IGLESIA

En la muerte de un padre
En memoria del cardenal emérito de Nairobi, la figura más importante de la historia de CL en Kenia. Favoreció los pasos de nuestra comunidad y la acompañó hasta el último momento de su vida

Valerio Valeri


C on ocasión de la muerte del cardenal Maurice Michael Otunga, arzobispo emérito de Nairobi, CL hizo pública esta nota. «Querida Eminencia: Usted ha sido un testimonio para cada uno de nosotros en la entrega de su existencia al servicio del mundo. El hombre se completa a través del don de su persona, sacrificándose a sí mismo. Como escribía el autor francés Paul Claudel: “¿Acaso es vivir el objeto de la vida? ¿Acaso los pies de los hijos de Dios quedarán atados a esta tierra miserable? No vivir sino morir y dar lo que tenemos con alegría. En esto consiste el gozo, la libertad, la gracia, la juventud eterna… ¿Qué vale el mundo comparado con la vida? ¿Y qué vale la vida si no es para servirse de ella y para darla?”. Éste es precisamente el testimonio que nos dejas, y que queremos imitar. ¡Descanse en paz! Gracias. Tus hijos e hijas de Comunión y Liberación».
El tono familiar de esta nota nacía de la paternidad que hemos experimentado. Desde el primer encuentro, a principios de enero del 1985, antes incluso de nuestra presencia en Nairobi, hasta los últimos, pocos meses antes de su muerte. Siempre repetía y escribía su deseo de que «el carisma de Comunión y Liberación pueda difundirse y sea una propuesta educativa, sobre todo para los jóvenes».
Esta preocupación por los jóvenes fue la que le llevó en 1989 a dirigirse a AVSI pidiendo una escuela técnica en la periferia de la ciudad: «Kenia, y en particular Nairobi, tienen necesidad urgente de estructuras educativas de tipo técnico: de hecho son muchos los que se preocupan por los jóvenes que no tienen trabajo y están muchas veces al borde de la desesperación y la criminalidad». Y añadía: «Estaría muy agradecido si AVSI pudiera colaborar en la creación de una escuela técnica en Nairobi, dirigida a los jóvenes que viven en los suburbios de la ciudad. Estoy seguro de que se tendrán en cuenta no sólo los aspectos técnicos de esta iniciativa, sino también los humanos». Así nació la escuela de San Kizito, donde desde 1994 hasta hoy se han preparado más de 2.000 jóvenes para entrar en el mundo del trabajo y, aun más, para entrar en el mundo de la vida.
Varias veces el cardenal fue a visitar la escuela y a reunirse con nosotros –la última vez hace pocos meses–; deseaba tener noticias sobre el desarrollo de la escuela y cómo seguía siendo un foco de formación humana y cristiana.
En 1992, con ocasión de la peregrinación por el X aniversario de la Fraternidad de CL, escribió: «Deseo expresar por escrito la alegría de haber participado en la peregrinación del sábado 17 de octubre…y dar testimonio de que el apostolado de Comunión y Liberación está ya dando frutos entre los jóvenes de Kenia».
En 1995, después de celebrar la misa en los Ejercicios de la Fraternidad, escribía: «Que el deseo, cargado de petición, de que la Fraternidad de CL esté al servicio de los obispos como presencia de la Iglesia en los diferentes ambientes pueda encontrar respuesta en el crecimiento cotidiano de sus miembros en cantidad y calidad y pueda ofrecer un testimonio cualificado por toda Kenia».
Era también lector asiduo de Tracce (y de Traces) y muchas veces nos sorprendía diciéndonos con entusiasmo: «He leído que ya habéis llegado a China, a Japón…». O bien, complacido y con los ojos brillantes de estupor: «¡Vuestra presencia ha comenzado incluso en Rusia!».
En 1999 acudimos a él para proponerle la idea de la presentación pública de El Sentido Religioso. Él nos animó decididamente diciéndonos: «Este libro es muy importante para mi pueblo, un pueblo religioso que ha perdido el contenido de su gran religiosidad».
Incluso ante las dificultades, continuamente invitaba a la paciencia y a ayudar a los jóvenes a crecer en la experiencia de fe.
Siempre fue su deseo que el movimiento pudiera radicarse cada vez más en la realidad de la Iglesia local. Así expresaba su profundo agradecimiento cuando al fin se hizo posible, apenas un mes después de su renuncia al episcopado: «Estoy contento y agradecido, sobre todo porque la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de san Carlos Borromeo ha aceptado establecerse en la nueva parroquia de San José. Enhorabuena por vuestro vigor apostólico».
Recordaremos al cardenal Otunga como un padre que nos acogió desde los inicios y nos ha acompañado siempre con su paternidad. «Muchos obispos fundan congregaciones religiosas, éste no es mi carisma. Mi carisma consiste en acoger a todos los que quieran venir a mi diócesis», nos confesó en una ocasión. Pocos meses antes de morir, visitando las casas de los Memores Domini, exclamó: «¡Qué gran don para la Iglesia es don Giussani!».
Nos deja a todos un valioso testimonio de fe en el Señor y de fidelidad a la Iglesia: vivió sus últimos años en pobreza, en una residencia para los pobres de Nairobi.
En su testamento pidió ser enterrado sencillamente en el cementerio, among his fellow missionaries, junto a sus misioneros: para expresar de nuevo con este gesto su agradecimiento a los «que nos trajeron la fe», como a menudo repetía.