cartas

a cargo de MARÍA PÉREZ
huellas@retemail.es

ITALIA
Ecumenismo verdadero
He participado en nombre de Comunión y Liberación en el encuentro de Asís. Ver al Papa con aquel grupo tan selecto de personas de todas las religiones, y la autoridad con la que lograba tenerlos a todos unidos, es algo ejemplar. Me impresiona todavía más que se trate del mismo Papa al que muchos habían criticado después de la encíclica “Dominus Iesus” por recalcar la sustancia del cristianismo con respecto a todas las demás religiones; lo cual fue tildado de zancadilla grave al ecumenismo y de retroceso en el trabajo ecuménico de muchos años. La realidad ha desmentido esto. Juan Pablo II se ha apoyado en dos puntos. El primero, la afirmación de la verdad. Ha demostrado que el ecumenismo se puede y se debe hacer afirmando la verdad que uno vive. Y, en segundo lugar, afirmando e invitando a todos a afrontar la realidad. No a hablar o a teorizar sobre ecumenismo, sino a afrontar juntos problemas que son de todos y muy graves. Al mismo tiempo, ha indicado también cómo en esta afirmación y fidelidad a la verdad se evita la confusión del sincretismo. Me impresionó mucho ver durante la comida en aquel refectorio del convento a 400 personas en un clima de cordialidad e interés los unos por los otros. Las declaraciones del rabino Singer pronunciadas rompiendo el protocolo: «Sólo tú has hecho esto posible», confirman la autoridad con la que el Papa ha guiado este gesto. Al final, él mismo señaló cómo Juan Pablo II ha jugado un papel personal en los esfuerzos de reconciliación con el judaísmo, cambiando la historia entre los cristianos y los hebreos. Subrayaría dos puntos. En primer lugar el clima que la autoridad del Papa logró crear por la claridad en afirmar que la verdad es lo que permite abrazar a todos. Todo lo contrario de sectarismo y parcialidad. El otro, es que en este camino del ecumenismo y del diálogo interreligioso hay un trabajo desde el vértice del Consejo Pontificio para la unidad de los cristianos, y hay otro desde la base, confiado en especial a los movimientos. Que el Papa en plena guerra haya afirmado que la paz no se puede hacer sin la justicia y el perdón; aunque pueda ser impopular, es ser fiel a la verdad. No se puede construir la paz sin la justicia, con todo lo que eso supone. Y a su vez la justicia sin el perdón. Decía Cesana, miembro del consejo presidencial de CL, que «antes del encuentro de Asís, muchas discusiones y perplejidades. Después del hecho, se reconoce que para que lo imposible -la paz - acontezca, es necesario pedirlo. La razón, consciente de la debilidad humana, urge a la fe en la única Presencia que puede dar la paz: Dios». El Papa quería que nos diésemos cuenta de esto. Con su forma de mirar la realidad, el Papa ha logrado hacerlo comprender a todos. Pero ha llamado la atención también sobre el hecho de que las religiones, en el momento en el que se absolutizan - porque sólo Dios es el verdadero absoluto -, producen violencia y, por lo tanto, acaban en el fundamentalismo. «Las religiones están al servicio de la paz, la ofensa al hombre es en definitiva ofensa a Dios. No puede haber finalidad religiosa que pueda justificar la práctica de la violencia del hombre sobre el hombre». Juan Pablo II, después de la catástrofe de Nueva York, ha sabido poner ante los ojos de todos un concepto verdadero de religión y, por lo tanto un concepto antialienante, antiirracional y antifundamentalista. Frente a la acusación de oscurantismo, por su sensibilidad de la racionalidad de la fe que es capaz de generar cultura y dar juicios históricos sobre las cosas, esto resulta no sólo poco oscurantista, sino iluminador. Incluso el mundo laico lo ha reconocido en esta ocasión, como se ha visto en la prensa.
Carras, Roma

