01-06-2009 - Huellas, n. 6

ciencia
la aventura de planck


Viaje hacia  el origen
del universo

Diecisiete años de proyectos. Después, finalmente, el lanzamiento. Ahora el satélite creado para fotografiar la primera luz del espacio está en órbita. ¿Qué ha aprendido de esta empresa MARCO BERSANELLI, uno de los científicos a cargo del proyecto? Lo cuenta él mismo, partiendo de un versículo de la Biblia

Davide Perillo

Ariane ha partido, así como su precioso huésped. Ahora que el satélite Planck se halla en el espacio, en dirección hacia ese “Punto Lagrangiano L2 del sistema Tierra-Sol” (es decir, a un millón y medio de kilómetros de nosotros), desde el cual, nos bombardeará con informaciones sobre el origen del universo, Marco Bersanelli, profesor de Astrofísica en la Universidad de Milán y uno de los responsables de un proyecto jamás visto hasta ahora en el mundo, hace para nosotros un primer balance. Un balance provisional, por supuesto, pero interesante, pues se trata de hacer las cuentas con las raíces y la finalidad de una empresa que ha absorbido gran parte de su trabajo en los últimos diecisiete años.
Bersanelli acaba de volver de la base de lanzamiento de la Agencia Espacial Europea en Kourou, en la Guyana francesa, desde donde ha seguido el lanzamiento del satélite que tuvo lugar el pasado 14 de mayo. ¿Su recuerdo de aquel momento? «Inolvidable», cuenta: «Lo he seguido desde Agami, un puesto a unos siete kilómetros de la rampa de lanzamiento, una distancia de seguridad. La silueta del Ariane 5, con sus cincuenta y nueve metros de altura, era bien visible; el cielo se acababa de aclarar tras una gran tormenta que media hora antes nos había hecho temer un retraso del lanzamiento. La espera era dura. Decíamos algo, sonreíamos, pero los rostros estaban tensos». Al final se impone un silencio irreal. Tres, dos uno... «Contemplamos cómo subía el Ariane en el silencio más absoluto, con la respiración contenida: setecientas ochenta toneladas que parecían más ligeras que el aire. Luego, después de algunos segundos, llegó la onda de un impacto: un estruendo impresionante. Y la luz: el naranja de los propulsores laterales era fortísimo, mucho más intenso de lo que me esperaba...».

¿Qué pensabas en aquel momento? Has trabajado mucho en este proyecto; la tensión debía ser impresionante...
Es difícil describir la impresión al ver a aquel vehículo dirigirse hacia lo alto y alejarse hasta perderse de vista, pensando que allí dentro está el fruto del esfuerzo de muchos años de trabajo tuyo y de muchos amigos y colegas, con los cuales has compartido muchos momentos de tu vida. Se dirige hacia su destino, a un millón y medio de kilómetros de la tierra. Se te hace un nudo en el estómago, te quedas sin respiración. Junto a mí tenía a un colega muy amigo mío. Le susurre al oído: «... ¡se ha ido!», pero no me respondió. Luego me di cuenta de que lloraba. Los pensamientos se agolpaban en la mente, pero admito que eran un poco confusos...

¿Cuál es, exactamente, la finalidad de la misión?
Observar, con una precisión sin precedentes, la primera luz del universo. Es la luz emitida en el espacio hace 14 mil millones de años, cuando la edad del universo era el 0,003% de la actual; en la práctica, un universo recién nacido, antes de la formación de las galaxias, de las estrellas, de las estructuras que vemos hoy. Planck es lo más avanzado que existe en el sector; es una joya tecnológica. Y existe una gran expectativa por los resultados que esperamos obtener en los próximos dos años. Tenemos la oportunidad de desvelar algo de la primerísima “respiración” cósmica, la llamada inflación: una infinitésima fracción de segundo inicial en la cual todo el espacio se habría dilatado de forma exponencial.

Diecisiete años de preparativos, el trabajo de decenas de personas en todo el mundo, millones de euros invertidos... Pero, números aparte, ¿de dónde nace para ti el interés por una empresa como ésta?

