PERTENENCIA
El ejército de los insatisfechos
La dedicación total al trabajo corre el riesgo de convertirse en la respuesta
más adecuada al deseo de felicidad. Pero, en realidad, tanto el vago como
el ambicioso sin escrúpulos son dos caras de la misma moneda: ambos dejan
a un lado un aspecto de la realidad. Nos habla de ello Mario Sala
MARCO BISCELLA
Tenemos que hacer que
surja el orgullo de pertenecer a esta empresa, a
esta marca». ¿Cuántas veces se escuchan palabras como éstas
en una reunión con el jefe de la oficina, charlando con algún colega “eficiente” o
en un seminario interno sobre los nuevos objetivos societarios? Una de las avanzadillas
de la vida en la que la palabra “pertenencia” juega un papel decisivo
es la del trabajo, la de la profesión. Para Hannah Arendt el trabajo tenía
dos caras: por una parte era sufrido como una constricción, y por otra
era vivido como obra. Y hoy, a menudo, parece que prevalece sólo el primer
aspecto.En el puesto de trabajo se pasan muchas horas del día, y para
trabajar se firma un contrato de prestación de servicios. ¿Es justo
que uno “pertenezca” a la empresa en la que trabaja? En EEUU han
llegado a inventar una palabra - workalcoholism, dependencia patológica
del trabajo - para describir la pulverización y el desmoronamiento de
la persona cuando no está implicada con la propia tarea laboral. Un “yo” cuya
consistencia está sólo en las cosas que otro le ha ordenado hacer
(ya sea el jefe de departamento, el responsable de la oficina o el plan integral
de negocio absorbido pasivamente por el ambiente de trabajo). Y en EEUU la nueva
frontera parece ser precisamente ésta: el trabajo lo es todo.
Carrera bestial
«
Cada vez con mayor evidencia - habla Mario Sala, socio de Praxis Management,
sociedad de consultoría de dirección - se impone hoy en día
la idea de que se pertenece al trabajo como, en el pasado, se pertenecía
a alguna asociación. En las grandes empresas multinacionales no hay declaración
de principios corporativos que no contemple el sentido de pertenencia al mismo
nivel que otras palabras como calidad, satisfacción del cliente o trabajo
en equipo. De esta forma no se hace sino proyectar en el trabajo todas las expectativas
de realización de uno mismo como si el trabajo pudiese, en cuanto tal,
ser la respuesta más adecuada al deseo de felicidad».
¿
Las consecuencias prácticas? Sala no duda en enumerarlas: «De esto
deriva una idea brutal de lo que supone hacer carrera. La gente se vuelve loca
por subir de rango. Una dependencia, una dedicación total dictada sólo
por el deseo de oír decir: “Eres estupendo, te aprecio de verdad”.
Pero ser apreciado de verdad por una capacidad de llevar a cabo algo es el fin.
La persona queda reducida a recurso humano».
Como se deduce de una investigación llevada a cabo por Manpower, sociedad
americana que actúa en el campo del trabajo temporal, en Italia está en
alza el apego a la empresa, porque la fidelidad profesional de los trabajadores
se considera un elemento de éxito.
Esta metamorfosis se capta sobre todo en los jóvenes, en los que buscan
trabajo. Su verdadera obsesión hoy en día, su verdadera manía,
es el progreso profesional. «Si no tienes un trabajo que te haga crecer
profesionalmente, si no tienes la aspiración de trabajar en una gran empresa,
es decir, en una gran organización - subraya Sala -, eres considerado
un perdedor. De esta forma la búsqueda de trabajo se vuelve un drama».
Falta de aptitudes básicas
Si se hace la prueba de darse una vuelta por las páginas web que se ocupan
del desarrollo de recursos humanos, se descubre que el leitmotiv es una especie
de felicidad que uno tiene que alcanzar: «Tú [dirigido al que busca
trabajo] eres infeliz porque no consigues trabajo. Y no lo consigues porque no
eres hábil, te faltan las aptitudes básicas (la capacidad de escuchar,
de dialogar, de comunicar, de motivar, etc...). Ven a nosotros, te harás
más hábil y serás más feliz». Sencillo, ¿no?
Sin embargo, según una encuesta realizada por la International Survey
Research, los italianos se declaran poco implicados, desmotivados y estresados
en el puesto de trabajo. Un ejército de insatisfechos (por si fuera poco
más numeroso que en Turquía, un puesto más arriba que Italia
en el ranking europeo) que se presenta cada día, puntualmente, en su trabajo,
pero que deja en la calle su corazón.
«
Pero el holgazán y el enfermo de trabajo - añade Sala - son dos
caras de la misma moneda. El trabajo es nada, dice el primero. El trabajo es
todo, rebate el segundo. Pero ambos se ven obligados a seccionar una parte de
la realidad, a eliminar la pregunta acerca del significado de sí mismos
y del trabajo».
El trabajo, como nos recuerda Giussani en El yo, el poder, las obras, es una
necesidad. Implica el corazón, es decir, las exigencias constitutivas
de la persona. Y los deseos que parten del corazón, precisamente porque
son constitutivos, se abren hacia el infinito, buscan la realización de
toda la persona. En resumen, como dice Sala, «hoy necesitamos la silla
de Péguy. Necesitamos la idea de trabajo como expresión de la persona,
como expresión de una civilización».
La silla de Péguy
Esto es lo que dice Charles Péguy: «Hubo un tiempo en que los obreros
no eran siervos. Trabajaban. Cultivaban un honor, absoluto, como corresponde
a un honor. La pata de una silla debía estar bien hecha. Era natural,
se entendía. Era un primado. No hacía falta que estuviese bien
hecha por el salario o de forma proporcional al salario. No debía estar
bien hecha para el jefe ni para los entendidos ni para los clientes del jefe.
Debía estar bien hecha para sí, en sí misma, en su misma
naturaleza. Exigían que esa pata estuviese bien hecha. Y cada parte de
la silla que no se veía era trabajada con la misma perfección que
las partes que se veían. Según el mismo principio con el que construían
las catedrales».