IGLESIA

Ambrosio & Agustín
Puente entre pasado y futuro

Tres años de preparación. La aportación de más de cuarenta estudiosos. Objetos procedentes de más de setenta museos. Todo para subrayar un encuentro: el producido entre el obispo de Milán y el brillante estudioso de Cartago. En un momento en el que el imperio romano se desgaja y en el horizonte se abre el imperio cristiano

Carlo Dignola

Es una exposición que tiene como centro un bautismo: el de san Agustín. Un hecho casi imperceptible en la historia, y sin embargo destinado a cambiar no sólo la naturaleza de un hombre, sino el perfil de todo un continente, con el permiso de los Giscard D’Estaing que hoy finge no saberlo.
Agustín es uno de los cimientos del cristianismo tal como lo hemos recibido. Su influencia en la apologética, en la teología, en la política, en la historia, en la moral y en la filosofía cristiana es incalculable. Todavía hoy, a pesar de que en Occidente se han dado lecturas distintas del acontecimiento cristiano, estamos profundamente –casi inevitablemente– influidos por su modo de mirar las cosas. Y todo este “destino” está ligado a ese pequeño e imperceptible hecho sucedido en la capital, Milán, la noche de Pascua del año 387 después de Cristo.
Y ese hecho es hijo de un encuentro: el que se produjo con Ambrosio, obispo de Milán. Un alemán y un argelino se habían encontrado cara a cara, el año anterior, en la capital de un imperio (el romano) que se estaba desgajando y de un imperio (el cristiano) que tomaba forma sobre las antiguas estructuras.
« Nadie hace nada solo», dice Paolo Biscottini, director del Museo Diocesano que alberga la exposición “387 d.C.: Ambrosio y Agustín, las fuentes de Europa”. «Todo nace siempre de un encuentro. Hasta el encuentro con uno mismo es el resultado de haberse topado con alguien. En el fondo, esto es lo más importante en la vida».

Á frica y Alemania se encuentran en Milán

El año 387 es un momento clave en nuestra historia, explica Biscottini: «Milán es la capital, y Ambrosio es la presencia imponente de un obispo que ha recibido el consenso del pueblo y que ha creado en torno a sí un clima de espiritualidad profunda. Agustín no es todavía san Agustín, es un joven en crisis en busca de una identidad, lleno de incertidumbres, de contradicciones, como todos. África y Alemania, Tagaste (la actual Souk Ahkras) y Tréveris (hoy Trier) se encuentran aquí, en Milán. Un hecho un poco casual, si se quiere, tan casual que Ambrosio ni siquiera hace referencia a él. Agustín se queda impresionado por el gran obispo, por su poder ligado al carisma espiritual que emana. Sin embargo el filósofo no aparece en ninguno de los escritos de Ambrosio. Su encuentro es un hecho imprevisible, pero que se convierte en punto de partida para la evangelización de toda Europa».
Agustín, alimentado con la sabiduría de Ambrosio, establecerá los fundamentos de una cultura que, por caminos muy distintos, llega hasta nosotros: basta con recordar que sus libros se encontraban en las bibliotecas de Petrarca, de Lutero y hasta en la de Wittgenstein (al que no le gustaba leer libros de otros filósofos). Él también llegará a ser obispo en Hipona, África, y será el defensor del cristianismo contra los maniqueos –secta a la que había pertenecido durante nueve años– y los pelagianos, herejías que no han dejado, ni siquiera en nuestros días, de amenazar a la Iglesia.

Entre el mundo pagano y el mundo cristiano
El imperio se desgaja, entre conjuras de palacio, inflación, carestía, invasiones e intentos secesionistas. «A sus espaldas está el mundo pagano –dice Biscottini–, delante de sus ojos está el mundo cristiano. Estos dos hombres, que vienen de lejos, son como un gran puente entre el pasado y el futuro. Ambos son cives romani, ciudadanos de pleno derecho, e interpretan de forma extraordinaria el cambio que se está produciendo. El siglo IV es una época parecida a la nuestra en el fondo, una época en la que los hombres viven lo que está sucediendo más advirtiéndolo que comprendiéndolo. Ambrosio y Agustín, dentro de este escenario, son un punto firme, una perspectiva sólida».
Milán es el punto de encuentro entre el mundo germánico y la herencia mediterránea. Es desde antiguo tierra de negocios, de actividades productivas rentables, de etnias que se entrecruzan: los artesanos de Oriente Medio llevan a sus plazas el gusto de sus objetos preciosos. Es ciudad de oportunidades e innovaciones, sede de ejércitos poderosos. Ha ocupado el puesto político de Roma, mientras que el baricentro del poder se está desplazando más allá de los Alpes. Sin embargo Ambrosio comprende que no es necesario cortar los vínculos con la capital del mundo que termina. Hace construir la “Basílica apostolorum” (hoy “de los Santos apóstoles y san Nazario”) sobre el antiguo camino que todavía hoy se llama corso de Porta Romana, indicando su vínculo directo con la sede de Pedro.

