editorial
Todos al Meeting
El Meeting de Rímini es una manifestación cuya incidencia en la
vida de muchas personas y también en el ámbito público ha
ido creciendo. Actos de la mayor trascendencia, eventos artísticos, la
presencia de autoridades religiosas, civiles y políticas, y la afluencia
de público, en su mayoría joven y procedente de distintas culturas,
lo han impuesto como un hecho único y extraordinario. Ya parece obvio
que a finales de agosto se reúna en Rímini un pueblo para construir
y proponer un acontecimiento a la vez serio y ameno. Se trata de una cita obligada
para muchos, una fecha reservada en la agenda de los medios de comunicación
italianos, y buena parte del mundo cultural italiano está pendiente de él.
Casi se da por sabido. Sin embargo, año tras año, quienes participan
en primera persona tienen que medirse con un hecho cuyo valor desborda toda previsión.
El clima social y político actual no parece favorecer iniciativas de este
tipo. La dura contraposición entre bloques, la cerrazón en los
intereses particulares, la falta de gratuidad en las relaciones y, en definitiva,
una corrosiva superficialidad, distinguen a estos tiempos. Europa y el mundo
entero están viviendo, por diferentes motivos, complejas etapas de cambio.
El Meeting no es hijo de esta confusa situación, aunque tampoco le resulta
ajena. Nace de un pueblo que a lo largo de cincuenta años ha atravesado
muchas situaciones para construir y no para condenar, para compartir y no para
refugiarse en un recinto protegido de los problemas y de las tentaciones de todos.
«¿
Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?». Incluso
el lema elegido para la edición de este año, tan sencillo y tan
hermoso, podría darse por supuesto. Filósofos y poetas, sociólogos
y psiquiatras, han hablado de la felicidad; todos hemos hablado de ella, por
lo menos en los tiempos del bachillerato. Pero, bien mirado, el lema no plantea
la felicidad como un tema de tertulia. La felicidad como discurso es aburrida.
Lo hace patente la experiencia: pensar en la felicidad paradójicamente
resulta inútil hasta que no nos tropezamos con alguien que la vive y la
propone.
Como le ocurre - aunque confusamente, recuerda Dante - al joven que intuye la
felicidad cuando se enamora, o a la madre que responde a su hijo, o a quien descubre
algo que promete la satisfacción de su deseo. El problema de la felicidad
en la vida empieza a tomar cuerpo cuando alguien o algo te reclama a ella: cuando
la felicidad se encuentra con la libertad, con la necesidad de dar una respuesta.
Lo gritaba el corazón del joven Rimbaud: «¡Quiero la libertad
en la salvación!». Y lo mismo le ocurrió a Abrahán
cuando Dios le llamó, iniciando una historia que aún continua.
Don Giussani escribe en la carta que abre este número: «El drama
supremo consiste en que el Ser pida ser reconocido por el hombre. El drama de
la libertad que toda persona tiene que vivir».
La felicidad, lema del Meeting de Rímini, es una propuesta que se dirige
a hombres libres, que pueden responder a la llamada del Misterio. Venid y lo
veréis.
Al igual que lo han visto todos los que han acudido al encuentromadrid, del cual
ofrecemos un amplio reportaje en este número.