cultura
Un reinado fascinante (I)
Pasó a la historia como artífice de hechos tan relevantes como
auspiciar el descubrimiento y conquista de América, terminar la reconquista,
unificar España e iniciar el fortalecimiento del poder del estado. Las
controversias entorno al proceso de beatificación de Isabel I de Castilla
Consuelo Rubio Cárdenas
«Cuando se ha investigado ya prácticamente todo sobre esta mujer
controvertida y fascinante, parece haber llegado el momento de abandonar toda
postura radical e intransigente y hacer el esfuerzo, obligado por otra parte,
de situarse en su tiempo y en su entorno, con las luces y las sombras, las costumbres,
la sociedad, el ambiente cortesano... e incluso la religiosidad y la veda de
la Iglesia del siglo XV, y desde ahí acercarse a la vida y los hechos
de la Reina». Son palabras de Mons. Delicado, que fue arzobispo en la diócesis
de Valladolid, que nos permiten asomarnos a una de las causas de beatificación
más polémicas de los últimos tiempos. Una causa que se abrió hace
ya más de cien años, y que en la actualidad, y habiendo superado
varias etapas fundamentales en Roma, está detenida.
Puntos de controversia
A Isabel la Católica se le han echado en cara sus actuaciones de gobierno
respecto a los problemas planteados por la necesaria reforma de la Iglesia y
la implantación de la Inquisición; el término de la Reconquista;
el descubrimiento de América y la permanencia de las comunidades judías
en la Península. Pero, como afirma Mons. Braulio Rodríguez Plaza,
actual arzobispo de Valladolid, «los valores humanos y cristianos de la
Reina son suficientemente fuertes como para resistir los ataques contra su santidad,
tantas veces basados en prejuicios y aseveraciones que poco tienen que ver con
la historia».
Sus principios morales y sus presupuestos políticos siempre persiguieron
la unidad de la fe cristiana y de los territorios que comprendían la Península
Ibérica, algo que no podemos perder de vista al analizar más de
cerca los errores que se le imputan.
Reforma religiosa
En España no se produjo la lucha protestante en la Reforma, en gran parte
porque Isabel había reformado ya el clero medio siglo antes de Lutero.
Fue esta una misión en la que la Reina puso gran empeño, al constatar
que en sus reinos había muchos monasterios y conventos «disolutos
y desordenados en su vida y administración», consciente de que eran
lo más importante para la salud del reino. De modo que el punto de arranque
de las reformas en este campo fue la formación del clero y el restablecimiento
del orden en la vida monástica. En sus constantes viajes solía
alojarse en conventos, en los que se reunía con la comunidad y les dejaba
exponer sus cuitas, para luego hablarles y exhortarles largamente, y si veía
algo que no le agradaba daba parte de ello a su confesor, que tomaba las medidas
pertinentes para poner orden. Emprendió la reforma combinando audazmente
su delicadeza y entusiasmo con la austeridad y firmeza del cardenal Cisneros,
a través de consejos, leyes, fundaciones de escuelas o academias para
infantas y formación del clero. Esta reforma fue continuada admirablemente
por sus sucesores: Carlos I gobernó con el testamento de su abuela, y
Felipe II siguió en este, como en muchos otros aspectos de su gobierno,
la línea establecida por doña Isabel.
Rigor histórico
No entraremos en las críticas –la mayoría basadas en un desconocimiento
absoluto de la historia– respecto a la implantación de la Inquisición;
pero hay que decir que España fue el último país de Europa
que la impuso, y al establecerla fue felicitada por el Vaticano y por la universidad
de la Sorbona (los grandes pilares del saber del momento). Durante casi tres
siglos no se vio necesario instituir este tribunal eclesiástico en territorio
español, dadas las buenas condiciones de convivencia, pero, a medida que
avanzaban los años, la amenaza a la integridad de la fe que suponía
la “herética parvedad” –las prácticas judaizantes
de los conversos– llevó a los reyes a decretar el establecimiento
de este tribunal. Comenzó su andadura en Sevilla en 1480, y en los primeros
años procedió con rigor inusitado, pero pasados unos años
los castigos se hicieron menos graves. En su conjunto, las sentencias capitales
fueron de número inferior a las que en otros países pronunciaban
tribunales ordinarios en relación con los mismos delitos, pero ello no
impide reconocer el daño profundo que, para la Iglesia misma, suponía
esta colaboración tan estrecha con el Estado.
Reconquista y moriscos
En cuanto a la lucha secular contra el Islam, no perdamos de vista la mentalidad
en que se encontraba inmersa la Reina: para la época, esta acción
militar colmaba el ideal del caballero cristiano medieval, que con su esfuerzo
y con su sangre pretendía restaurar el mapa de su reino y aun el mapa
de toda la Cristiandad mermada gravemente por la caída de Constantinopla
en 1453. Tras la toma de Granada, la Reina consintió que se quedaran los
llamados “moriscos”, con la esperanza de su rápida conversión;
sin embargo, después de una larga estancia de cinco meses en aquellas
tierras, Isabel constató lo mucho que faltaba para dicha conversión
y ello, junto a las sucesivas sublevaciones, le llevó a tomar la decisión
de su destierro. En cualquier caso, el propósito de expulsar a los sarracenos
del territorio español no obedecía a “racismo” alguno,
sino a llevar a cabo “la causa de Dios”, en palabras de la misma
Reina.
