01-09-2009 - Huellas, n. 8

un día con...
el padre aldo


La ciudadela de la resurrección
La amistad con don Giussani le ha salvado la vida. Desde entonces cuida a los incurables de Paraguay. El silencio al alba, la casita de los huérfanos, la gratitud de los políticos. Y la pizzería. Además, la vida en la clínica, junto a los que tienen los días contados. Hemos seguido al “sacerdote de los guaraníes” hasta el corazón de su obra. En donde «vuelve a suceder el misterio que permite al mundo seguir adelante»

Roberto Fontolan

En San Rafael la vida comienza temprano. Con las primeras luces del alba alguien se dirige con paso ligero a la capilla del Santísimo. Una capilla que siempre está abierta, día y noche. El guardián tiene la orden de abrir la verja exterior a cualquiera que quiera pasar, aunque sean las tres de la mañana. Al padre Aldo le gusta hacer el silencio en esta habitación, en la que hay una decena de sillas y un minúsculo altar. Aquí, en medio de su soledad («el padre Alberto se acababa de marchar y yo –¡yo!– me encontré siendo párroco»), “nombró” a Nuestro Señor párroco de San Rafael, y a él mismo como sacristán. Lo mismo hizo en la clínica, en la que Él era el director y el padre Aldo el capellán.
Algunos lunes se detiene ante la entrada de la parroquia un coche. A las 6:30 en punto, el vicepresidente de Paraguay, Federico Franco, reza laudes con los sacerdotes de la parroquia (además del padre Aldo, están Paolino Buscaroli y Ferdinando Dell’Amore, conocido como Daf). El vicepresidente es un gran amigo de San Rafael. Antes de marcharse a toda prisa al palacio de la vicepresidencia situado en el centro de Asunción, comenta tomando un café: «Esta parroquia es la demostración clara de cómo se puede asistir al ser humano de forma excelente, con la máxima calidad, en un país pobre como Paraguay. Aquí se da preferencia a la persona, esté en la situación en la que esté. La clínica es como un hotel de cinco estrellas, los profesores de la escuela están muy bien preparados. Las personas abandonadas, los niños de la calle, los ancianos, los moribundos y los enfermos que todos los hospitales rechazan, se hallan aquí como en su casa. Es la frase del Evangelio: los últimos serán los primeros. Los últimos entre los paraguayos son los mejor asistidos en San Rafael, y esto se debe al temperamento, a la fuerza, al afecto y al carisma del padre Aldo y de Comunión y Liberación. Hoy en día, mucha gente pobre en Paraguay sonríe y da las gracias por la ayuda que recibe de vosotros y de Italia».

«El aguijón dentro de mí». Padre Aldo: «Durante mucho tiempo, he hecho por lo menos una hora de silencio al alba. Quería afrontar el día preparado para los ataques de todo aquello que me quiere separar de Él: las preocupaciones y el cálculo sobre las cosas, sobre los proyectos, el dinero, las personas… Cada día presenta ocasiones para decir que sí o para decir que no. Yo me preparaba, trabajaba para mi sí. Ahora tengo que hacerlo más rápido, porque tengo que dedicar necesariamente media hora a hacer algo de ejercicio, a correr un poco, a causa de mi salud; pero utilizo este tiempo para rezar el rosario, no puedo comenzar el día sin contemplar ese Evangelio de los pobres que es el rosario. Nunca he perdido la certeza de Cristo. Sin embargo, dentro de mí siento todavía un aguijón que me acompaña cada día, como escribe san Pablo, y si no tuviese la oración y la fuerza del Altísimo no conseguiría seguir adelante ni siquiera un segundo».
Falta poco para que abra sus puertas la escuela, que cuenta con 250 niños. La segunda cita en el día del padre Aldo está en la Casita de Belén, antes de las ocho. Vestidos de azul, los niños esperan derechos y alegres. La casita nació para acoger a dos huérfanos de una madre que había muerto en la clínica. En la actualidad alberga a una veintena de niños, entregados en custodia por un tribunal, y cuidados por Cristina, que ha perdido a dos hijas en la clínica por una enfermedad congénita gravísima. «Me preguntaba por qué, me suplicaba que le diera una respuesta –recuerda Aldo–. Sólo pude decirle que debíamos estar juntos ante esos hechos: sus hijas que se habían ido al cielo y los huérfanos que se quedaban con nosotros en la tierra. Cristina, le dije, ¡puedes seguir siendo madre!».
Las oraciones y las voces de los niños suben desde el patio de la parroquia hasta las habitaciones asépticas de la clínica para enfermos terminales dedicada a San Ricardo Pampuri. Es el corazón profundo y discreto de toda la vida parroquial, es el término de comparación para los sacerdotes, los voluntarios, los jóvenes, los fieles y los catequistas. Dice la enfermera Beatriz Gómez: «Si uno no tiene a Cristo en su corazón, es difícil que pueda afrontar una realidad que muchas veces resulta dura. Te hace daño ver a un niño agonizante o a una persona como Marciana, que tiene 21 años y se está muriendo (de hecho acaba de morir). Como enfermera me siento feliz. Hago mi trabajo sin que nadie me obligue, quiero que mi paciente esté limpio, que se encuentre bien, que esté en orden, que sonría. Eso es todo».

