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Hija
de tu Hijo
José Miguel García
El primer terceto del Himno a la Virgen de Dante, que don Giussani identifica
con la extrema tensión de la conciencia del hombre ante la presencia
de la realidad, es decir, expresión del hombre conmovido por el
reconocimiento del focus inefable del que todo procede, comienza con
esta paradójica expresión: «Virgen madre, hija de
tu Hijo». Dante, para hablar de María, la madre de Jesús,
utiliza expresiones, podríamos decir, contradictorias: ¿cómo
se puede ser a la vez virgen y madre? Y si es madre, generadora del Hijo, ¿cómo
al mismo tiempo es generada por el Hijo? Dante ha reconocido que María
es fiel reflejo del Misterio y don Giussani afirma que «el Misterio
del que todo procede, en el que se mantiene y culmina lo creado está en
la Virgen». Así la paradoja que se ha dado en el Misterio
hecho carne y que ha escandalizado siempre a los hombres de este mundo,
finito-infinito, temporal-eterno, creatura-creador, hombre-Dios, se transparenta
también en Ella. María, la criatura más perfecta
de Dios, es la que mejor refleja la paradoja cristiana.
Una parte de la carta de don Giussani a la Fraternidad es un comentario
imponente a la primera paradoja: «Virgen madre». En los evangelios
tenemos varios pasajes que ilustran luminosamente la segunda: «hija
de tu Hijo». Ellos nos ayudarán a comprender mejor lo que
quiere decir Dante al usar esta expresión en este terceto de su
Himno a la Virgen.
La hermana de la Virgen (Jn 19,25)
El evangelista san Juan, al narrar la muerte de Jesús, parece
ofrecer una información muy somera acerca de la familia de María.
En efecto, al nombrar las mujeres que estaban en el Calvario junto a
la cruz de Jesús, dice: «Estaba junto a la cruz de Jesús
su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás,
y María Magdalena».
Lo extraño de esta información no sólo reside en
que la madre de Jesús tuviera una hermana, a la que no se alude
en ninguna otra parte de los evangelios, sino sobre todo en el hecho
de que dos hermanas, la Madre de Jesús y la mujer de Cleofás,
llevaran el mismo nombre, María. No son raros los autores que
eliminan esta dificultad diciendo que aquí las mujeres enumeradas
son cuatro: la Madre de Jesús, una hermana suya, cuyo nombre no
menciona el evangelista, María la de Cleofás y María
Magdalena. A nuestro juicio, estilísticamente es sin duda preferible
la enumeración de tres, como reflejan los mejores manuscritos
griegos.
Recientemente D. Mariano Herranz ha mostrado cómo los términos “hermano,
hermana” sirven para designar a los colaboradores íntimos
de Jesús durante su predicación por las tierras de Palestina.1
Teniendo en cuenta este significado, la extrañeza que encierra
el texto de san Juan desaparece, pues el evangelista no aludiría
a una hermana de la Virgen, sino a una colaboradora suya. El texto evangélico,
bien traducido, dice así: «Estaban junto a la cruz de Jesús
su Madre y la hermana-colaboradora de su madre, María la de Cleofás,
y María Magdalena». Ahora bien, ¿por qué motivo
tenía la Virgen una colaboradora? ¿En qué colaboraba
esta otra María con la Madre de Jesús?
Para contestar a estas preguntas es necesario recordar que, terminado
el relato de la boda de Caná, Juan dice que Jesús marcha
a Cafarnaúm con su Madre y sus discípulos. El hecho de
que la Virgen, terminada la boda, no regrese a Nazaret, sino marche con
Jesús y los suyos a la ciudad escogida por éste para centro
de su predicación itinerante por Galilea, se entendería
muy bien si, durante el tiempo del ministerio público de Jesús,
su Madre no estuvo quieta en Nazaret, sino que lo siguió a Él
y a sus discípulos, acompañada sin duda de otras mujeres,
según nos informa Lc 8,1-3, para atender a su Hijo y a los suyos
en sus necesidades materiales. Porque todos los integrantes del grupo
habían dejado familias y casas; quedando, por tanto, sin la ayuda
familiar para afrontar las condiciones propias de la existencia cotidiana,
entre las que se encontraban la adquisición y preparación
de la comida, la limpieza de la ropa, y su remiendo cuando el uso ocasionará algún
desperfecto en ella.
María, pues, es colaboradora decidida de la obra de su Hijo. Ella,
con su atención cotidiana a las necesidades materiales de su Hijo
y de sus amigos, hace posible la misión de Jesús. Pero
no es difícil sospechar que el seguimiento de María no
quedaría reducido a esta aportación material, sino que
ella sería una verdadera discípula de su Hijo. La Virgen,
pues, no formaba parte del grupo de seguidores de Jesús por ser
la que había engendrado y amamantado a Jesús, sino por
ser la más fiel discípula suya, la que escuchaba con atención
su palabra y la conservaba en su corazón, como su mismo Hijo afirma
en cierta ocasión ante la muchedumbre que le rodea (Lc 11, 28).
El siguiente pasaje que estudiamos destaca con claridad cuál es
la grandeza de la Virgen.
Los familiares de Jesús
A nuestro entender en Mc 3,20-35 tenemos la narración de un episodio
unitario, en el cual san Marcos ha distinguido tres momentos o escenas.
Comienza con una breve y sintética narración acerca de
la imposibilidad de comer que tienen Jesús y sus discípulos
al verse rodeados por la multitud, sigue el discurso de Jesús
a la multitud sobre cómo es absurdo decir que Él arroja
los demonios porque tiene a Beelzebul, príncipe de los demonios,
y a continuación se cierra con el relato de la llegada al escenario
de los hechos de la Madre de Jesús y sus hermanos.
