, no habría habido terrorismo. El meollo estaba allí. En el “18 político” (aprobado político, ndt) y en aquellos exámenes no muy lejanos de los que hacían los fascistas, con la camisa negra y las pistolas sobre la mesa. También yo recuerdo a gente como Guido Viale, que quemaba los libros diciendo: son los libros de la cultura burguesa. La verdad es que había comenzado una disolución, que es la clave de la situación actual: vivimos todavía una crisis disolutiva del Estado y del orden social.

La clave de todo es la misma: la negación de la autoridad y de la tradición. El rechazo de reconocer algo que está antes que tú.
Sapelli. Se confunde la autoridad con el poder. El poder es obligar a una persona que no quiere hacer algo, a hacerlo. La autoridad es algo bien distinto. El que mejor la ha descrito ha sido Manzoni, hablando del cardenal Borromeo: la autoridad que «se imponía con su sola presencia». Yo soy libre si creo en algo. Si no creo en nada soy nihilista. En el 68 se difundió un nihilismo de masas que todavía respiramos. Es suficiente con mirar la relación padres-hijos, o la relación hombre-mujer. No me refiero a cuestiones como el aborto o el divorcio; me refiero a la pura organización de la vida social. Fue una catástrofe de la que no hemos salido todavía. Pensemos en el tema tan actual del testamento biológico: el médico y el paciente son lo mismo. ¿Dónde queda la autoridad médica? ¿Cómo es posible que sea el paciente el que decide todo? ¿En base a qué puede hacerlo? O el tema del referéndum sobre la energía nuclear. ¿Le parece a usted posible que un ama de casa o un profesor de literatura voten en este asunto? La verdad es que nos hallamos todavía en pleno 68. Y sufrimos la inadecuación de nuestra clase dirigente. Porque la gran diferencia con los otros países fue esta. En Francia, De Gaulle lo frenó rápidamente. En Estados Unidos, donde tenían problemas más serios de los que ocuparse - Vietnam - el caos duró poco. Nosotros éramos un país invertebrado. Todo se vino abajo. Los sindicatos, el asociacionismo (incluido el católico)...
Cesana. Es aquí donde se comprende mejor la grandeza de Giussani, que en 1954 comenzó algo nuevo, porque había comprendido que nada resistiría.

Si hacemos un elenco de las siglas presentes en aquel periodo, todas han desaparecido. Solo queda viva CL, que precisamente en aquellos años renació. ¿Cómo os explicáis esto?
Cesana. Es como si Giussani hubiese tenido que reinventar el cristianismo para poderlo vivir él. Cuando empezó a dar clase, se fue al Liceo Berchet, que era una escuela totalmente laica. Él tenía que responder a las preguntas de los estudiantes para responderse a sí mismo. Yo era de izquierdas, entré en el movimiento en 1971. Hice el recorrido contrario. Un poco porque militaba en la lucha obrera, mucho por motivos personales. Me había enamorado, pero ella no me correspondía, entonces me dije: ¿cómo es posible? Estoy haciendo la revolución para cambiar el mundo, y la única cosa que quiero no la tengo. ¿Dónde está la justicia? Después conocí a don Giussani... Para seguir siendo católicos en un ambiente así también nosotros nos vimos obligados, junto con él, a repensar todo. La forma de juzgar, de intervenir en los diálogos, el lenguaje... Desde este punto de vista fue una experiencia riquísima. Inicialmente, fue también muy problemática: al tener que repensar todo, nuestra preocupación era encontrar un lugar al sol, situarnos. Cuando este problema fue desapareciendo, con la intervención de Giussani en 1975-76, se produjo una explosión. Supuso una valoración nueva de toda nuestra experiencia.
Sapelli.  En este sentido, don Giussani no era un gran teólogo, era un gran educador.
Cesana. Digamos un padre de la Iglesia, una persona preocupada por transmitir a sus hijos lo que él vive.

