ViDa dE Cl

La respuesta al corazón del hombre

La intervención en el Consejo Nacional de CL. Milán, 18 de noviembre de 2000

GIANCARLO CESANA

La otra noche, hablando con mi tía (una mujer de 75 años, de Brianza, con una fe normalita) me dijo: «Esta vez Dios no ha sido justo contigo». Le respondí - y me respondí a mí mismo - que Dios no ha matado a mi mujer: mi mujer ha muerto por un error humano y por una serie de circunstancias que, en conjunto, inducirían a pensar que la vida humana está dominada por un destino cínico y malévolo.
El acontecimiento, en cambio, introduce un recurso para afrontar el límite del hombre. Ante nuestra falta absoluta de recursos - pues el límite que tiene el hombre le lleva no sólo al error, sino inevitablemente a la muerte, último precio que todos tendremos que pagar - ante el límite, el acontecimiento aporta una posibilidad. Nos ofrece, ante todo, una experiencia humana que no cede a ningún límite y, por ello, proporciona certeza sobre la vida y una consistencia del propio ser ineludible, esperanza de que el límite extremo, que es la muerte, será vencido.
El acontecimiento, tal como lo comprobamos en la relación personal (como yo lo he visto) así como en la experiencia de pueblo, es esto. Por la presencia del acontecimiento nuestro pueblo mantiene despierta su conciencia: aviva sus preguntas y exigencias, suscita en él un grito que empieza a encontrar en su seno las respuestas.
Creo que los acontecimientos de este verano (Jornada Mundial de la Juventud, Meeting y Asamblea Internacional de Responsables), son signos que marcan nuestra vida y experiencia común y demuestran cómo el acontecimiento responde siempre al hombre consciente de su incapacidad y falta de recursos. Un acontecimiento salva sólo si somos conscientes de que sin Cristo, es decir, sin Dios, es imposible vivir.
Todos los que se acercan a nosotros, con motivo incluso de los aspectos más banales de la existencia, casi sin que nos demos cuenta - porque no nos damos cuenta de lo que portamos - se percatan justamente de ello. Perciben el acontecimiento, la vida que fluye en este hecho inconcebible para el mundo, perciben que existe una respuesta a la pregunta última del hombre. Este es el problema de la misericordia. Como nos repite don Giussani desde hace meses, el acontecimiento es la misericordia, esto es, la reconstrucción de la persona y de la vida de todos de otro modo imposible. Quienes se acercan a nosotros, por una parte, advierten esta posibilidad y quedan oscuramente fascinados, porque no lo entienden; por otra, se oponen, nos declaran la guerra, porque el mundo no admite su incapacidad y límite. Es curioso cómo se percibe la estupidez, la inconsistencia de todo lo que pasa y cómo cambia la sensibilidad después de un hecho tan dramático como el que me ha sucedido a mí. Porque el mundo no quiere pensar en ello y no lo acepta. Más lleno de poder está, menos lo acepta y, en este sentido, existe una fortísima y radical oposición a nosotros aunque siempre va asociada - como decía - a una inevitable atracción.
Lo que debemos hacer, la ayuda que debemos prestarnos, no es tanto forzar - digámoslo así - el acontecimiento, es decir, tratar de alguna forma de conseguir que suceda, cuanto describirlo, describir lo que ha sucedido. Me impresiona siempre la continua reflexión de Giussani sobre todo lo que le ha pasado en la vida como parte de este acontecimiento (¡y en su vida ha pasado, verdaderamente, de todo!). La descripción que de ello hace es la tarea educativa; y nuestra misión es la de dar testimonio y, por tanto, saber describir, saber dar razones, radical y continuamente, de lo que nos ha sucedido. Porque si nosotros cedemos a lo que, en el fondo, todos quieren, es decir, ver un mundo sin cruz, que no grita, que ya no necesita de nada porque se construye a sí mismo, según una medida propia; si nosotros cedemos a esto, hagamos lo que hagamos faltaremos a nuestra tarea. Nuestra tarea es precisamente hacer ver la realidad tal y como es, lo grande que es el grito que hay dentro de la realidad humana y lo poderosa que es la respuesta a ello. En esto consiste la educación. Pienso en una asociación como la Compañía de las Obras, en las realidades donde el hombre está comprometido en unas obras que aparentemente lo pueden satisfacer. La Compañía de las Obras es una realidad donde vibra la tensión dinámica entre la pregunta humana y el acontecimiento. No importa que muchos estén allí por interés, que sean ateos; lo que importa es que se teje una trama humana, una trama de búsqueda de humanidad, que es movimiento. El movimiento no es un engranaje donde se integran piezas ya acabadas que permitirán que funcione; el movimiento nace de gente que busca.
Nosotros tenemos que saber describir este acontecimiento, saber dar razones de él a los demás y a nosotros mismos; ésta es la ingente tarea de la educación y, en mi opinión, la obra a la que estamos llamados fundamentalmente, porque coincide también con el anuncio, la misión, el dar a conocer a los hombres que este acontecimiento existe.
Una última observación. Me impresiona mucho un paso de la intervención de don Giussani en el anterior Consejo Nacional: «Lo que sucede con nosotros es algo que ya ha sucedido». El acontecimiento ha sucedido y por ello sucede. Es decir, el acontecimiento no es una serie de mojones que aparecen entre períodos de ausencia; el acontecimiento es un flujo, es la continuidad de «ese» punto en el tiempo, que para manifestarse y dilatarse se combina misteriosamente con la libertad el hombre. Lo digo para subrayar la urgencia de ser fieles a nuestro carisma, que es un reclamo continuo a nuestra libertad para que se adhiera. Lo esencial, de hecho, es la obediencia, la sencillez de la obediencia al fluir continuo del acontecimiento.