La Resurrección

La reconstrucción del relato arameo de Marcos sobre la Resurrección ofrece una lectura de los demás relatos evangélicos que supera las contradicciones debidas a las traducciones al griego de los textos originales. Una ayuda para comprender los hechos históricos en los que se basa la fe cristiana

José Miguel García

En un libro dedicado al estudio de Jesús de Nazaret, su mensaje e historia, su autor, un exegeta católico de reconocido prestigio, no se detiene a estudiar los relatos evangélicos que narran el hallazgo del sepulcro vacío y las apariciones del resucitado, pues «la historia de la resurrección del Crucificado de entre los muertos - dice - no pertenece ya a la historia terrena de Jesús de Nazaret... no necesitamos ni podemos estudiarla aquí»1.

Entonces, ¿por qué?
¿Quiere decir este estudioso católico que ante la resurrección de Jesús el historiador lo único que puede hacer es guardar silencio? Entonces, ¿por qué los evangelistas se empeñaron en narrar los acontecimientos pascuales? Ciertamente los relatos griegos que narran el hallazgo del sepulcro vacío y las apariciones del resucitado son tan discordantes que pocos estudiosos los tratan como narración de un hecho histórico; porque si es histórico el relato de Marcos, forzosamente no lo es el de Juan o Mateo.

El escepticismo respecto al valor histórico, pues, surge de las divergencias, e incluso contradicciones, que se descubren en estas narraciones evangélicas. Recordemos las más llamativas.

Los protagonistas
Por lo que respecta al hallazgo del sepulcro vacío parece imposible saber con certeza quiénes fueron sus protagonistas: según Marcos, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé; para Mateo fueron sólo dos mujeres, María Magdalena y la otra María; Lucas afirma que fueron un grupo indeterminado, aunque sólo nombra a tres, María Magdalena, Juana y María la de Santiago; y en el relato de Juan hay una única protagonista, María Magdalena. En cuanto al motivo y momento de dicha visita al sepulcro, los evangelistas tampoco se ponen de acuerdo. En el interior de la tumba, según Marcos y Mateo, la noticia de la resurrección es comunicada por un ángel; Lucas y Juan aseguran que fueron dos ángeles. Según Mateo, Lucas y Juan, los apóstoles tienen noticia de la resurrección de Jesús por medio de las mujeres; Marcos, por el contrario, asegura que las mujeres guardaron silencio porque estaban llenas de temor. Por último, los relatos de las apariciones son difícilmente conciliables entre sí: Lucas sitúa las apariciones del resucitado en Jerusalén y sus alrededores; Mateo y Juan en Jerusalén y Galilea; y Marcos, por el contrario, no contiene ningún relato de aparición.

Crítica racionalista
Estas discrepancias tan clamorosas han sido siempre consideradas el mayor obstáculo para creer en la veracidad de estos relatos y, por tanto, en el mismo hecho de la resurrección. Uno de los pioneros de la crítica racionalista, Hermann Samuel Reimarus (1694-1768), apelaba justamente a estas divergencias e incoherencias para negar todo valor histórico a las narraciones evangélicas: «Lector, tú que eres serio y amigo de la verdad, dime delante de Dios, ¿podrías aceptar como unánime y sincero un testimonio, respecto a una materia tan importante, que con tanta frecuencia y claridad se contradice en cuanto a las personas, el tiempo, el lugar, el modo, el fin, las palabras, el relato?»2.

De ahí que se haya generalizado el leer estos textos como relatos catequéticos, en que lo importante no es el hecho narrado sino el contenido teológico. Los evangelistas - se suele afirmar - no intentaban narrar historia, sino transmitir un dato de fe.

Hechos vividos
Es verdad que los evangelios son libros de fe, pero sería necesario no olvidar que ésta deriva de unos hechos históricos.
La fe cristiana consiste en el anuncio de un hecho histórico en el que Dios se revela. Así pues, nuestra fe en la resurrección de Jesús se basa en un acontecimiento real, sucedido en Jerusalén, o es una pura quimera. Por lo demás, es imposible que los apóstoles hayan anunciado que Jesús ha resucitado si, después de muerto, no le hubieran visto vivo y su tumba vacía. Sin embargo, ellos aseguran haber visto a Jesús de Nazaret resucitado de entre los muertos, vencedor sobre la muerte y glorioso. Es decir, no estamos ante relatos inventados por los evangelistas para transmitir una idea teológica, sino para transmitir la experiencia que los apóstoles tuvieron de un hecho objetivo. El lector sencillo de estos relatos tiene la impresión de que narran hechos vividos por los discípulos de Jesús en el primer domingo cristiano y días posteriores.

Discrepancias y filología
Pero precisamente es esta posibilidad la que acentúa más la dificultad: es incomprensible que, narrando los mismos hechos, los evangelistas no coincidan nada más que en lo nuclear. La única explicación de las estridencias que tenemos en los relatos griegos de los evangelios es de tipo filológico: estamos ante el resultado de traducciones incorrectas de los originales arameos. De hecho, cuando se recupera, partiendo siempre de los hechos lingüísticos anómalos del griego, el posible texto semítico, es posible aclarar todas esas discrepancias de los relatos pascuales. E incluso descubrir datos hermosos, de la vida real o de la teología, que fueron sepultados bajo los escombros de las traducciones defectuosas. Valga como ejemplo la reconstrucción que hemos hecho del relato arameo de Marcos del hallazgo del sepulcro vacío.

