El Quijote

El «relato del cautivo»

En las historias del s. XVI se solían insertar novelas, sin relación con la trama, que sirviesen de entretenimiento: alguien las contaba para aliviar una larga jornada de camino o para pasar la sobremesa. El «relato del cautivo» se puede definir como un entretenimiento heroico, católico y autobiográfico

Ricardo Sánchez

Cervantes conoció y abusó del procedimiento en la primera parte del Quijote, donde se insertan varios entretenimientos bien en la forma tradicional (la lectura del «Curioso impertinente» en la venta) bien convirtiendo a los protagonistas de las novelas en personajes secundarios de la trama del Quijote, ramificando las andanzas de don Quijote y Sancho en varias direcciones que no tendrían cabida de otro modo en su parodia de la caballería libresca: la historia pastoril de Grisóstomo y Marcela, la intriga amorosa y cortesana de Cardenio, Fernando, Dorotea y Luscinda, o el relato heroico del cautivo. En la segunda parte del Quijote, Cervantes abandonó esta técnica, debido tal vez a que publicó en fechas cercanas su colección de Novelas ejemplares, dando a lo que se había considerado un género menor la indepedencia con la que lo conocemos hoy.

Un interés documental
y humano extraordinario

El «relato del cautivo» se inserta cuando, estando reunidos en la venta don Quijote y toda su crecida compañía, pide alojamiento un cautivo de Argel recién libertado al que acompaña Zoraida, una hermosa mora. Esa misma noche, ante todos los presentes, don Quijote pronuncia el discurso de las armas y las letras (I, 37 y 38), que sirve de introducción a los tres capítulos que ocupa el relato del cautivo (I, 39 a 41).
En efecto, el cautivo, Ruy Pérez de Viedma, explica a los circunstantes su vida: su participación en la batalla de Lepanto, su cautiverio en Argel y amores con la hermosa Zoraida, que desea ser bautizada, y su libertad en una arriesgada huida.
Aunque el relato cae dentro de la moda de las novelas de ambiente morisco e idealizado, adquiere en la pluma de Cervantes un interés documental y humano extraordinario.

Relato histórico
y autobiográfico

Al igual que en su comedia Los baños de Argel, Cervantes ha usado su experiencia personal de héroe en la batalla de Lepanto y cautivo durante cinco años y medio en Argel, para alimentar la biografía fingida de Ruy Pérez de Viedma.
Se sabe que en 1570 Cervantes se alistó como soldado en Nápoles y que en 1571 pasó a formar parte de la compañía de don Diego de Urbina, perteneciente al tercio de don Miguel de Moncada. Con ella, en la galera Marquesa, participa el 7 de octubre en la batalla de Lepanto, dentro de la Armada Invencible, en «la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España contra el enemigo común, que es el Turco» (I, 39).
La conciencia que Cervantes tiene de «esa felicísima jornada», día «que fue para la cristiandad tan dichoso», se deja ver en su comportamiento durante el combate, ya que habiendo sido relevado del combate a causa de unas fiebres, no solo rechazó la sugerencia de permanecer bajo cubierta durante la batalla, sino que solicitó combatir en la popa de la galera, lugar que ofrecía el mayor riesgo en caso de abordaje. Allí, recibe tres disparos de arcabuz, dos en el pecho y uno en la mano izquierda, que perdió. No obstante, el autor siempre estuvo orgulloso de su tara por considerarla ocasionada en la defensa de la fe católica. En este sentido, respondiendo a los insultos de Avellaneda (el autor del Quijote apócrifo) dirá: «Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como [...] si mi manquedad hubiese nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros». (II, «Prólogo al lector»)

Por la libertad se puede
y debe aventurar la vida

Curado de sus heridas, participó en otras expediciones militares hasta que decidió regresar a España en 1575, pero la galera Sol, en la que viajaba junto a su hermano Rodrigo, fue apresada frente a las costas catalanas por la flotilla turca del renegado1 albanés Arnaute Mamí, el 26 de septiembre.
Comienza así el largo cautiverio en el que Cervantes «aprendió a tener paciencia en las adversidades»2 y en el que mostró de nuevo un comportamiento heroico y un gran amor a la libertad. Por la libertad, le dirá don Quijote a Sancho, a la que «no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre», «se puede y debe aventurar la vida» (II, 58).
Y Cervantes, en efecto, aventuró la vida protagonizando al menos cuatro intentos de fuga, fracasados por diversas razones, hasta que al final fue rescatado por los frailes trinitarios, que pagaron su fianza el 19 de septiembre de 1580.
En todos los intentos de huída, Cervantes se presentó como el único responsable, afrontando la posibilidad de la muerte a manos de su amo Azán Agá, el Uchalí (según el cautivo «era natural condición suya ser homicida de todo el género humano», I, 40) por el que fue perdonado, inexplicablemente, en todas las ocasiones.

