JUBILEO
TOMÁS Y BARTOLOMÉ


Aquellos dos empíricos
Tomás
cuando la fe está al alcance de la mano.


Con su deseo de tocar no manifiesta escepticismo sino seriedad ante lo real.
Él comprueba por los demás.
Una presencia que da inicio al conocimiento

PINA BAGLIONI


Cuando Juan escribe en su evangelio que lo que está escribiendo es "lo que hemos visto y tocado", le tenía a él en mente: él es Tomás, el apóstol
"empírico", aquel a quien los evangelios sinópticos (los de Mateo, Marcos y Lucas; ndr) incluyen en el segundo grupo, junto a Mateo, y cuyo nombre nos da una pista acerca de su origen. Tomás en sirio es el equivalente al griego Dídimo, es decir, mellizo. Además, una tradición antiquísima atestigua el culto al apóstol en Edesa de Siria (la actual Urfa, en Turquía). Si los sinópticos lo citan sólo con ocasión de la presentación de los doce, Juan muestra mucha mayor atención hacia él. Lo recuerda en siete circunstancias bien precisas. Y tres de ellas son muy significativas para definir el carácter de Tomás. La primera (Jn 11,6) se refiere a la enfermedad de Lázaro: Jesús decide volver a Judea, en concreto a Betania, para encontrarse con su amigo. Los apóstoles se muestran escépticos porque saben que en Judea la hostilidad de las autoridades hacia Él está en pleno auge y existe un peligro cierto incluso para la integridad física de quienes le siguen. Todos censuran la decisión menos Tomás quien, dirigiéndose a sus amigos, exclama: "¡Vayamos también nosotros a morir con él!". Ciertamente, la franqueza no es una dote que le falte a Tomás. También lo demuestra el segundo episodio. La Última Cena está a punto de concluir; se ha anunciado la traición que se va a producir, aunque nadie lo ha entendido (cuando Judas abandona el Cenáculo, Juan subraya que "ninguno de los comensales comprendió"). Jesús trata de tranquilizar a los suyos: "Yo voy a prepararos un lugar...Y adonde Yo voy sabéis el camino". Pero a Tomás algo no le cuadra: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Y Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,1-6). La única posibilidad de salvación está en este orden de precedencia invertido: en conocer el camino antes de saber a dónde se va, es decir, en estar en el camino sin siquiera saberlo.

Tres solicitudes

Finalmente, el episodio más célebre, el que tiene lugar tras la Resurrección. Jesús se presenta ante un grupo de apóstoles, pero entre ellos no estaba Tomás. Los que estaban se apresuran a contarle al ausente lo que habían visto. La reacción de Tomás no viene dictada por el escepticismo. Es su naturaleza empírica la que le lleva a dudar de todo lo que no ha visto con sus propios ojos y tocado con sus manos. Es una reacción inmediata, un resultado de su franqueza: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo". Tres solicitudes, precisas, apremiantes, casi imprudentes. Pero a Jesús no le crean ningún problema: conociendo en profundidad a sus amigos, comprende también sus debilidades o pretensiones. Así, ocho días después Jesús aparece de nuevo entre los suyos. Y en cuanto ve a Tomás le pide que se acerque sin olvidar ninguno de sus requerimientos: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20, 24-28). Después, Jesús añade lo que siempre se ha considerado como una reconvención: "Porque me has visto has creído: dichosos los que crean sin haber visto". El Padre Ignace De la Potterie, jesuita y gran biblista, ha explicado este pasaje subrayando que en realidad la traducción se refiere al pasado: "No es correcto traducirlo en futuro. Hay dos verbos en aoristo, y en todos los demás casos de aoristo utilizados por Juan éstos tienen un valor de anterioridad". Y explica De la Potterie: "La reconvención se dirige al rechazo de Tomás a dar crédito a lo que le anunciaron los discípulos". Caravaggio, narrando esta escena en uno de los cuadros más bellos de toda la historia de la pintura (se conserva en Postdam, en Alemania, a las puertas de Berlín), desvela un detalle muy humano que ayuda a comprender cómo la condición de Tomás es la de todos: por eso es tan verdadera. Mientras el apóstol mete brutalmente el dedo en el costado, otros dos apóstoles miran desde detrás con la mirada tensa por la curiosidad. También ellos quieren tener la certeza empírica de que lo que tienen delante es Jesús en carne y hueso. Lo que Tomás está haciendo lo está haciendo también para ellos. Han visto, han tocado, han creído. Exclaman: "¡Señor mío y Dios mío!".
El apóstol empírico vuelve a las páginas de Juan con ocasión de la aparición de Jesús en el lago de Galilea: son siete quienes se van a pescar siguiendo a Pedro. Y Juan nos dice con precisión de cronista que entre ellos estaba también Tomás.

