01-04-2008 - Huellas, n. 4
Documentos   Benedicto XVI / Jesús de Nazaret - 6

Los milagros de Jesús (I)
Sexta entrega para profundizar en el libro del Papa. Los contemporáneos de Jesús sólo tenían una alternativa ante los milagros de Jesús: reconocerlos como verdaderas obras de Dios o rechazar esta posibilidad e intentar otra explicación. Los discípulos los aceptan; sus adversarios los consideran obras de hechicería. El que no se niegue su realidad es prueba histórica de que Jesús realizó obras prodigiosas

José Miguel García

En el libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI no dedica ningún capítulo al estudio de los milagros, alude a alguno de ellos de pasada, sobre todo cuando estudia las grandes imágenes del evangelio de san Juan en el capítulo octavo. No obstante, una buena parte de los relatos de la vida pública de Jesús son exorcismos y curaciones milagrosas. Este poder taumatúrgico de Jesús ha producido siempre una fuerte atracción en el lector u oyente de los evangelios. La fascinación que suscita el poder milagroso de Jesús queda perfectamente reflejada en los motivos artísticos que encontramos en los lugares de reunión de la asamblea cristiana; tanto en las pinturas de las antiguas catacumbas como en los mosaicos de las espléndidas basílicas, los milagros siempre se hayan entre las representaciones preferidas. Un buen ejemplo son los mosaicos de la nave central de la basílica de Monreale (Sicilia), donde el visitante puede hacer memoria de los milagros más significativos de Jesús recorriendo las diferentes escenas representadas. Por eso, cuando el pueblo cristiano escucha o lee afirmaciones que cuestionan la veracidad histórica de los milagros, percibe dicha posición como extraña, como contraria a su fe.

Una cuestión capital
Parte de la exégesis moderna considera carente de importancia que Jesús obrara milagros. Según estos autores, la fe cristiana no se basa en la historicidad de los relatos de milagros, sino en la predicación de la Iglesia apostólica; por tanto, carece de importancia saber si tales hechos sucedieron realmente o son simples creaciones literarias. Lo único que importa es aceptar lo que la comunidad cristiana creía, lo que ella anunciaba a través de estos relatos. Ahora bien, el Evangelio, la predicación cristiana, no consiste en un enunciado de verdades religiosas abstractas, como las que tenemos en otras religiones, sino la proclamación de que Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret y ha realizado la salvación de los hombres a través de su muerte y resurrección. Hace muy pocos años lo recordaba don Giussani en estos términos: «La cuestión capital del cristianismo hoy día es identificarlo con un Hecho –el Acontecimiento de Cristo– y no con una ideología. Dios ha hablado al hombre, a la humanidad, no con un discurso que en último término pueda ser un hallazgo de filósofos o intelectuales, sino como un hecho acaecido del que se tiene experiencia»1.
Por ello, afirma Mariano Herranz, «la renuncia programática a toda investigación histórica sobre los milagros que, según los evangelios, obró Jesús contradice la esencia de la predicación cristiana… Naturalmente no podemos probar con los medios de la investigación histórica que Dios nos redimió en la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret; la aceptación de esta verdad pertenecerá siempre a la decisión de la fe. Pero la índole especial de la predicación cristiana nos autoriza a preguntarnos por la historia de Jesús, por lo que realmente hizo y enseñó. Y no hay motivos para sentirnos demasiado pesimistas. Las cuestiones históricas más importantes en torno a la persona y la vida de Jesús se pueden resolver con cierta seguridad»2.

