UNA VUELTA POR EUROPA

A orillas del Vístula

La experiencia de los hombres y mujeres que hoy forman la comunidad de CL en la grieta dejada por cincuenta años de régimen comunista. La resistencia de Solidarnosc, las peregrinaciones a Czestochowa, la obra Ut unum sint y la edición polaca de El sentido religioso

STEFANO ZURLO

Un relámpago en los ojos, una grieta de cincuenta años de historia. «En los tiempos de la universidad - me dice Krzysztof Piesiewicz saboreando una Pepsi - los comunistas predicaban el materialismo, pero yo sabía que mentían. El amor se puede experimentar, la tristeza se puede experimentar y el dolor se puede experimentar. Ellos trataban de engañarme». Piesiewicz, jersey de cuello alto azul y chaqueta negra de director de orquesta, enciende un cigarrillo: «A los doce años me escapé de la catequesis, los curas sólo sabían dar discursos sobre lo que está prohibido y lo que está permitido hacer. El año pasado leí El Sentido Religioso». Traducido por fin al polaco y publicado por una de las más prestigiosas editoriales: Pallottinum. Los ojos inquietos del hombre que tengo delante, el escenógrafo del Decálogo y de la trilogía Tres colores, el alter ego del desaparecido director Krzysztof Kieslowski, se iluminan: «Si mi catequista hubiera sido don Giussani no me hubiera escapado aquel día hace tantos años. Giussani me ha hecho entender que la fe es como respirar, es más, después de haber leído El sentido religioso tal vez estudie mejor también a Einstein». Textual.

Más allá de la apariencia
Sí, en la Polonia de los comunistas, de Juan Pablo II y de Solidarnosc, un intelectual como Piesiewicz, abogado de Solidarnosc en los años ochenta y hoy senador de centroderecha, ha esperado toda una vida a que alguien le regalará unas gafas capaces de leer más allá de la apariencia, como se leen un bosque o un libro. ¿Lo ponemos en forma de pregunta? ¿Cómo aprender a reconocer el Misterio dentro del marco de la experiencia? Pregunta que con su gancho metafísico ha cautivado a los hombres y a las mujeres que hoy forman la comunidad de CL de Varsovia, Cracovia, Bialystok, Lublin y Slesia. Ese gancho explica por sí solo la historia de CL.. Por lo demás, los amigos de aquí tenían (y tienen) demasiadas medallas sobre su pecho. Una fe sólida como una roca que llegaba de lejos, la resistencia heroica contra la dictadura, las peregrinaciones al icono de la Virgen Negra. ¿Qué otra cosa se podía pedir a este pueblo? Sentado a la mesa en un gran hotel de la capital, Piesiewicz repite la frase: «¡Ah!, si don Giussani hubiera sido mi catequista». Krzysztof Prokop conoció a don Giussani precisamente en el periodo más oscuro de la historia polaca,1983. «Militaba en la resistencia en la época de la universidad», cuenta, «y fui arrestado con otras diez mil personas el 13 de diciembre de 1981, día de la proclamación de la ley marcial». Hoy Krzysztof tiene 45 años, entonces era un muchacho, creía en Dios, en la patria, en la libertad, en ese amasijo inextricable de valores que se capta en cinco minutos sólo paseando bajo los arcos neogóticos de la catedral de Varsovia. La tumba del cardenal Wyszynski está al lado de las de Reyes, presidentes y generales que han construido y reconstruido Polonia, como se teje una tela (que otros - rusos, prusianos, austríacos, nazis, soviéticos - destruyeron una y otra vez). Polonia es una mezcla única, pero Krzysztof buscaba entre los ingredientes de la tradición algo más: la sal de la verdad. Vuelve a hablar: «Estuve en la cárcel siete meses, en un pueblo de la frontera bielorrusa. Sesenta días de aislamiento total, pedía al Señor que me diera la fuerza para resistir». No había esperanza de futuro en esos días, era sólo un país al borde de la guerra civil, un país apresado, como un mamut, entre los hielos de la ideología comunista. Dos años después, en el verano del 83, Krzysztof fue invitado a unas vacaciones. Fue. Krzysztof aceptó, él, que iba en peregrinación a Czestochowa todos los años, que no bebía para dar buen ejemplo contra la plaga del alcoholismo, que había sufrido la cárcel sin doblegarse y que había utilizado la marginación como subversión. Fue, y allí en Poroninn, un pueblo querido en la biografía de Lenin, escuchó durante algunos días a don Francesco Ricci y conoció a Adam, a los Piotr y a los Marek que, por diversos motivos, habían acudido a la misma cita. «Empecé a entender», explica Krzysztof que ahora tiene 45 años, que trabaja como consultor de una empresa y podría incluso pasar por un tranquilo burgués, «que la libertad y todos los demás valores eran la expresión de Cristo. Volví a casa y hablé incluso con un Obispo amigo mío. Le dije: “mire, estos de CL beben incluso vino”. “Por fin un movimiento normal”, fue su respuesta». Tres meses después, en octubre, Krzysztof estaba entre los cincuenta o sesenta que escucharon en Czestochowa a don Giussani. «Nos dijo que las iglesias llenas daban testimonio de nuestra fe, pero que no bastaba porque la vida nos pone frente a un desafío más radical. De alguna manera nos amonestó, nos llevó de la mano hacia el futuro. Después concluyó: “Desde hoy CL puede empezar”».