Todos los cabellos están contados. Añade el director: «Para muchos médicos, tener como paciente a un enfermo terminal es un fracaso. Yo no me propongo curar a las personas, sé que esto no es posible. Mi objetivo es que esa persona se encuentre bien, que los síntomas estén controlados, que no tenga dolor, náuseas o vómitos. Esto puedo hacerlo, y me da felicidad, alegría. La fe me sostiene mucho. Es importante también cuando hablo con los enfermos; la fe ayuda a vivir bien esos momentos de sufrimiento, de incertidumbre, de miedo ante la muerte».
También para Aldo la clínica es el centro de todo: «Veo en los enfermos no sólo la condición del hombre por sí mismo, sino la belleza de la misericordia de Dios que se ha hecho carne en Cristo, una misericordia que salva al hombre y que muestra que todo es positivo. Me impresiona la forma misma con la que Dios salva a quien pasa completamente de Él. Cuando veo a mis niños inconscientes, reducidos al estado vegetativo, comprendo que en ellos vuelve a suceder la crucifixión y el calvario, y es ese misterio de muerte y resurrección lo que permite al mundo seguir adelante. Dedico a la clínica mucho tiempo y mucho corazón. Con frecuencia hay reuniones con los médicos o las enfermeras, con los voluntarios o el personal administrativo. Hoy, por ejemplo, tenemos reunión del comité técnico: semana tras semana revisamos el estado de cada enfermo, para ser conscientes de sus progresos y sus dificultades, tanto en el aspecto físico como humano. Luego se reúnen los directivos de la nueva clínica y la comisión constructora para dar cuenta de las obras. Tenemos que inaugurarla el próximo año. El edificio se halla casi terminado. ¿Has visto la fachada? Imita a la de la Reducción de Trinidad, ¿te acuerdas? Los ángeles músicos esculpidos en las paredes de la gran iglesia, la maravillosa piedra rosa, esculpida contra el cielo azul… Como sabes, he aprendido muchísimo de los jesuitas y de su política cultural orientada por completo a la belleza».
En la vida cotidiana de los sacerdotes, la tarde está dedicada «al encuentro con Cristo y a nuestra compañía», dice el padre Paolino: «Desde la una hasta las cuatro y media, y el lunes entero. Sé que desde el punto de vista de la eficacia parecemos más pasivos que activos, pero tenemos necesidad de esto, una necesidad muy profunda». Aldo añade: «He experimentado la oscuridad, la tristeza, el dolor y la angustia. A veces hasta una mosca me hace daño. Si no fuese por la certeza de ser amado por Cristo y poseído por Dios, y de tener junto a mí su compañía en Paolino y Daf, no me sentiría capaz. Cada instante debo decir a Dios: “Tú me estás haciendo, hasta los cabellos de mi cabeza están contados”, pues si no, no conseguiría resistir y afrontar todo. Éste es el drama, dentro y fuera de nosotros: por un lado asistes al nacimiento de realidades positivas; por otro, te das cuenta de que lo positivo nace luchando contra el cansancio, contra la incomprensión y a veces también contra el prejuicio».
La tarde se abre con un café o un capuchino en el Café literario Van Gogh. El local se asemeja a uno de esos refugios de los Dolomitas hechos con grandes troncos. Su interior alberga gran cantidad de libros y de CDs, y es el punto de referencia para muchos debates y citas culturales. En él se halla también la pequeña redacción del Observador, el semanario que se realiza en San Rafael y que se adjunta con el periódico nacional La Última Hora: se trata de un periódico combativo y pedagógico, conocido en todo Paraguay por la originalidad de sus posiciones. Natalia, Guillermo y el padre Paolino constituyen su núcleo creativo. La