El rechazo de los milagros de Jesús
El ataque a la historicidad de los milagros comenzó a finales del siglo XVIII. Hoy nos cuesta trabajo creer que los primeros críticos de los evangelios, que se presentaban como defensores de los derechos de la razón y la ciencia frente a una fe que consideraban credulidad ingenua, escribieran animados de una sincera buena voluntad. En ellos encontramos afirmaciones rotundas, sin apenas datos para formularlas; más debidas, por tanto, a prejuicio ideológico que a un estudio atento. Emblemáticas son estas palabras con las que E. Renan prologaba la decimotercera edición de su famosa Vida de Jesús: «Que los milagros referidos por los Evangelios no han tenido realidad, que los Evangelios no son libros escritos con la participación de la Divinidad no son para nosotros el resultado de la exégesis; son anteriores a ella. Son fruto de la experiencia que nunca ha sido desmentida. Los milagros son de esas cosas que no ocurren nunca; sólo las gentes crédulas creen verlos; no se puede citar uno sólo que haya ocurrido ante testigos capaces de comprobarlo; ninguna intervención particular de la Divinidad ni en la confección de un libro ni en ningún otro acontecimiento ha sido jamás probada. Desde el momento en que se admite lo sobrenatural, se está fuera de la ciencia, se admite una explicación que nada tiene de científica, una explicación de la que prescinden el astrónomo y el físico, el químico, el geólogo, el fisiólogo, de la que el historiador debe también prescindir. Rechazamos lo sobrenatural por la misma razón que nos hace rechazar la existencia de los centauros y los hipogrifos: esta razón es que nunca se ha visto ninguno. No es porque me haya sido previamente demostrado que los Evangelistas no merecen crédito por lo que rechazo los milagros que cuentan. Es porque cuentan milagros por lo que digo: “Los Evangelios son leyendas; pueden contener historia, pero ciertamente no todo en ellos es histórico”»3.

¿Interpretación mítica?
¿Cómo explicar, entonces, la presencia de estos relatos en los evangelios? Las explicaciones ofrecidas pueden reducirse sintéticamente a dos: la racionalista y la mítica o legendaria. Según la interpretación racionalista, tras los relatos milagrosos de los evangelios se esconden hechos que originariamente no tenían nada de prodigioso. En la multiplicación de los panes, por ejemplo, lo que sucedió fue simplemente que los apóstoles convencieron a un muchacho, que llevaba cinco panecillos de cebada y dos peces, para que repartiera sus provisiones con otros; el ejemplo cundió, y los demás repartieron también sus panes, hasta que toda la multitud se sació. Esta interpretación racionalista introduce en el texto evangélico una serie de cosas que no dice o lo manipula caprichosamente. Por este motivo, D.F. Strauss, a principios del siglo XIX, en su Vida de Jesús examinada críticamente, ofreció la denominada interpretación mítica o legendaria. Su punto de partida sigue siendo la imposibilidad de lo milagroso, pero explica estos relatos no como desfiguraciones de hechos no milagrosos, sino como composiciones literarias a partir de relatos semejantes –que naturalmente él considera no históricos– contenidos en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, considera la multiplicación de los panes un relato compuesto por los primeros cristianos siguiendo el modelo de los relatos sobre el maná de Moisés o del pan milagroso de que hablan las narraciones sobre Elías y Eliseo. De este modo, los cristianos presentaban a su Mesías como dotado de iguales o mayores poderes que los profetas del Antiguo Testamento.
En la actualidad, ha sido prácticamente abandonada la interpretación racionalista; a lo sumo persiste en la literatura sensacionalista, que no repara en resucitar viejos tópicos por ignorancia o por insolencia. La interpretación mítica, en cambio, se mantiene viva, aunque con algunos retoques. A nuestro juicio, la mejor crítica que se puede hacer a esta hipótesis es el estudio científico de los documentos históricos que tenemos.