Garante de la ortodoxia y de la paz
El obispo, que tiene cincuenta años y provienen de una familia patricia originaria de Roma, con ascendentes griegos, nació en Alemania, pero se formó en la ciudad de Augusto con los clásicos latinos. Es el hombre justo, garante al mismo tiempo de la ortodoxia religiosa y de la paz social. Elegido por aclamación popular como guía de la Iglesia milanesa cuando todavía no había recibido el bautismo, Ambrosio es un hombre de gobierno, que sabrá imponer la independencia de la Iglesia con respecto al poder civil, poniendo a raya al mismo Teodosio. La palabra del obispo es como una brida en la boca del caballo imperial, que “frena la arrogancia” y “reprime el desenfreno” de los tiranos, defendiendo la libertas del pueblo cristiano. La estima hacia él atravesará todo el mundo antiguo: Ambrosio será el último santo venerado por la Iglesia de Occidente y de Oriente todavía indivisa.
Agustín tiene unos treinta años, y es un hombre que ha vivido mucho: tiene un hijo, Adeodato, de una mujer con la que ha vivido quince años, pero que no es su mujer. De padre pagano y madre cristiana, se formó entre los jóvenes vividores de Cartago, y pasó a través de una búsqueda religiosa y filosófica compleja. Es un intelectual brillante, profundamente racional (Ambrosio tiene más vena poética que él). Llega a Milán como profesor de retórica. Entonces conoce a Ambrosio y todo su pasado se da la vuelta como un guante, desvelando su verdadero sentido.

Sobre las espaldas de Agustín
La parte de la exposición que se muestra en el Palazzo delle Stelline presenta códices, libros y manuscritos rarísimos y refinados que manifiestan el florecimiento, “sobre las espaldas” de Agustín, de una nueva cultura que conserva la fascinación –incluso en la elegancia de la lengua latina utilizada– por la cultura antigua. Nos muestra sus obras –las Confesiones, el De civitate Dei, las Enarrationes in Psalmos, los Sermones–comentadas en los márgenes por las glosas de los grandes del humanismo toscano, como Coluccio Salutati.
Agustín será el gran teólogo de la libertad y de la gracia, el filósofo de la historia, el defensor de la Iglesia contra las herejías, pero sobre todo aquél que sabrá inspirar un nuevo sentimiento religioso, que tiene su origen en una relación absolutamente personal y “moderna” con Cristo. Es el filósofo que venera la Biblia, pero que está convencido de que la Revelación no se agota en ella. Es el que emancipa al cristianismo de Oriente, que reelabora el pensamiento neoplatónico y estoico, a Plotino y a Cicerón, según una óptica cristiana, uniendo el universo clásico con el depósito de los símbolos del monoteísmo semítico. Es el teólogo de la caritas como vértice de la sabiduría, que al mismo tiempo que el imperio cristiano se está constituyendo, corta de raíz la ilusión teocrática de que el poder de Cristo sea de este mundo, dividiendo con un foso profundo la “ciudad de Dios” de la “ciudad terrena”. Y que escribe en sus Confesiones: «El puerto del converso se ve todavía azotado por las tempestades».
Pero el punto firme, el ancla fija en las profundidades que resiste el embate del mar, está allí, en esa piedra llena de agua bautismal en la catedral de Milán: año 387 d.C.

