01-03-2009 - Huellas, n. 3

cartas

Madrid, 14 de febrero de 2009
A la Diaconía
de Comunión y Liberación
España
Deseo manifestar mi más hondo agradecimiento por vuestra cercanía y por los buenos deseos que habéis expresado con ocasión de mi nombramiento como Nuncio Apostólico de Su Santidad en Honduras y Arzobispo titular de Falerone. En particular, os doy las gracias por vuestras oraciones a la Virgen para que pueda cumplir con la tarea que el Santo Padre me confía en servicio de la Iglesia.
Bendigo al Señor por todos los dones que concede al Movimiento de Comunión y Liberación en España y que he podido conocer en estos años en Madrid.
Os doy las gracias también por vuestra disponibilidad para colaborar conmigo en el ejercicio de mi nueva misión en Honduras.
Me complace enviar a todo el Movimiento de Comunión y Liberación en España mi cordial saludo, y el recuerdo constante en mi oración, a la vez que imparto mi bendición.

Confirmado en la fe
Ayer, a las doce y media D. Joaquín María López de Andúcar, Obispo de Getafe, me confirmó en la Parroquia de San Juan Bautista de Fuenlabrada. Mi madrina fue Yolanda, mi mujer. Llevo desde ayer con una sonrisa que no se me quita de la cara. Me doy cuenta de la “sobreabundancia” de la gracia: la manera de mirarme de mi mujer y mis hijas, la manera de acompañarme de mis fraternos, de mis amigos de Móstoles y de Coslada, Alcalá, Madrid, ¡hasta Artemio y Marga de Ávila! Ayer me vinieron a la mente todas las personas que han pasado por mi vida, preguntándome qué será de ellas y con la petición de que todas puedan conocer a Cristo. Soy un elegido, lo sé. Él me ha dicho nuevamente como hace 33 años: «Tú eres mi hijo amado, mi predilecto, en quién yo me complazco». Según caminaba para que D. Joaquín me confirmase, con la mano de mi mujer en mi hombro, como del adulto que te educa y te mira como un hijo, sólo podía repetirme una y otra vez: «Ven Espíritu Santo, Ven por María», me temblaba todo. Y me he dado cuenta de que esa es la respuesta que puedo tener ante lo que me supera. El Amén que respondí a D. Joaquín ha sido renovar mi sí a Cristo. Y esto quiero custodiarlo siempre. Compartiendo unos instantes con nosotros, D. Joaquín nos habló de la misión de la familia en estos tiempos tan oscuros; nos dijo que viviéramos nuestro amor para que otros sintieran el deseo de mirar así la realidad y sentirse acogidos por Cristo. Es decir, no me conoce, pero me concibe como un todo con Yolanda y mis hijas, me concibe como un todo con y para el mundo. También nos dijo que nos fiemos del Movimiento. Que es la modalidad con la que Cristo nos ha dado la mano, y es señal de compañía eterna. Cuando llegamos a casa con Artemio y Marga me puse a hacer la comida. Eran las tres y media pasadas. Y Yolanda entró en la cocina y me dijo: «Vaya, en la cocina como siempre, no ha cambiado nada». Yo le contesté: «Sí, ha cambiado. Me ha sanado y me he puesto a servirle. Como lo hago contigo y con ellos». Como el evangelio de hace dos semanas: «La sanó y comenzó a servirles». Así es como resumo todo y he entendido lo que es la Confirmación. Me ha sanado, me ha tomado de la mano y le comienzo a servir. 
Crespo, Móstoles (España)