Los testimonios
extra-evangélicos

Con frecuencia se ha utilizado como objeción a la historicidad de los milagros de Jesús el hecho de que estos hechos estén narrados en obras escritas por cristianos; suele considerarse tales escritos como propagandísticos y, por tanto, parciales, no objetivos. Otra cosa sería si los testigos no fueran cristianos. Pero, ¿existen testimonios fuera de los evangelios sobre los milagros de Jesús? Ciertamente sí. En primer lugar tenemos el famoso “testimonio flaviano”. En su obra Antigüedades Judías, Flavio Josefo alude a Jesús de Nazaret en estos términos: «Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si se le puede llamar hombre. Fue autor de obras increíbles y el maestro de todos los hombres que acogen la verdad con placer y atrajo a muchos judíos y también a muchos paganos. Era el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en cruz por instigación de las autoridades de nuestro pueblo, sus anteriores adeptos no le fueron desleales. Porque al tercer día se les apareció vivo, como habían vaticinado profetas enviados por Dios, que anunciaron muchas otras cosas maravillosas de él. Y hasta el día de hoy existe el linaje de los cristianos, que se denominan así en referencia a él» (18,63s). Desde hace siglos se discute sobre la autenticidad de esta información, pues, aunque contiene expresiones típicas de Josefo, se leen en ella algunas frases claramente cristianas; dado que Josefo murió siendo judío, en modo alguno dichas expresiones pueden atribuirse a su pluma. Por ello, la mayoría de los estudiosos reconoce que algún copista cristiano retocó una noticia más sobria que contenía el texto original de Josefo. Por lo que a nosotros respecta, los estudiosos están de acuerdo en reconocer como original la referencia a las obras prodigiosas de Jesús. Es decir, el historiador judío Flavio Josefo afirma que Jesús realizó milagros. No obstante, el hecho de que este autor judío residiera en Roma desde el año 70 hace sospechar que sus fuentes informativas pudieran haber sido cristianas. Si esto se probara, su testimonio no podría considerarse totalmente independiente del que tenemos en los evangelios.

¿Obras de un hechicero?
Una fuente histórica que ciertamente es independiente de los documentos cristianos es el Talmud de Babilonia. En el tratado Sanhedrín, al comentar un texto de la Mishná donde se describe cómo el reo de blasfemia o herejía debe ser llevado a lapidar, se lee: «En contra de esto se dice: “La víspera de la Pascua fue colgado Jesús. Cuarenta días antes, el pregonero había gritado: Es sacado a lapidar porque ha practicado la hechicería y ha seducido y descarriado a Israel. Quien tenga algo que decir en su defensa, venga y lo diga. Y como nada fue presentado en su defensa, fue colgado la víspera de la Pascua”. Ulla respondió: “¿Crees que era necesario buscar para él una defensa? Era un seductor, y el Misericordioso dice: No te apiadarás de él ni ocultarás su culpa. Pero en Jesús la situación era distinta, pues estaba cercano al gobierno”» (bSanh 43a). Este pasaje pertenece a una obra escrita por judíos que rechazaron el anuncio cristiano. Según este testimonio, Jesús fue condenado justamente por el tribunal del gran Sanhedrín a causa de dos delitos, uno de los cuales es descrito con la expresión “practicar la hechicería”. Aquí se usa una fórmula muy semejante a la usada en los evangelios por los adversarios de Jesús, cuando le acusan de pacto con Beelzebul (Mc 3,22; Mt 12,24-27). Pero diciendo que Jesús practicó la hechicería o tuvo pacto con Beelzebul se está reconociendo que realizó obras que llamaron la atención por su carácter extraordinario. Los discípulos de Jesús vieron en ellas milagros auténticos; sus adversarios las consideraron obras de hechicería. Ahora bien, «el que tales obras no se nieguen –afirma M. Herranz–, sino simplemente se interpreten de distinta manera, es prueba de que ya desde los comienzos no se pudo negar que Jesús realizó obras prodigiosas. Si la tradición cristiana que atribuía curaciones milagrosas a Jesús hubiera sido inventada sin ningún fundamento en la realidad histórica, la tradición judía no habría hablado de práctica de hechicería por parte de Jesús, sino de falso milagrerismo, inventado por sus discípulos»4.

Notas
1 Carta a Juan Pablo II con ocasión del 50 aniversario del nacimiento de Comunión y Liberación.
2 M. Herranz Marco, Los milagros de Jesús: su historicidad, CEv 15 (1975) 6s. Este artículo nos ha sido de gran ayuda en la redacción de nuestro trabajo.
3 E. Renan, Vida de Jesús (Biblioteca Edaf 72), trad. de A.G. Tirado, Madrid 1985, 19.
4 M. Herranz Marco, Los milagros de Jesús, 16.