Vida de Ambrosio
334 La muestra acepta esta fecha, y no el 340: Ambrosio nace en Tréveris, la actual Trier, no lejos de Estrasburgo, residencia imperial romana. Poco después su familia se traslada a Roma después del asesinato del emperador Constantino II -del que el padre de Ambrosio era un alto funcionario- a manos de su hermano Constancio.
365 Ambrosio parte para asumir la prefectura del Ilírico con su hermano Sátiro. En Sirmio (cerca de la actual Belgrado) trabaja como abogado en el tribunal imperial. Sirmio, en aquella época, es capital junto con Tréveris, Milán y Constantinopla.
370 Sexto Petronio Probo hace elegir a Ambrosio consularis de las provincias de Emilia y Liguria, con sede en Milán. Se convierte en el responsable del orden público: juzga todas las causas civiles y penales.
374 Muere el obispo arriano Ausencio. Durante el proceso de elección del sucesor, se producen tumultos en Milán. Ambrosio es invitado a restablecer el orden, habla a la gente y ésta se entusiasma con él. Es nombrado obispo “por aclamación popular”, aunque no estaba todavía bautizado. Él trata de evitar esta carga pero, al final, el 30 de noviembre recibe el bautismo y el 7 de diciembre todos los obispos de las ciudades cercanas se encuentran en Milán para su consagración episcopal.
379 Ambrosio da comienzo a la construcción de las cuatro basílicas que marcarán la implantación del Milán cristiano y civil del Medievo, y que están puestas como “una corona” siguiendo el recorrido de la Cerchia dei Navigli (hoy circunvalación interna): la Basílica Martyrum o Basílica Nova (actual San Ambrosio); la Basílica Apostolorum (actual San Nazario), en medio del camino que, procedente de Roma, se introducía en la ciudad; la Basílica Virginum (actual San Simpliciano) y la Basílica Confessorum et Prophetarum o Basílica del Salvador (después San Dionisio), cerca de los jardines de Porta Venezia.
381 Es el año de los Concilios: Ambrosio pide que se convoque uno en occidente, que tendrá lugar en Aquileya (el de oriente se celebrará en Constantinopla). El obispo de Milán es protagonista a la hora de dirimir cuestiones entre la iglesia de Antioquía (la ciudad en la que por primera vez fueron llamados “cristianos” los discípulos de Jesús) y Alejandría.
384 Disputa con Símaco, nuevo Praefectus orbis: la aristocracia trata de legitimar otra vez los cultos paganos. Ambrosio vence y la petición del Senado romano, de la que Símaco había venido a Milán para ser portavoz, es suspendida.
386 Son hallados los cuerpos de los mártires Protasio y Gervasio, en el lugar en el que se está construyendo la Basílica Nueva.
387 La noche de Pascua, entre el 24 y el 25 de abril, Ambrosio bautiza a Agustín en el Duomo.
397 Al volver de Pavía enferma y muere el 4 de abril. El anciano Simpliciano, que había sido su maestro, le sucede en el cargo.

Vida de Agustín
354 El 13 de noviembre Agustín nace en Tagaste (hoy Souk-Ahkras), pequeño centro de África proconsular, en la planicie de Numidia.
359-364 En Tagaste, bajo la guía de los primeros magistri, Agustín aprende a leer, escribir y contar. Es un alumno modelo y prometedor.
365-369 Prosigue los estudios en la cercana Madaura. Muestra una gran predilección por los escritores latinos (en especial por Virgilio).
369 Durante el verano deja Madaura y vuelve a Tagaste, en donde pasa un año de inactividad y de ocio, a la espera de que su padre consiga los fondos necesarios para enviarlo a Cartago a proseguir sus estudios.
370 Gracias a Romaniano, un amigo adinerado, viaja a Cartago para realizar estudios de Retórica.
371-374 En Cartago, las pasiones juveniles y las seducciones del ambiente empujan a Agustín a unirse con una mujer, sin matrimonio pero con fidelidad. La convivencia se prolongará por espacio de catorce años.
372 De esta relación nace un hijo, Adeodato.
373 La lectura del Hortensius de Cicerón enciende en su alma de adolescente el deseo de conocer y comprender todo sobre el mundo y sobre el hombre. Se dirige primero a las Escrituras, que no consigue entender ni apreciar. Se agarra entonces a las promesas seductoras del maniqueísmo.
376 Deja Tagaste, ambiente demasiado pequeño para sus aspiraciones, que además se ha vuelto insoportable tras la muerte de un amigo muy querido, y vuelve a Cartago. Aquí enseñará Retórica durante ocho años.
384 Viaja a Roma, y también aquí enseña Retórica, pero enseguida se traslada a Milán, en donde conoce la definitiva crisis de la educación maniquea y la conversión al cristianismo. Primeros encuentros con el obispo Ambrosio.
387 Recibe de Ambrosio el Bautismo en la noche de Pascua (24 de abril). Algunos meses después, con su madre, su hijo y algunos amigos, inicia el viaje de retorno a África. En Ostia, poco antes de embarcar, muere su madre. Comienza a escribir De Trinitate.
390 Escribe De vera religione.
391 Es llamado por Valerio, obispo de Hipona, a desempeñar la función de presbítero.
395 Valerio obtiene de Aurelio, primado de África, el nombramiento de Agustín como obispo auxiliar de Hipona.
396 Comienza a escribir De doctrina christiana.
397 Sucede a Valerio -muerto probablemente el año antes- como obispo de Hipona. A partir de este momento su historia se confunde con la de sus obras: sermones, cartas, tratados contra las herejías, estudios teológicos. En estos años escribe las Confesiones y De civitate Dei.
429 En el mes de mayo los vándalos de Genserico irrumpen en África septentrional. Hipona sufrirá asedio durante catorce meses.
430 El 28 de agosto muere Agustín y es sepultado en Hipona.