Pequeñas
semillas en tierra bohemia
La Iglesia en la actual República Checa, tras años de comunismo
y persecuciones, está recobrando lentamente sus fuerzas, a través
de los encuentros diarios y también gracias a la presencia del p. Stefano,
que el pasado 21 de junio recibió la ordenación sacerdotal junto
con otros compañeros de seminario
Pilo Rodari
Cualquiera puede visitar Praga como un simple turista
y todo resulta hermoso, casi un museo. Es como si se entrara en un cuento y,
al salir, uno se
siente como un niño después de pasar una hora en un parque de atracciones:
queda la sensación de haberse trasladado a un mundo irreal donde no se
puede tocar nada. Sin embargo, si se observa atentamente, la ciudad, aparte de
su gran belleza, habla de otra realidad.
Sabido es que cuando Hitler la invade en el 38, gran parte de la intelectualidad
judía es exterminada en los campos de concentración. Los años
posteriores, incluidos los del régimen soviético hasta el no lejano
89, no fueron suficientes para llenar este vacío: significó la
trágica desaparición de un mundo cultural que desde hacía
siglos había irradiado investigación y creatividad.
El pueblo checo, superviviente del genocidio alemán y las deportaciones
soviéticas, tuvo que convivir durante años con la continua amenaza
de un régimen duro y severo y, al final, el resultado fue un sentimiento
generalizado de terror e inseguridad.
Como pioneros en camino
É
sta sería probablemente la situación que se presentara ante los
ojos de los primeros universitarios milaneses de CL que, entre los años
60 y 70, igual que pioneros en busca de un mundo desconocido y lejano, fueron
a llevar esperanza a la humillada Iglesia checoslovaca. Muchos, entre ellos algunos
sacerdotes mayores, recuerdan con especial precisión unas vacaciones de
principios de los 70 en Hungría, en las que algunos jóvenes ciellini
se juntaron con católicos checos. Quedaron muy impresionados por su silencio,
una mezcla de miedo y discreción de sus personas, signo indeleble de una
realidad muy distinta a la de Occidente: un diferencia abismal entre dos mundos.
Por un lado estaban los chicos italianos que el movimiento había enviado
para llevar la alegría de su fe, renovada y reforzada en el encuentro
con don Giussani; por otro, un pueblo cuyos orígenes y tradiciones eran
censurados constantemente, para el cual la fe era el último baluarte secreto
contra el intervencionismo del poder, una fe vivida en silencio, con el permanente
temor a la delación y la traición.
Prácticamente desde el 38 hasta el 89, la Iglesia checa no tuvo derecho
a existir. Durante los años del régimen comunista, dos terceras
partes de los sacerdotes fueron forzados a inscribirse en la “Pacem in
terris”, una asociación creada desde el sistema comunista con el
fin de controlar a todo el clero. Quien no entraba a formar parte de ella se
veía obligado a huir, a vivir en la clandestinidad o a trabajar aceptando
las duras limitaciones impuestas por el régimen a la libertad. El padre
Vladimir Vyhlidka, por ejemplo, uno de los primeros “contactos” seguros
de los chicos del movimiento durante los años 70, estaba entre estos últimos.
Aprovechando un permiso de diez días, huyó del país a través
de Austria y se refugió en Roma, donde se prepararía para ser sacerdote
en el colegio Nepomuceno. Al ser ordenado quiso volver a su país (elección,
por otro lado, poco común en aquellos tiempos). A pesar de obtener el
permiso para regresar, no se le autorizó a ejercer su ministerio. Estuvo
trabajando durante tres años en un hospital de la ciudad hasta que finalmente
el régimen le concedió vivir “como sacerdote”, aunque
bajo estrictas restricciones. A partir de ese momento se convierte en secretario
del cardenal Tomacek, quien, semirecluido en el palacio episcopal que valientemente
había defendido de ser confiscado, se había convertido en la “voz” de
la resistencia católica frente a la barbarie comunista.