La escena suscita numerosas perplejidades al lector. El relato está situado
en el interior de una casa, es decir, un espacio no muy grande, pero
sorprendentemente Jesús y sus discípulos se hallan rodeados
de una multitud. Esta circunstancia les impide probar bocado a lo largo
del día. En cuanto sus allegados tienen conocimiento de ello,
deciden ir por Él considerando que Jesús ha perdido el
juicio. Una reacción que a todas luces es desmedida: no se entiende
fácilmente que el hecho de no poder comer un día sea motivo
de tanta alarma. Por lo demás, al final de la narración,
se informa de la llegada de estos allegados suyos: su Madre y sus hermanos.
Ahora bien, si éstos vivían en Nazaret, lo que parece más
lógico, y Jesús no se encuentra en los alrededores, ¿cómo
se enteraron tan rápidamente? Y lo que es no menos sorprendente, ¿por
qué una reacción tan inmediata, en el mismo día?
No deja también de herir la sensibilidad de los creyentes el hecho
de que su Madre, María, esté incluida en el grupo de aquellos
que consideran que Jesús ha perdido el juicio.2 Todas estas dificultades
quedan disipadas si tenemos en cuenta el relato arameo que se esconde
tras el griego. De él, ofrecemos solamente la traducción
española de los versículos que sirven para nuestro objetivo:
20 Y emprendió el regreso a casa; pero se congregó de nuevo
la multitud, cuando nada habían podido comer, incluso nada de
pan.
21 Y habiéndolo sabido algunos de los que estaban con él
(= que colaboraban con él) trajeron (pan, comida) para fortalecerlo;
porque decían: Está sin fuerzas.
31 Y vienen su Madre y algunos de sus hermanos-discípulos, y en
la orilla del desierto, deteniéndose, le enviaron recado llamándolo.
32 Y estaba en torno de él una multitud, y le dicen: He aquí que
tu Madre y algunos hermanos-discípulos tuyos y algunas hermanas-discípulas
tuyas en la orilla del desierto te buscan.
33 Y respondiéndoles dijo: ¿Quiénes son para mí Madre
y hermanos-discípulos?
34 Y echando una mirada a los que estaban a su alrededor dijo: He aquí a
mi Madre y a mis hermanos-discípulos;
35 el que haga la voluntad de Dios, ése es para mí hermano-discípulo,
o hermana-discípula o Madre.
Respecto a la respuesta de Jesús en los v. 33-35 debemos decir
que emplea aquí los nombres de su Madre, sus hermanos y hermanas
a modo de una parábola, mediante la cual los hombres que le escuchan
comprenden el sentido que tiene para ellos el haber oído la predicación
de Jesús y haberla acogido como expresión de la voluntad
de Dios. Esta pequeña grey, esta multitud que aquí y en
otros pasajes del Evangelio rodea a Jesús, movida sin duda por
la excepcionalidad de Jesús, manifestada en sus obras y palabras,
son llamados por Él colaboradores suyos en su obra. Y aquí podemos
nosotros deducir que veladamente, mediante la parábola de la Madre
y los hermanos, Jesús viene a decir que en su Iglesia no sólo
son portadores de luz al mundo los que la gobiernan, sino también
todos los fieles. Dentro de poco, los judíos o paganos que no
habían tenido la oportunidad de conocer directamente a Jesús
ni de oír su palabra, será a través de esta grey
o Iglesia suya, como lo conocerán.
En esta grey destaca sobre todos María, no tanto por ser madre
carnal de Jesús, sino por ser su primera discípula. Como
ya hemos dicho, María no se quedó a vivir sola en Nazaret,
desde donde hizo alguna escapada para acompañar y colaborar ocasionalmente
con su Hijo. Los evangelios no permiten semejante reconstrucción.
En ellos, María es presentada como una mujer que puso toda su
vida al servicio de la persona y obra de Jesús: está con Él,
va físicamente detrás de Él, vive con y para Él.
La Madre se convierte en la primera seguidora del Hijo. Toda su vida
está centrada en el Acontecimiento del Misterio hecho carne, afirma
y sirve al Acontecimiento. Y en este seguimiento, en esta obediencia
es generada por su Hijo: su obediencia conmovida a Jesús coincide
con la generación de su personalidad, como afirma don Giussani
en su carta a la Fraternidad. Así se hace hija de su Hijo.
Paradójicamente, sin embargo, es este amor gratuito, conmovido
por Jesús lo que la constituye en Madre, como dice el mismo Jesús
ante la muchedumbre. O sea, es generador del Acontecimiento sólo
quien lo reconoce gratuitamente, quien lo sigue con un amor conmovido.
Sólo quien reconoce la Presencia de Jesús, quien lo afirma
con sencillez y asombro, es signo eficaz del Misterio manifestado a los
hombres, es presencia del Misterio. «La virginidad es maternidad».
María, siendo hija de su Hijo, se ha convertido para todos nosotros
en modelo de la fe cristiana. Ella, acogiendo la voluntad de Dios manifestada
en Cristo, siendo fiel seguidora de aquel Hombre, Jesús de Nazaret, «es
el método necesario para tener una familiaridad con Cristo».
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Notas
1 M. Herranz Marco, La virginidad perpetua de María (SSNT 9),
Madrid 2002, 71-117.
2 Para evitar atribuir a la Virgen un juicio tan negativo sobre su Hijo,
algunos estudiosos han propuesto entender el verbo griego, élegon,
como un plural indefinido: "se decía", es decir, la
gente decía que Jesús no estaba en sus cabales..