POESIA
MIGUEL HERNÁNDEZ

Compañero del Alma

Notas sobre una existencia cargada de lealtad a la vida incluso ante su dureza.
En la lucha, permanece una luz que deja "la sombra vencida"

GONZALO SANTA MARÍA


En el cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante, todavía hoy, hay una lápida donde se puede leer: "Miguel Hernández, poeta". Allí descansan sus restos. Como dijo el propio autor en la dedicatoria de su libro Viento del Pueblo al también poeta Vicente Aleixandre, los poetas "somos viento del pueblo. Nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas". Es decir, para elevar la mirada de los hombres a lo que nos hace plenamente hombres.

Podemos penetrar en las dimensiones humanas de quien llamaban el "pastor- poeta" fijándonos en las circunstancias de su vida - por otra parte, durísimas - que vivió sin renunciar jamás a su dignidad, a la ingenuidad y a la ternura. Valga como ejemplo el poemilla manuscrito que aparecía en la primera página del cuaderno donde escribió - en prisión - su Cancionero y romancero de ausencias (1938-41).


Si este libro se perdiera
como puede suceder,
se ruega a quien se lo encuentre
me lo sepa devolver.
Si quiere saber mi nombre
aquí abajo lo pondré.
Con perdón suyo, me llamo
M. Hernández Gilabert.
El domicilio en la cárcel.
Visitas de seis a seis.

Me parece realmente conmovedor porque recuerda a esas inscripciones que aparecen en algunos libros escolares, pero con la diferencia de que su autor es un hombre privado de libertad y separado de sus seres queridos, un hombre que fue denunciado por un vecino y sufrió la humillación de recorrer las calles de su pueblo esposado y conducido por los guardias.

Vida y obra van profundamente unidas y llegan a plasmarse en tres palabras que, aunque tomadas de los poetas místicos españoles, fueron en él carne y sangre. Del libro antes citado es este poema, prodigio de condensación vital y poética en su sencillez.


LAS TRES HERIDAS

Llegó con tres heridas:
la del amor ,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Quizá sean éste y el magistral poema "La Boca" los textos donde el poeta menciona explícitamente las tres heridas que lo atraviesan a él y a todos los seres humanos, "vida, muerte, amor. Ahí quedan/escritas sobre tus labios", aunque estén presentes en toda su obra.

La vida está en la naturaleza. El poeta, que por ser cabrero, pasó en su juventud interminables horas en el campo y en la sierra, es un "Perito en lunas", es un incansable observador de la transmisión de la vida, de la fecundidad, de la fertilidad en las plantas, en los animales y en los hombres. Todos los seres viven, aman y mueren para dar más vida. Hay innumerables poemas cuyo tema es el estallido de la vida en la naturaleza.


ROMANCILLO DE MAYO

Por fin trajo el verde mayo
correhuelas y albahacas
a la entrada de la aldea
y al umbral de la ventanas...

En los templados establos
donde el amor huele a paja,
a honrado estiércol y a leche,
hay un estruendo de vacas...

Con luna y aves, las noches
son vidrio de puro claras;
las tardes de puro verdes,
de puro azul, esmeraldas;

plata pura, las auroras
parecen de puro blancas
y las mañanas son miel
de puro y puro doradas.

Esta fecundidad y la vida palpitante se encuentran también, en poemas posteriores donde él, siendo esposo y padre, habla de la maternidad, unas veces teñida de dolor, otras de felicidad y muchas de esperanza.


MENOS TU VIENTRE

Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro,
fugaz, pasado,
baldío, turbio...
Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.

Miguel Hernández escribió los siguientes versos en el frente, sabiendo que su mujer esperaba un hijo:


CANCION DEL ESPOSO SOLDADO

He poblado tu vientre
de amor y sementera...
Espejo de mi carne,
sustento de mis alas
te doy vida en la muerte
que me dan y no tomo...

Escríbeme a la lucha,
siénteme en la trinchera:
Aquí con el fusil
tu nombre evoco y fijo
y defiendo tu vientre
de pobre que me espera
y defiendo tu hijo.

En la vida y obra de Miguel Hernández el amor lo traspasa todo. En ellas encontramos el amor a la naturaleza, a su mujer, a sus hijos, a sus amigos poetas y a su pueblo. Concha Zardoya describe entrañablemente con estas palabras la relación del poeta con Josefina Manresa: "Durante una de estas idas y venidas, descubre en la calle a una muchacha que le impresiona por su palidez, por sus ojos y su pelo negrísimo. (...) El encuentro vuelve a repetirse. Miguel empieza a buscarla todos los días con la mirada y con el corazón. Averigua las horas de entrada y salida del taller donde ella trabaja. La muchacha se ha fijado en él. Miguel se decide a abordarla, se acerca a ella pidiéndole su nombre. Siente los primeros desvíos de la mujer que amará para siempre. Josefina Manresa, novia, esposa y madre, será siempre una de las fuentes esenciales de inspiración de su poesía".
En las "Nanas de la cebolla" el poeta plasma tierna y dolorosamente el amor por su mujer y por su hijo. Miguel Hernández, estando en prisión, había recibido una carta de su esposa donde le decía que sólo comía pan y cebolla y que tendría mucha dificultades para amamantar a su hijo de ocho meses. El poeta tras unos días sin hablar y sin salir de la celda, lleno de dolor y rabia por no poder ir corriendo a socorrer a su familia, escribió:


NANAS DE LA CEBOLLA

En la cuna del hambre
mi niño estaba,
con sangre de cebolla
se amamantaba...
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Tu risa me hace libre
me pone alas.
Soledades me quita
cárcel me arranca...

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.

Rival del sol
porvenir de mis huesos
y de mi amor....

En el siguiente poema Miguel Hernández tiene una intuición genial. En él nos dice que en cada ser humano se encuentran los besos de amor de los padres que lo engendraron hasta la primera generación y que, por tanto, el amor por su mujer se perpetuará en su hijo.


HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA

Con el amor a cuestas,
dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos
en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo
se besan nuestros muertos,
se besan los primeros
pobladores del mundo.

Mediante el amor a la mujer y a los hijos, el poeta aprende el amor a su pueblo, se abre a todos los hombres.

Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
con la sangre y con la boca...

Si yo he nacido de un vientre
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas...

Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene...
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.

La muerte acompaña también al poeta durante toda su vida y exalta más si cabe su ansia de libertad. Ni siquiera la cárcel puede doblegarla. Primero fue la muerte de Marín Gutiérrez, conocido con el seudónimo de Ramón Sijé y a quien Miguel Hernández dedica su universal "Elegía". Otra muerte muy sentida por el poeta fue la de Lorca, asesinado al comienzo de la Guerra Civil. La muerte de su primer hijo Manuel Ramón, ocurrida a los seis meses, por una infección intestinal, le inspiró este poema:


A MI HIJO

Flor que no fue capaz
de endurecer los dientes
de llegar al más leve
signo de fiereza.
Vida como una hoja
de labios incipientes,
hoja que se desliza
cuando a sonar empieza.

Miguel Hernández, "el más corazonado de los hombres", nunca pierde su voz intacta de hombre, por más calamidades y sufrimientos que pasa y no se resigna a perder la esperanza:


Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias...

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

Ya enfermo, es consciente de su cercana muerte y dirige la mirada a su esposa.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

En uno de sus últimos poemas escribió:

Soy una abierta ventana que escucha,
por donde ver tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.