01-03-2008 - Huellas, n. 3

In memoriam

Una fuerte sensibilidad  por la verdad
El día 8 de enero partió de este mundo D. Mariano Herranz Marco, profesor de Hebreo y exégesis del Nuevo Testamento en el Seminario de Madrid. Culminaba así una vida apasionada por Cristo y el estudio de los evangelios, como las fuentes más fiables sobre su vida y enseñanza. Tras haber sufrido una grave parálisis vivió 19 años de límite y sufrimiento que, misteriosamente, fue la etapa más fecunda de su vida. Dos de sus discípulos predilectos recuerdan al maestro

José Miguel García

Mi relación con D. Mariano Herranz comenzó en los años de Seminario, cuando enseñaba Hebreo a los seminaristas del primer año de los estudios teológicos; aunque la grandeza de su magisterio se desveló en los años en que impartió exégesis del Nuevo Testamento. Sus lecciones despertaron en mí un vivo interés por las Sagradas Escrituras, y acabados los cursos sistemáticos decidí especializarme en la interpretación de los evangelios, de modo especial en los sinópticos. Para ello, acompañado de algunos amigos, fui a L’École Biblique de Jerusalén, la escuela fundada por el Padre dominico M.J. Lagrange. De vuelta en Madrid, el trabajo de la redacción de la tesis doctoral favoreció la relación asidua con D. Mariano, que seguía con atención la génesis de dicho trabajo. Siempre sus consejos y correcciones fueron de una utilidad enorme.

La época más fecunda
de su vida

Después de la defensa de mi tesis, mi obispo decidió nombrarme en 1985 capellán de la Universidad Autónoma de Madrid, y mi dedicación al estudio prácticamente se redujo a leer de vez en cuando alguna publicación reciente. Por aquellos años D. Mariano Herranz sufrió la gran pérdida de la hermana que vivía con él, lo que le sumió en una gran tristeza y una cierta apatía respecto al estudio exegético. Poco tiempo después, en 1989, sufrió una trombosis; la mitad derecha de su cuerpo quedó paralizada y perdió la visión de un ojo. Curiosamente su cerebro quedó intacto. Aquel mazazo parecía suponer el final de su vida dedicada a la investigación y al estudio. Con la ayuda de algunos universitarios, que le llevaban tres veces por semana a la clínica para su recuperación, y la gran experiencia de Jone Echarri en fisioterapia neurológica conseguimos no sólo que volviera a caminar sino también a reiniciar el trabajo exegético, iniciando así la época más fecunda de su vida.

Ante sus ojos atentos
y apasionados

Su principal método de estudio ha sido la recuperación del sustrato semítico de la tradición evangélica como ayuda para resolver todas las oscuridades o estridencias redaccionales que contienen los evangelios. Seguramente el primer paso que debe dar una buena exégesis es identificar estas anomalías de redacción o de sentido. Para ello es necesario leer con atención el texto griego, evitando caer en una lectura rápida y superficial, que impide percibir las extrañezas. Si D. Mariano había dado siempre prioridad al estudio atento e insistente del texto sagrado, su incapacidad para leer con facilidad los libros exegéticos a causa de su hemiplejia, le obligó a utilizar con insistencia los evangelios griegos, que llegaron a ser su único material de estudio.  Leía una y otra vez los relatos, observando con detalle la redacción y el contexto, de modo que a sus ojos atentos y apasionados aparecían detalles, dificultades y contradicciones, que a otros pasaban inadvertidos.

Una elemental consideración
Tras identificar estas oscuridades o estridencias redaccionales intentaba explicar cómo pudo nacer el extraño texto griego que tenemos delante. Y puesto que ante todo eran problemas que surgían de la redacción del texto, se esforzaba por hallar una solución lingüística o filológica, que en el caso de los evangelios tiene que ser necesariamente bilingüe, es decir, greco-semítica.
Porque una elemental consideración frente a determinados textos evangélicos debe ser la de que es inconcebible que un hombre que redactó directamente en griego dejase escritos pasajes de uno o varios versículos en un griego oscuro, que se resiste a toda traducción e interpretación, o que es claro en su significado pero con un sentido que resulta totalmente incomprensible e inaceptable.
Buen ejemplo de este estudio filológico son los libros publicados en la colección Studia Semitica Novi Testamenti que él dirigía. En ellos, no obstante, no se intenta probar el origen semítico de los evangelios, sino buscar luz sobre los muchos pasajes oscuros en el griego recurriendo a la hipótesis de que estas rarezas y anomalías del griego se deben a mala traducción de un original semítico.

