Madrid

La belleza
no tiene mancha

Con toda probabilidad una sociedad como la nuestra, que ha perdido el concepto de pecado, no comprenda esta exposición referida a la Madre de Dios, y que ha sido titulada «Inmaculada». Sus salas son las de la Catedral de Madrid, donde ha sido organizada por la Fundación Edades del Hombre junto con la Conferencia Episcopal Española. Cientos de personas la visitarán hasta el mes de octubre: ¿verán sólo arte o se llevaran el tesoro escondido?

Mª Elena Simón

El 8 de diciembre de 1854, en un momento para Europa en el que el racionalismo y el naturalismo no estaban dispuestos a aceptar sus límites, el Papa Pío IX, recogiendo una tradición tan antigua como la misma Iglesia, definió el dogma de la Inmaculada Concepción en la bula Ineffabilis Deus (Dios infalible): «...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano».
De los 150 años de esta proclamación, tan querida por Juan Pablo II, nos habla esta magnífica y variada exposición de 132 obras: cuadros, retablos, escultura, platería, manuscritos, tejidos. El comisario, Antonio Meléndez, ha trazado un programa en cuatro capítulos, con ramificaciones de sorprendente riqueza iconográfica y artística, como es habitual en las exposiciones de Las Edades del Hombre –cuyo objetivo es recuperar el arte de la Iglesia en España, su significado, y divulgarlo–.

«Para Gloria
de la Madre de Dios»

Una Introducción previa nos presenta al Papa Pío IX, con objetos varios relacionados con este momento mariano, incluido el texto de la Bula.
El primer apartado, nos introduce ya en las más tempranas tallas de la Virgen y el Niño conservadas en España, las románicas, hiératicas y frontales, que nos quieren transmitir, sin rasgos físicos concretos, un concepto puro y eterno, Cristo, hijo de Dios, nacido de una mujer, María, que es trono de sabiduría –como el del rey Salomón– desde cuyo centro bendice el Hijo. Hay textos del s. XIII que relatan cómo había verdaderos destructores de imágenes religiosas si estas parecían reales, porque les recordaban las perfectas esculturas romanas de los dioses paganos. Esto justificaría en parte el antirealismo románico.
El gótico, de mayor naturalismo y expresión, sigue también al hilo de los textos del Evangelista san Juan, que se refiere a María como la Madre de Dios (Theotokos).
Nestorio, Patriarca de Contantinopla, en el siglo V propuso que María sólo era madre de la naturaleza humana de Cristo; su herejía –el nestorianismo– fue depuesta por el Papa Celestino I. El Concilio de Éfeso trató por primera vez de María y la confirmó Madre de la doble naturaleza de Cristo, la humana y la divina. En las catacumbas de Roma, los primeros cristianos ya habían dejado representaciones de la Virgen con el Niño.

«Los Balbuceos»
En el segundo capítulo se percibe de qué modo la fe en María, concebida sin la mancha de nuestro origen, tiene ya claras manifestaciones sociales. Cuatro son los temas que desarrollaba la sociedad medieval y recoge con riqueza de medios esta muestra: María-Eva, que opone la confianza en la Providencia a la ruptura de Eva porque su tentación aceptada, por la que se desmorona todo, fue y es la de siempre: «seréis como dioses». Las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio, son la pieza estrella, con escenas y canciones de milagros de la Virgen. La nº 60 “Ave Eva”, es un juego de palabras, un palíndromo que opone a ambas. Y la talla de Sta. María la Blanca, a la que este rey dedicó doce de sus poemas. Muy curiosa por su iconografía es la Inmaculada de Silos, María con la manzana rechazada en la mano, en diálogo con el Niño∂, que nos señala la garganta de su madre que desconoce el mal, que no ingirió el simbólico fruto.
En las catedrales
El siglo XIII, momento histórico en el que nos movemos hasta ahora, fue de gran prosperidad económica y cultural. Es la Europa de las ciudades, y de las catedrales, en las que son decisivos esos gremios de artesanos que bullen por ellas y que colaboran en su construcción, como participa toda la ciudad, desde los más poderosos –que a veces se atan como bueyes para tirar de las carretas con bloques de piedras– a los más humildes. Catedrales erigidas bajo la protección de Nuestra Señora, cuya efigie de Madre de ternura, sonriente y cálida con el Niño, se coloca con frecuencia en el parteluz del pórtico principal.
Es en este momento cuando El Árbol genealógico de Jesé∑, otro de los temas de esta exposición, con los ascendientes notables de María, y por tanto de Cristo, la incorpora como culminación, junto a su hijo. Jesé fue el padre del rey David, y como profetizó Isaías (11,1) el Mesías será el último y definitivo descendiente de esta Casa.

