01-03-2008 - Huellas, n. 3

Eutanasia

Cuestión de
vida o muerte

En su momento, alumna del profesor Veronesi, se declaró a favor del “derecho a morir” y del testamento biológico. Luego, en la vida de la oncóloga Sylvie Ménard entró otra enfermedad, la suya. Cara a cara con una mujer que, ante los hechos, ha cambiado corazón e ideas, y defiende ahora los derechos “verdaderos” de los demás

a cargo de Matteo Forte

«Lo incurable no es la enfermedad, sino la vida». Sylvie Ménard lo tiene muy claro, con 64 años, casada y con un hijo, es oncóloga en el “Instituto dei Tumori” de Milán.  Para ella, cuya opinión sobre la eutanasia cambió cuando supo que tenía cáncer de huesos, la enfermedad no se puede separar de la humanidad del paciente, de sus esperanzas. Ménard forma parte de una comisión de médicos enfermos promovida por el Ministerio de Sanidad para «humanizar la medicina», y cree que no se puede curar el dolor prescindiendo de ese anhelo de vida que todo hombre lleva consigo desde que nace. Un anhelo de vida que se puede agudizar ante el diagnóstico de un cáncer. El afecto por la familia, redescubierto frente a la experiencia del sufrimiento, y el verde de las plantas que dan color a su despacho, son signos de ese anhelo. Mientras charlamos con ella recibe la llamada de una paciente preocupada. Ella la tranquiliza: «Escuche lo que le dice su hijo, una madre siempre tiene que escuchar lo que le dice su hijo». Y luego, «Tiene que mantener alta la moral, si no las medicinas no le van a servir de nada». Esta llamada que interrumpe nuestra conversación confirma en vivo las respuestas que nos estaba dando, es como el manifiesto de sus razones.

Doctora Ménard, usted estaba a favor de la eutanasia. Ahora está en contra. ¿Por qué?
Yo fui alumna del profesor Veronesi, al que considero un gran maestro. Él siempre ha estado a favor de la eutanasia, hasta el punto de ser el impulsor del testamento biológico –en virtud del cual defiende que cuando uno está bien, tiene derecho a decir cómo quiere morir– y siempre he estado completamente convencida de que debemos decidir nuestra suerte. Pero, cuando me puse enferma, cambié radicalmente de postura.

¿Qué ha pasado?
En primer lugar, me di cuenta que, cuando uno enferma, la muerte deja de ser algo virtual –la muerte de los demás–; se convierte en algo que acompaña la vida día a día; uno la siente cercana. Y cuanto más cercana la percibe, más se dice: «Voy a hacer todo lo posible para vivir el mayor tiempo». Mientras que antes decía con facilidad: «Encarnizamiento terapéutico, o estas medicinas de las que nada se sabe… por Dios, yo no quiero eso». En cambio hoy cualquier cosa me vale si implica una nueva posibilidad de vida. Aunque también digo: «No quiero tener dolor». Tengo derecho a aliviarlo.

El “derecho a no sufrir” es el argumento principal de los que defienden la eutanasia. ¿Por qué para usted no es una justificación válida?
En lugar de inducir al paciente a que pida la eutanasia porque sufre, lo mejor sería conseguir que no sufriera. Además, en los últimos años la terapia del dolor ha progresado considerablemente. Por lo general, se dice sí a la eutanasia por dos motivos: primero, porque no se quiere acabar en una cama siendo completamente dependiente de los demás para todas las funciones fisiológicas: comida, aseo, etc. La vida se considera digna mientras uno es autosuficiente, cuando uno ya no lo es, se revindica la «dignidad de la muerte», lo caul es terrible. Sería como decir que «todos los que no son autosuficientes y están inmovilizados en una cama, muchos de ellos sufriendo, tienen una vida “indigna”». Y entonces les facilitamos la muerte para devolverles su dignidad. Además de ser algo terrible, esto conlleva un riesgo: que semejante derecho se convierta en un deber.

¿En qué sentido?
Una persona que piensa que es un peso para su familia porque no es autosuficiente, sabiendo que existe la eutanasia, podría llegar a considerar como un deber aligerarles la carga. Esto va mucho más allá de lo que se considera humanitario, de eso que se llama “libertad para hacer lo que uno quiera”. Yo no soy libre de coger un martillo y darte con él en la cabeza, luego no es cierto que seamos libres para hacer lo que queramos. Segundo problema: muchas veces el paciente, precisamente porque siente que es un peso y le duele mucho, se deprime. La depresión es algo que, en mayor o menor medida, todos los enfermos experimentan, antes o después. Darles una hoja mediante la cual autorizan al médico a que les quite de en medio, es como dar un empujón al primero que te encuentras asomado a un puente, en lugar de agarrarle para que no se precipite.