EEUU
La ventanilla rota
Querido don Giussani: Mi contacto con CL empezó hace un año, pero empecé a acudir a la Escuela de comunidad con fidelidad desde el 14 de septiembre de 2001, cuando fui a la cita pensando que iba a participar en un grupo de debate sobre los hechos del 11 de septiembre. De todas formas desde aquel día mi vida ha cambiado radicalmente. Ahora mi vida cotidiana tiene una intensidad que antes no podía ni siquiera imaginar. Nada más entrar en la sala donde se iba a desarrollar la Escuela de comunidad me recibieron calurosamente y de manera especial Maurizio y Simonetta. Estaba tan agradecida que decidí volver para conocer mejor a estas personas. Al salir me encontré con que me habían roto la ventanilla del coche y reaccioné pensado que mejor hubiese sido no ir a esa reunión y haberme ido a cenar con un amigo, tal como tenía planeado. Más tarde, por la noche, pensándolo bien, mi enfado por el coche se fue y tuve una intuición. El mal está en mí y trataba de manipularme para distraerme de la bondad de esas personas que acababa de conocer. Tenía que optar: o escuchar lo que Dios me había sugerido mediante esas personas o dejar que todos mis “peros” y “quizás” acabaran con ese encuentro. Por una vez recé, y recibí la bendición de poder estar ante Su presencia. Desde que empecé a leer, discutir, colaborar y tratar de estar abierta a la voluntad de Dios, mi vida ha cambiado. Y este cambio es para siempre. A menudo soy consciente de cómo Dios actúa en mí y obra a través de mí. Desde que acepté que Él me quiere en aquella oficina donde trabajo en Manhattan, la contribución y la calidad de mi trabajo se han visto exaltadas.
Maureen, Nueva York

RUSIA
Pero ¿qué es la experiencia?
Querido don Giussani: Desde hace cinco años voy regularmente con alguien de la comunidad de Moscú a visitar a nuestros amigos de la pequeña comunidad de Minsk. Esta amistad nació en el ámbito de la Facultad de Teología de Minsk y ahora se ha extendido a otros, católicos o no. Este sábado me acompañó Natasha. Francamente, tenía tantas ganas como los grados que tenemos en estos días (5 bajo cero) de pasar dos noches en el tren después de una semana de trabajo, para ver unas pocas horas a nuestros amigos que ya están ocupados con sus clases. Pero no me quedaba otra salida, puesto que seis personas de la comunidad de Pésaro habían planificado ir el fin de semana a Bielorrusia para ver a una amiga que habían conocido hace unos años en Italia con ocasión de la acogida de unos niños de Chernobyl. Querían invitarla a la Escuela de comunidad. Que ellos hubiesen decidido recorrer 2000 km. por amor al destino de esta mujer, para darle una esperanza a ella que perdió a su hija hace dos años, nos quitó a Natasha y a mí toda pereza y “comodismo”. Durante el fin de semana trabajamos juntos sobre el texto El método de Dios: Un acontecimiento, no nuestros pensamientos. Por primera vez Aliosha, uno de los más dinámicos jóvenes teólogos, le explicó a otros dos que había invitado al encuentro y que asistían por primera vez, que «la cuestión no es tratar de ver si lo que dice don Giussani es mejor que lo que dicen san Agustín o san Gregorio, sino leer la experiencia de un hombre que nos dice: “Yo vivo a Cristo de este modo, caminemos juntos y tendremos el ciento por uno”. Mi experiencia desde que conocí el movimiento es que el cristianismo es la propuesta de un acontecimiento que ha cambiado la vida de María y la mía y que quiero que continúe cambiando todos los gestos de nuestra vida». Natasha (estudiante del tercer curso) añadió: «Los que estudiamos Teología corremos un grave peligro, el de reducir el cristianismo a un conocimiento intelectual. De hecho, al comienzo, hace tres años, ponía en duda todo lo que leía en este libro; ahora lo trabajo, pero a partir del encuentro que he tenido». Marina, una joven católica, no estaba de acuerdo: «Yo siento la necesidad de conocer más la experiencia que aquí se describe, porque a menudo cuando leo un libro o escucho a una persona me entran ganas de irme de lo frágil que me siento». Entonces volvimos a preguntarnos qué es la experiencia. ¿Para qué sirve el juicio? El paso fundamental que hemos dado con estos jóvenes amigos ortodoxos es que han afirmado para sí el primado de la experiencia. Le pido de todo corazón al Señor que esto pueda constituir de verdad el comienzo del movimiento dentro de la Iglesia ortodoxa, para no «reducir el cristianismo a una cuestión de leyes, ritos o de concepción social», como dijo Aliosha.
Jean-François, Moscú