vida de la parroquia y la de la clínica, cuya experiencia de dolor se narra con frecuencia, se comunica a través de los comentarios sobre noticias nacionales e internacionales y en las noticias que recogen la vida de la Iglesia y las grandes intervenciones del Papa. En el último año se han dedicado muchos artículos a Marcos y Cleuza Zerbini. «Nos conocimos en noviembre de 2008 –cuenta el padre Aldo–, y desde entonces somos inseparables, aunque vivamos lejos. Nos unen dos cosas: el amor por la realidad y por el hombre que nace de la pasión por Cristo, y la amistad y la voluntad de tomar en serio todo aquello que Carrón nos dice a través de un trabajo personal y de un trabajo entre nosotros. Nos ha impresionado mucho su afirmación: falta lo humano. Creo que la debilidad del cristianismo está reflejada en esta frase. Se mira a Cristo prescindiendo del hombre. Esto se ve muy bien en América Latina, en donde domina el moralismo, y también en Europa. Pero lo que ha caracterizado el cristianismo desde el inicio es la pasión por el hombre. Y esto es lo que motiva la relación entre nosotros: la pasión que tenemos por el hombre, en nuestro caso por el hombre pobre y sufriente, nos lleva a desear que Cristo sea todo».
Desde hace tiempo la parroquia se ha convertido en un ir y venir de visitantes de todas partes. Gente de prácticas en la clínica, políticos nacionales, universitarios. El deseo es conocer y vivir la experiencia de la parroquia, a veces para aliviar un cierto dolor, un cierto malestar. Aquí siempre encuentras a alguien que te quiere, nunca te dejan solo. Desde que intervino en el Meeting del año pasado, el padre Aldo ha recibido más de seis mil correos electrónicos. «Respondo como puedo, unos quince al día. Todos piden ayuda. Creo que ven en mí a una persona que ha sufrido, que no ha negado el sufrimiento, que no se ha avergonzado de él ni se ha encerrado en él. Cuál es el sentido de la vida, cómo puedo decir que una crisis es algo bueno, que la depresión es una gracia, por qué existe tanto dolor, cómo es posible vivir la fidelidad y cómo perdonar el mal del otro... Son los temas del corazón, los temas del hombre. A pesar de todos los sacerdotes y expertos que hay por ahí, me doy cuenta de que el hombre de hoy se halla verdaderamente solo con su problema existencial, y que proclamarse cristiano no basta para resolverlo. Yo he tenido la gracia de ver cómo don Giussani vivía intensamente y de forma estupenda todos los acontecimientos de la vida. Él fue mi apoyo».

El desafío de ‘O sole mio. A la hora de la cena es muy fácil encontrar a los sacerdotes de San Rafael en la pizzería O sole mio, creada en la parroquia para dar trabajo a algunos jóvenes y producir también algún beneficio. Acuden allí con los niños huérfanos o con los enfermos de la clínica que pueden hacerlo (por supuesto, también con los visitantes y los parroquianos). Una fiesta para todos ellos, un desafío para el resto de los clientes.
¿El futuro de la parroquia? «Esta obra depende completamente de Dios, que la ha querido y sigue manteniéndola con vida. Si Él ve su utilidad, la llevará adelante. La gente capaz de hacerlo existe. Son personas que mendigan realmente a Cristo y se confian virtuosamente a Él. Es evidente que si no existen aquí personas enamoradas de Cristo, Él no descenderá en persona desde el Paraíso para sacar adelante la parroquia. Nosotros los sacerdotes sabemos bien que esta obra ha nacido de la fe, y por tanto sólo la falta de fe puede destruirla». Aldo pone fin a la conversación. Ha llegado para él el momento más bonito del día: ir a la casita para dar las buenas noches a los niños.