A los setenta años cumplidos - o este año o nunca - hemos aceptado la invitación de nuestra hija de acompañarla en una visita a Nueva Inglaterra, EEUU. Nos hemos ido los cuatro - tenemos una hija y un hijo - a conocer nuevos lugares y volver a ver a viejos amigos que, en repetidas ocasiones en los últimos 24 años, habíamos hospedado en Italia. Muchas personas nos han mostrado una extraordinaria acogida, desde los italianos oriundos a los americanos nativos, y de los amigos chinos hasta la anciana pintora de origen ruso, Rhoda, viuda desde hacía pocos meses, que nos hospedó en su casa durante doce días. Rhoda es judía practicante; el jueves se afanaba en preparar en casa el pan para la celebración del Sábado judío, que celebra del mismo modo cuando está sola. Aquella vez, sin embargo, estábamos también nosotros cuatro, cristianos. El viernes limpió la casa. Encendió las velas antes de la cena, nos llamó en torno a la mesa y entonó el canto de la bendición del vino y después el de la bendición del pan. Distribuyó el vino y partió y distribuyó el pan y todos tomamos un trozo. Los preparativos, las velas, los salmos cantados, la partición del pan, nos hicieron penetrar en una tradición viva, en los gestos que, quizás, eran iguales en el tiempo de Cristo. Qué desconcierto debió causar Él cuando los realizó la noche del jueves, en lugar del viernes, y les dijo: "Éste es mi cuerpo": ¡qué impresión debió causar semejante novedad! Sin embargo, este gesto nos ha unido como hermanos. A través de la larga historia de fidelidad a Dios que mostraban estos gestos, se hacía realmente evidente, como dijo el Papa, que los judíos son nuestros hermanos mayores. Se hacía clarísimo que formamos parte de la misma historia y que el cristianismo es el cumplimiento del Antiguo Testamento. En una tarde de lluvia, mientras yo leía un libro sobre el Holocausto, nuestra amiga judía leía The Religious Sense, que le había regalado mi hija. Por la noche, hablando con su hija, Rhoda le aconsejó que lo leyera, porque decía: "No es un libro escrito para convertir a toda costa, sino para ayudar al hombre a ser más humano".
Piera, Enzo, Giulietta y Giovanni, Sesto San Giovanni
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