Lo contrario del 68...
Sapelli. Justamente. Desde el catolicismo que yo conocía, el de ciertos ambientes intelectuales turineses, ¿qué mensaje se mandaba? En aquellos años yo me alejé no de la fe, sino de la práctica religiosa, porque no sentía ningún atractivo. Mi padre era un hombre sencillo, se parecía a aquella campesina con la zanahoria que se encuentra con don Giussani... Él no necesitaba grandes justificaciones. Pero para mí era más complicado: me estaba convirtiendo en un intelectual, leía, criticaba. Para mí, aquella Iglesia era también una Iglesia de testimonio, pero no ejercía sobre mí ninguna fascinación.
Cesana. Como dijo una vez Gustavo Bondanidi de Ugo Spirito: tenía un discurso coherente, pero que no captaba. Podías apreciar la dedicación de algunas personas, o la intuición de otras, pero no te impresionaba. Con Giussani no podías permanecer indiferente: o te adherías o lo rechazabas.

A propósito de educadores, hay otro aspecto que sale perjudicado por la idea de romper con la tradición: si quemas los puentes con el pasado, ¿no eliminas la posibilidad de utilizarlos en la relación con las personas que vendrán después? Resumiendo: la crisis educativa de hoy, ¿no hunde sus raíces en aquellos años?
Sapelli. Ésta era una de las cosas que más me sacaba de mis casillas. ¿Cómo se puede hablar de cultura burguesa o de cultura proletaria? ¿Goethe qué es: cultura burguesa o proletaria? ¿Y Thomas Mann? No podíamos leer a Stendhal y afines. ¿Cómo es posible esto? Este concepto de la “cultura burguesa” está todavía vivo en la actualidad. Basta con leer los manuales que utilizan los chicos hoy en día: no existe ni una sola fecha. Y en esto sí que hay un elemento de rechazo de la tradición. Pero forma parte del rechazo de los padres.

Y el rechazo de los padres, ¿no impide a su vez ser padres, educar?
Sapelli. No lo sé. Con toda seguridad en aquel momento se perdió el control. No controlaban nada. Era como la afirmación de un ego desmesurado. Incluso el narcisismo, que por otro lado es un elemento de una sociedad en crisis como la nuestra, hunde sus raíces allí. Y es un dato tan imponente como el nihilismo. Basta con ver la televisión, los reality show, los talk show: hay gente que haría cualquier cosa con tal de estar allí.
Cesana. Es verdad. Antes, la idea de hacer una cosa similar nos habría avergonzado de forma increíble. El principio de la dedicación al ideal era más fuerte. El ideal estaba antes que tú. A veces con un cierto matiz de hipocresía, pero estaba.
Sapelli. Lo que, en el fondo, constituye una nueva confirmación de que se trataba de un movimiento burgués. Lo que me desconcierta, sin embargo, es que no se puede hacer un razonamiento sereno, un análisis. Dices estas cosas y se te oponen inmediatamente: eres un enemigo, te estás haciendo de derechas...

Pero incluso este esquematismo derecha-izquierda, esta invasión de la política hasta el punto de tener que encasillar todo, ¿no es otro lastre de aquellos años?
Sapelli. Sí, es lo políticamente correcto. Hasta esto viene de allí. O mejor: allí comienza a difundirse como ideología de masa. Es un rechazo de la libertad, ¿no?

Acabas de pronunciar una palabra clave: libertad. En el 68, a partir de todo lo que habéis dicho, se puede decir que se utilizó mal. En la actualidad corremos el mismo riesgo. ¿Hay algo que ayude a no desperdiciar la libertad? ¿Existe algo que nos permita recuperarnos del vacío en que nos hallamos como consecuencia de esta situación?
Sapelli. Desde un punto de vista personal, sí. Existe un “Dios escondido” que está ahí, como decía Pascal. Basta con verlo. Pero desde el punto de vista social no podemos ser optimistas. Tal vez la enseñanza sea que es necesario partir siempre del cambio micro, no del macro.
Cesana. Muy evangélico, esto: si no sois fieles en lo poco...