Don Quijote

Genio y libertad
Es de agradecer que Alfredo Alvar tenga el coraje de volver sobre la biografía de nuestro escritor Miguel de Cervantes, más aún cuando en el mundo universitario casi nadie se atreve a arriesgar hipótesis sobre nada que vaya más allá de un estudio tan particular que pierde de vista el interés por carencia de una hipótesis general de sentido. El autor conjuga rigor histórico y valoración de la humanidad del personaje, ofreciéndonos el retrato de un hombre extraordinariamente libre

Guadalupe Arbona

El título, Cervantes, genio y libertad, es ya un anticipo de lo que vamos a leer al adentrarnos en las casi 500 páginas del libro, que lejos de hacerse cansinas reconstruyen la vida del escritor y señalan los silencios o la ausencia de datos de algunos pasajes de su vida.
El genio del autor biografiado, de todos es sabido, está en haber escrito las páginas más hermosas de la historia de la literatura de todos los tiempos; él mismo lo declaraba de sí, con esa sencillez de quien reconoce algo que le ha sido dado y a lo que no puede dejar de dar a cuerpo: «Yo soy aquél que en la invención excede a muchos». De esta capacidad imaginativa nacen esas figuras de Don Quijote y Sancho que, en su inquebrantable amistad, revelan su desproporción y su aspiración infinita.

Una faceta deslumbrante

La biografía ayuda a comprender la personalidad de quien pudo llegar a perfilar estas criaturas con tanta riqueza y matices, porque, como Alvar refiere en el prólogo, «también Cervantes encarna ese yo que todos tenemos dentro: el de la frustración permanente. Él, como todos, se fijó unas metas y parece que las alcanzó sólo en los últimos meses de su compleja existencia. O sea, un desastre de vida. Como casi la de todos. Pero tiene esa faceta deslumbrante: aunque caía, se levantaba y seguía». O, dicho con otras palabras, las cervantinas que el autor ha elegido para que presidan la biografía: «Los generosos ánimos, como el tuyo, no suelen rendirse a las comunes desdichas».
Existencia llena de desdichas –penurias económicas, vida familiar azarosa, heridas de guerra, cautiverio en Argel, dificultades matrimoniales…–, y sin embargo una vida que aspira tozudamente y sin rendirse a la felicidad. Su genio, en extraordinario contraste con el ideal de la Modernidad, que enaltece sólo la capacidad para realizar lo que se desea, está también en inquebrantable contraste con los ideales de la Postmodernidad, que ante la desdicha, el fracaso o el dolor –partes inevitables de la vida– sucumben a la desesperación y, algo que no había ocurrido nunca a lo largo de la historia de la humanidad, hacen gala de ella.

Elogio de la libertad

Por otro lado, el elogio de la libertad. En la biografía las páginas dedicadas a los cuatro intentos de fuga de Cervantes del cautiverio argelino son, además de deslumbrantes por cómo reflejan la audacia de Miguel de Cervantes, reveladoras, porque desvelan tres características de su personalidad: la lucha infatigable por lo que estima –es decir, la libertad–, la ausencia de lamento mientras estuvo preso y la magnanimidad en la desdicha.
El recorrido que dio Cervantes a la exigencia de libertad es bien conocido: cuatro intentos de fuga, con lo que aparejaban de relaciones, intercambios, planes, cartas, estrategias y componendas… Alvar permite comprender mejor estos avatares cuando, a las acciones de don Miguel que conocemos por la historia, une un sabroso recorrido por aquellos pasajes en donde éste expresa, a través de sus criaturas, la experiencia de la libertad (p. 153 y ss), que termina con esa magnífica definición en la que el Quijote, en rico parlamento con Sancho, descubre con agradecimiento el origen de la libertad como don y a la vez tesoro único de todo hombre: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres» (El Quijote, II, LVIII).
En segundo lugar, Alvar refleja cómo Cervantes aprovechó bien el tiempo en Argel: además de planificar sus fugas, hizo amigos, escribió poesía, creó tertulias literarias; es decir, aunque luchó denodadamente por volver a su tierra, no dejó que la desdicha lo derrotase en el entretiempo. El tercer rasgo que se deja entrever de su estancia argelina son los gestos que hablan de su magnanimidad: en una de las ocasiones en que planeó la fuga permitió que su hermano Rodrigo, que también fue compañero de baño, obtuviese la libertad en su puesto. En todas las ocasiones en que fueron descubiertos asumió todas las culpas, para salvar la vida de sus compañeros; es decir, si el autor del Quijote consideró que por la libertad se podía arriesgar la vida, este riesgo tenía tanto o más valor para defender la libertad ajena, que se basaba precisamente en el valor que daba a la propia.