En el templo de Jerusalén
Muy popular fue el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada del templo de Jerusalén∏. Este abrazo representa el regocijo por la concepción de María. Todos los datos referentes a ellos proceden de los Evangelios Apócrifos –utilizados por los pintores dada su riqueza anecdótica, aunque no aceptados por la Iglesia como Palabra Revelada–, pero eran los únicos datos escritos que llevaban al nacimiento de la Virgen, y por ello fue un asunto querido y contratado. Varias obras del XV y XVI recrean este tema. Sobresale el relieve dorado de Juan de Juni, de una intensa contorsión manierista, que manifiesta el abrazo entusiasmado y expresivo. El Concilio de Trento, sin embargo, recomendó no tratar este asunto no incluido en los Evangelios canónicos.

Las tres generaciones
Y las tres generaciones, Santa Ana, la Virgen y Cristo –Santa Ana Trina–, poéticamente tratadas en bellas tallas y retablos hispanoflamencos, siempre naturalistas, con buena expresión de calidades y texturas, como el Tríptico de Perelada.
En 1477 Sixto IV confirma las festividades oficiales de la Señora. Y es de este mismo momento la propia imagen, de la Virgen de la Almudena, advocación de esta Catedral, y de Madrid.

«A la búsqueda
de la identidad»

El tercer capítulo, recoge, a raíz del Concilio de Trento, la búsqueda definitiva de la representación de María, concebida sin pecado. Tota Pulchra es el primer apartado. La nueva iconografía se extrae del Apocalipsis de san Juan, último libro profético-escatológico del Nuevo Testamento. Dice el capítulo 12 que «una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza... una gran serpiente roja con siete cabezas... la serpiente se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo... la Mujer dio a luz un hijo varón».
Así dará comienzo una nueva imagen con total fortuna –¿recuerdan la Inmaculada de Murillo?–; no sólo en España, sino también en la América colonizada –la de Bernardo de Legarda, en Ecuador– ésta será la representación más divulgada de María, ascendida o, todavía más, idealizada entre nubes y ángeles o con alas, símbolos que se emplean para expresar su condición por encima de lo terrenal, que fue engendrada sin mancha de pecado, en vertical ascendente, que siempre expresa triunfo–, perteneciente así por su dignidad completa a otra dimensión.

De las letanías
y el Apocalipsis

El valenciano Juan de Juanes hará fortuna con su Inmaculada, asunta sobre la luna, apocalíptica, y con los símbolos marianos sacados de las letanías –que se inspiran en el Cantar de los Cantares–, expresiones bíblicas que ahora toman imagen como Jardín Cerrado, Pozo de agua viva, Rosa de Jericó, Espejo sin Mancha, Puerta del Cielo, Torre de David, Estrella de los maresπ. Diez obras, con el gran escritor Lope de Vega y su Coloquio Pastoril en alabanza de la Concepción de Nuestra Señora.
También procede del Apocalipsis el apartado Mulier Amicta Sole, rodeada de rayos en torno a sí –la luz dorada es símbolo en el arte cristiano de la presencia de Dios–, representación que se inicia en Europa en el XV, y también en América –la Virgen de Guadalupe–. Virgo Parens Dilecta Deo con san Juan Evangelista por protagonista, y Patmos, donde vivió sus últimos días y escribió este complejo libro (95 d.C.).
El grabador barroco Jáuregui da imagen a los textos del jesuita Alcázar, que traduce el Apocalipsis: la luna es la humanidad de Cristo, las doce estrellas, los Apóstoles; los dolores del parto, la predicación; las siete cabezas de la serpiente los siete pecados capitales.

«Del esplendor
a la definición dogmática»

El último capítulo, es el más generoso en obras y calidad máximas, sin embargo la iconografía ya no cambia. Los Reyes de España y Donantes hacen el juramento de la Inmaculada, con documentos y pinturas históricas, desde los Reyes Católicos a Carlos III. Manifestaciones de la fe popular, procesiones, votos, banderas... «Todo el mundo en general, a voces reina escogida / dice que sois concebida sin pecado original».
Francisco Pacheco, maestro del gran pintor Velázquez, deja por escrito cómo hay que representarla en su Tratado de pintura (1649). Será así la gran escuela andaluza del XVII la que fijará un modelo que reúna todos los contenidos. Y así muchos artistas trabajarán desde su particular creatividad la misma representación de la Inmaculada Concepción. De la sobriedad y fuerza de la escuela castellana de escultura de Gregorio Fernández∫, a la andaluza, llena de expresividad, gracia y movimiento con Martínez Montañés y sus seguidores. Triunfal genialidad para la pintura del siglo que aquí reúne a tantos maestros: El Greco, Zurbarán, Murillo, Claudio Coello, hasta un total de ¡54 obras!

En el 150 aniversario
El Epílogo lo defiende la monja cisterciense Isabel Guerra, a la que ha sido encargada la Inmaculada del año 2000. Esta conocida pintora se ha mantenido en la iconografía tradicional, y bueno es que haya empezado a incorporar ya a su estilo, casi fotográfico, las manchas de color tan características de la escuela española de pintura –Velázquez, Goya–. Así María, sobre toques de luna, tiene facciones de identidad, es verdaderamente carnal. Llena de luz trascendente, lleva el manto ya no azul, sino manchado, manchado como el mundo al que ella sostiene y espera, como estrella de la mañana, con su amor de Madre, siempre joven.