Los padres de María
Nuestra hija María tiene hoy cinco años y medio. Nació con una gravísima malformación cerebral que la hace incapaz de sostener la cabeza, no puede sentarse sin apoyo, no ve, apenas oye, no habla, no agarra objetos y traga líquidos con dificultad. Además tiene una epilepsia no del todo controlada por los antiepilépticos que toma.
La noticia durante el embarazo sobre la malformación y sus posibles consecuencias, y la incertidumbre de esos meses sobre lo que iba a suceder, fueron el comienzo de un camino de conversión a Dios. Él nos llamaba poniendo ante nosotros un hecho que nos sobrepasaba. Nos reconocíamos pobres e impotentes ante lo que sucedía, y sentíamos un profundo dolor y un vértigo terrible. Pero sabíamos que había quién la quería, que le daba la existencia. Empezamos a comprender que María había sido preferida por haber sido creada de la nada, al igual que nosotros. Existía un Padre bueno que le daba la existencia y que sostenía nuestras vidas. Al poco tiempo María nació. Fue un auténtico regalo llevárnosla a casa después de tres semanas de hospital. Éramos conscientes de todos los problemas que tenía, pero su existencia nos llenaba de alegría.
A nosotros como padres se nos encomendaba la tarea especial de cuidarla y acompañarla en el camino de su vida con la certeza de que es Otro quien la cumple y la hace plena en un tiempo y una modalidad misteriosos e incontrolables por nosotros. Se nos había dado una vocación, que no era más que responder a lo que teníamos delante: vivir nuestra familia acogiendo la circunstancia especial de una niña enferma y discapacitada que, ciertamente marcaría desde entonces el ritmo de todos. Así, la realización de nuestra propia vida pasa por esta modalidad misteriosa que sobrepasa. En estos cinco años han pasado muchas cosas. La vida de María sigue colgando de un hilo y en varias ocasiones ha estado muy comprometida. Se ha hecho cotidiana la relación con el Misterio que nos crea y nos sostiene. Nos afanamos y desgastamos en la tarea que se nos ha encomendado y sabemos que es Él quien nos guía tomando todo en sus brazos, incluso nuestro límite.
María José y Javier,
Madrid (España)

Diez meses con Carlitos
Carlitos es un niño de tres años y medio, síndrome de Down y aquejado por una grave enfermedad del sistema digestivo. Fue abandonado en el hospital inmediatamente después del alumbramiento; de él se hizo cargo la administración, sufriendo numerosas intervenciones quirúrgicas que exigieron su hospitalización los 13 primeros meses de su vida. Tras conocer su caso y después de unos meses de reflexión, mi mujer Isabel y yo, padres de 4 hijos, decidimos acogerlo en nuestro hogar, impulsados por la experiencia de la asociación “Familias para la Acogida” y el testimonio de otras familias.
Carlitos se encuentra en casa desde hace ya diez meses. Recuerdo perfectamente el día que lo recogimos: la imagen que me había hecho de él no coincidía en absoluto con la realidad y los primeros días no fueron nada fáciles para mí. Su presencia no fue nada fácil “de digerir”: a una fisonomía inesperada, su sumaba una gran cabezonería y un estado físico maltrecho (tuvimos que hospitalizarlo casi inmediatamente). Además, yo era el único miembro de la familia al que rechazaba. Eso me provocó una gran extrañeza y rechazo hacia él. Hoy, sin embargo y al cabo de casi un año, ya no es así: la convivencia ahora no sólo no es difícil sino que, cuando pienso en el futuro, no me asalta la duda o el temor del que será. Todo lo contrario: predomina la certeza, la seguridad. Si pienso en por qué esto es así, me doy cuenta de que sólo hay una razón: Carlitos. En efecto, lo único que ha cambiado, durante estos meses, es que él –que antes no era parte de nuestra familia– hoy está con nosotros. Él es una persona, un niño con una humanidad diferente y sorprendente: tiene una capacidad afectiva excepcional; convive con su enfermedad y con el dolor de un modo extraordinario –no son, ni mucho menos, un peso para él como habitualmente lo son para nosotros–; es incapaz de hacer el mal… Su humanidad ha vencido todas mis resistencias, generando en mí un enorme afecto hacia él. Hoy “no lo cambiaría por otro”. Su humanidad, su presencia –él– es un regalo. Por lo que a mi respecta, lo único que he hecho ha sido “acusar el dato”. Casi insensiblemente y día tras día, he permitido que mi libertad no se cerrase sino que estuviese abierta a reconocer la bondad de su presencia real. Hoy tener a Carlitos es «como tener el Misterio bueno en casa».
Gabi, Valencia (España)