Un grave problema de integración
Como tampoco puede admitirse la acusación de racismo en la cuestión
de la expulsión de los judíos, según la acepción
moderna del vocablo, que contempla la persecución y odio a un grupo étnico
por considerarlo como inferior, ya que ni para los monarcas ni para el pueblo
un judío o un mahometano fueron nunca «razas inferiores».
La hostilidad se encaraba solamente con su credo y su conducta. Y es que el tema
judío hay que enmarcarlo en una perspectiva global dentro del amplio problema
político-religioso en la etapa que va desde 1492 hasta 1614, cuando fueron
expulsados los últimos moriscos. Se había planteado dentro del
tejido social un grave problema de integración, con imposibilidad absoluta
de amalgamar los elementos propios de cada una de las tres culturas, y cada vez
más frecuentes agresiones mutuas.
Algo que no se pudo evitar
Como afirma el gran estudioso de este reinado, Luis Suárez Fernández,
frente a la acusación de intolerancia contra los Reyes Católicos
a raíz de estas medidas, hay que señalar que fue el epílogo
lógico de una tensión de más de un siglo, y que fueron por
largo tiempo maduradas por los distintos reyes cristianos que, al contrario de
lo que sucedió con los Reyes Católicos, no tuvieron la suficiente
fuerza política y apoyo del pueblo como para acometerlas. Y no hay que
olvidar la imparable presión de la Iglesia; el mismo Papa exhortaba así a
la Reina pidiéndole: «no consientas se propague esta peste por tus
reinos», y todos los monarcas de la Cristiandad felicitaron a los reyes
por la toma de Granada y el decreto de expulsión de los judíos.
Hasta el investigador israelí Benzion Netanyahu admite que «la expulsión
de los judíos es algo que no pudo evitar [la Reina], porque la sociedad
lo pedía y toda Europa estaba haciendo lo mismo».
Breve
semblanza de la reina “católica”
C.R.C.
La niñez de Isabel fue ciertamente difícil, al estar, junto con
su madre y su hermano pequeño, apartados de la corte de su hermanastro
Enrique IV, que les tenía abandonados incluso en el aspecto económico,
lo cual les hizo llevar una vida sumamente austera y humilde. Tampoco fue sencilla
su juventud, plagada de sufrimientos al verse obligada a vivir separada de su
madre en medio de una corte frívola y mundana. Aun así, fue educada
en la sobriedad y en las mejores virtudes, y en confiarlo todo a la oración,
como se decía en un documento de su época: «Siempre, antes
que comenzase las cosas, las encomendaba a Dios con oración y ayunos y
limosnas, y escribía a santas personas que lo encomendasen a Dios».
Manifestó una especial devoción al Misterio de la Encarnación,
y desde la adolescencia practicó asiduamente ayunos y penitencias, haciendo
largos retiros en los que tenía presente la totalidad de los problemas
por los que sus reinos pasaban.
Tenía un don especial para descubrir las cualidades y el valer de las
personas, y así logró rodearse de los mejores, empezando por sus
tutores y sus amigas personales, como Teresa Enríquez o Beatriz Galindo,
y siguiendo por su esposo y sus hombres de confianza y consejeros, entre los
cuales se encontraron los nobles más levantiscos del reinado anterior,
enzarzados en luchas fratricidas entre distintas facciones y a quienes consiguió ganarse
magistralmente. Puso especial cuidado en la elección de los confesores,
entre los que destacaron Hernando de Talavera y el cardenal Cisneros.
Supo conciliar un carácter trabajador y decidido con unas maneras que
evidenciaban su lado femenino. Fue una gran esposa: mostró mucha inteligencia
en su relación conyugal, ya que combinó su sometimiento en todo
como esposa con su condición de reina, como expresó al tomar posesión
del reino de Castilla con estas palabras: «Vos, así como varón,
como rey, como mi marido, ordenaréis todas las cosas, vos las poseeréis,
vos las gobernaréis. Ninguna cosa reservo para mí, sino, como es
razón, todas las cosas serán comunes a entrambos; y pues que Dios
nos ha ayuntado iguales en amor y costumbres, es necesario que seamos iguales
en la compañía y en todo el derecho del reino. En todos nuestros
señoríos, así guardarán vuestros mandamientos como
los míos». Y profesó un profundo amor por él, como
queda recogido en su testamento con esta preciosa anotación al ordenar
la venta de sus bienes personales para limosnas: «E suplico al Rey, mi
señor, se quiera servir de todas las dichas joyas e cosas o de lo que
más le agradaren, porque viéndolas pueda tener más continua
memoria del singular amor que a Su Señoría siempre tuve».
Mujer fuerte e incansable, atravesaba incesantemente sus reinos a caballo. Fue
una madre preocupada en vigilar personalmente la educación de sus hijos.
Su testamento revela su dedicación en este aspecto. Les inculcó su
profundo sentimiento cristiano y otras virtudes como la paciencia, la perseverancia
o la prudencia. Buscó estar cerca de ellos para atenderles personalmente,
haciéndose acompañar por ellos en muchos de sus viajes.
Isabel heredó una Castilla sumida en la anarquía, la desidia y
la corrupción de costumbres, y dejó una España a las puertas
del Siglo de oro.