LA GUERRA EN IRAQ
Persona y libertad

Entrevistamos a Elisa Buzzi, profesora desde hace años y estudiosa de la tradición religiosa y cultural estadounidense. Partimos de un juicio de don Giussani acerca del carácter positivo de la vida que nos enseña la historia de EEUU, e indagamos en su origen y en las contradicciones que después se han generado. Para no ser «ni ilusos ni cínicos respecto al imperio»

A CARGO DE MAURIZIO CRIPPA


La mañana de marzo en que me encuentro con Elisa Buzzi para hablar sobre Estados Unidos, su religiosidad, su “positividad”, es la misma en que vence el ultimátum de Bush a Iraq. La noche en que me pongo a redactarla, los bombarderos se alzan en vuelo sobre Bagdad. “No a la guerra. Sí a América”. En un momento como el que vivimos un juicio así exige ir al fondo, de la América que dice sí a la guerra, y del Papa que dice no y da las razones - no sólo religiosas, sino también políticas - de su realismo cristiano. De los EEUU, que parecen ignorar este realismo para tomar el camino de una misión que no es sólo política, sino también religiosa. En todo esto, resuenan en el corazón y la cabeza las recientes palabras de don Giussani, quien ha subrayado que «la historia de América nos enseña que la vida tiene un carácter positivo que sirve de ejemplo a todo el resto del mundo» y que «en ella existe la posibilidad de una educación que salve realmente el deseo de paz y de justicia». Elisa Buzzi, profesora de instituto, estudia desde hace años la historia religiosa y cultural, fascinante y contradictoria, de los Estados Unidos de América, en concreto, el puritanismo. Parte de una premisa: «Lo que más me ha impresionado de las palabras de don Giussani es que son un juicio. No nacen de un “feeling” o de una sentencia de tipo moral. Son un juicio en el sentido pleno del término, que nace de un conocimiento profundísimo de la realidad americana, de sus orígenes religiosos y de lo que ha sido su desarrollo, también contradictorio y dentro de la experiencia del límite o de la corrupción». Así pues, tratamos de entender ese carácter positivo y esa posibilidad educativa a las que aludíamos, aparcando de momento la política.

Lo primero que abordamos es la “positividad” de EEUU, o lo que desde el punto de vista laico se define como el optimismo americano.
En el fondo de este sentido de “positividad” hay un ideal de libertad entendida como posibilidad para todos de adherirse al destino de cada uno, de experimentar la verdad, la propia realización (también práctica). Este ideal tiene desde luego un fundamento religioso, pero tiene también otras motivaciones: pensemos en el deseo que movía a quienes emigraban por motivos económicos o políticos. Es la idea de land of opportunity.Y dentro de esta “opportunity” se incluye también el valor de la persona, de su compromiso “ético” en utilizar sus energías para realizarse.

Así pues, un punto de partida religioso sobre el que más tarde “optimismo” de cuño laico.
Es la gran american way of life, que ha sido definida como un “protestantismo secularizado” y que lleva insitos una componente positiva y también su límite, la posibilidad de degenerar en un progresismo optimista y pragmático «religiosamente superficial y políticamente irrealista», como decía el gran teólogo protestante americano Reinhold Niebuhr, que hablaba de “religión de la modernidad” y también de “ilusión de los moralistas”. Porque es una visión que tiene en su base la negación de la realidad del pecado: en un determinado punto tiende a olvidar que siempre es posible la corrupción de la libertad, hacer el mal.

Una tentación ilustrada que resulta trágicamente clara en la
La Ilustración es la otra base de la cultura americana, pero en la forma menos ideológica de la Ilustración anglosajona. Así, en EEUU, visión laica y religiosa no han entrado en conflicto. Niebuhr decía: «Somos la nación más religiosa y también la más secularizada». Una paradoja cierta.

Si quisiéramos érminos histórico-culturales...
El racionalismo anglosajón no se opone al protestantismo, sino que es una derivación del mismo, es más, es una especie de herejía dentro del protestantismo. Digo herejía, porque los racionalistas, como John Locke, eran herejes de verdad, propugnaban herejías trinitarias y cristológicas, eran casi todos arrianos o socinianos [herejías cristianas que niegan la divinidad de Cristo; ndr]. Además, en el ámbito del calvinismo el racionalismo se afirma como el resurgimiento de un moralismo neo-pelagiano. Esta tradición ilustrada moderada está presente en los Padres Fundadores de la nación, los que escribieron la Constitución de 1787, junto con la gran tradición puritana. De ambas nace el ethos estadounidense. Con el tiempo, esta identidad original ha sufrido una transformación, no exenta de dramas y contradicciones, hacia ese “protestantismo secularizado” al que aludíamos. Pero de aquella raíz religiosa-laica pervive la gran idea de libertad.

