cultura

Marcar el camino
Durante siglos, millones de personas peregrinaron a la tumba de Santiago situada en los confines de la tierra y, a su paso, dejaron innumerables caminos en todo el continente europeo. Goethe pudo afirmar: “Europa nació de la peregrinación”. Y Europa, por tanto, gozó de un camino marcado por el Códice Calixtino, la primera guía del peregrino de la historia

Félix Carbó


En el manuscrito conocido popularmente con el nombre de Códice Calixtino, el estilo y la orientación general se remató en torno a 1150, quizás rebasado este año. Se procedió entonces a ejecutar una copia del texto especialmente cuidada, no rica ni lujosa, pero con el suficiente aparato para poder tenerla por un verdadero tesoro. Por suerte, esta copia se conserva todavía en la Catedral de Santiago. Presenta sus cinco libros –que la propia obra designa como «códices», acaso para subrayar su pretendida independencia–, con su programa decorativo y con sus menciones de autores, verídicas o no, y constituye lo que de manera más técnica, desde hace tres cuartos de siglo, se llama Liber sancti Iacobi (así pues, el Códice Calixtino sería el manuscrito más antiguo y mejor que nos ha transmitido este Liber). La designación de Liber sancti Iacobi tiene la ventaja de no confundirse con el manuscrito compostelano, que no pasa de ser un ejemplar, aunque quizás el primero, de dicha obra; y de dejar además intacto, y relegado a su verdadera situación original, el conjunto denominado Jacobus que se limitaba propiamente a los tres primeros libros.
El lento proceso de configuración del Liber sancti Iacobi todavía puede entreverse, al menos en parte, cuando tenemos en cuenta que después de elaborado y dado por rematado el libro I, el responsable del Liber siguió encontrando nuevos himnos y nuevas músicas recién compuestas, que no habían sido introducidas anteriormente y que merecía la pena conservar. No es, por tanto, extraño que en lo que se refiere al culto oficial y público que la Iglesia quiere rendir a Santiago (libro I), el segundo se refiera naturalmente a la promoción del culto y devoción privados (libro II, de los Milagros), y el último (III) sirva de justificación y pretexto de los dos anteriores.

Santiago, Roma y Cluny
Este Jacobus, cuya redacción última es ciertamente posterior al año 1140, lleva una epístola dedicatoria en la que el autor se presenta como si fuera el Papa Calixto II, personaje ilustre, gran benefactor de la iglesia de Santiago como miembro destacado de la casa de Borgoña, muy estrechamente relacionada con Compostela. El supuesto Calixto envía su epístola a dos grandes personajes: a Gelmírez, arzobispo de Santiago (que se presenta ya como fallecido, lo que tuvo lugar en 1140), y a Guillermo, patriarca de Jerusalén, sin faltar una alusión a la entonces omnipresente abadía de Cluny, a su vez muy vinculada al Papa Calixto II. La carta contiene una serie de fingidas explicaciones y razones sobre la confección del códice, para el que el Papa desea y ordena la máxima difusión en honra y exaltación del Apóstol.
El autor, que se esconde ya desde las primeras líneas bajo el seudónimo y la autoridad del pontífice Calixto II, se afana por señalar la autenticidad y calidad de todo el material que contiene el Jacobus, cuyas partes litúrgicas incluso son justificadas para dotar a las celebraciones jacobeas del mayor esplendor, evitando que se limitase la liturgia a aplicarle oraciones, antífonas y otras piezas adaptadas de otros oficios, con desdoro, por consiguiente, de Santiago.
A la vez, esta triple dedicatoria tiene un hondo sentido, porque vincula estrechamente a Roma, Jerusalén y Compostela, así como a Cluny, lo que viene a significar la participación en el interés santiaguista de las máximas instancias de la Iglesia del tiempo. De esta manera, además, se logra un efecto múltiple, pues se sanciona toda una nueva liturgia local, de enorme boato y se pondera el poder universal del Apóstol, que no sólo interviene en favor de sus devotos en todas las partes del mundo, como prueban los milagros del libro II, sino que acredita que su poder extraordinario se realiza de modo singular incluso fuera del ámbito de su santuario.
En el libro III, en que predominantemente se justifica la traslación del cuerpo del apóstol Santiago a Compostela –siguiendo, por cierto, la versión que de este hecho trascendental se daba desde finales al menos del siglo X a los peregrinos, aunque revistiendo la versión, diríamos oral, o cuasi oral, de muchos elementos de transcripción–, se subraya mediante el trazado delicado de iniciales y epígrafes toda una serie de grupos que atraen la atención del observador (por ejemplo, para poner de relieve todo lo que se refiere a la fiesta del 25 de julio). En todo este sistema decorativo se ve ahora, ya que no la obra directa, al menos el influjo de artistas relacionados con los ambientes artísticos franco-normandos.

Controversia de autores
Finalmente se quiso redondear la secuencia de ficciones de autorías y época inventando el porteador de las Galias hasta Santiago (que a la vez ponía de relieve lo que apuntaría a confirmar al autor propuesto), la importancia de la supuesta ruta de Vézélay a Compostela amparándose en un nombre que, a la sombra de Calixto II y papas sucesivos, ya había aparecido en algunas ocasiones: el del canciller pontificio Aymerico. Tal ficción postrera que escondió, definitiva y eficazmente para nosotros, la real personalidad del autor en una serie encadenada de falsas atribuciones que hacen del problema de autoría del Liber sancti Iacobi y sus partes uno de los más importantes de la Edad Media. Abordado en estudios que logran poco a poco iluminar, ya que no desentrañar, su tremenda complejidad, todavía no ha alcanzado una solución verosímil.
Tampoco es mucho más fácil la cuestión de saber dónde fue elaborada esta obra. No han faltado, desde hace muchos años, voces dispares que hayan pensado que el Liber es originario de Francia, donde habría sido compuesto, quizás bajo la inspiración de Cluny, como medio de promocionar las peregrinaciones a Santiago.
La función del Liber sancti lacobi en el tiempo está clara para nosotros como quizás lo estuvo para aquellos a cuyo conocimiento llegó. Pero la resonancia que se había previsto para él acaso no se alcanzó, porque la obra se demoró demasiado tiempo hasta ver la luz. Recogió de una manera inteligente, variada y múltiple las más importantes ambiciones de la iglesia compostelana entre los siglos XI y XII: dar fundamento a las teorías en que se apoyaban y reunir toda una elocuente colección de textos jacobeos, en que queda reflejada, y censurada, la vida de su tiempo. Todo un empeño por reconocer los orígenes de uno de los discípulos predilectos de Cristo.