En la India
Y después, ¿qué fue de él? En los Hechos de Tomás, el más importante de los escritos apócrifos atribuidos al apóstol, cuenta que en Jerusalén echaron a suertes las tierras a las que ir de misión y a Tomás le tocó la India. Los Hechos dan fe de un escaso entusiasmo: "No tenía ganas de ir. Decía: "No tengo fuerza suficiente, soy débil"". Jesús tuvo que ocuparse de él de nuevo apareciéndose en un sueño: "¡No temas, Tomás! Mi gracia está contigo". Pero, fiel a su temperamento, Tomás no se convence: "¡Mándame donde quieras, Señor! A cualquier sitio menos a la India". Entonces el Señor recurre a un subterfugio y vende a su discípulo a un mercader hindú, venido a Jerusalén a buscar un constructor para el rey Gudnafar. En este momento Tomás se rinde. Aunque todo esto es legendario, sí es cierto que parte para la India.
De hecho, se conservan muchísimas señales de su paso por tierras hindúes (junto a Mateo). De ello hablan en los primeros siglos Ambrosio, Paulino, Jerónimo: Tomás habría desembarcado en Mylapore, la actual Madrás, donde sufriría enseguida el martirio y donde todavía hoy se venera su tumba. Por otra parte, los signos de una presencia cristiana en India son numerosos y se remontan a los primeros siglos. En el Concilio de Nicea de 325 estaba presente un obispo Juan que era sirio caldeo y provenía de la India. Y todavía hoy existe en la región de Malabar, al sur de la India, una tradición de cristianos que usan para la liturgia la lengua siria.
San Francisco Javier
Pero quien conoció y encontró, con inmenso estupor, esta pequeña grey de cristianos en la India fue san Francisco Javier, que desembarcó allí en 1541. Al llegar a la isla de Socotora se encuentra con gente que se dice cristiana. Como escribe en sus cartas, "se dicen honrados de llamarse cristianos y poseen iglesias, cruces y lámparas". Aquí los sacerdotes se llamaban cacizes y, a pesar de no saber leer ni escribir, tenían todavía plena memoria de las oraciones. "No comprenden las oraciones que recitan, porque no están en su lengua: creo que están en caldeo. Son devotos de santo Tomás: dicen que descienden de los cristianos que convirtió santo Tomás en estos lugares". En mayo de 1545 Javier llega hasta Mylapore para venerar la tumba de santo Tomás. Y es aquí donde probablemente recuperó la reliquia del apóstol que, en el momento de su muerte, se encontró en el pequeño relicario que llevaba al cuello. En el mismo relicario tenía las firmas de las cartas de sus amigos, recibidas desde Europa: "Os hago saber, queridos hermanos, que he recortado vuestros nombres de las cartas que me habéis escrito, escritos por vuestra propia mano, y los llevo siempre conmigo por el consuelo que me aportan". Ellas, como las reliquias del Santo, eran para Javier la antesala del Paraíso: "Pronto nos veremos en la otra vida con mayor reposo que en ésta".



"Nosotros conocemos bien esta categoría, este tipo de personas, también entre los jóvenes. Estos empíricos (...) son muy valiosos, porque este querer tocar, querer ver, habla de la seriedad con la que se trata la realidad, el conocimiento de la realidad. Y éstos están dispuestos, si un día Jesús viene y se presenta ante ellos, si muestra sus heridas, sus manos, su costado, entonces están dispuestos enseguida a decir: "¡Señor mío y Dios mío!". Pienso que son muchos vuestros amigos, vuestros coetáneos, que tienen esta mentalidad empírica, científica; pero si una vez pudieran tocar a Jesús de cerca - ver el rostro de Cristo - si alguna vez pueden tocar a Jesús, si lo ven en vosotros, dirán: "¡Señor mío y Dios mío!".
(Juan Pablo II, 24 de marzo de 1994)

SEÑAS DE IDENTIDAD


Nombre: Tomás
Procedencia: tal vez Edessa, la actual Urfa en Turquía, en la frontera con Siria.
Signos característicos: barba, cabellos oscuros, cierta predisposición a la pereza.
Fiesta: 3 de julio.
Lugar de culto: en Madrás, al sur de la India, se encuentra la catedral de Santo Tomás, que fue reconstruida en 1500 sobre el lugar donde fue sepultado Tomás. En Urfa, la antigua Edessa, no se conservan signos del apóstol.
Hablan de él: los cuatro evangelios,
los Hechos de los Apóstoles, los Hechos
de Tomás, texto apócrifo pero muy antiguo; san Francisco Javier en sus cartas.