Cracovia - Brugherio
Empezó. Bajo la guía de don Zdzislaw Seremak, que muchos, a mucha distancia de su muerte, recuerdan todavía con conmoción. Empezó. Dieciocho años después, no se puede decir que haya ido de fábula. Cuando vuelves la página descubres que las cosas toman el color azul de los sueños y de las postales. Pero la pequeña CL - menos de mil personas - es una astilla clavada en la insensible piel de una Polonia que ha perdido los ideales de ayer, que siguiendo el bienestar se ha secularizado y que descubre que ya no tiene alma, una Polonia que no sabe qué hacer con los bigotes de Walesa y que querría como mucho un puesto en la mesa de Europa.
Pequeña presencia, CL, para una gran esperanza. Jacek Olbrycht pertenecía a Solidarnosc. Evitó el arresto. Se ríe todavía al evocar el episodio: «habíamos ocupado la facultad de economía de Cracovia, mi ciudad, la noche del 13 de diciembre de 1981 y convencidos de haber obtenido buenos resultados, decidimos irnos a casa». Enseguida constatamos el fracaso de esa experiencia. Parecía que todo se había acabado, el cambio en la existencia de Jacek quedaba todavía lejos. Llegó lejos de la academia y de Cracovia, en un apartamento de la periferia milanesa: la casa, en Brugherio, de don Gianni Calchi Novati, encrucijada de muchas historias polacas que aquí es imposible resumir. «Era 1992 y mi mujer estaba en Italia con una beca de estudios, conoció a don Gianni. Me habló por teléfono de esa experiencia con una pasión insólita en ella. Decidí ir a Italia para comprobarlo. Ahora puedo decir que CL completaba y enriquecía la experiencia que habíamos empezado en Solidarnosc».
¿Es posible? ¿Es posible que esos grupos de Escuela de comunidad, entre la Universidad Católica de Lublin y Slesia, conlleven una responsabilidad tan grande? A veces la semilla agarra, a veces no, pero la siembra va adelante. «Organizamos encuentros de reflexión con personalidades del mundo político y empresarial», cuentan Jacek y Krzysztof. «En estos encuentros, una vez cada mes o mes y medio, participaron un ex ministro, un dirigente de la IBM y algunos funcionarios de los ministerios». «Queremos vivir la fraternidad», entre ellos estaba Piotr Kozlowski, de Bialystok, muy cerca de la frontera bielorrusa, que tenía 20 años en la época de las vacaciones de Poroninn; hoy tiene 38 años, está casado y tiene un hijo que se llama –adivina – Adam; trabaja como representante de productos médicos en los hospitales de la región, tiene el pelo rubio y nada de heroico en el pedigree. Pero sí tiene un mérito: ha mantenido, desde aquellas vacaciones, la amistad con Adam Skreczko, el sacerdote apenas un poco mayor que él – hoy tiene 43 años - que fue el primero, entre una peregrinación a Czestochowa y un canto, que conoció a los italianos, que aprendió italiano, entrevió el destello del oro en las palabras todavía oscuras de Giussani.
Ahora Adam, después de sus estudios canónicos en Lublin y Roma, ha vuelto a Bialystok, dirige la oficina pastoral de la curia, enseña en la universidad y en el seminario y, en éste, lleva una Escuela de comunidad semanal. «A las ocho de la mañana del domingo – suspira - porque es el único momento libre». «Pronto - añade el sacerdote - abriremos aquí en Bialystok una facultad de teología mixta, con cátedras para católicos y ortodoxos. Creo que es un experimento que no se ha intentado nunca en Europa, pero para nosotros el diálogo es una necesidad: aquí los ortodoxos son el 20% de la población».

