¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?

Es el título de la próxima edición del Meeting de Rímini. Como en tiempos del rey David, tampoco hoy se puede dar por descontado que la vida es una vocación. Proponemos unas notas para aproximarnos al desafío que para todos supone este lema

«¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?». La convocatoria del próximo verano en Rímini se inspira en un versículo del Salmo 33, atribuido al rey David, que contiene una serie de preguntas - o quizá sería mejor decir exhortaciones - de Dios hacia los hombres. Dios le pregunta al hombre si quiere ver largos días y si quiere vivir feliz, porque la respuesta, que todos supondrían afirmativa, no es en absoluto evidente. No lo era en tiempos de David y no lo es hoy, en este tiempo en el que el hombre reduce hasta tal punto la grandeza del su propio deseo que cierra los ojos ante lo positivo de la existencia y no tiene la certeza de poder ser verdaderamente feliz; como mucho quiere “probar el placer efímero”, se contenta con un gozo evasivo. Los Salmos describen el continuo diálogo del Dios de Israel en contacto con su pueblo. En el Salmo 33 provoca, estimula a su distraído hijo y, en tiempos que también entonces debían de ser tristes, difíciles y luctuosos, lo solicita.

Libertad plena
Dios se ocupa de llamar y deja que el hombre responda con total libertad. El versículo admite una doble traducción: «¿A qué hombre no le gusta la vida... ?», o también: «¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?». La segunda versión pone un acento más dramático sobre la pregunta porque es como si se buscara en el desierto a un hombre deseoso de ser feliz y de vivir largos días llenos de alegría; Dios pre-siente en los hombres una sombra de escepticismo y de incredulidad, precisamente porque la felicidad, según la mentalidad común, se reduce a una imagen nuestra: frivolidad, dinero y poder. Pero la felicidad es otra cosa. El cristiano, que se ve llamado como todos y capaz de responder afirmativamente a la provocación buena de la realidad, no la interpreta como obligación de autoconvencerse de que “la vida es bella”. Ser provocados implica aceptar lo que lleva a cumplimiento y satisface nuestro deseo más profundo; revela lo que deseamos más intensamente sin eliminar la inevitable dimensión del dolor.

Es indudable que el mundo no tiene ningún aprecio por tal vocación, a la que considera escandalosamente irracional. De hecho, arraiga cada vez más la convicción de que todo pasa, porque sólo existe lo que termina y por ello se dice que no hay esperanza. Heidegger, uno de los filósofos más citados en las páginas culturales, afirma: «Surge la pregunta: ¿de qué sirven los valores supremos si no garantizan con seguridad el camino y los medios para realizar los fines que conllevan?». Pero entonces, ¿de qué sirve lo que hace el hombre? ¿Por qué tiene el hombre que esforzarse, por ejemplo en el trabajo, más de lo indispensable? La mentalidad común da una respuesta de carácter puritano y moralizante: porque sirve a la sociedad. Y como si fuéramos simples engranajes de un mecanismo, servimos sin dignidad: los agricultores sirven a la agricultura, los ingenieros sirven a la ingeniería, los profesores a la escuela, ...

Espacio al Infinito
Sólo puede vivir la experiencia de felicidad el hombre que deja en su vida espacio para el Infinito, de cuya exigencia está constituido su corazón. La experiencia de felicidad sólo puede vivirla el hombre que percibe el Infinito en su vida, que no se siente llamado a hacer para morir, sino a hacer para seguir viviendo. No en vano la Regla de san Benito invita a entrar en relación con el Infinito, mediante una experiencia en la que lo físico y lo metafísico, lo natural y lo sobrenatural se convierten en una objetiva posibilidad para la vida.

«¿A qué hombre no le gusta la vida, no anhela días para gozar de bienes?». En la Biblia, la figura de Jacob describe bien quién es este hombre: Jacob es la personificación del hombre fuerte, de ese hombre que desea ardientemente ser feliz. Es el que ve el cumplimiento de la promesa, pero con cuánto sufrimiento: se le ordena que salga a buscar mujer; en sueños, se le promete una descendencia que inundará el mundo. Una vez casado y rico, se le ordena que vuelva a casa de su padre, pero Jacob tiene miedo de la venganza de su hermano Esaú. Vuelve a aparecerse Dios, que lucha con él toda la noche y antes de bendecirlo, lo golpea en el fémur y lo deja cojo.

El Meeting de Rímini quiere anunciar que es posible ser hombres como Jacob, marcados por el Misterio, pero sorprendentemente vivos y operantes en el mundo. Vivos y activos porque estamos dispuestos a responder «yo» a esa pregunta.