ARENDT

Entre maravilla y resentimiento

Judía alemana de nacimiento, nacionalizada norteamericana tras la Segunda Guerra Mundial, la filósofa Hannah Arendt es conocida sobre todo por sus investigaciones sobre el fenómeno social que llevó al nacional-socialismo al poder. El Instituto Ángel Ayala,de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU, en colaboración con la Asociación Cultural “Charles Pèguy”, organizó recientemente una mesa redonda en la que, entre otros, intervino Paolo Terenzi, profesor de Filosofía de la Universidad de Turín. A continuación, un extracto de su conferencia

PAOLO TeRENZI

Más que comentar su obra, quisiera proponer una clave de lectura para acercarse a ella. Para ello, cito una fábula que muchos conocen: «Una zorra, hambrienta desde hacía muchos días, buscaba algo con que aplacar el hambre. Vio en una parra un gran racimo de uvas maduras, repleto de granos redondos y jugosos. “¡Por fin encontré algo que llevarme a la boca!”, exclamó esperanzada. Dio un gran salto, pero no pudo aferrar ni un grano de aquella uva maravillosa. Probó de nuevo. Tomó carrerilla, saltó, alargó las zarpas anteriores pero… se quedó con la boca vacía. El hambre aumentaba a medida que crecía su irritación. La astuta bestia lo intentó otra vez. Con todas sus fuerzas dio un salto excepcional. Pero la uva estaba lejos, segura entre los pámpanos. “Mejor así - exclamó la zorra desfallecida - ¡No me gusta esa uva amarga”».
Cuento esta fábula porque expresa bien la esencia de la obra de Arendt. Todas las fábulas de Esopo tienen como personajes a los animales, pero en realidad los verdaderos protagonistas son los hombres y lo que a ellos les sucede. Esta fábula es una historia: la historia de la relación entre una zorra y un racimo de uvas, es la historia de la relación entre el hombre y algo de lo que el hombre no puede hacer lo que quiere. Se puede leer la obra de Arendt como se leen las fábulas de Esopo. En ella se advierte que hay un protagonista y un interlocutor. El protagonista es el hombre, y la historia es la relación entre el hombre y algo que no está en su poder: lo imprevisible, lo indisponible.

Todo gira en torno a estos dos factores.
La vida del hombre es una relación con lo imprevisible (que puede asumir diversos nombres en nuestra vida) y el hombre puede asumir dos posturas distintas ante lo “imprevisible”. Por un lado, la “maravilla” (la postura que manifiesta Hannah Arendt), por otro, el “resentimiento”, el rechazo (que es una tentación recurrente para el hombre y que en la modernidad ha dado lugar a los trágicos experimentos de las ideologías y del totalitarismo).
Hannah Arendt no asume como punto de partida de su obra el absurdo, la sospecha y la duda, como hacen otros intelectuales del siglo XX, sino la maravilla por el mundo que se nos da. Y este constituye el primer gran tema de su obra: la realidad es un dato, existe independientemente a nosotros. Arendt, retomando a su maestro Jaspers, nos recuerda la humildad de la razón: hay situaciones como el nacimiento, la imprevisibilidad del futuro, la libertad, la muerte (podemos elegir morir, pero no podemos elegir no morir), sobre las que no tenemos poder. Sin embargo, el hombre - y aquí estriba el problema - puede negar este carácter misterioso de la realidad; de hecho tiene el vicio de huir, de rechazar aquello que no domina. Esta negación se produce de forma particular en la modernidad cuando el resentimiento ha tomado el lugar de la maravilla y de la gratitud.
«El resentimiento - escribe Arendt - es la disposición afectiva característica del hombre moderno, el resentimiento contra todo lo que se nos da, también contra la propia existencia, resentimiento contra el hecho de que él no es ni creador del universo ni de sí mismo». Según Arendt, la ciencia y la filosofía modernas tienen su origen precisamente en la negación de la maravilla que la realidad en cuanto “dato” suscita en el hombre. «En la filosofía y en el pensamiento modernos - escribe - la duda ocupa la misma posición central que ocupó al principio durante muchos siglos la maravilla de los griegos, la maravilla por todo lo que es en cuanto que es. Así como desde Platón y Aristóteles hasta la edad moderna, la filosofía ha sido la articulación del estupor frente a lo que es, así la filosofía moderna, desde Descartes en adelante, ha consistido en la articulación de la duda». Esta negación del dato de la realidad lleva sin embargo a una violencia teórica, la ideología, y a una violencia práctica, el totalitarismo.
El primer “imprevisto” que se da es la misma realidad: las cosas existen, «El mundo existía antes de nacer nosotros y seguirá así tras nuestra muerte». El segundo imprevisto somos nosotros mismos. El hombre, encontrándose a sí mismo, descubre que no llega a comprenderse, resulta ser un objeto misterioso para sí mismo, no está en grado de responder a la pregunta: “¿quién soy?”. Escribe Arendt: «Es muy improbable que nosotros, que podemos conocer, determinar y definir la esencia natural de todas las cosas que nos rodean, podamos estar nunca en grado de hacer lo mismo con nosotros mismos: sería como descabalgarnos de nuestra propia sombra. Las modalidades del conocimiento humano que se refieren a las cosas dotadas de cualidades naturales se revelan inadecuadas cuando nos preguntamos: “¿quién soy?”. Esta es la razón por la que todas las tentativas de definir la naturaleza humana casi invariablemente acaban con la introducción de una divinidad».
Tomando conciencia de sí, el hombre se descubre también libre. Con la creación del hombre, según Hannah Arendt, la libertad entra en el mundo. La libertad no es ante todo la posibilidad de elegir entre dos alternativas, sino «la capacidad de iniciar algo nuevo», la capacidad de romper la rutina de todos los días. El hombre puede dar comienzo a algo nuevo, a algo que de otro modo no existiría, el hombre libre impide que el mundo se convierta en algo homogéneo, un fluir continuo, una mera repetición.
Concluyo con un pensamiento sobre la libertad que hace de la obra de Hannah Arendt algo particularmente original. Arendt asocia la libertad a la natalidad, al hecho de haber aparecido en el mundo, de haber nacido. Es una paradoja que la alumna de Martin Heidegger, el filósofo del «ser para la muerte», sea la autora que más que nadie en este siglo haya reflexionado sobre el nacimiento. En todas sus obras, incluso cuando trata la tragedia del totalitarismo, emerge un sentido de positividad de la existencia y de esperanza, porque - son palabras de Hannah - «Los hombres, aunque tengan que morir, no han nacido para morir, sino para empezar».