ITALIA
Leyendo a Coelho
Querido don Gius: para Navidades una amiga muy querida me regaló un libro de Claudio Coelho: Manual del guerrero de la luz. Al entregármelo me comentó: «Léelo, así comprenderás el porqué de mi dolor de estómago, antes de conocerte a ti y a los chicos del CLU». Lo leí y efectivamente tiene razón, porque ese libro te da dolor de estómago. Es realmente un manual repleto de buenos consejos, recetas y preceptos, pero no me sirve de nada que alguien me diga cómo tendría que ser y no soy. Darte cuenta del abismo que hay entre cómo tendrías que ser y como eres, es decir, indiscutiblemente limitado, te hunde. Con el paso del tiempo se me hizo evidente que el hombre necesita de una presencia amiga, de alguien que esté dispuesto a acompañarte en el camino que estás recorriendo. Un amigo que no trate de “arreglarte tus defectos”, que no se empeñe en decirte lo que tienes que hacer y cómo debes ser, sino alguien que descienda contigo a los límites y la grandeza de cada día. Además se me hizo evidente que los libros que nos aconsejamos leer (empezando por la Escuela de comunidad, el libro del mes y Huellas), no reflejan un razonamiento o un pensamiento acerca de la vida, sino que “son vida”. ¡Y todo a partir de la experiencia de un hombre! Ante todo está un hombre que vive estas cosas, que las encarna y las concreta en su persona. Esto me consuela y me espolea sin darme dolor de estómago. Un hombre que vive y que a través de otros hombres (mis amigos de la Facultad) me acompaña hacia mi destino sin censurar nada de mí y estimando de verdad todo lo que llevo encima. Es preciso tener un amigo a quien confiar lo más querido y los más valioso, para que se haga cada vez más profundo. ¡Hacen falta hombres así!
Andre, Florencia

ARGENTINA
El factor determinante
Publicamos una carta que una chica ha escrito a una amiga al término de las vacaciones de la comunidad de CL de Argentina.
Acabo de volver de unas vacaciones muy lindas y realmente grandes en contenido e intensidad. Te imaginas que compartir las vacaciones con personas que desean lo mismo que vos y que por eso mueven hasta lo que no tienen para ir a Bariloche por esta historia, ¡es algo de otro mundo! Entre tanta charla donde el dinero pareciera determinarlo todo, volvimos a encontrar algo excepcional que nos hace estar despiertos y atentos frente al Misterio que lo hace todo, que lo genera todo, incluso a mí, incluso al trabajo. No es que nos apartamos de la realidad. Durante todas las vacaciones, la conciencia de lo que estaba pasando estuvo presente pero con una mirada distinta, llena de positividad. No por un optimismo sin sentido, ya que lo que está pasando en Argentina es bien concreto, sino porque nos ayudamos a reconocer en la realidad el Factor determinante, que Dios genera a cada instante, porque yo me levanto por la mañana y todos mis órganos funcionan para que yo viva. Y no encuentro razón más concreta para juzgar la vida que la conciencia de este Hecho.
Florencia, Buenos Aires