“Yo, señor, soy Cervantes”

Pero, probablemente, la vida del genio y el aprecio de la libertad se muestran en su máxima intensidad en los días finales de su vida, y se hacen palabra en el magnífico prólogo a su última obra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Su genio, porque es humilde, y cuando relata la ocasión en que fue reconocido por un estudiante como el “regocijo de las musas” él se declara poco amigo de halagos y buen amante de la conversación: «Ese es un error donde han caído muchos aficionados e ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las Musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra, y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino». Y sabiendo realmente que le queda poco camino –de la vida– se despide con el adiós de la existencia más sereno y cierto que jamás se haya escrito: «¡A Dios, gracias; a Dios, donaires; a Dios, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida».
Una despedida agradecida por lo que ha recibido –gracias y donaires, palabra que etimológicamente viene de la palabra dare latina– y serena porque sabe que el regocijo de esta vida es anticipo de la alegría y contento en la otra. Al final de la existencia de este genio, que se produjo a los 69 años «en una modesta vivienda de la calle León con Francos, en la Corte del Rey Católico», se añade el perdurable gusto de la libertad, que se convirtió en la última voluntad del escritor cuando pidió ser enterrado en el convento de las Trinitarias en Madrid, es decir, en la casa de las hermanas de aquellos que lo habían liberado en Argel.

Comprender y explicar

Además de éstas y otras muchas cosas que recrea la biografía de Alfredo Alvar –sólo he esbozado algunas–, su obra conjuga dos elementos que en el saber deberían ser habituales pero que a fuerza de inusuales resaltan como un factor reseñable: se trata de la conjugación entre rigor histórico y valoración de la humanidad del personaje. La verdad histórica es necesaria para conocer las circunstancias vitales de aquel a quien se quiere retratar, pero se nos escaparía la figura humana si el historiador no se implicase en el proceso de descubrimiento de la personalidad y valorase su vida emitiendo un juicio. De este modo el autor declara la naturaleza de su trabajo: «Mi trabajo ha consistido en comprender y explicar. Comprender a Cervantes y sus mundos; explicárselos al desocupado lector como he podido. No he buscado en ningún momento, ni “construir” un Cervantes así o asá (no me tengo por entre los poetas posmodernos), ni demostrar lo acertado que soy –o estoy– porque Cervantes encajara en “mi” rompecabezas intelectual. Sencillamente, me he dejado llevar por Cervantes... por lo que he ido aprendiendo de él o de la bibliografía, huyendo de interpretaciones esotéricas, grises o graciosas, que caben en el mismo saco».
Además, la declaración inicial de un acercamiento al personaje es toda una invitación a la lectura sin prejuicios, en la que se exalta la riqueza y la agilidad de la razón que desprecia métodos para favorecer uno más leal con el objeto, y lo hace a sabiendas de que va contracorriente pero que, con seguridad, encontrará lectores; a ellos se dirige: «Creo que si te interesan Cervantes y su mundo, formas parte de esa legión que, aún partícipe de la psicocultura moderna (ya que no hay otro remedio) no está obsesionada con el racionalismo utilitario, aquel que enfoca todos sus esfuerzos intelectuales y técnicos en controlar más confortablemente el espacio vital que le rodea… cueste lo que cueste. Por el contrario, usas de tu inteligencia para saber que existen otras formas y otros fondos». Y esta forma y este fondo merecen la pena.