La Virgen María
y la conversión

Sin que el relato del cautivo sea un fragmento de teología mariana, ni pretenda serlo, la Virgen ocupa un lugar destacado en su trama.
Ella ha sido la responsable, mediando la cristiana cautiva, de la conversión de Zoraida: «Cuando era niña, mi padre tenía una esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá cristianesca y me dijo muchas cosas de Lela Marién» (I, 40) y ha sido quien le ha puesto el deseo de ser bautizada, con el nombre de María, en tierra de cristianos: «La cristiana murió [...] y después la vi dos veces. Y me dijo que me fuera a tierra de cristianos a ver a Lela Marién, que me quería mucho» (I, 40).
También el capitán Ruy de Viedma, antes del ofrecimiento gallardo de que por su parte y «la de todos estos cristianos que están aquí conmigo» servirán a Zoraida en todo lo que puedan, «hasta morir», encomienda la empresa a «aquella bendita Marién, que es verdadera madre de Dios»: «Ruégale tú que se sirva a darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda; que ella es tan buena, que sí hará» (I, 40).
El relato es más de tipo heroico que religioso, pero es llamativa la insistencia de Cervantes en María como inspiradora y guía de las buenas obras, como aquella que libera a los cautivos y como la que socorre a los que están en peligro. Y es tentador pensar que Cervantes escribe este relato precisamente en torno al 1605, cuando el cisma protestante ha puesto en entredicho el lugar central de María en la fe cristiana.
Por otra parte, como un tema artístico secundario que complementa al de la conversión de Zoraida, está el deseo del renegado murciano que ayuda al capitán y a los otros cautivos cristianos en su huída para llegar el también a España y «reducirse» a la Iglesia Católica.

Relato heroico
En el relato del cautivo, introducido en el Quijote como contraste artístico, Cervantes resalta las características del hombre de armas cristiano: la fe, el honor y la caballerosidad.
En efecto, Cervantes, hombre de armas y letras, no pretende ridiculizar en su obra cumbre el ejercicio de las armas, sino de, en palabras de Von Balthasar, «poner en solfa la ideología de la caballería cristiana heroico-galante»3.
De hecho, la admiración de Cervantes por el ejercicio de las armas puede verse tanto en sus obras como militar como en sus escritos:
«Las [heridas] que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza» (II, Prólogo).
En ese mismo sentido hará decir a don Quijote en el discurso sobre las armas y las letras (del que salen victoriosas las armas) que: «el soldado, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario» (I, 38).

Caballerosidad cristiana
Así que para Cervantes el ejercicio de las armas conlleva la honra, palabra tan difícil de entender en nuestros días, pero que parece aludir no solo a la opinión que los demás tienen de uno, sino a la capacidad que uno tiene de adherirse a algo más grande que él mismo. En ese sentido, es interesante ver cómo don Quijote equipara honra y libertad en su famoso discurso sobre la libertad: «por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida» (II, 58).
En esos términos de gloria humana y divina recuerda Cervantes a través del cautivo, mediado su relato, a los soldados cristianos históricos que dieron su vida en la defensa de La Goleta y destaca el comportamiento ejemplar de los caballeros cristianos de su historia fingida: su fidelidad, su disposición a morir por servir a la fe, encarnada en la conversión de Zoraida, y la generosidad de sus pechos.

1 Se llamaba renegados a los cristianos
convertidos al Islam.
2 Novelas ejemplares, prólogo.
3 Hans Urs Von Baltasar, “La ridiculez y la gracia”, en Gloria. Una estética teológica, Volumen V: “Metafísica. Edad moderna”, Ed. Encuentro, Madrid 1996, pp. 161-171.