Los que revindican el derecho a la eutanasia le dirían: «Sí, pero es algo que uno elige libremente. Ahora usted ha decidido vivir, pero ¿por qué negar que otros puedan elegir lo contrario?».
Yo creo que nadie en su sano juicio quiere morirse. El deseo de morir es contrario a la naturaleza humana. El instinto de conservación y de supervivencia es siempre más fuerte, el deseo de vivir prevalece. El derecho a morir no tiene sentido para el hombre. Ningún tipo de depresión o sentimiento de inutilidad o sufrimiento, es motivo suficiente para pedir la muerte; se trata de situaciones que son potencialmente reversibles. Lo incurable no es la enfermedad, sino la vida. De esta vida nadie sale vivo. Algunos dicen que, si sólo nos quedara un mes de vida, no tendría sentido vivir ni siquiera ese mes; pero si no merece la pena por un mes, tampoco lo merecería por dos. Si seguimos por ahí acabaríamos matando a todos los niños: total, van a acabar muriéndose, son incurables, ninguno de ellos va a superar los dos siglos. Pero si me quedan tres días, ¿por qué no voy a vivirlos? Tres días valen lo mismo que tres mil veces tres días. Si tengo una familia y percibo su afecto a mi alrededor, ¿por qué voy a perder estos tres días? Incluso si uno no está en plenitud de facultades y no puede levantarse porque está tendido en una cama, pero sigue contando con el afecto de sus familiares, en mi opinión, incluso en esas condiciones, merece la pena vivir.

¿Luego no es cierto que la mayoría de los médicos sean favorables a la eutanasia, como algunos pretenden hacernos creer?
Comencemos por decir que entre los que se manifiestan a favor de la eutanasia hay diferentes tipo de médicos. La opinión de un anatomopatólogo, que sólo ve trozos de pacientes muertos, podría equipararse a la de cualquier otro hombre que pase por la calle. La opinión que nos interesa es la de los especialistas en cuidados paliativos y la de los que asisten a los pacientes en fase terminal. De estos médicos, al menos los que yo he conocido, ni tan siquiera uno está a favor de la eutanasia. Una paliativista, que se dedica a esto desde hace quince años, me decía: «el paciente que se acerca al final de su vida lo que necesita es estar acompañado hasta el momento final, haciendo todo lo posible para que no sufra, para que llegue serenamente a la muerte». En una sola ocasión un paciente le pidió que le ayudase a morir. ¡Sólo uno! Por lo tanto, no es cierto que el paciente terminal desee morir, para nada. Recientemente, se presentaron en un congreso los resultados de una encuesta que el gobierno canadiense había encargado a un oncólogo para valorar la necesidad de elaborar una ley sobre la eutanasia. La encuesta puso de manifiesto que muy pocos pacientes terminales están a favor de la eutanasia, la consideran algo inútil, que no tiene sentido. Los que están a favor, lo están para el de la cama de al lado, defienden el derecho del otro, pero no lo quieren para sí. Por si fuera poco, los que en la primera entrevista estaban a favor, en la segunda ya habían cambiado de opinión, dependiendo de su estado de ánimo. Si yo hubiera tenido que escribir el testamento biológico hace tres años, habría dicho unas cosas; cuando me dieron el diagnóstico habría dicho otras; y ahora digo otras diferentes. Para el que está sano, la muerte es algo teórico, es algo que les sucede a los demás. Los que estando sanos se pronuncian sobre la eutanasia, en realidad no tienen ni idea de lo que pensarían en caso de estar enfermos.

El tema del testamento biológico nos lleva directamente al caso de Eluana Englaro, la chica de Lecco (Italia), en estado neurovegetativo, sobre la que se ha pronunciado hace poco el Tribunal de Casación (correspondiente en España al Tribunal Supremo [n.d.t.]) facilitando los criterios con los que juzgar lícita o no la interrupción de su alimentación.
También he leído la entrevista a las amigas de Eluana en la que cuentan que en una ocasión, al ver a uno que iba en silla de ruedas, ella dijo: «Yo nunca podría vivir así». No es cierto que no se pueda vivir así, la prueba está en la cantidad de chicos que, tras un accidente, se quedan en silla de ruedas y hacen su vida en silla de ruedas con mucho valor y resignación. No es cierto que no sea una vida digna. ¡Venga ya!, ¡eso no es más que la vanidad del que está sano!

¿Cómo dice?
Cuando uno se encuentra en esa situación, reconoce que debe hacer cuentas con lo que le ha pasado. Ninguno de nosotros desea que le pase eso, igual que nadie que esté mentalmente sano desea la muerte, pero cuanto más se acerca el momento de la muerte, más va cambiando uno de opinión; ahora yo revindico el derecho a vivir ¡no el derecho a morir! Estoy dispuesta a luchar para poder decir que el paciente tiene derecho a cualquier terapia que necesite, incluyendo la terapia del dolor, porque lo contrario sería omisión de socorro. Cuando todos tengamos ese derecho, cuando el acompañamiento en la enfermedad alcance a todos –no en forma de dinero para la familia, sino mediante el apoyo de personal competente, comprensivo y humano– sólo entonces se podría eventualmente debatir la cuestión de la eutanasia. A la medicina no se le pide que cure la enfermedad sino que cure al paciente. Si un paciente me pide la muerte, significa que yo no he cumplido con mi deber como médico. En Holanda, donde creo que la eutanasia es legal desde hace cinco años, diez mil pacientes piden anualmente morir. Diez mil, una hecatombe, una sociedad en la que diez mil pacientes piden cada año la muerte anticipada ya no es una sociedad civilizada.