Años de sufrimiento y persecución
También el actual cardenal Vlk en persona pasó años de sufrimiento
y persecución. Las continuas amenazas del régimen le obligaron
a vivir en la clandestinidad. Durante años, trabajó como limpia
cristales en las calles de Praga y, mientras limpiaba los escaparates de las
tiendas del centro, confesaba y ayudaba a la gente.
«
La fe me acompañó con su paz, incluso durante mi nuevo trabajo
de limpia cristales por las calles de Praga», contó durante una
intervención en el Meeting de Rímini en 1997. «Durante casi
diez años recorrí esas calles, con frío o con calor, sostenido
por la fe y el amor».
La situación cambió radicalmente cuando en enero del 93 Praga se
convirtió en capital de la República Checa. La democracia entró en
el país y la recuperada libertad trajo consigo un bienestar. Gracias a
los recursos económicos extranjeros, al boom del turismo y a una sólida
base industrial, el país vive hoy prometedores horizontes de desarrollo
y crecimiento. La tasa de paro es muy baja, los comercios están llenos
y ya se han restaurado muchas de sus ciudades. Es verdad que tampoco faltan los
aspectos negativos, como la escasez de vivienda a precios asequibles, el vertiginoso
aumento de la criminalidad o el deterioro del sistema sanitario; pero en general,
la joven democracia y su radical transformación económica parecen
funcionar e impulsar a la pequeña República hacia su ingreso en
la Unión Europea.
Por la Europa atea y nihilista
El cardenal Vlk ve en el ingreso en la Unión una gran posibilidad de que
su Iglesia pueda ser testimonio ante una Europa atea y nihilista. En el discurso
de despedida de la presidencia de la CCEE (Consejo de Conferencias Episcopales
Europeas) afirmó que la tarea de la Iglesia católica será demostrar
que en la noche de Europa ya está presente el alba, el alba del espíritu.
La presencia actual de CL en la República Checa quiere precisamente ser
parte de este alba.
¿
Cómo contribuir a que el pueblo católico vuelva a reencontrarse
a sí mismo, a redescubrir su propia tradición católica y
su ímpetu misionero?
La Escuela de comunidad que un grupo de personas hace todas las semanas con Marco
Annoni, arquitecto italiano instalado en Praga después de casarse, es
una primera respuesta. Otro pequeño signo son los jóvenes checos
de Brno que se reúnen para leer juntos a don Giussani después de
haber acudido a unas vacaciones organizadas por Beppe Meroni y que reciben mensualmente
la visita de los universitarios de Viena.
Pequeñas semillas que crecen
Desde hace un año, se encuentra también en Praga un misionero de
Turín de la Fraternidad de San Carlos licenciado en arquitectura, Stefano
Pasquero. Una de sus principales preocupaciones, aparte del estudio de la lengua
checa, era la de establecer relaciones con los católicos de Praga. Muchas
veces es suficiente con poco, una llamada o un café en un bar del centro,
para que surjan nuevas relaciones o que un pequeño pueblo católico
redescubra su identidad. Es el caso de un grupito de jóvenes que han conocido
en la universidad después de leer una hoja del tablón de anuncios,
firmada Voz estudiantil por Cristo, invitando a participar en una lectura de
la Biblia, o la amistad con el coro de la universidad con los que tras los ensayos
semanales suelen quedar en una cervecería.
Son pequeñas semillas de una experiencia destinada a continuar. Al menos éste
es el deseo del cardenal de Praga que ha nombrado a Stefano capellán del
Campus Universitario de Suchdol, a las puertas de la ciudad, donde viven y estudian
cinco mil estudiantes. En septiembre estará en Praga con Stefano otro
italiano de Turín, Andrea Barbero, con quien empezará a tomar forma
la primera casa de la San Carlos en tierra bohemia.
Hoy más que nunca, Europa tiene necesidad de testimonios de fe, de gente
que dedique su vida a dar testimonio de Cristo dentro de la existencia cotidiana.
En ciertos aspectos parece como si hubiéramos vuelto a los tiempos de
Pedro y Pablo en Roma, cuando en un mundo totalmente pagano grupúsculos
de auténticos cristianos vivían su vida cotidiana por Cristo.
De estos testimonios es de lo que tiene necesidad la Europa de hoy.