El pasado mes de febrero nos fuimos a pasar 4 días juntos en las vacaciones del CLU de Perú, en un lugar bellísimo llamado “Oxapampa” (ceja de selva), departamento de Pasco. Éramos unos 85 universitarios. Días antes del viaje, conversando con un amigo, le dije que estaba ansiosa porque quería ver cómo se iba a manifestar el Misterio a través de los rostros de los chicos que encontraría allí. Llegó el día esperado y, junto a chicos que jamás había visto ni en la Universidad Católica Sedes Sapientie, viajamos once horas hasta nuestra meta. Era como si todo ya estuviese preparado para nosotros. Al regresar a Lima, muchos comentaban que habían descubierto algo que no querían que se acabase sino que continuara. También para mí estas vacaciones han supuesto empezar a vivir intensamente cada día, y estando en Lima estas semanas lo he descubierto aún más: adhiriéndome a lo que me propone el movimiento, puedo ver cómo el Misterio de Dios se manifiesta. Así me doy cuenta de la grandeza de todo lo que tengo a mí alrededor y que ha sido creado para mí.
Gloria

El regalo de Oxapampa
El 18 de enero el padre Paccosi nos invitó a un almuerzo en su casa; llegué un poco tarde y ya todos estaban comiendo. Sentados en la mesa, empezamos a conversar sobre las vacaciones, que para mí serían las primeras y estaba sorprendida que me hubieran invitado. En la reunión todos sacaban sus cuadernos y lapiceros y esto me causó asombro, ya que yo no había llevado nada de eso ni había pensado que sería necesario.
Yo, atenta y curiosa por los comentarios de mis amigos que ya habían vivido las vacaciones juntos, escuchaba mientras ellos hablaban de los juegos y demás, y veía algo diferente, como cuando era niña y jugaba con mis amigos. Algo gracioso fue que todos me proponían estar en el grupo de canto, yo me asombré porque sólo canto en la ducha. Durante las vacaciones estuvimos siempre juntos: en los juegos, a la hora de las comidas ayudando a servir, en las caminatas con lluvia y barro, con caídas, tropiezos, todos sucios, cansados pero con ganas de seguir disfrutando cada instante. No intervine en los encuentros por vergüenza, aunque comparaba en silencio mi experiencia con el texto del capítulo sobre la esperanza del libro ¿Se puede vivir así? de don Giussani. Mientras hablaban mis amigos, sentía que muchas cosas correspondían con mi vida. Luego una de las noches vimos una película hindú, Slumdog millonare, en la cual se veían muchos temas que habíamos tratado en Escuela de comunidad, por ejemplo, la amistad, y que todo lo que le había pasado al protagonista tenía un sentido. El último día sentía cierta nostalgia porque siempre que uno encuentra algo distinto, algo que le llena, no quiere perderlo. A la vez, estaba feliz de haber experimentado otra modo de vivir, que me abre a todo, y encarna para mí la compañía de Díos.
Cinthia

Si uno mira…
Cuando llegamos al hotel y mientras pasaba el primer y el segundo día, sentía que algo me faltaba, tenía una tristeza y no sabía porqué. Pensé que nada me reanimaría ni siquiera la compañía que por gracia se me ha dado. No entendía lo que me estaba pasando. Todo me parecía obvio y solo me encerraba en mi estado de ánimo. Por las noches, después de cada cena, solo buscaba dormir, pero no podía callar lo que mi corazón pedía y era entender por qué estaba así. Hasta que el sábado, cuando empezamos a rezar con El libro de las Horas, el padre Paccosi nos invitó a estar abiertos ante la propuesta que se nos hacía. Yo quise seguir porque, si me encerraba en mis ideas, sabía que iba a estar igual o peor, así que me dejé guiar. Fue todo un día intenso, desde que salimos del hotel hasta llegar al rancho en donde teníamos que jugar. Mientras iba caminando, miraba el cielo, las nubes, mis amigos, la lluvia y todo era tan bello que empezaba a entender que la realidad siempre está, y que si uno la mira puede empezar a entender que es Otro quien la hace. Volvió a suceder lo que me conmovió hace un año, en Huaraz, que fue el punto de partida para ir a la Escuela de comunidad: reconocí de nuevo que existe una Presencia excepcional que corresponde a las exigencias de mi corazón. Empecé a entender que en esos días no estaba reconociendo a Cristo. Regresé a Lima con la certeza de que Cristo está presente ahora en nuestras vidas y que uno lo puede reconocer si pide humildemente su Presencia en todo lo que hace.
Rocío

