BILL congdon

50 años después

En 1951, justo el año de su consagración artística, abandonó Estados Unidos y aquel «mundo de locos» rebeldes, para ir a la busca de la Verdad. «Aquella cólera, aquella furia debía convertirse en Amor», como sucederá muchos años más tarde después de la conversión. Ahora Providence, su ciudad natal, alberga su regreso en una exposición

Marco Bardazzi

Estados Unidos, 1951. Una nueva generación, que acaba de salir de la Guerra, de Hiroshima y del Holocausto invade las calles. Un pueblo de jóvenes rebeldes que viaja por el alcohol y el sexo, el jazz y las transgresiones para buscarse a sí mismo. Jack Kerouac se encierra en casa y escribe En el camino en tres semanas, alimentándose de droga y alcohol. J. D. Salinger lleva a imprenta El guardián entre el centeno, documentando la soledad terrible de los adolescentes.

En Nueva York, un grupo de jóvenes pintores rompe todos los esquemas y lanza un nuevo tipo de creatividad destinado a convertirse en la primera vanguardia estadounidense en la historia del arte. Jackson Pollock descarga su furia “chorreando” pintura sobre cuadros gigantescos. La cultura jazz de los negros se funde con la rebelión juvenil blanca a lo Marlon Brando (La selva) y esboza un nuevo estilo de vida, el hipster, cuyos contornos define el escritor judío neoyorquino Norman Mailer: «La única moralidad hip es hacer lo que uno siente en cada momento y en cada lugar donde sea posible. (...) La verdad es nada más y nada menos que lo que sentimos en cada instante en el clímax perpetuo del presente».

Entre los artistas que abrazan el Action Painting de Nueva York, junto con Pollock, de Kooning, Rothko y otros, está William Congdon, que en 1948 abandona su Providence natal, en el Rhode Island embebido de la cultura puritana de Nueva Inglaterra, para trasladarse a Manhattan, primero a la caótica área de la Bowery, después junto a Park Avenue.

En los libros de texto
Estados Unidos, 2001. Una nueva generación se encuentra en guerra. La pesadilla ya no es la bomba atómica o la posibilidad de ser aniquilados en un instante por una orden soviética, sino el terrorismo que se vale de los aviones de línea para asesinar. Kerouac, Salinger, Pollock y los demás rebeldes de hace 50 años han ingresado en la cultura oficial estadounidense, han alimentado a millones de jóvenes de los años 60 y 70 en la “contra” y ahora forman parte de los programas educativos.

Buscaban respuestas a preguntas acuciantes que surgían del corazón y les empujaban a desfogarse en la carnalidad o a perderse en la locura. Kerouac murió perdido entre los vapores de vagas filosofías budistas, para encontrarse siempre sin haber echado cuentas con las promesas frustradas de su tradición católica. La generación «beat» sobrevive sólo en algún pálido amago perdido por la costa oeste. Salinger vive como un ermitaño envuelto en el misterio y no ha vuelto a escribir casi nada desde aquella inquietante novela del 51. Pollock murió en 1956 en un accidente de carretera que más pareció un suicidio y se ha convertido en el favorito de Hollywood. Sus preguntas han quedado sin respuesta, como un grito en el desierto incapaz de dar consuelo alguno a una nación que contempla horrorizada y en silencio el cráter de la Zona Cero.

Mientras tanto, Congdon ha vuelto a su país después de decenios de ausencia. Ya casi nadie le recuerda allí y la cotización de sus cuadros es bien distinta de los de Rothko. Pero frente al fracaso de sus amigos antaño rebeldes, ha desembarcado de nuevo en los EEUU, tres años después de su muerte, llevando consigo la intuición de una Respuesta.

Muchas de las miles de personas que desde el 16 de noviembre han visitado su exposición en el Risd Museum de Providence, la primera retrospectiva americana del artista, lo han percibido. Recorriendo las salas de la exposición “William Congdon: mi vida ha sido un cuadro”, se tiene la sensación de estar ante un evento histórico. Al entrar en las salas de la exposición, no nos puede dejar indiferentes la imagen profética que recibe a los visitantes, New York City (Explosión), un cuadro en el que en el lejano 1949 Congdon representaba la ciudad dominada y desgarrada por una horrible deflagración negra en medio de los rascacielos. El sol negro de otros cuadros de aquel periodo, que surge sobre ciudades espectrales, infunde una angustia similar.

