El greco

Identidad y transformación

El Museo Thyssen rinde homenaje al máximo exponente del manierismo español. La muestra supone un acercamiento a la obra del Greco vista en su totalidad, desde sus orígenes cretenses, marcados por un fuerte bizantinismo, hasta la última etapa de su pintura en Toledo

MARÍA RODRÍGUEZ VELASCO

Domenicos Theotocopoulos nació en Candía en 1541 en el seno de una familia acomodada de profunda religiosidad, formándose en la escuela de iconos bizantina con primacía de un arte conceptual y puramente lineal. Movido por el interés que despertaban en él los grabados italianos llegados a Creta, y, sobre todo, por su inquietud personal de conocer a los maestros venecianos, en 1560 viajó a Venecia.

En Venecia
Allí se formó en el taller de Tiziano, donde aprendió la técnica colorista y la valoración de la pintura como arte noble, no meramente manual, como actividad creativa donde se ponen en juego la razón y el sentimiento. En este sentido, el tópico «ut pictura poesis» se hizo realidad para el cretense en el estudio del maestro veneciano. En la escuela de Tintoretto adquirió la intensidad en las expresiones, la organización de las composiciones y la distribución de luces coloreadas no sólo para crear movimiento, sino también para subrayar los distintos focos de atención de cada pintura. Por último, tanto de Bassano como de Veronés admiró y tomó para sí la suntuosidad y la aplicación de luces crepusculares y nocturnas.

En Roma
En 1570 la ambición y el deseo de perfeccionar su formación le llevaron a Roma, donde fue protegido por la familia Farnesio, que facilitó su contacto con los círculos humanistas de la ciudad. Allí admiró la armonía de las composiciones y el dibujo de Rafael y la grandiosidad espacial y el volumen de las figuras que Miguel Angel imprime en sus obras. A pesar de abrir su propio taller en la capital italiana, la escasez de encargos y, sobre todo, un enfrentamiento con el gran maestro italiano le llevarán a España en 1576, donde esperaba colaborar en la decoración del gran proyecto artístico de Felipe II, el Monasterio de El Escorial para el que el rey reclamaba constantemente la presencia de artistas extranjeros, especialmente de formación italiana. Hacia 1585, su orgullo y sus diferencias con la estética contrarreformista impuesta por el monarca, lo alejaron de sus propósitos y se instaló definitivamente en Toledo.

Los comienzos
Es muy importante conocer esta trayectoria para comprender el recorrido de la exposición. Su título, «Identidad y transformación», refleja ante todo la evolución de un artista que valoró todas las tendencias estilísticas del momento escogiendo lo mejor de cada una de ellas para crear una identidad propia. Por eso la primera parte de la muestra presenta obras como, «San Lucas pintando el icono de la Virgen» (Museo Benaki, Atenas), insertas en los parámetros del arte oriental. Y como no podemos concebir las primeras obras del Greco aisladas del círculo cretense que le rodeaba, el Museo expone también obras de algunos de sus contemporáneos como Mijail Damaskinós y Geoergios Klontzas. La transición entre estas primeras obras y la progresiva asimilación de la estética italiana se materializa en el «Tríptico de Módena» (Galería Estense, Módena), o la «Adoración de los pastores» (Museo J.F. Willumsen).

Las obras españolas
En la segunda parte de la exposición el interés se centra en la clara transformación que se produce en el estilo del Greco hasta llegar al Manierismo pleno. Es decir a la reacción o exageración de los principios de los grandes maestros italianos para crear un estilo definido por figuras alargadas y desproporcionadas, escorzos violentos, luces irreales, ausencia de espacio, rostros asimétricos de perfil acusado, movimientos inestables... En definitiva, una obra que provocó el asombro de sus contemporáneos, plenamente expresiva, ya no construida basándose en la línea sino mediante grandes manchas de color. Sus obras españolas son absolutamente personales, siendo un acierto en este sentido el planteamiento de la exposición en esta segunda parte, pues no hay un criterio de ordenación cronológico, sino que algunas obras se agrupan por temas, lo que facilita la clara observación de la evolución y transformación de estilo citada anteriormente. Baste como ejemplo citar tres series claramente destacadas: «Anunciación», «Expulsión de los mercaderes en el templo» y «Adoración de los pastores».