De padre a padre
Como testimonio de una verdadera caridad cristiana, publicamos la carta que un padre, que vivió durante largos años la misma dramática experiencia, escribió al padre de Eluana cuando todavía era posible recapacitar.
Querido Sr. Englaro: Le hablo de padre a padre. He tenido una hija, Anna, con una lesión cerebral de nacimiento gravísima, generada por asfixia neonatal, su celebro ha dejado de funcionar para siempre. Hoy han pasado 14 años desde su muerte. Anna ha vivido 15 años, no ha hablado nunca,  ni ha comido ni bebido sola. Se le alimentaba a través de la P.E.G., y para que respirara teníamos que administrarle oxígeno, y cada día aspirarle la mucosidad y drenar sus pulmones. He intentado decirme «Anna es un regalo de Dios, la vida tiene un valor inviolable», pero no era suficiente porque cuando la realidad aparece con toda su crudeza, necesitas entender qué tienes delante y qué tiene que ver el límite con tu deseo de felicidad. Se pasa de la rebelión a la resignación, pero la pregunta cada vez más punzante e implacable era: ¿cómo consigo ver todo esto sin sucumbir, sin volverme cínico y  sin renegar que la vida tiene un significado, aunque éste sea misterioso? Herido por esta impotencia y por la falta de plenitud, pero al mismo tiempo leal con estas preguntas que no quería eludir con respuestas teóricas fáciles, me he agarrado a quienes miraban a Anna con una extraña profundidad y una humanidad que yo, que era su padre, no tenía. Al principio esto ha sido para mi motivo de un gran malestar, hasta que se convirtió en curiosidad.
Percibía que aquella hija, pedía algo grande y profundo a mí antes que a nadie. Anna no se conformaba con ser tratada como hija, no quería ser reducida a su “estado”, Anna quería ser tratada como algo más grande. Anna estaba allí para desafiar mi habitual modo de razonar y de actuar que aun siendo compresible e inevitable censuraba un hecho evidente: en la realidad hay “algo” más allá de lo que vemos. Si no nos sucede algo en la vida, no sabemos dar un nombre a este “algo” pero esto no quita que exista. Era evidente que había algo más grande en Anna que yo no conseguía esconder a mi mismo sólo porque no lo veía; al mismo tiempo lo que veía me generaba dolor. Así he aprendido a conocer a Anna de un modo nuevo, diferente. Si no hubiera sido así habría dicho lo que todos: sería mejor si no hubiera sobrevivido. Cuando la realidad se presenta con el aguijón de lo diferente y del límite extremo, entiendo que si uno no va hasta el fondo, está obligado a renegar de la realidad, y se ve obligado a “desconectar” porque no consigue soportar algo que no sabe mirar. No lo consigue y así niega la experiencia más humana que un hombre pueda tener, la de probar a mirar el límite hasta el punto de desear con toda su persona algo, desear a alguien que pueda abrazarle. No es sobretodo una cuestión de fe o de valores compartidos; para mi ha sido una cuestión de lealtad con lo que me sucedía. Es como si Anna me dijera: «Mira, papá, que si tu corazón está hecho para un destino de felicidad, entonces, el mío también está hecho para este destino. Mírame así». Esto es un reto para aceptar, no se puede esconder. Este desafío es como un túnel, hay que recorrerlo todo para poder tener una experiencia de belleza incluso allí dentro, hasta llegar a la certeza de un destino de felicidad dentro de la apariencia de muerte. Todo esto me ha cambiado hasta la médula, Ana ha muerto justo en el momento en el que empezaba a acostumbrarme a tratarla así: no como un ser necesitado de todo, sino como una persona que por el simple hecho de que existe, es signo evidente que hay Otro que la quiere y que la lleva a su destino de felicidad. Nada más diferente que resignarse a la espera del más allá, porque este destino de felicidad era tan evidente que quien, mirándola, tomaba conciencia de ello, cambiaba. Así ha cambiado la manera de mirar toda la realidad, no sólo a los discapacitados, sino también a mi mismo, a mis hijos. Ha ocurrido así también a todos aquellos amigos que nos ayudaban y que se turnaban e iban a nuestra casa para echarnos una mano y para hacerle compañía a Anna. Así ha tomado vida Ca’ Edimar en Padua: la obra de acogida para adolescentes en dificultad, donde vivimos dos familias con 14 chicos, que necesitan estar lejos de sus casas por ciertos periodos. Donde cada día otros 60-70 chicos vienen a aprender restauración. Desde entonces los amigos de Anna se dedican a obras de caridad y de acogida, ¡todo esto ha surgido de la vida aparentemente inútil de una niña! Con este testimonio, no quiero convencerla de nada, sino decirle sólo que nunca habría podido imaginarme que de un dolor así, se habría generado un brote de novedad humana. Es verdad que la realidad nos sorprende más allá de lo que nosotros vemos y decidimos. Es así de inútil la vida de una hija inmóvil; ¡cuánta gente, gracias a Eluana, hoy se interroga sobre el sentido de su vida! Me perdone si me he atrevido a escribirle.
Mario Dupuis

