cultura
Un
reinado fascinante (II)*
El núcleo de la controversia en torno a la causa de beatificación.
El retrato auténtico de una mujer que afrontó el gobierno de
su reino desde la fe y supo conciliar la humildad de su vida con una obra política
de alcance universal
Consuelo Rubio Cárdenas
Lo que mantiene actualmente la causa en punto muerto es, paradójicamente,
el celo por el ecumenismo, como si se viera en la figura de los Reyes Católicos
un rechazo a otras culturas, cuando encontramos en ellos un buen número
de ejemplos de verdadera tolerancia y respeto a lo diferente –términos
de suma actualidad que se desvirtúan cuando no se abordan desde la certeza
de la propia identidad–. Comentaba a nuestra redacción el recientemente
fallecido Luis Borges, Presidente español de la Asociación para
la promoción de la causa de beatificación: «Isabel I de
Castilla hizo una labor encomiable de relación con judíos y moriscos,
de quienes se rodeó para puestos relevantes de su entorno, mostrándose
en todo momento tolerante con las personas, y emprendiendo una legislación
muy humanitaria».
Así se evidencia en la cuestión de los indios del Nuevo Mundo.
América y el trato a los indios
Cuando supo de la existencia en América de indígenas que no conocían
al Dios cristiano, Isabel empleó todo el dinero de que dispuso en la
evangelización de esos pueblos, a quienes reconoció desde el
primer momento como súbditos de la Corona, con todos los derechos y
deberes que ello conllevaba. Este celo quedó recogido al final de su
vida en su Codicilo, escrito días antes de morir: «Nuestra principal
intención fue (...) de procurar inducir e traer los pueblos dellas [las
Islas e Tierra firme del Mar Océano] en la Fe Cathólica, e los
enseñar e doctrinar buenas costumbres, e poner en ello la diligencia
devida». Toda la legislación de Indias recoge este sentir y está plagada
de medidas para la protección del indio.
El primer reconocimiento
Buen ejemplo de ello fue la controversia provocada por la actitud de Colón
de traer indios en condición de esclavos y pretender venderlos en la
Península como tales, lo cual mereció que la Reina exclamase
que quién era Cristóbal Colón para hacer esclavos a quienes
eran sus vasallos y comprara con su hacienda la libertad de los ya vendidos.
En adelante, en las instrucciones dadas a Colón se recalcaría
específicamente esta restricción. Esto señala el primer
reconocimiento del respeto debido a la dignidad y libertad de todos los hombres
por incultos y primitivos que sean; principio que, hasta entonces, no se había
practicado en ningún país.
Juan Pablo II dijo en uno de sus viajes por territorio español: «España
aportó al Nuevo Mundo los principios del Derecho de Gentes (...) y puso
en vigor un conjunto de leyes con las que la Corona Castellana trató de
responder al sincero deseo de la reina Isabel I de Castilla de que sus hijos,
los indios, (...) fueran reconocidos y tratados como seres humanos con la dignidad
de hijos de Dios».
Princesa bienaventurada
«
Sin salir de nuestras casas, dentro de España y casi en la edad de nuestros
abuelos, hallamos claros ejemplos de esta virtud, como es la Reina Católica
Doña Isabel, princesa bienaventurada», afirmaba Fray Luis de León
en La Perfecta Casada.
Si las decisiones de gobierno de Isabel resultan controvertidas, nadie pone
en duda la altura de sus virtudes cristianas, su grandeza como mujer. En su
testamento y Codicilo posterior quedan recogidas las líneas esenciales
de su actitud ante la vida, los motivos profundos que la impulsaron en su obrar.
Al leerlos, aparece ante nosotros su auténtico retrato: el de una mujer
humilde en su vida personal de un rango mayor que el cual no había otro,
generosa en sus muchas posesiones, de una vida de febril actividad engarzada
por la conciencia de hija de Dios, elegida para servirle desde su trono real.
Para por ella morir
Esta concepción de su esencia de cristiana la expresó de modo
admirable tres días antes de morir declarando: «...en la cual
Fe [de la Santa Iglesia Católica de Roma] e por la cual Fe estoy aparejada
para por ella morir, e lo recibiría por muy singular y excelente don
de la mano del Señor, e así lo protesto desde ahora e para aquel
artículo postrero, de vivir e de morir en esta Santa Fe Católica» (del
Codicilo).
Las palabras de Luis Borges muestran la grandeza de la aportación de
Isabel a la comunidad eclesial: «El mero hecho de que la reina Isabel
haya promovido que más de la mitad de los católicos del mundo
hablen español y que haya tan sólo en América una treintena
de santos, de por sí es para tomarla como ejemplo de virtud cristiana.
Y yo intento seguirla a ella a través de los que la admiran: personas
a las que yo admiro por su fe, por su conocimiento, su vida y sus hechos cotidianos».