Los viajes y la voz
Dos paneles consecutivos narran los viajes del artista, sus correrías por el mundo, desde África hasta la India e Hispanoamérica. Y después Italia, Venecia, Milán, la llegada a Gudo Gambaredo, cielo y tierra, campos y zarzales. El silencio es la primera sensación que te envuelve en el Risd Museum, después captas la voz de Congdon, sus relatos, confiados a un videocasete que difunde en este rincón de la Rhode Island protestante la historia de un convertido que ha regresado desde ultramar, no siendo más persona, sino con los frutos de los años que pasó buscando la Verdad.

«La retrospectiva invita a una valoración del puesto de Congdon en la historia del arte», ha escrito el influyente Christian Science Monitor de Boston, que ha dedicado a la exposición de Providence una reseña que muestra la fascinación del redescubrimiento de un artista que ha sido olvidado durante décadas.

Para comprender de lleno la revolución y la provocación del Congdon de 2001, es imprescindible recoger el hilo de la historia de 50 años y echar un vistazo al Congdon de entonces, un hombre casi en los cuarenta, marcado por la experiencia de la Guerra en Europa, durante la cual, conduciendo una ambulancia, participó incluso en la liberación de un campo de concentración. El Congdon que en 1948 alquila una habitación en Stanton Street, en el Lower East Side, cerca de donde hoy se excava entre las ruinas del World Trade Center, se halló en el epicentro de un terremoto cultural. En 1949 sus cuadros fueron expuestos en la Betty Parsons Gallery, que junto con la galería de Peggy Guggenheim era el punto de referencia en aquellos años para toda una generación de “rebeldes”.

Congdon respira aquella rabia que casi se puede oler en el aire en el Greenwich Village, mezclada con los olores de pintura que surgen de los estudios de los varios Pollock, Still, Kline, Rothko, que trabajaban en aquella zona. Es la misma rabia que fermenta en el East Village entre un grupo de amigos de la Universidad de Columbia que gira alrededor de las figuras de Kerouac, Allan Ginsberg y William S. Bourroughs, y que da vida a la Beat Generation.

Las teclas o los pinceles
Kerouac utiliza la máquina de escribir con el mismo ímpetu con que Pollock y los demás del Action Painting (incluido Congdon) empuñan el pincel. El ritmo, el instinto, la creatividad inmediata unen a los pintores del Village y a los escritores “beat”. Ver a Pollock empeñado en salpicar pintura con gestos frenéticos sobre sus enormes cuadros, no es diferente de ver a Kerouac sudoroso mientras martillea las teclas sin parar durante tres semanas en abril de 1951, en un apartamento sobre la 21 Oeste, para escribir En el camino, todo seguido y sobre un único rollo de papel que medía decenas de metros (para no entretenerse en cambiar los folios en la máquina de escribir).

Congdon vive y observa este mundo de locos que crece a su alrededor, trata de identificarse durante un breve periodo, después lo abandona a su destino cuando entiende su esterilidad de fondo, el “moralismo” que domina toda aquella rebelión sin salida. Y precisamente en 1951, el año de su consagración, cuando incluso Life le dedica un artículo y los críticos le pronostican una gran porvenir, comienza a distanciarse para después desaparecer. Hace lo que para el mercado artístico estadounidense, y para Estados Unidos en general, es lo más inconcebible que existe: se vuelve invisible, situándose en la práctica fuera de un mundo, el del arte, que hace de la visibilidad su punto irrenunciable. «Alguno vio su conversión como una muerte artística», señalaba el Christian Science Monitor.

Desaparece en lejanos monasterios italianos, olvidado por aquellos que hace 50 años lo alababan, ya nunca comparado con aquel grupo de artistas que fueron rebeldes y hoy son pilares de la cultura dominante. El porqué lo explicó él mismo años después recordando los tiempos del Action Painting. En sus palabras se encierra todo el sentido de la exposición de Providence y la importancia de su regreso a Estados Unidos: «Aquella cólera, aquella furia debía convertirse en Amor, que es siempre la base de toda verdad y, por tanto de toda belleza».