Y también esa idea de “nación elegida” que EEUU tiene de sí, ese mesianismo que en estos tiempos tanto influye en la política
Partamos de la concepción de sí que tienen los EEUU puritanos: un nuevo inicio, una experiencia religiosa y social pura, superior a la de la Europa corrupta. Los puritanos no huyeron de las persecuciones, emigraron para vivir una reforma más radical, para construir la verdadera sociedad cristiana. Hoy día, esta mentalidad está aún más acentuada en las distintas denominaciones evangélicas y las sectas que ciertamente tienen su peso en el electorado de Bush. Pero se trata de un sentimiento que forma parte también de la cultura ilustrada: está, por ejemplo, en Thomas Jefferson, que era un deísta. Es el mito en que se funda EEUU.

Un factor positivo que ha aportado la religión al ethos estadounidense es una visión muy realista del valor y la ambigüedad del poder. Como decía un gran pensador puritano, John Cotton, «no se debe conferir a un hombre mortal más poder del que se quiere que utilice, porque seguro que lo usará hasta el final». Es una idea anti-jacobina: no existe un poder bueno que libera al hombre. Alguien dijo que la finalidad de la Constitución de los EEUU no es obtener el gobierno perfecto, sino evitar los males que pueden derivar de cualquier gobierno lo bastante fuerte como para amenazar a las comunidades o los ciudadanos. No es casual que la historia de la Corte Suprema esté llena de pronunciamientos en este sentido, tendentes a limitar el poder del gobierno.

¿ Esto vale también para las relaciones entre Iglesia y estado?
La idea del “muro de separación” entre religión y estado no nació en el sentido ideológico de la Ilustración europea, sino como un intento de proteger al individuo y a la misma religión del poder político. Hay admirables sentencias de la Corte Suprema que indican, por ejemplo, que la «libertad de disentir no puede ser limitada a las cuestiones marginales» sino que afecta a los fundamentos del orden constituido, incluso en tiempos de guerra. Y en el terreno educativo, la Corte ha ratificado decenas de veces que el niño no es un producto del estado, incluso yendo en contra de toda la pedagogía oficial estadounidense, que es uno de los aspectos más negativos e ideológicos del ethos americano.

Una gran posibilidad y el riesgo de su corrupción. ¿Qué significa tener un juicio y no un prejuicio respecto a EEUU?
Ya a fines del siglo XVII uno de los grandes teólogos puritanos americanos, Increase Mather, había observado con amargura que la verdadera sociedad cristiana «no dura más que una temporada». Me acuerdo que un día don Giussani citó esta frase diciendo: «Desde el punto de vista cristiano, esto es lo más triste que se puede decir». El juicio estriba en que esta “positividad” existe, pero puede decaer, no se puede afirmar sin Cristo presente. Y no es una cuestión mecánica, de ingeniería socio-religiosa, sino de educación en la libertad.

Volvamos a la actualidad. Es innegable que respecto a la guerra, pero también en lo que ésta implica de “religioso”, estar con el Papa es exactamente lo opuesto a estar con Bush. Niebuhr, siguiendo a san Agustín, decía que no debemos ser «ni ilusos ni cínicos» respecto al imperio...
Es evidente que hoy asistimos también a una acentuación del dualismo moralista del protestantismo al que nos hemos referido. Pero decir, como hacen algunos, que hemos regresado a la época del Papa contra el Emperador supone faltar a la verdad. Sería mero mecanicismo, como oponer un principio ético a otro político: en primer lugar, no es así; en segundo lugar, en un cierto punto vencería el principio político. En cambio, el juicio es la presencia de otra experiencia, la realidad de la Iglesia, también dentro del imperio. Porque sólo Cristo tiene la fuerza de superar todos los dualismos, las caídas y las ilusiones mesiánicas. Lo uno está en lo otro: éste es el realismo cristiano.