CULTURA
De la realidad virtual a la negación
del misterio
Las recientes creaciones cinematográficas
subyugan a millones de personas en todo el mundo. El paso de la representación
cruda de la realidad al indolente mundo virtual da lugar a una progresiva
negación
de la trascendencia y configura un nuevo rostro del hombre como autosuficiente
y un nuevo mundo sin dramas. Encontramos un ejemplo en el cine de Amenábar
Juan Orellana
Como explica y sintetiza bien Beppe Musicco en la columna del la sección “Primer
Plano” de este número de Huellas, se ha dado una progresiva invasión
en los guiones de cine de tramas relativas a la llamada realidad virtual, expresión
ciertamente contradictoria en sus términos. Por tanto, no vamos a repetir
aquí su descripción, sino que trataremos de analizar el proceso
que va desde la afirmación de la realidad virtual a la negación
de la trascendencia, y lo haremos apoyando nuestra reflexión en la breve
pero reconocida filmografía de Alejandro Amenábar, que se ha convertido
en un referente para el cine español contemporáneo.
Este camino de “deconstrucción” de la trascendencia –o
de la hipótesis de la trascendencia– comienza con Tesis, una película
de género, que en principio se limita a seguir los patrones del cine de
suspense consagrados por Hitchcock. Sin embargo, el asunto elegido por Mateo
Gil y Amenábar como trama argumental va a sentar las bases de la trayectoria
que nos ocupa. Todos recordarán que la película trata de una estudiante
de doctorado que, haciendo su tesis, se topa con el submundo de las llamadas
snuff movies, que parecen realizarse en su propia Facultad.
El snuff movie supone utilizar los recursos de la ficción audiovisual
y del género gore para mostrar muertes y torturas reales. No es lo mismo
que un reportaje informativo, en el que la cámara es sorprendida por la
noticia; aquí la situación está diseñada de antemano,
los encuadres están muy medidos, y digamos que se “crea” la
realidad a la carta. Alguien podría alegar con razón que en toda
película el director “crea” una realidad a su antojo. Lo que
ocurre es que en el snuff lo que se muestra no es un truco o una ficción,
sino una realidad. No hay un actor que interpreta sino una persona que grita
y llora de verdad. Aquí encontramos una de las obsesiones de Amenábar
que se va a repetir y a profundizar en su filmografía: la ambición
por controlar todos los factores de la realidad.
Sin embargo, no todo es controlable en una snuff movie, y sí en una “realidad” generada
cibernéticamente. Por eso, en su segunda película, Abre los ojos,
Amenábar opta por prescindir de la realidad y sustituirla por una falsa “realidad” onírica
donde las cosas suceden como uno quiere. Aquí ya no hay espacio para las
sorpresas. El argumento se basa en una persona que queda deforme y firma un contrato
por el que puede seguir viviendo a través de sus sueños. El cineasta
se identifica con un demiurgo y nos propone un discurso positivista y cientificista
que busca expulsar cualquier vestigio del Misterio en la vida. Quizá por
esto su cine es tan frío, tan desangelado, y sus personajes son tan gélidos –o
inhumanos–.
Una característica de este mundo “paralelo” es que al ser
controlable, no tiene leyes ni límites, no hay un Juicio último
al que someterse. Eso se refleja bien en la interesantísima película
Simone, de Andrew Niccol, en la que se ven las consecuencias de confundir el
nivel real con el virtual. En el segundo puedes matar sin consecuencias pero
en el primero, no.
La vuelta de tuerca definitiva la da Amenábar con Los otros. En esa película,
que hereda el cientificismo y el prometeísmo de las anteriores, traspasa
el velo del más allá y vacía de contenido la trascendencia.
La vida que hay tras la muerte es un piélago de nihilismo, de sinsentido
y carente de cualquier elemento religioso. Recordemos que en El séptimo
sello de Bergman, Antonius Block le pregunta a la muerte sobre el más
allá y ella contesta que no sabe nada. En ese caso se trataba de un agnosticismo
leal, que custodiaba dentro de sí la posibilidad de un milagro que redimiese
a los personajes más inocentes. Pero Amenábar sustituye el agnosticismo
por un escepticismo desleal, ideológico. El desprecio materialista con
el que el ama de llaves de Los Otros habla de la religiosidad de la madre, por
un lado, y la castrante religiosidad de ésta, por otro, son los ingredientes
escogidos por Amenábar para vaciar de Misterio cualquier reflexión
sobre el más allá. Si Dios es el problema número uno de
Bergman, para Amenábar está absolutamente eliminado del horizonte,
un horizonte sin preguntas, sólo con ideología. El más allá de
Los Otros es soledad indolente, pesadilla sin angustia.
Si comparamos este planteamiento con el de la tercera entrega de Matrix, comprobamos
que esta última sustituye el ateísmo decimonónico de Amenábar
por el ateísmo new-age, donde el Misterio es panteísmo, eclecticismo,
subjetivismo... es decir, es un Misterio inmanente, porque es virtual.
En resumidas cuentas, el mundo virtual es la panacea del pensamiento positivista,
ya que combina una idea prometeica y autosuficiente de la creación con
la negación radical del Misterio de Dios. El hombre es el creador y juez
de ese mundo, un mundo sin drama, sin verdaderas preguntas, un mundo que a nadie
incomoda.