Los hombres realizan estas cosas porque tienen una necesidad innata de comprender; quieren tratar de conocer su propio origen y su propio destino, con todos los medios que tienen a su disposición. Nosotros los hombres estamos hechos así. La investigación científica, a su modo, es también una expresión de esta exigencia de conocimiento de la realidad y de afecto hacia uno mismo. Es cierto que la ciencia no da respuestas últimas; pero de alguna forma puede contribuir también ella a la búsqueda de lo que somos y del puesto que ocupamos en el mundo. Y puede sugerir a los sencillos de corazón lo grande que es el Misterio que hace todo esto porque, como dice el Libro de la Sabiduría, por la grandeza y belleza de las criaturas, por analogía, se conoce al autor. Es una forma de afecto hacia uno mismo, al propio destino. Por lo menos yo lo vivo así. Sea como sea, ¿quién puede permanecer indiferente ante la posibilidad de desvelar nuestras raíces cósmicas, de comprender algo del despliegue del universo en el tiempo?

Se ha llegado a decir que la realización de un satélite científico es tal vez la empresa moderna que más se asemeja a la construcción de las antiguas catedrales. ¿Qué opinas al respecto?
En efecto, existen algunas analogías. Por ejemplo, la duración del proyecto: un satélite complejo puede requerir 20 o 25 años de desarrollo, toda una vida. Luego está la unicidad: cada satélite científico es único, como lo es una obra de arte. Es algo que no se puede hacer en serie: demasiado sofisticado, demasiado caro, y es suficiente con uno de ellos para la finalidad que se busca. Además está el número de personas que trabajan en él: no existe un único “autor”, sino personas unidas que trabajan juntas, guiadas por algunos que tienen las ideas más claras, o por lo menos eso se espera... Pero me parece que aquí terminan las analogías con las catedrales.

Nunca has escondido tu experiencia de fe, ni siquiera públicamente. ¿Cómo es esta experiencia en relación a la especificidad de tu trabajo? ¿Cómo incide esta fe en el método científico?
La fe no sustituye al método científico: sería un caos. Y tampoco interviene para modificar su dinámica. Sin embargo modifica la conciencia con la que el que investiga se relaciona con el objeto de su estudio; en este caso, con el universo. Por ejemplo, con el paso de los años me conmueve cada vez más la idea de que en nuestra tradición judeo-cristiana el creador del universo es “padre”. No es sólo un arquitecto o un ingeniero, ni siquiera un artista, sino un padre; uno que no sólo hace las cosas y las pone juntas correctamente, sino un padre que ama a sus criaturas y se alegra por ellas, se da a sí mismo por ellas, casi se liga a sí mismo a su libertad. Me impresiona esa frase que repite el Génesis: «Y vio Dios que todo era bueno». Toda la realidad, hasta los rincones más remotos del universo, ha sido querida. Y nuestro yo está construido a imagen del Creador; existe un parentesco misterioso entre nosotros y el Misterio mismo. Si no fuera así no se podría entender el carácter razonable de la ciencia, que está fundada sobre la esperanza de comprender alguna cosa de la creación incluso allí donde todavía no ha sido sondeada de ninguna forma. ¿Por qué debería existir algo comprensible para nosotros? ¿Qué tenemos que ver con esas playas lejanísimas del espacio y del tiempo, sino el hecho de que tal vez venimos del mismo gesto bueno del Misterio?

Sin embargo con frecuencia se atribuye a la fe un valor puramente subjetivo, en las antípodas del conocimiento “objetivo” que estaría garantizado sólo por el método científico. Como si el “yo” del que hablabas no sirviese para conocer, más aún, como si fuese un obstáculo...
La cultura contemporánea parece asignar a la fe el espacio del sentimiento y a la ciencia el de la racionalidad. Pero esta «separación completa entre saber y creer», como decía Heisenberg, nos produce malestar porque es falsa, y ciertamente no se corresponde con mi experiencia. “Creer” no es un acto de pura voluntad, sino la adhesión razonable a un testigo creíble. La fe, tal como yo la he conocido, es un método potentísimo y velocísimo de conocimiento, necesario incluso para el camino científico: ¿cómo podría realizarse un proyecto como Planck sin creer en la palabra de otros, cientos o miles de veces al día? Y es precisamente ese método el que nos puede guiar en el conocimiento del sentido último, del Misterio. Por eso tiene un alcance y una dignidad cognoscitiva todavía más grande que el método científico.

