El
efecto Chernobyl
El
deseo es un acontecimiento, no
la premisa de la miseria
La reducción del deseo y del gusto hasta el extremo de desear la muerte
por anorexia es una consecuencia del pecado original. Cristo entró en
la historia como “movimiento”, volvió a removerlo todo. Palabra
de un psicoanalista
a cargo de Maurizio Crippa
«
Hace siglos, los cristianos observaron que el pecado original es culpa, sí,
pero felix. Fue la ocasión para que el Hijo se encarnase, para que se
hiciese compañero del hombre. Demostraron que tenían cabeza porque
en vez de razonar a la baja y macerarse en la culpa, hicieron aquello a lo que
aspira todo economista: invertir el destino de la crisis económica».
Un sábado por la tarde en un Milán lluvioso, pero nada aburrido,
hablamos con Giacomo Contri de deseo, pecado y felicidad, palabras repetidas
hace poco en los Ejercicios de la Fraternidad, y que pronto volveremos a escuchar
en el Meeting de Rímini: «¿Hay alguien que quiera la vida...?».
¿Por dónde comenzarías?
Por la marca de fábrica, inconfundible, del cristianismo: Dios pensó en
hacer un “razonamiento al alza”. Distinguió culpa de sentido
de culpabilidad. Optó por el perdón y no por la condonación.
Su solución fue la Encarnación. Solución nueva, inédita,
desconocida, impensable: no podía ocurrírsele a nadie. Tan nueva
que fue solución no sólo para nosotros, sino también para Él
mismo: quiso resucitar como hombre. No mostró una pedagogía, aunque
fuera generosa; quiso seguir siendo hombre tras la muerte y se satisfizo así.
Nos vino de perlas a nosotros porque le iba bien a Él. Llamo “régimen
de cita” al nuevo régimen introducido de esta forma en el mundo.
Jesús significa cita, encuentro, incluso posibilidad de consulta, dado
que dio a conocer su pensamiento y el de su Padre. Repito, a nadie podía
ocurrírsele pedir: «Hazte hombre». Este es el “Nuevo
Testamento”. Dios ha actuado de forma suplementaria: ha puesto más
de lo que nuestro intelecto sabía pensar. Suplemento quiere decir riqueza,
y esto subvierte las banales ideas corrientes de deseo como agujero, y de felicidad
y satisfacción como algo que tapa el agujero. En la encíclica Dives
in Misericordia el acento recae en dives, rico. También de misericordia
hablan los musulmanes. Pero Dios no es un soberano que tapa un agujero (panem)
añadiendo como mucho un postre sádico-lúdico (circenses).
Se diferencia radicalmente del Emperador.
Tenemos una idea enfermiza del deseo: falta algo. Dios no lo pensó así ni
nos puso en tal brete.
Muy bueno ese “enfermiza”. Justamente, Dios ofreció un suplemento
(incluso con respecto a Sí mismo), no un complemento, algo que rellena
el agujero. Insisto: se desbordó a Sí mismo haciéndose hombre,
y se gustó así (resurrección). Salvó la economía
relanzándola, no reparando errores, y lo hizo con un medio impensable:
haciendo de Sí mismo un factor de la economía, permaneciendo hombre.
Nada que ver con asuntos de barrigas vacías, materiales o espirituales.
Nosotros entendemos poco, porque nuestra relación con Dios es igual a
la que establecemos entre hombre y mujer: es una lástima. Por ejemplo:
ella llama por teléfono«¿Nos vemos esta noche?». ¿Qué le
está pidiendo? No que le quite su deseo, sino que se despierte en él
el deseo que no tiene. Estaba allí parado, deprimido, sin ideas ni ganas,
y necesita “pide” a otro que le anime, que le ponga en movimiento.
Si “revolución” significa algo es esto. Kruschev era un contrarrevolucionario
cuando decía que el comunismo es “gulash para todos”, el agujero
relleno, y no el relanzamiento, el nuevo arranque. Hagamos nuestro el concepto
de aperitivo. Aperitivo significa que busco el apetito, del que estamos tremendamente
escasos. El deseo es un acontecimiento, no una premisa de miseria. Y es tanto
más acontecimiento cuanto más es ganas de algo de lo que antes
no tenías ni ganas ni idea. En mi opinión, la oración es
un aperitivo: modo de producción del gusto. Ojalá concibiéramos
la educación como aperitivo. Habitualmente es un oxidante.
Ese gusto que habíamos perdido, o el pecado original...
La reducción del deseo y del gusto es consecuencia del pecado original.
Al principio, Adán y Eva se gustaban y se complacían sin objeciones.
Después se avergonzaron de ellos mismos (“desnudos”), es decir,
empezaron las objeciones. Menos deseo. El pecado nos ha hecho anoréxicos:
no más ganas, ni de alimento ni de nada. Cristo se ha introducido a Sí mismo
como principio de movilización. Se habla de “Movimiento”:
pero tiene sentido si significa realmente movimiento. La idea de que el pecado
original produce la muerte es sencillamente correcta: muerte es “todo parado”.
Entonces, ¿qué hizo Dios? Lo removió todo. Históricamente
lo llamamos “Iglesia”, pero el concepto es el de movimiento. ¡Estábamos
parados y nos ha puesto en marcha! La expresión “Ciudad de Dios” tiene
el mismo valor: movimiento según todos los factores y posibilidades.
Para la mentalidad común, en cambio, “ser religiosos” significa
desinteresarse por la realidad, “estarse quietos”.
Buda fue un genio. No comparto nada con él, pero fue un genio. Dijo: desear
es moverse y yo no quiero movimiento. El “Nirvana” es el final del
movimiento (corporal, ciudadano). “Nuestro Dios” es movimiento. Él
mismo se ha movido, y no ha terminado (“resurrección”). He
aquí lo in-finito.