Bartolomé,
la franqueza del hombre venido de CanáÉl

es el Natanael de los Evangelios.
Arrollado por las palabras de Jesús, de quien había dicho
"¿De Nazaret puede venir algo bueno?", lo siguió.
La evidencia de la verdad,
más fuerte que cualquier prejuicio

ALESSANDRO ZANGRANDO



Si hojeamos los Evangelios sinópticos en busca de noticias acerca del apóstol Bartolomé, encontraremos bien poco: en el elenco de los tres evangelistas, su nombre sigue siempre al de Felipe; los Hechos de los Apóstoles, sin embargo, lo ligan a Mateo. Bartolomé deriva del arameo "Bar Talmaj", es decir, "hijo de Talmaj", que en la traducción griega pasa a ser "Tomai". Leyendo a Mateo, Marcos y Lucas no encontramos más noticias.
Pero, según casi todos los estudiosos, Bartolomé es aquel Natanael de Caná que nos presenta el Evangelio de san Juan. Jesús ya ha comenzado su ministerio y vuelve a Galilea seguido por Andrés, Pedro y el mismo Juan, que eran ya discípulos del Bautista, a quienes Jesús había encontrado en Betania. Se dirigen a Cafarnaún, donde instalarán la base en casa de Pedro. Al grupo se había añadido Felipe, también procedente de Betania. Y es Felipe quien quiere enseguida comunicar su estupor a Natanael. Le cuenta que ha conocido "a Ése del que han escrito Moisés en la Ley, y también los profetas, Jesús, el hijo de José, el de Nazaret". Pero Natanael, que tiene un temperamento similar al de Tomás y no cree si antes no ha tocado con la mano, le suelta: "¿De Nazaret puede salir cosa buena?". Felipe no se rinde y le pide que vea con sus propios ojos.
El desconfiado Natanael se deja convencer. Jesús, nada más verle, le dirige unas palabras de simpatía: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño". En suma, elogia su franqueza. Pero cuando las miradas se encuentran la desconfianza se disipa y deja su lugar al estupor: "¿De qué me conoces?". La respuesta de Jesús: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi". En Palestina estaba muy difundida la costumbre de plantar una higuera junto a la casa, un lugar ideal para reposar protegidos por la sombra; en aquellos tiempos los rabinos encontraban allí el silencio que favorecía el estudio de la Ley. Estas palabras remueven por completo a Natanael.

Bajo la higuera
El abad Giuseppe Ricciotti, autor de la insustituible, Vida de Jesucristo, describe así aquellos instantes de maravilla: "La sorpresa debió ser extraordinaria espiritualmente, ya que los pensamientos que Natanael desarrollaba en su mente en aquel retiro suyo debían tener alguna relación con el inminente encuentro. ¿Pensaba tal vez en el verdadero Mesías, habiendo oído los extraños rumores que recorrían el país a propósito del recién llegado Jesús? ¿Pediría en el silencio de su corazón un "signo" a Dios, como lo había pedido Zacarías? No podemos responder con precisión; sin embargo, está claro que Natanael halló perfectamente verdaderas las palabras que le dirigió Jesús: de verdad le había visto en el interior de sus pensamientos, más que en la situación de su persona". Natanael es alcanzado por el cambio, constata que Felipe tenía razón, y exclama: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Jesús le contesta: "¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera crees? Has de ver cosas mayores". Y aún continúa: "En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". (Jn 2, 46-51).
Tres días después de este coloquio, Jesús es uno de los invitados a las bodas que tenían lugar en Caná, con ocasión de las cuales hizo su primer milagro. Es muy probable que fuera el cananeo Natanael quien le pidiera que participase en aquel matrimonio.
Juan nombrará de nuevo a Natanael sólo al final de su Evangelio. Muerto y resucitado Jesús, los apóstoles vuelven a Galilea a la espera de que su Maestro se muestre. Natanael es uno de los siete que salieron una tarde a pescar. Al alba se apareció el Señor a este grupito, a la orilla del lago de Tiberiades, la tercera aparición tras la Resurrección.