Otra cosa que impresiona de esta empresa es, precisamente, el “trabajo en equipo”, el hecho de que se comparta paso a paso con otros. Es, de alguna forma, una empresa comunitaria. ¿Qué relación has establecido con tus colaboradores en estos años?
Una relación que no dudo en definir como de amistad intensa y de agradecimiento, especialmente con los que comparten esta aventura desde hace más tiempo. Pero en realidad con todos, esparcidos por medio mundo; tal vez porque incluso una colaboración breve o puntual, si es por una finalidad grande, genera una relación significativa. Y no es que no haya dificultades, pero incluso ellas puede ser ocasión de crecimiento humano y científico. Cuando uno va a la montaña: se comparte la belleza, el cansancio, la meta, y el riesgo de la aventura, y de esta forma el vínculo que se genera es fuerte. Y tiende a afectar a toda la persona, no sólo a su papel dentro del proyecto. Por eso les digo a menudo a los amigos de mi grupo que nuestra finalidad es construir Planck, pero, sobre todo, al hacer esto, construirnos a nosotros mismos.

Fotografiar la infancia
del universo

Planck se lanzó conjuntamente con Herschel (un telescopio espacial de infrarrojos) a las 10:12 del 14 de mayo de 2009, hora local, de la base de la Agencia Espacial Europea en Kourou, en la Guyana Francesa. El lanzador fue un Ariane 5, de 780 toneladas de peso y 59 metros de altura. Actualmente Planck viaja hacia su órbita final en torno al punto Lagrangiano L2 del sistema Tierra-Sol (a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, 4 veces más lejos que la Luna), desde la cual podrá realizar sus observaciones lejos de las perturbaciones térmicas y electromagnéticas de la Tierra.

El objetivo. Planck se proyectó para realizar un mapa completo del fondo cósmico de microondas, la luz primordial que se irradió en el universo hace 14 mil millones de años, con una precisión nunca obtenida hasta ahora. Las observaciones de Planck tratan de descifrar las débiles ondulaciones en la intensidad y la polarización del fondo cósmico para arrojar nueva luz sobre los primeros momentos de la historia del universo, su geometría, su composición y su evolución.
El satélite. Planck aloja dos instrumentos sobre el plano focal de un telescopio de 1,5x1,9 metros de diámetro. Para alcanzar la sensibilidad necesaria los instrumentos se enfrían hasta temperaturas cercanas al cero absoluto (-273,15°C) con extrema estabilidad: -253°C para el instrumento de baja frecuencia (LFI) y -273,05°C para el instrumento de alta frecuencia (HFI). La combinación de los dos instrumentos cubre 9 bandas de longitud de onda comprendida entre 11 y 0,3 milímetros  con una resolución angular y una sensibilidad sin precedentes. El satélite mide 4,2 metros tanto de largo como de alto, para un peso de 1.950kg en el lanzamiento.
La colaboración. Los dos instrumentos, LFI y HFI, han sido proyectados y realizados por dos consorcios internacionales guiados respectivamente por Italia y Francia. En particular la contribución de Italia al proyecto Planck es de primerísimo plano tanto en el frente científico (IASF/INAF de Bolonia, Universidad de Milán, SISSA, Observatorio Astronómico de Trieste, Universidad de Roma y otros), como en de la industria espacial italiana (Thalea Alenia Space de Milán y Turín), con el apoyo de la Agencia Espacial Italiana (ASI). El consorcio LFI comprende a Finlandia, Gran Bretaña, España, EEUU, Alemania, Suiza, Noruega y Dinamarca.