Meeting
de
Rímini 2003
«¿ Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?».
Yo: yo lo quiero
Cuando pensamos en la prosperidad, en la felicidad, pensamos en lo que deseamos,
en lo que esperamos alcanzar. ¡Cuántas veces, sin embargo, no sucede
lo que esperábamos! ¡Cuántas veces nos rebelamos y decidimos
huir en nuestros sueños! Querer ser feliz significa para mí querer
serlo ahora, con lo que soy y con lo que tengo, no vivir el tiempo como un intervalo
indefinido que me separa de lo que espero. Puesto que la vida es una continua
espera del propio cumplimiento definitivo y total, en esta vida necesito empezar
a disfrutar de lo que vale y por ello no puedo demorar el hacer las cuentas con
lo que tengo ahora. Hacer cuentas, mirar, amar, aceptar, desear a partir de lo
que se nos da: esta es la vocación. Es la conciencia de que lo que ha
sucedido en mi vida tiene una finalidad, una tarea buena para conmigo y los demás;
lo cual sólo en un caso no se reduce a un discurso: cuando busco que esto
me haga feliz ya desde ahora. Es experimentar que descubrir algo verdadero nos
hace felices. La vocación es el verdadero tema de este Meeting; es la
condición para ser felices, porque sin una tarea y sin una finalidad no
se puede construir, no merecería la pena gastar energía y entregarse.
Somos felices en la medida en que descubrimos que somos protagonistas insustituibles, “señores”,
de alguna manera, de la realidad que vivimos. Y uno puede decir que posee algo
sólo cuando lo acepta y lo acoge. Justo lo contrario de la mentalidad
dominante, que considera la aceptación una forma de pasividad y no un
acto de un hombre libre que aferra, desea y trata de enriquecer lo que ha recibido.
Hay que añadir que para aceptar es preciso asombrarse y no ser instintivos.
Reconocer al otro, reconocer su misterio no generado por nosotros. Lo cual implica
un sacrificio de uno mismo, del automatismo mediante el cual siempre tratamos
de aprisionar lo que nos rodea.
El lema de este Meeting parece sintetizar el desafío propio del cristianismo:
Dios se encarnó y habita entre nosotros. Por ello, porque ya aconteció,
puede suceder lo imposible. Todavía podemos desear lo imposible, incluso
ser felices no obstante las dificultades, los tropiezos y el dramatismo de la
vida.
Giancarlo Cesana