Escenas religiosas
Debido a las numerosas réplicas que el pintor realizó de su propia obra nos encontramos con una producción muy repetitiva, que ha sido tradicionalmente dividida en tres géneros para un mejor estudio de la misma. De los tres se da cuenta en esta exposición. En primer lugar, las escenas religiosas, que el Greco concebía no como hechos históricos pasados sino como verdaderos episodios humanos de enorme realismo, actualizados con personajes tomados de la sociedad toledana del siglo XVI. En este sentido, destacar los anacronismos reflejados en «El Expolio» o la «Adoración de los pastores» del Museo Nacional de arte de Rumania, Bucarest, donde algunos personajes visten a la manera del siglo XVI y no del siglo I, como cabría esperar. Esta nueva orientación de la pintura religiosa se repite en el «Martirio de San Mauricio» (Museo del Monasterio de El Escorial), donde un episodio que se remonta a la época de Diocleciano se recrea con tipos castellanos de acentuado realismo, incluyéndose en el grupo central hasta el propio hijo del pintor. Y es que el Greco buscaba ante todo su propia expresividad, por encima del «decoro» y de las exigencias contrarreformistas del rey Felipe II.

Los santos
Para su clientela conventual y eclesiástica realizó numerosos cuadros de santos, a los que el Greco consideraba como «locos de Dios». Sus amaneradas desproporciones, tantas veces achacadas por los románticos a defectos ópticos o a su propia locura, no son sino una manifestación de espiritualidad. Las imágenes de la Magdalena, San Sebastián, San Francisco, o aquellas que forman parte de sus apostolados, a medida que pasa el tiempo se van estilizando en un idealismo místico alejado de la belleza idealizada y las proporciones perfectas que se proponían desde círculos contrarreformistas.
Por último, también en la exposición se ofrece una muestra de sus retratos.

Los retratos
Tanto en la «Dama del armiño» (Colección Maxwell Mac Donald, Glasgow) como en los retratos anónimos masculinos se pone de manifiesto que no le interesaba tanto ensalzar a personas concretas como reflejar el espíritu sobrio de la sociedad castellana renacentista, y más concretamente de Toledo. En su mayor parte anónimos, los personajes se recortan sobre un fondo neutro donde esencialmente se destacan el rostro, especialmente los ojos, y las manos. Los ojos, cuya intensa expresividad melancólica se resalta por una mínima pincelada blanca, como reflejo del espíritu, pues son considerados «espejos del alma». Las manos como símbolo de nobleza en la sociedad renacentista, donde las clases altas no podían realizar trabajos manuales. Sólo pequeños detalles han hecho posible romper el anonimato de algunos de los personajes retratados. Es el caso del «Doctor Rodrigo de la Fuente» (Madrid, Museo del Prado), presente en esta exposición, cuyo anillo en el dedo pulgar acredita su condición de médico y ha llevado a su identificación en paralelo a un grabado del personaje conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid.
El Museo Thyssen no ha olvidado otro género menos representativo pero también presente en la obra del Greco, el paisaje. A la muerte del pintor se inventariaron tres vistas de Toledo, destacando la de «Toledo bajo la tormenta» (Metropolitan Museum, New York) donde el paisaje preciso y topográfico deja lugar a un paisaje emblemático, casi simbólico, dominado por una luz irreal, donde los edificios más representativos de la ciudad se disponen con total libertad, sin atender a su ubicación real.

El manierismo
Al recorrer la exposición nos enfrentamos a una obra muchas veces incomprendida por resultar extraña al espectador, desconcertante, ajena a los modelos que imperaban en su momento. Sólo en el siglo XX se ha llegado a una valoración total de la misma en cuanto a precedente de muchas tendencias contemporáneas en la estética del color, no como mero relleno de los contornos sino como base de la pintura. Hoy en día se valora incluso su influencia en la obra de Velázquez, que podemos ver, por ejemplo, observando en paralelo la «Coronación de la Virgen» (Museo del Prado, Madrid), presente en la última sala de esta exposición, y la del genio sevillano en su segunda etapa madrileña. Aunque algunos no se identifiquen con su estética, hoy en día se reconoce en él un gran artista, máximo exponente del manierismo español. Al observar sus figuras desproporcionadas y composiciones desequilibradas recordemos la opinión de D. Manuel Cossío que resume así la espiritualidad del Greco: «Buscó lo único que en el arte, como en todo, nos hace libres: lo que no es perecedero».