El relato arameo
«1Y pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé, que habían comprado aromas para ir a ungirlo 2madrugando muy temprano el primer día de la semana, hicieron que fuesen al sepulcro cuando salía el sol 3aquellas a las que decían que, diciendo a sí mismas: ¡Si nos dejaran retirar la piedra de la entrada del sepulcro!, 4miraron y vieron que estaba retirada la piedra, la cual era muy grande.

5Y cuando (las otras) fueron al sepulcro, vieron un joven que estaba a la derecha vestido con una vestidura blanca, y sintieron gran temor. 6Él les dice: “No os espantéis. A Jesús buscáis, el Nazareno, el crucificado; resucitó, no está aquí. Mirad el lugar donde le pusieron. 7Id, pues, decidlo a sus discípulos, que han venido a ser de Pedro, a los cuales ordena conduciros a Galilea; allí lo veréis. He aquí cuanto ha ordenado deciros”. 8Y ellas marcharon, apretándose (unas contra otras), del sepulcro, porque se había apoderado de ellas temblor y estupor. Y a nadie nada dijeron sin que fueran tenidas por perturbadas3».

Información de primera mano
Lo primero que destaca en esta traducción es la percepción de hallarnos ante la narración de unos hechos históricos, compuesta a partir de la información ofrecida por sus protagonistas. Por añadidura, en este original arameo han desaparecido las estridencias que siempre han destacado los que se niegan a conceder un valor histórico a estos relatos. En primer lugar, Marcos no dice, oponiéndose a Juan, que María Magdalena conoció el hecho de la resurrección de Jesús de labios de un ángel. En segundo lugar, las tres mujeres que descubrirán el sepulcro vacío tenían un motivo suficientemente poderoso para temer que no pudiesen retirar la losa de la puerta del sepulcro: los guardias solicitados a Pilato por los jefes de los sacerdotes; una noticia que Mateo nos ha transmitido con todo detalle. Ha quedado también claro que, como en Lucas, en Marcos la compra de los aromas por las mujeres se realizó antes de terminar la víspera del sábado. Además, el narrador menciona dos viajes diferentes: uno primero de tres mujeres, y uno segundo de un grupo indeterminado de mujeres, llevadas por la curiosidad del relato de las primeras sobre el hallazgo del sepulcro abierto y vacío. A este segundo grupo, el ángel comunica el hecho de la resurrección de Jesús y el mandato de transmitir a los Once el encargo de conducirlas a Galilea a ellas, y sin duda a todos los demás fieles seguidores de Jesús, hombres y mujeres, que habían venido de Galilea a Jerusalén con Jesús para la Pascua; allí verán al Señor resucitado.

No las creyeron
Por lo que respecta a la información final, aquí se dice lo mismo que encontramos afirmado en Lucas. En 24,11 éste puntualiza que las palabras de las mujeres a los apóstoles les parecieron sin sentido, y no las creyeron; y en v.22s, los de Emaús dicen a quien creen peregrino: «Es cierto que algunas mujeres de nosotros nos han causado estupor porque, yendo muy temprano al sepulcro y no encontrando su cuerpo, vinieron diciendo que habían visto una visión de ángeles, los cuales dicen que vive». Y de nuevo es claro el poquísimo crédito que estos dos de Emaús dieron a las palabras de las mujeres porque, a pesar de haberlas escuchado, creyendo que la causa de Jesús ha terminado para siempre con su muerte en el Calvario, marchan tristes a su aldea.

Sólo sus amigos
Como afirmamos todos los domingos, cuando proclamamos el Credo, Jesús resucitó verdaderamente de entre los muertos al tercer día. Este es un acontecimiento, un hecho sucedido en esta historia, del que los discípulos fueron testigos y lo anunciaron a todos los hombres prisioneros del mal y la muerte. «La resurrección de nuestro Señor Jesucristo - escribe san Agustín - caracteriza la fe cristiana. Que naciera hombre como todo hombre en un tiempo dado, pero también Dios de Dios y Dios fuera del tiempo; que naciera en nuestra carne de muerte, y en la semejanza de nuestra carne de pecado; que se hiciera pequeño, que superase la infancia, que llegase a la edad de hombre maduro y viviera en ella hasta la muerte: todo esto preparaba su resurrección. Porque no hubiera resucitado sin su muerte, y no hubiera muerto sin su nacimiento. Al nacer y al morir servía a su resurrección. Si se ignora que nació de una virgen, sus enemigos, como sus amigos, creen que Cristo nació hombre; sus enemigos, como sus amigos, creen que Cristo fue crucificado y que murió. Pero sólo sus amigos creen en su resurrección. ¿Por qué? El Señor, Cristo, sólo quiso nacer y morir en la perspectiva de su resurrección, y es en ésta donde ha definido nuestra fe» (PLSupl. 2,568).