Asunción (Paraguay)
Paternidad

Este momento ha muerto mi pequeño Andrés. Tenía 22 años, pesaba 18 Kg. Hernán el lisiado estaba “perfecto” si lo comparamos con mi hijo. Vivía en estado vegetativo, alimentándose con sonda. Ha muerto cuando hemos hecho morir a Eluana. Le miro, pero hoy mis ojos y mi corazón han sido duramente probados, como lo son todos los días viendo morir a todos mis hijos que llegan aquí. Más de 600 en cuatro años y medio. Sólo quien ha perdido un hijo puede entenderme. O mejor, quien ha perdido un hijo teniendo el corazón enamorado de Cristo. Es un dolor como el de La Virgen al pie de la cruz, pero lleno de paz. Siento físicamente el corazón encogido, pero al tiempo veo abiertas las puertas del paraíso. Andrés ha muerto rodeado de nosotros, mientras celebrábamos la Misa de rodillas a su lado. Su agonía ha sido larga y dolorosa. Sus gemidos sofocaban las palabras de la Misa en mi garganta. ¡Ver por sexcentésima vez morir a otro hijo! Siempre es un dolor nuevo y profundo. Siempre es revivir el Misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Muchos me preguntan: pero, ¿cómo lo puedes resistir? ¿Qué te respondería un padre enamorado de Cristo? Ahí está el corazón de todo. Y viviendo la realidad de aquel dolor, dentro de un abrazo como el que Giussani tuvo conmigo, es como el dolor se transforma en una puerta que te introduce en el corazón de ellos, donde descubres la belleza del Misterio que, mediante la muerte, te lleva consigo para poder verlo “cara a cara”. ¡Cómo hubiera querido que Eluana en este momento hubiera tenido la misma compañía que ha tenido mi pequeño Andrés! Con amigos así, Eluana podría decir: «Tened el valor de mirar frente a frente la realidad... es el único camino para no tener que seguir matando la realidad de la que cada uno de nosotros es el corazón». Mis hijos que mueren, mis niños completamente enmudecidos por la enfermedad, todos con su sonda para poder alimentarse... Todos son pequeños Eluana y me remiten al Misterio hecho carne en ellos. Ellos son Jesús en la cruz. Pero se puede estar ante la muerte de Eluana como estamos normalmente ante la realidad: distraídos. La virginidad en una plenitud de paternidad y maternidad, como una herida que sólo se cerrará en mi encuentro definitivo con Cristo. La Virginidad exige los estigmas del corazón, y sólo así llega a ser la forma más alta de dolor, de amor y de gozo, de paternidad. Que Eluana nos perdone el poco amor a la realidad, el poco sentido del Misterio que vivimos y que Andrés nos de la gracia de morir como él: en compañía de Jesús, José y María. La compañía de quienes nos quieren.
Padre Aldo