SIGLO DE ORO

Un viaje fascinante

El hilo conductor de una de las grandes cumbres de nuestro teatro áureo, La vida es sueño, en una conversación de don Giussani. He aquí algunas reflexiones sobre el drama más injustamente incomprendido por gran parte de la crítica literaria moderna

RICARDO SÁNCHEZ

Pronto será llevada a escena la magna obra de Calderón, en el ámbito de los actos programados para celebrar el cuarto centenario de su nacimiento.
En una observación de Giussani he encontrado la clave de lectura de La vida es sueño.
«“Usted no puede negar que la verdadera estatura del hombre es la del Capaneo de Dante, ese gigante encadenado en el infierno que le grita a Dios: ‘No puedo librarme de estas cadenas porque tú me aprisionas aquí. Sin embargo, no puedes impedirme que yo te maldiga, y te maldigo’. Para mí esta es la verdadera estatura del hombre”. Después de algunos segundos de embarazo le dije con calma: “Pero ¿no es más grande aún amar al infinito?”».

Segismundo encadenado, la fiera
En la segunda escena de la primera jornada encontramos a Segismundo, príncipe de Polonia, encerrado en una torre, encadenado y cubierto de pieles, como «un hombre de las fieras y una fiera de los hombres», según le dice a Rosaura. Allí se ha criado, aislado del mundo y del contacto con los hombres; sólo ha conocido a uno, que le ha instruido en las ciencias de la naturaleza, de la política, de la astrología y en la religión católica. En el encuentro fortuito con Rosaura, se desarrolla un intenso diálogo que sobrepasa cualquier escena amorosa de la lírica española, en virtud de esa misteriosa intimidad y el mutuo asombro que lo recorre.
Violentamente, barrocamente, irrumpen en escena varios soldados enmascarados y el misterioso y noble “carcelero” de Segismundo, Clotaldo, que arrebata a Rosaura de los ojos atónitos del príncipe para conducirla a la muerte, pena impuesta por el rey de Polonia para aquel que traspase los límites vedados de la torre. La reacción de Segismundo no puede ser más violenta: «Ah, ¡cielos! / ¡Qué bien hacéis en quitarme / la libertad! Porque fuera / contra vosotros gigante / que para quebrar al sol / esos vidrios y cristales, / sobre cimientos de piedra / pusiera montones de jaspe».

Razones de estado
Nos trasladamos ahora al palacio real (escena sexta), para futuro escándalo de los preceptistas ilustrados, y el público queda convertido en corte de Polonia, que observa a su rey referir una alucinante historia: el príncipe Segismundo, que el pueblo creía muerto al nacer, ha vivido encerrado como una fiera en la torre prohibida y custodiada por la guardia real. Basilio, el sabio astrólogo y ya anciano rey, observó en las estrellas terribles presagios sobre el nacimiento de su hijo Segismundo: «Su madre, infinitas veces, / entre ideas y delirios / del sueño, vio que rompía / sus entrañas atrevido / un monstruo en forma de hombre, / y entre su sangre teñido, / le daba muerte, naciendo / víbora humana del siglo. / Llegó de su parto el día / y, los presagios cumplidos [...], / nació en horóscopo tal, / que el sol, en su sangre tinto, / entraba sañudamente / con la luna en desafío. // Los cielos se escurecieron, / temblaron los edificios, / llovieron piedras las nubes, / corrieron sangre los ríos». La madre muere, efectivamente, en el parto y el rey colige del eclipse - «El mayor [...] / que ha padecido / el sol después que con sangre / lloró la muerte de Cristo» - que el joven príncipe será un rey cruel que tiranizará a sus súbditos, dividirá el reino y hollará con las plantas de sus pies las canas de su padre. Para evitar tantas desdichas, le encierra en la torre donde lo hemos encontrado.
Ahora, sin embargo, se ve obligado a hacer un experimento. Hay otra acción dentro del carácter polifónico de la obra: Astolfo y Estrella, sobrinos del rey Basilio, que no ha tenido otra descendencia que Segismundo, pretenden el trono de Polonia. Astolfo, rey de Moscovia, ha solicitado la mano de Estrella, tratando de asegurarse así la anexión de todo el reino de Polonia al suyo. El rey Basilio, en un último intento de salvar a su pueblo, decide sacar a Segismundo de la torre y devolverle sus derechos; pero con una condición: se le narcotizará y se le hará despertar como rey en la corte sin previo aviso; si da muestras de ser el cruel tirano que han vaticinado los astros, será devuelto, otra vez narcotizado, a la torre de por vida y se le hará creer que todo fue un sueño; el trono de Polonia se otorgará a Astolfo y Estrella.

Segismundo en la corte, el rey
Mientras Clotaldo da a beber la droga a Segismundo, le cuenta, en la línea de los exempla medievales, la fábula de un águila que subió por encima de las demás y se prefería a todas ellas. A Segismundo le agrada la idea, y se duerme mirando fascinado al águila; al despertar en palacio y verse convertido en rey y oír su secreto revelado, no puede dar crédito a sus ojos. No obstante, decide dedicar sus energías en «sacar verdadero al hado»: asesina a uno de sus súbditos porque le amonesta, intenta forzar a Rosaura y amenaza con humillar a su padre. Basilio reafirmado en su creencia, devuelve, otra vez dormido, a su hijo a la torre y se dispone a entregar el reino a Astolfo.
Segismundo despierta de nuevo encadenado y cubierto de pieles; Clotaldo, a su lado, le induce a creer que todo fue sueño: «Como habíamos hablado / de aquella águila, dormido, / tu sueño imperios han sido». Sin embargo, acaso conmovido por la desgracia en que se halla su pupilo, no puede evitar darle la lección suprema: «mas en sueños fuera bien / entonces, honrar a quien / te crió con tantos empeños [su padre], / Segismundo, que aún en sueños/ no se pierde hacer el bien».