Antes se ha referido a los cuidados paliativos, ¿puede explicarnos de qué se trata?
Los cuidados paliativos intervienen cuando desgraciadamente el paciente ya no tiene curación para su enfermedad. Son cuidados para la persona, no para la enfermedad. Pueden eliminar el dolor, pero también pueden simplemente permitir que el paciente pueda respirar mejor. Puede tratarse de un tratamiento antiinflamatorio que permita que la masa tumoral oprima menos. Puede ser, básicamente, cualquier cosa que mejore la calidad de vida del paciente en fase terminal. Cuando se acompaña al paciente con terapias de este tipo, este se va apagando poco a poco.

Volvamos al caso Englaro…
Me gustaría saber quién es el que está tan convencido, tan seguro de que las ondas cerebrales que aparecen en el monitor no son vida. El que no está muerto tiene ondas cerebrales, en esto la medicina está de acuerdo. Por lo tanto el problema tiene que ver con esas ondas. ¿Qué neurólogo puede decir que «estas ondas no son dignas»? ¿Quién sabe si no estará pensando en cosas maravillosas que no está viviendo, en otro mundo, en algo placentero y válido? Yo no tengo la respuesta, y no creo que nadie la tenga. Para nosotros “digno” e “indigno” corresponden siempre a “podemos”, “estamos en plena forma” o no. ¿Se puede decir que no es “digno” sólo porque el paciente ya no puede hablar con nosotros ni con su familia o porque ya no tiene reflejos? No lo sé. Para mí es menos digna la enfermera absentista o el médico que deja a ese paciente en ese estado. He visto fotos de Eluana y no parece una persona que esté sufriendo. Dicen que está en estado vegetativo, pero sintiéndolo mucho, los vegetales no tienen ni cerebro ni ondas cerebrales. Eluana está en estado vegetativo para los que la miramos, para los que nos basta que no responda para decir que es un vegetal. En mi opinión, mientras haya ondas cerebrales podemos hablar de vida. Uno no deja de ser digno sólo porque necesite asistencia. No hay vergüenza, no hay motivo para decir: «No lo soporto». Para mí no es más que orgullo: «No podría soportar no tener autonomía para mis necesidades fisiológicas». Pero, ¿estamos de broma? ¿Tienes tanto orgullo que no aceptarías para ti semejante estado? ¿Pero quién te crees que eres? Puede que tú no lo soportaras pero hay mucha gente que sí lo hace; hay enfermos de esclerosis lateral amiotrófica que escriben libros con los párpados. Tenemos que reconocer que son valientes como leones. Pero aceptar la eutanasia sería como darles una bofetada. Sería poco menos que decirles: «Vuestra vida no es digna. Nosotros, que lo sabemos todo y tenemos de todo, preferiríamos la muerte antes que vivir como lo hacéis vosotros». Me parece inhumano. ¿Os dais cuenta? Hemos partido de un derecho, pero poco a poco llegamos a cosas alucinantes e inhumanas. Sobre todo inhumanas.

¿A qué se dedica en la actualidad?
Formo parte de un equipo de personas que está afrontando un problema: cómo humanizar la medicina. Con los años, la medicina se hace más tecnológica y el médico se especializa cada vez más. El resultado es que muchas veces no se ve al paciente como tal, sino como muchos trozos. Lo que falta es lo que une todas las piezas. Al paciente, con sus preocupaciones y sus preguntas, se le abandona. El Ministerio ha pedido a un grupo formado por médicos enfermos, que pueden contemplar el sistema sanitario desde los dos puntos de vista –el del médico y el del paciente–, que determinen cuáles son las carencias que pueden subsanarse y cuáles, por el contrario, son estructurales. Pensemos, por ejemplo, en alguien que tiene que elegir dónde quiere que le traten para tener más probabilidades de vivir. En esto al paciente se le deja completamente solo. Queriendo encontrar lo mejor, no tiene más remedio que fiarse del boca a boca entre sus amistades para intentar aferrarse a algo real. Para muchos pacientes, entre los que me encuentro, el miedo a no haber hecho lo mejor es una fuente de estrés. El Ministerio de Sanidad debería tener una lista de centros especializados, con el número de casos tratados e indicaciones sobre la calidad del tratamiento. Ésta es una de las cosas que proponemos. También proponemos que la cuestión se afronte con seriedad ya desde la Universidad. Un estudiante de Medicina debe ser un buen comunicador. Hay médicos que nunca miran a la cara a los pacientes. El paciente ingresado tiene derecho a tener, al menos una vez al día, una conversación con su médico; si esta visita se produce de manera humana, el paciente estará sereno durante las otras veintitrés horas y cincuenta y cinco minutos sin el médico. Todo esto parece obvio, pero lo es aún más cuando uno lo vive. La humanización y la eutanasia parecen cosas diferentes pero en realidad van unidas. Con una medicina verdaderamente humana no se plantea el problema de si el paciente quiere vivir o morir. Este problema no debería plantearse.