Una explicación razonable
Una pregunta que me hacen frecuentemente es la siguiente: «Si los evangelios nos han llegado escritos en griego, ¿cómo se puede afirmar que la tradición evangélica fue compuesta en arameo?». Ante todo no debemos olvidar que Jesús y los apóstoles, primeros propagadores del cristianismo, eran judíos de Palestina, de lengua y mentalidad semíticas. Es normal suponer que el arameo marcó la formulación de esta tradición. De hecho, desde el siglo XIX, muchos estudios sobre la lengua de los evangelios han señalado no pocos casos de mala traducción de vocablos o expresiones arameas, mostrando cómo el texto griego que tenemos sólo resulta claramente inteligible leyendo tras él un original arameo (o hebreo). Dichos estudios no son lucubraciones o imaginaciones fantásticas, sino que intentan traducir el texto griego, que a veces entraña una extrañeza inexplicable desde la gramática griega. Por tanto, este método de estudio parte siempre de los evangelios griegos que nos han llegado. Es la lectura atenta del texto evangélico griego la que hace surgir la pregunta perpleja: ¿cómo es posible que autores griegos hayan escrito en su propia lengua de forma tan estridente o anómala? La única explicación razonable, como muestran esos estudios, es apelar al influjo de la lengua semítica que está en el origen de la tradición evangélica. Es más, la validez de este recurso al arameo queda patente cuando explica la anomalía o construcción extraña griega y hace aparecer un texto con un sentido claro e inteligible. Y como recuerda uno de los mayores especialistas del griego del NT, W.F. Howard, si la lengua aramea explica una clara incorrección en griego, debemos reconocer la existencia de un original semítico1. Por lo demás, es lógico que en el paso del arameo a la lengua griega se dieran errores de traducción, bien por un literalismo excesivo, bien por una incomprensión no totalmente adecuada de lo escrito en una lengua fundamentalmente consonántica.

El valor histórico de los evangelios
D. Mariano estaba convencido de que la cuestión del origen semítico de los evangelios es capital para demostrar su valor histórico y salir del escepticismo en el que ha caído tanta exégesis moderna. Curiosamente, sin embargo, la decisión de estudiar el sustrato semítico de los evangelios no fue una elección reflexionada. Ciertamente estuvo favorecida por la magnífica preparación en lenguas semíticas que había adquirido desde que era un joven sacerdote, pero fue sobre todo la imposibilidad de consultar con facilidad las publicaciones exegéticas, dada la pobreza de las bibliotecas españolas de sus años de estudio, lo que le llevó a elegir un método que no requiriera el recurso constante a dichas publicaciones. Para estudiar el sustrato semítico de los evangelios no era preciso consultar muchos libros, sino el estudio atento y apasionado del texto griego.
Al estudio de las lenguas semíticas, además del tiempo dedicado al aprendizaje del hebreo en el Seminario, dedicó más de diez años, siendo joven sacerdote (véase el apartado).

Obras escritas por testigos
D. Mariano Herranz no sólo estaba convencido de este origen semítico de la tradición evangélica, sino incluso defendía que la fuente de los dichos de Jesús, los evangelios de Marcos y Juan, y las fuentes propias utilizadas por Lucas y Mateo estaban redactadas en arameo. Numerosos pasajes evangélicos estudiados en los libros de la colección Studia Semitica Novi Testamenti así lo testimonian. Ahora bien, si estos evangelios o fuentes utilizadas para su redacción fueron escritos en arameo, debemos concluir que fueron compuestos en Palestina, para uso de las primeras comunidades provenientes del judaísmo. Es decir, en fechas muy cercanas a los acontecimientos que narran. Nos encontramos ante obras escritas por testigos, por tanto de una fiabilidad histórica total, pues no ha habido tiempo para que la memoria del Jesús histórico se haya debilitado o, lo que es peor, haya sido modificada por influjo de las religiones helenísticas.

La pretensión única de Jesús
De igual modo, parece imposible atribuir la divinización de Jesús a la relectura de sus palabras y obras que la comunidad cristiana realizó bajo el influjo de las divinidades o héroes griegos u orientales. Si la redacción de los evangelios tuvo lugar en Palestina, el influjo de las religiones orientales y helenísticas era imposible, pues el judaísmo rechazó de forma tenaz cualquier simbiosis o adaptación de su fe a la concepción politeísta pagana. En el judaísmo siempre se consideraron aberrantes y abominables las prácticas religiosas paganas. Por tanto, la causa de la divinización de Jesús no puede estar en esta simbiosis que tantos exegetas conjeturan. Si sus discípulos, judíos radicalmente monoteístas, le confesaron como Dios desde el inicio, sólo puede deberse a la pretensión que manifestó el mismo Jesús y a los hechos que confirmaron tal pretensión. En los evangelios no tenemos mitificación, sino testimonio de lo que algunos hombres vieron, oyeron, tocaron y experimentaron.

Nota
1 Cf. J.H. Moulton-W.F. Howard, A Grammar of New Testament Greek, II, Edinburgh 1920, 16.