El efecto Chernobyl

El mal no tiene flores


Davide Rondoni

La figura del escritor Charles Baudelaire resulta crucial para entender el mundo. Cuando para la recopilación de sus poesías eligió el título Las flores del mal, delimitó definitivamente uno de los problemas más relevantes del hombre moderno. En sus inmortales poemas sobre transeúntes y vida noctámbula de París, jóvenes hastiados y aburridos, amores envenenados y borrachos; sobre el genio sollozante de los artistas ante a la eternidad, o en sus versos sobre joyas y sobre la traición de Pedro, da cuerpo a una cuestión siempre viva.
Hablar de Las flores del mal parece una contradicción desde el momento en que se lee. ¿Acaso puede dar flores el mal? ¿A qué se refiere realmente con esas flores? ¡A la contradicción! He aquí lo que la poesía de Baudelaire pone en escena sin ningún tipo de pudor. El poeta afirma claramente que cualquier experiencia alberga la posibilidad de una tremenda ambigüedad; que en la vida no hay nada establecido, nada que se resuelva en un puro automatismo predeterminado. Su historia personal estuvo marcada de manera dramática por dicha contradicción, empezando por sus propias circunstancias familiares.
Baudelaire marca el inicio de la poesía contemporánea: con él entran en escena por vez primera y con verdadera fuerza los temas de la metrópolis, el desarraigo y el anonimato en medio de la masa, las bajezas individuales y los desórdenes sociales. Pero ese título y esa recopilación esconden algo más, algo que tiene que ver con todos, no sólo con el autor. No es casualidad la particular suerte que corrió el libro: condenado por la censura de la más laica de las naciones, Francia, no tropezó, en cambio, con condena alguna por parte católica. Es más, uno de los literatos católicos franceses más importantes de principios del siglo XX, Paul Bourget, autor de Nuestros actos nos siguen, consideraba a Baudelaire un autor privilegiado por haber comprendido el espíritu moderno.
De los demás, también Eliot dedicó un importante ensayo al poeta de las Flores, destacando como principal característica de su particular visión una gran capacidad de sufrimiento. Pero, ¿por qué sufrimiento? Por la inextirpable contradicción que encierra la vida humana. Él la padeció, sin queja alguna, asomándose al interior del abismo de este misterio. Dando voz de manera espléndida a esta condición humana, complacido a veces pero sin banalizar jamás, sin sumarse al maniqueísmo moderno que pretende arreglar el entuerto interpretando la contradicción como consecuencia de los desórdenes sociales o como un mecanismo natural e inevitable. Para Baudelaire, como para Manzoni, el corazón humano era una maraña, y el mundo se presentaba como un espectáculo misterioso e incitante, lleno de correspondencias y analogías útiles para poder comprenderlo.