CULTURA

Desde las raíces comunes hacia la unidad
Los ocho países del centro y del este de Europa que se incorporarán en 2004 a la Unión Europea con toda su variedad cultural y lingüística tienen una historia común que enraíza en la increíble fuerza de inculturación de la experiencia cristiana. Abordando el tema: “La ampliación de la Unión Europea hacia el Este: significado y perspectivas”, Nikolaus Lobkowicz, Director del Centro de Estudios de Europa Central y Oriental de la Universidad Católica de Eichstätt, afirmó que «la ampliación hacia el Este es un intento de solucionar uno de los mayores problemas políticos de Europa desde el siglo XIX: el nacionalismo y sus consecuencias», mediante el camino hacia una comprensión europea transnacional y siguiendo las finalidades propias del origen y de la esencia de la Comunidad Europea. Publicamos un extracto de la conferencia pronunciada el pasado 20 de noviembre en la facultad de Teología ‘San Dámaso’ de Madrid

Nikolaus Lobkowicz

La caída del imperio soviético a finales de los años ochenta abrió la posibilidad –en un principio sólo teórica– de la incorporación de los países del centro y el este de Europa. [...] Después de negociaciones largas, arduas y muy difíciles para ambas partes se incorporarán en el verano de 2004 –además de Chipre y Malta– los siguientes ocho países: Hungría, Polonia, las Repúblicas checa y eslovaca, Estonia, Letonia, Lituania y Eslovenia. Con esta ampliación hacia el este la Comunidad Europea se ampliará de golpe a diez miembros más.

Una historia común
Cada país de los que se incorporan a la Unión tiene una historia propia y su propia lengua [...] pero, a pesar de la fuerte variedad cultural y lingüística, estos ocho países tienen en cierto modo una historia común, y no sólo una historia reciente, que les caracteriza indiscutiblemente como europeos –a diferencia, por ejemplo, de Turquía–.
Ninguno de estos ocho países era un estado independiente antes del fin de la Primera Guerra Mundial; eran provincias de las tres potencias que, desde finales del siglo XVIII, se habían repartido Europa entre sí al este de Francia: Alemania (mejor dicho, Prusia), la monarquía de los Habsburgo y Rusia. En el siglo XIX tuvo lugar en todos estos países un resurgimiento “nacional” que, tras la Primera Guerra Mundial, trajo como consecuencia el nacimiento de estados independientes. [...] Ciertamente la historia reciente provocó que ninguno de estos nuevos estados fuera homogéneo en cuanto a las etnias, sino que en todas partes había minorías –en algunos casos numerosas– sobre todo de alemanes. [...]
Más traumática fue la Segunda Guerra Mundial para estos estados, dada su recién adquirida condición estatal. Después de unos veinte años de ser países democráticos y económicamente fuertes, especialmente Checoslovaquia, fueron conquistados primero por los alemanes y después, cuando Alemania empezó a perder la guerra, por los soviéticos –en Eslovenia por comunistas de mayoría serbia–, ocupados y puestos bajo tutela.

Heridas aún no curadas
Los años de la Segunda Guerra Mundial han supuesto que todos estos países, quizás con la excepción de Eslovenia, tengan grandes dificultades para apreciar por un lado a los alemanes y por otro a los rusos, o incluso de fiarse siquiera de ellos y también que sea extremadamente difícil curar las heridas que se han causado entre sí las diferentes etnias. Después de 1945 más de 13 millones de alemanes en total fueron expulsados de estos países; igualmente, después de 1989, especialmente en los países bálticos el gran número de rusos que se habían asentado allí desde los años 40 fue un grave problema, que sólo se pudo solucionar porque una de las exigencias más acentuadas de la Comunidad Europea es la protección de las minorías. Los países en cuestión, para poder llegar a ser miembros de la Comunidad Europea, tuvieron que reconciliarse con sus minorías, e incluso, en algunos casos, tuvieron que concederles ciertos privilegios. [...]

El porqué de ambas partes
Para los ocho países que van a ser admitidos resulta evidente que son estados europeos según toda su tradición; además confían en una aceleración de la reconstrucción de su economía, arruinada bajo el comunismo, y esto les obliga a una política económica y financiera, que es condición previa de un saneamiento económico. [...]
Es menos fácil explicar por qué la propia UE estuvo desde el principio claramente a favor del ingreso de nuevos países. Seguramente ha contribuido la noción de Europa; pero otros motivos deben de haber sido decisivos. El primero tiene que ver con el origen y la esencia de la Comunidad Europea. Desde su origen tuvo tres finalidades: lograr que las enemistades o tensiones entre las naciones europeas pertenecieran al pasado (éste era, sin duda, el fin supremo de Robert Schumann); en segundo lugar evitar alguno de los motivos principales de estas tensiones, es decir, las diferencias en el desarrollo económico, y con ello garantizar que el bienestar de los países europeos se diferenciara de país a país lo mínimo posible; y en tercer lugar desarrollar la economía de Europa de tal modo que pudiera competir por un lado con Extremo Oriente y por otro con América del Norte. [...]