SUIZA
El dolor necesario
Querido don Giussani: Soy un estudiante de Medicina de Zurich. La pasada Navidad acepté ir a Calcuta para trabajar como voluntario con las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. El amigo que me había invitado me sorprendió durante el viaje con dos afirmaciones que sólo pude comprender al llegar a la India: «No venimos a Calcuta para dar de comer a la gente o curarla, ni para cambiar las cosas; venimos, sobre todo, para amar»; además, me repitió algunas palabras de la propia Madre Teresa: «Cuando das, das hasta el fondo, incluso hasta llegar al dolor». Entonces pensé: pero ¿cómo puedo amar si no es mediante la ayuda que puedo ofrecer? ¿Qué significa «incluso hasta llegar al dolor»? Al día siguiente de nuestra llegada, fuimos a la Casa del Morente, la primera que fundó la Madre Teresa. En este lugar, dividido en dos dormitorios, decenas de hombres y mujeres yacían al borde de la muerte por causa del hambre y las enfermedades infecciosas. Creía que sólo iba allí de visita, pero me dieron un delantal y me dijeron que llevase a lavar a los enfermos. Al ver en qué estado se encontraban aquellos cuerpos esqueléticos, cubiertos de llagas y excrementos, me asaltaron mil preocupaciones, especialmente de orden higiénico. Toda la buena voluntad con la que me había pertrechado no podía nada contra aquella miseria. Los siguientes días estuve trabajando en Prem Dam, un viejo centro cercano a un suburbio donde hay personas discapacitadas y algunos otros enfermos. Una mañana llevaron a un joven extenuado por el hambre, lleno de pulgas y cubierto tan sólo por un trozo de tela. Lo examiné junto a otros dos voluntarios. No daba señales de vida, estaba completamente deshidratado y apenas se le podía percibir el pulso. Como no disponía de un goteo, estaba seguro de que moriría en poco tiempo. Al verme privado de medios, me vine abajo y no fui capaz de permanecer a su lado. Aquella misma noche supe que el joven se había repuesto un poco. Mi compañero de trabajo le dio masajes con aceite durante toda la tarde y por la noche consiguió que bebiera. Al día siguiente ya comía, y yo me quedé boquiabierto mientras que un viejo voluntario gritaba: «¡Milagro!». Me explicó que esos milagros suceden cada día. Al volver del trabajo, nos paraban por las calles para que hiciésemos pequeñas curas. En una ocasión me pregunté qué sentido tenía curar una herida que no podría vigilar al día siguiente y que se ensuciaría inmediatamente. Como buen estudiante suizo estaba acostumbrado a tenerlo todo programado y bajo control, pero Calcuta me obligó a vérmelas con los límites de todos mis esfuerzos. Pronto entendí que el problema no era sólo “profesional”. Frente a la miseria cotidiana, sin salida posible, no podía en modo alguno comprender por qué las Hermanas Misioneras no perdían su leticia. Nunca habría podido escapar de todas mis objeciones si una mañana no llego a caer en la cuenta de que lo que movía a las hermanas era, en primer lugar, reconocer con estupor y sencillez una Presencia. En una ocasión estábamos extendiendo crema sobre la piel de un paciente. Nos parecía repugnante aquella piel tan seca, marcada por la enfermedad. No hacía más que preguntarme cómo podía mi amigo, que estaba a mi lado, arreglárselas para desempeñar ese trabajo con tanto entusiasmo. Él había notado que yo le observaba. De repente, sin dejar de extender la crema sobre el paciente, me dice con una sonrisa: «Éste es Jesús». Esta sencilla afirmación cambió de golpe mi sistema de referencia y desplazó el centro de gravedad de mis acciones del «¿Qué puedo hacer?» a «¿A quién tengo entre mis manos?». Comencé, entonces, a observar cómo vivían las hermanas y el valor que daban a las palabras “amor” y “libertad”. Si el mundo se acabase ahora, en este instante, ¡ellas estarían viviendo por Cristo! Si la libertad se manifiesta donde descansa la certeza que tenemos, para las hermanas, la única libertad es Cristo. No tienen nada más que defender, porque tan sólo tienen dos saris. Por ello, son libres: su relación con la realidad es inmediata, están frente a Jesús; en medio no hay lugar para un “pero” o un “bueno, si...”. La pregunta ¿qué puedo hacer? no debe ser la última palabra ante el enfermo, porque, si fuese así, en cuanto me faltase un goteo, sería incapaz de permanecer junto al hombre que sufre. Lo que puedo hacer es darle lo mismo que yo necesito: un abrazo que acoja todo su ser, su sufrimiento y su deseo de vida y felicidad. Sin este abrazo total, afanarse por curar una herida significa reducir el misterio del sufrimiento a un simple trozo de carne enferma. La Madre Teresa nos invita a entregarnos hasta el dolor, es decir, hasta el punto de renunciar, no sin dolor, a la afirmación del proyecto bueno que tenemos, para ser instrumentos eficaces de la caridad de Jesús. Aceptar ser instrumento de Otro significó comprender lo razonable que es la oración. Un voluntario y una hermana asistían a un enfermo a punto de morir. La hermana se había dado cuenta de que las atenciones que le habían prodigado hasta ese momento ya no servían para mitigar aquel sufrimiento atroz. Entonces se dirigió al voluntario y le dijo: «Ahora vamos a rezar». La última palabra sobre el sufrimiento es pedir la compañía de Cristo.
Pietro, Zurich