Mártir en Armenia

Se puede suponer por todo esto que Natanael formaba parte del círculo de los apóstoles, aunque su nombre no se encuentra en los sinópticos. En su lugar, éstos hablan de Bartolomé, una figura no mejor identificada. La explicación puede ser ésta: Natanael, que en hebreo significa "don de Dios" y Bartolomé son nombres complementarios; el primero es el "nombre propio", el segundo es el patronímico con el que el apóstol era designado. Además, Natanael viene de Galilea, la tierra de proveniencia de los apóstoles, y su nombre, en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, viene ligado al de Felipe, precisamente el amigo que le hizo conocer al Mesías.
Hasta aquí llega la narración de los evangelios. ¿Qué le sucede después a Bartolomé? Eusebio de Cesarea nos cuenta que Panteno, mientras estaba evangelizando "la India" (un término que se refería a un área muy vasta), había descubierto que Bartolomé había predicado antes que él en aquella tierra. Además, Panteno encontró el Evangelio de Mateo en arameo, que habría sido llevado por el propio Apóstol. Según otras tradiciones, habría evangelizado Mesopotamia, Persia, Egipto, Frigia, Arabia, Etiopía y Armenia. Precisamente en Armenia habría encontrado el martirio, pero también sobre este punto las noticias son vagas: según algunas tradiciones fue crucificado, según otras decapitado. Bartolomé convirtió y bautizó al rey Polimio, a su familia, al ejército y a su pueblo. Por esto, el rey Astiage, hermano de Polimio montó en cólera e hizo matar al apóstol. Algunas fuentes cuentan que fue desollado vivo, una versión recogida por la iconografía oficial, que lo representa a menudo mientras lleva los pedazos de su propia piel, como en el caso tan célebre del Juicio Final de Miguel Ángel. Por ello es considerado el protector de los carniceros y los curtidores, y es invocado por quienes sufren enfermedades de la piel. En el arte, su atributo es el cuchillo, es decir el instrumento de su martirio.

De Lipari a Roma
Sus reliquias habrían llegado en 580 a la isla de Lipari, donde permanecieron durante más de doscientos años; en 838 el príncipe de Benevento las llevó a su propia ciudad. Allí permanecieron hasta que Otón III las transfirió a Roma. Era el año 983 y el emperador alemán había construido una iglesia que había querido dedicar a san Adalberto y a san Bartolomé. Los de Benevento trataron de quedarse con las reliquias del Apóstol, dando a Otón las de san Paolino de Nola. Cuando el emperador se dio cuenta, volvió sobre sus pasos y reclamó que le dieran las reliquias verdaderas. En la fachada de la iglesia sobre la isla Tiberina, donde aún hoy se conservan, una inscripción testimonia este hecho: "In hac basilica requiescit corpus S. Bartholomaei apostoli". En el transepto, a la derecha, se conserva una palangana con forma de cáliz del año 1000, en la que habrían sido transportadas las reliquias del apóstol de Benevento a Roma para ser después colocadas en la preciosa pila de pórfido rojo que se encuentra bajo el altar mayor. Al término del siglo XVIII, con la ocupación francesa, las reliquias fueron puestas a recaudo en Santa María in Trastevere, como signo de una veneración por parte del pueblo romano que nunca ha venido a menos. Una veneración que contrapuso incluso a dos papas: Pío IX, que reordenó el altar, y Juan XXIII, que fue allí de visita. También Tolosa y Canterbury reivindican en sus catedrales la existencia de reliquias de Bartolomé.

SEÑAS DE IDENTIDAD

Nombre: Bartolomé o Natanael.
Procedencia: Caná de Galilea.
Profesión: pescador.
Rasgos particulares: barba, cabellos oscuros, casi 50 años.
Fiesta: 24 de agosto.
Lugar de culto: algunos restos de san Bartolomé son custodiados bajo el altar mayor de la iglesia de San Bartolomé en la Isla, en Roma. También Benevento, ciudad que tuvo dichos restos durante algo más de cien años, conserva reliquias en la iglesia de San Bartolomé. Finalmente, también se veneran reliquias del santo en la catedral de Tolosa y en la de Canterbury.
Hablan de él: los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, Eusebio, Jacopo da Varagine.