¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?

Ahora. Y para la eternidad

Rita Negri, ama de casa (Reggio Emilia)
Hace poco, un amigo que está en una silla de ruedas desde hace años a causa de un grave accidente, me decía: «Estoy triste y deprimido. Me parece que sólo he causado daño en mi vida. Quizá si yo “creyese” estaría mejor. Me acordé de vosotros y pensé: ellos son felices porque creen. ¿No es cierto? Vosotros sois felices porque creéis». Nunca me habían planteado una pregunta tan “radical”, que escudriña no tanto el “creer”, sino qué es lo que me hace feliz y por qué. ¿Qué quiere decir para mí ser feliz? Estar unida a mi marido; ver a mis hijas serenas y encaminadas hacia lo que es su vocación; mi primer sobrino, tan inesperado pero tan adorado. Esta es mi felicidad. Me resulta imposible pensarla en abstracto; siento que son las cosas que me importan, que me interesan, pero sé también que todo esto no está en mis manos, que no depende de mí, porque yo quiero que todo sea para la eternidad. Sólo una Persona ha garantizado el “para siempre” de todas las cosas, y ésta es la mayor alegría: tener la certeza de que todo esto existe ahora y para toda la eternidad.

Algo misterioso es el centro de todo
Stefano Pranzan, guarda del cementerio de Isola Scala (Verona)
No es fácil describir con palabras lo que el corazón desea. Pero, en un momento dado, el deseo de felicidad comenzó a concretarse a través de otras personas, como un testigo que pasa de mano en mano. Ahora, a los 38 años, puedo decir que ese deseo es el deseo de mirar la realidad (es decir, mirar todo y a todos) por aquello que es, y no por lo que parece. Yo trabajo en un cementerio desde hace algunos años. Veo, por una parte, en qué se convierte la gente algún tiempo después de morir (y corro el riesgo de volverme cínico), y veo también el amor y el dolor que quedan. No puedo olvidar, ni siquiera ante un cuerpo que se descompone o ante una persona que llora, que cada uno ha sido engendrado por un amor misterioso y misericordioso, que cada uno «ama la vida y desea días de prosperidad». No puedo olvidarlo porque ese amor lo siento para conmigo. Algo hermoso me tocó hace años: algunos amigos escucharon decir a un cura de Milán (que ahora puedo definir como un queridísimo amigo, querido don Giussani), que hay algo misterioso que pretende ser el centro de todo. Este Misterio empezó a llamarme y a mostrarme su rostro. Dios salva al hombre a través del hombre. Y yo, como puedo, lo grito y deseo que cada día algo o alguien atraiga mi atención sobre ese algo misterioso, que a veces se manifiesta y a veces se esconde, pero que está siempre allí, está allí conmigo.

Una fecundidad infinita en la obediencia a la campana
Hermana Chiara Piccinini, monja trapense en Venezuela
Cuando conocí el movimiento me encontré con Cristo, y en Él encontré el misterio de mi persona y de toda mi existencia. En un encuentro muy humano, casi diría banal, ante mi exigencia de significado y de justicia (estaba en una situación desesperada, no sabía a quién obedecer) recibí una respuesta llena de certeza: «Tú eres alguien - no un número ni una casualidad - y lo serás para siempre». Cristo se definía, de forma implacable, como el Amor verdadero y total, como el Esposo, como el Buen Pastor. Todos los “demás” habían venido a robar y destruir mi exigencia de vida; Él no. Al reconocer lo que Cristo era decidí entregarle mi vida en una obediencia total, colmada de una infinita repercusión interior de su Presencia en mi corazón. «¡Alégrate, María!». Entré en la Trapa para permanecer en esta alegría, para reconocer este anuncio y seguirlo, implicando toda mi persona en la absoluta cotidianidad de la vida de clausura. Así, en el paciente, claro e intenso camino de transformación, perseverando en la profundidad nebulosa de la obediencia a la campana, a las indicaciones de la Regla de san Benito, al silencio, al trabajo manual sencillo y atento, poco a poco he sido revestida de gratuidad y de alabanza continua, y todo esto se ha convertido en la modalidad existencial de mi libertad, en el aliento de mi vida. Pero ciertamente la belleza que más me ha marcado ha sido la recuperación de la dimensión de filiación - hija en el Hijo - que el convento de Vitorchiano me ha ofrecido. Cuanto más me dejaba generar por la palabra y por el ejemplo de la Madre, por la mirada llena de ánimo y de infinito amor consumado de las madres ancianas; por la separación de las madres que partían para vivir nuestro carisma en tierras lejanas; por el apoyo y la corrección amorosa de la comunidad, más capaz era de volver la espalda a la esclavitud de mi autosuficiencia y autonomía, de mi altanería e intolerancia, del mal que llevo dentro, para echar raíces indomables en la pertenencia a la Iglesia, insertándome en su historia, en lo que contiene y significa. Me he sentido amada sin mérito alguno, perdonada sin la pretensión de serlo. Una experiencia de regeneración impensable, algo mística en cuanto que indescriptible, que no me ha abandonado jamás y que me empuja a estar en un irreductible estado de ofrecimiento para que Su rostro, ese Rostro de mi primer encuentro y de cada instante del día presente, se convierta en experiencia de felicidad para todos. No deseo otra cosa que consumirme en esta fecundidad, en donde encuentro totalmente mi plenitud de hija y de mujer. Un último anhelo permanece en mí: que nos ayudemos, que nos sostengamos para que todo hombre pueda “robar un trozo de paraíso”, como Cristo me permitió que yo hiciera desde la cruz de mi límite y de mi pecado.