Paupers and peasants and princess and kings*
Nuestro pobre príncipe da en esta escena el paso fundamental hacia el descubrimiento de su libertad. Fracasado el proyecto anarquista, sólo queda la experiencia del decaer y la vana ilusión de todos los proyectos con que el rey, el mendigo o el cortesano pretenden dominar su propia vida. Es el momento del despertar del sueño del poder, expresado en el monólogo más justamente famoso de toda la obra: «Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, / disponiendo y gobernando; / y este aplauso que recibe / prestado en el viento escribe / y en cenizas le convierte la muerte / [...] Sueña el rico en su riqueza, / que más cuidados le ofrece; / sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza; / sueña el que a medrar empieza, / sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son / aunque ninguno lo entiende».
Para Segismundo, hasta su cautiverio no es más que otro elemento del mismo sueño destinado a la muerte. «Yo sueño que estoy aquí / de estas prisiones cargado; / y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi. / ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra vana, una ficción, / y el mayor bien es pequeño, / que toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son».
Sin embargo, Segismundo ya no puede prescindir de la fascinación que le ha provocado el encuentro con el rostro bello y la presencia buena de Rosaura, que cree perdidos para siempre. Su libertad ya no reside en una afirmación anárquica de sí mismo, sino que empieza a verse reflejada en la adhesión a un bien real, porque la verdad y el bien son la única realidad que no es un sueño. Lo ha comprendido de forma negativa, viendo ante sus ojos las consecuencias nefastas del breve reinado. Nada es de nuestra propiedad y se nos quitará sin nuestro permiso. A Segismundo le falta aún hacer la experiencia plena de la libertad, la de ser hijo; en esto consiste el tercer acto.

Segismundo, la imagen completa
El pueblo, una vez conocida la existencia de su legítimo príncipe, no se resigna al gobierno del príncipe extranjero; así, un ejército formado por soldados renegados y gente de a pie toma posesión de la torre, libera a Segismundo y le proclama rey de Polonia, dando lugar a una guerra civil. Pero Segismundo ha cambiado; en principio, se niega a creer la realidad de esas tropas que esperan sus ordenes y afirma que todo el poder que le ofrecen es sueño, como la última vez. Sin embargo, acepta el mando: «Caso que fuese cierto, / pues que la vida es tan corta, / soñemos, alma, soñemos / otra vez; pero ha de ser / con esta atención y consejo / que hemos de despertar /de este gusto al mejor tiempo [...] Y con esta prevención / de que cuando fuese cierto, / es todo el poder prestado / y ha de volverse a su dueño». Y con esta prevención, empieza la batalla. Segismundo pronto da muestras de su cambio de talante; no sólo perdona la vida a Clotaldo y le otorga permiso para luchar al lado del rey Basilio, su señor natural; sino que toma a su cargo a Rosaura (cuya presencia el cielo restaura para Segismundo, en sus propias palabras) para defenderla de un agravio de honor, prometiendo casarla con Astolfo y renunciando virginalmente a ella.

La rendición
Es sin duda el momento culminante de la obra el encuentro de Segismundo con su padre. La batalla está perdida para las tropas de Basilio, que huye con Clotaldo y Astolfo por una espesura del bosque, no muy lejos de donde se erigió la prisión de su hijo. El rey comprende que si «está de Dios que muera» nada podrá hacer para evitarlo, y deteniendo la huida, va al encuentro de las tropas de Segismundo (que lleva a su lado, como brava capitana, a Rosaura). El rey cae a los pies de su hijo y le otorga el reino.
No es difícil observar que las tres profecías se han cumplido: Segismundo ha sido un rey cruel durante su breve reinado, el reino se ha dividido por su causa en una cruenta guerra, y ahora tiene a su propio padre humillado a sus pies. Ya que, dice Segismundo, «Lo que está determinado / del cielo, y en azul tabla / Dios con el dedo escribió [...], nunca miente».
Pero aún queda una baza por jugar, la libertad de Segismundo. Así, amonesta a su padre por su pecado al creer que las estrellas podían forzar el «libre albedrío» y, encerrándole, hacer de él la fiera que pretendía evitar. Y añade, acompañando sus palabras de un grandioso gesto de misericordia: «Sentencia del cielo fue; / por más que quiso estorbarla / él no pudo, ¿y podré yo / que soy menor en las canas, / en el valor y en la ciencia / vencerla? Señor, levanta, / dame tu mano; que ya / que el cielo te desengaña / de que has errado en el modo / de vencerle, humilde aguarda / mi cuello a que tú te vengues; / rendido estoy a tus plantas».
Y así termina el drama, que nos deja resonando en los oídos que el hombre es libre. Su libertad se expresa en la adhesión al bien y a la verdad, pues que nuestro hado, a diferencia del griego, es «Padre que está en los cielos».
Es verdadero Padre «rico en misericordia» y manifiesta su corazón deteniéndose ante la libertad del hombre, respetando y esperando ese “sí”, que sólo puede ser gratuito.
* Se trata de un verso de Bob Dylan, tomado de la canción Song to Woody, que alude a mendigos, campesinos, princesas y reyes.