Una comprensión europea transnacional
La ampliación hacia el Este es un intento de reprimir tendencias nacionalistas y sustituirlas por una comprensión europea transnacional. Cada estado pierde parte de su soberanía para coordinarse con más éxito con otros estados. Las manifestaciones euroescépticas del ex-primer ministro y actual Jefe de Estado de la República checa tienen justo este trasfondo: durante cuarenta años no tuvimos nuestra soberanía al estar bajo la férula de Moscú y ahora debemos renunciar a parte de nuestra plena soberanía, recientemente recuperada. En efecto, el borrador de la Constitución de la Comunidad Europea tiene expresamente previsto que la legislación europea tenga prioridad ante la nacional; al mismo tiempo la Constitución tiene previsto sin embargo que, basándose en un acuerdo de la mayoría de sus ciudadanos, un Estado pueda salir de la Comunidad Europea. Ya está en vigor además –y la Constitución lo establecerá– que una mayoría cualificada de los Estados miembros puede excluir a un país, en el caso de que atente de modo grave contra los valores fundamentales de la UE, por ejemplo, si en él surgiera una dictadura. [...]
Esta superación del nacionalismo forma parte de los valores fundamentales recogidos en la Constitución de la UE: el respeto de la dignidad del ser humano y de los derechos humanos, de la libertad (también la libertad religiosa), de la democracia, de la igualdad de todos los ciudadanos y del estado de derecho. [...] Esto es especialmente válido para los Estados del centro y el este de Europa; el vacío de la desaparición de la ideología comunista y el desierto cultural que esta ideología ha dejado tras de sí han provocado que muchos ciudadanos tengan un pensamiento mucho más nacionalista que en Occidente y que por ello exista, por ejemplo, una xenofobia y un antisemitismo que apenas conocemos en la Europa occidental. [...]

Raíces de los nacionalismos europeos
Mientras que en el siglo XVIII las guerras tenían aún sus raíces en tensiones en parte religiosas, en parte dinásticas, todos los conflictos bélicos de la segunda parte del siglo XIX brotaron de ideas nacionales o nacionalistas. Para muchos europeos el entusiasmo por la nación sustituyó a la fe en Dios: se conquistaban países para aumentar la gloria de la propia nación, aunque naturalmente también intervenían los intereses económicos. Esto vale también, desde la Segunda Guerra Mundial, para la Unión Soviética, aunque su ideología decía ser supranacional; el comunismo trajo consigo en muchos países del centro y este de Europa en primer lugar una rusificación absurda en ocasiones y, por otro lado, la resistencia contra Moscú que brotó poco después tenía siempre un componente nacional, en ocasiones muy fuerte. [...]
No en último lugar por esta razón el Papa Juan Pablo II ha insistido mucho a los responsables de estos países y a las respectivas Conferencias Episcopales para que se impliquen en la entrada de sus países en la UE. [...]

La situación de la Iglesia: Polonia y Checoslovaquia
¿ Contribuirán los nuevos países de la UE al alma europea, cristiana en su núcleo?
En el caso de Polonia, la Iglesia está considerada por muchos como identificable con la nación polaca... entre líneas se entiende que «quien no es católico, no es un verdadero polaco». [...] Se trata con frecuencia de una fe nacionalista y en parte superficial, a veces casi supersticiosa, lo que se demuestra, entre otros ejemplos, en que los polacos, cuando viven un largo tiempo en el extranjero pierden pronto su relación con la Iglesia y en que el número de los abortos en Polonia es más elevado porcentualmente que en Alemania. [...]
Muy distinta es la situación en la República checa. Mientras que en Polonia, sobre todo ante la destacada figura del cardenal Wysziñski, nunca se logró doblegar a la Iglesia, sino que los comunistas siempre tuvieron que condescender con ella una y otra vez, en Bohemia y Moravia la Iglesia casi fue del todo disuelta poco después de la toma de poder comunista de febrero de 1948 y se mantuvo así hasta 1989. (...) Antes del cambio sólo existía un obispo, el anciano cardenal y arzobispo de Praga Tomáπek, que al final del dominio comunista se convirtió en un verdadero símbolo de la resistencia. Al mismo tiempo surgió una Iglesia clandestina, que era valiente, pero que trajo consigo graves problemas después de 1989.

Depende de nosotros
Por lo tanto es difícil saber si la ampliación hacia el Este contribuirá y en qué modo a que Europa recuerde su “alma”. Nuestra preocupación debe ser más bien lo que observamos en muchos países de Centroeuropa: la Iglesia se ha convertido en un fenómeno al margen de la sociedad y nos enfrentamos a una desaparición de la influencia cristiana en la sociedad, que sólo se encuentra en Polonia y en parte en Lituania y Eslovaquia. [...]
Tenemos ante nosotros una Europa en la que apenas hay algo parecido a una “Iglesia del pueblo”, en la que sólo quedarán cristianos que –como en los primeros tiempos de la Iglesia– hayan optado conscientemente por el seguimiento de Cristo. [...]
Cuando volví a Praga por primera vez después de 42 años, en marzo de 1990, visité entre otros al cardenal Tomáπek, por entonces ya casi nonagenario. Como antes había viajado en coche a lo largo del país y había visto las iglesias que apenas se sostenían, las ermitas asoladas, etc, le dije al cardenal que apenas reconocía el país, pues lo había conocido de joven como un país católico y ya no lo era. A esto respondió el cardenal que apenas podía hablar, en voz baja y pensativo: «A lo mejor está bien así. Los que se han quedado saben por qué».
La ampliación hacia el este no hará a Europa ni más ni menos cristiana. Pero probablemente Robert Schumann, uno de los padres de la Europa que ahora se une, tenía razón cuando dijo: «L´Éurope sera chrétienne ou elle ne sera pas», «Europa será cristiana o desaparecerá». Depende de nosotros, los cristianos, el que desaparezca o no, y además independientemente de que seamos españoles o alemanes, checos, polacos o húngaros.