La gracia de ser hijo y por tanto padre
Barry Stohlman, carpintero (Washington)
Nada más leer la pregunta me han venido a la mente dos elementos en mi vida que, a medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de que no son míos, de que no los poseo, pero que se me han concedido y se me presentan cada día de forma nueva, y son la respuesta viva en la vida de todos los días al deseo de felicidad. Se trata de mi familia (mi mujer y mis cinco hijos, con uno en camino) y mi trabajo. No hay experiencia más concreta que ésta. El trabajo como posibilidad de expresar mi humanidad y mi creatividad, participando de forma constructiva en la sociedad. La familia, fuente de alegría y experiencia de amor en este mundo, es decir, la posibilidad de amar y de ser amado. Pero de todo esto no me daría cuenta si no fuera por la experiencia que he tenido en los últimos 16 años descubriendo a Cristo presente en la realidad, que cambia verdaderamente todas las cosas de la vida. En especial estos últimos cinco años, en los que he tenido la gran suerte de vivir en EEUU, donde la multitud de hechos que suceden y los amigos con los que tratamos de seguir y de servir al acontecimiento de Cristo, cómo y dónde se presenta, me hacen tener los ojos abiertos y me abren el corazón. En resumen, una vida así, tan llena de espera y de preguntas, yo la quiero, la quiero para mí, para mis hijos, para mis colegas y para mis amigos.
Si existe la posibilidad para mí de ser padre, en la familia y en el trabajo, que es lo que me hace feliz, es gracias al hecho de que soy hijo, hijo de don Mauro y de don Gius... y esto es una Gracia.

Motivo de alegría para uno mismo y para los demás
Fulvio Farina, obrero (Abbiategrasso)
Enganchado desde hacía tiempo a los porros, llevaba una vida muy anárquica. Hasta que un día me crucé con su mirada. Rosanna, que hoy es mi mujer, tenía una mirada distinta. Me sentí enseguida acogido, y lo sigo siendo. Por eso soy capaz de acoger. Reconocí algo distinto, no fue simplemente sentar la cabeza. Y vivo feliz. Cuando voy al trabajo (en el taller de pintura de una fábrica de tractores) para mí es como ir a la guerra: veo a todo el mundo cabizbajo, enojado. Pero cuando cruzan conmigo, levantan la mirada, ante ellos hay una presencia que sonríe. Yo no hablo sólo de fútbol, soy más abierto, y esto a veces molesta, porque estoy hablando con uno y me vuelvo hacia otro que pasa, o atiendo a quién me pregunta. Mis compañeros son de izquierdas o testigos de Jehová, pero cuando tienen algún problema me piden que me quede un momento con ellos. Te conviertes en una presencia de la que se pueden fiar, porque les echas una mano mediante los Centros de solidaridad o el Banco de Alimentos. Cuando les hablo de los juicios de la CdO, me llaman “formigoni”, cuando les hablo de Jesús me llaman “loco”, pero ante la necesidad me buscan a mí. Yo no me siento solo. Me siento como si fuese un compás: parece que lo importante es la mina, pero sin la punta que se clava en el papel la mina no podría trazar el círculo. ¡Qué afortunado soy! Soy feliz también cuando estoy enfadado. Me hace feliz darme cuenta de que mi deseo es cada vez mayor y de que lucho por él.

La conciencia del límite. La evidencia de la respuestaLorenza Violini, profesora de Derecho Constitucional
En la Universidad Statale (Milán)
Creo que la respuesta a esta pregunta - y a aquella, todavía más radical, sobre su realización efectiva: «¿Eres feliz? ¿Por qué?» - no puede sino partir de la conciencia del propio límite, o al menos esta es la primera reacción que experimenté cuando empecé a reflexionar. Es una conciencia que vive en lo más íntimo. En esta intimidad se inserta también la intuición radical de que la respuesta más verdadera a esta pregunta es un “sí”conmovido y total. Llamada a salir a la luz, esta dimensión del corazón, de otra forma escondida, está rebosante de la memoria de una historia buena, enriquecida por los que me han enseñado a comparar todo con mi deseo de felicidad y a confiar todo a la misericordia de Dios. Es un bagaje, un espesor de la conciencia que me ha permitido encontrar y vivir todo tipo de momentos en la vida, atravesar, asumiéndolas, las fatigas de las que está hecha esta vida, pero también vivir con una intensidad sorprendente las alegrías, los dones recibidos como ocasión para profundizar en el sentido de la relación con la Presencia que llena todo de significado. Creo que no abandonaría por nada del mundo ni la compañía que hace esta pregunta ni la respuesta, totalmente mía y que a la vez es un don, que brota desde la intimidad del corazón y que me hace decir - con un ápice de la conciencia que tenía san Pedro (pero de la misma naturaleza) cuando respondió a Jesús -: «Señor, Tú lo sabes todo, Tú lo sabes».