Los hermanos Adamowicz
Entre ese 20% hay una chica que participa en la fraternidad de Piotr: Dorota. «Somos ocho más Adam - continua Piotr-: mi mujer Dorota que es médico y yo; Dorota, que es ortodoxa y estudia en la universidad y su marido Jarek, guardia jurado. Después otros dos matrimonios: un periodista de la radio y su mujer que analiza el agua del acueducto y Tadeusz, educador en la cárcel y su mujer, profesora». Se reúnen los domingos por la tarde, una vez al mes, leen una página, bromean, comen y sus voces se mezclan con la de sus hijos empeñados en escalar sillas y sofás. «Formalmente», explica Piotr, «todavía no hemos entrado en la Fraternidad, pero deseamos vivirla hasta el fondo». El deseo, por estos lugares, se considera con frecuencia un sueño irrealizable. Pero, como dice un proverbio portugués, cuando los que sueñan son tres, el sueño ya está realizado. Y eran tres - Josef, Marek y Jan -, los hermanos Adamowicz que en los años setenta conocieron a don Gianni Calchi Novati empezaron, poco a poco, a seguir el movimiento. «Comprendí enseguida - cuenta Jan - que había encontrado a Cristo vivo. Después de la visita de Giussani a Czestochowa, mi hermano Josef empezó a repetirme: “¿has entendido? ¿Has comprendido que el Verbo se ha hecho carne?”. Aquel fue un paso decisivo». Los tres eran de Legnica, Slesia, tierra inquieta en la que la historia y la geografía son un rompecabezas. Ahora en Legnica vive sólo Marek, un hombretón que se acerca a los cincuenta. Don Jozef, durante mucho tiempo responsable de CL en Polonia, ahora está a muchos miles de kilómetros: es misionero en Taskent, en Uzbekistan, y ha dejado la guía de la comunidad a don Andrzej Perezynski, un joven sacerdote al que le gusta el fútbol - de joven jugaba de portero -, pero que también tuvo tiempo de experimentar en su propia piel la dureza del régimen: cuando entró en el seminario de Lodz, su ciudad, donde vive todavía, fue enviado en represalia al cuartel y tuvo que soportar dos años de servicio militar.

Cerrar la grieta
El tercero de los hermanos, Jan, vive en Swidnica, alta Slesia, donde, hasta que los problemas de espalda le impidieron trabajar, enseñó música y tocó el órgano en la parroquia. Precisamente en Swidnica el sueño se ha convertido en realidad. El sueño habita en dos casas, que durante mucho tiempo fueron un refugio de las tropas soviéticas. El sueño es una fundación con nombre en latín: Ut unum sint. Empezó casi como una apuesta, en 1984: «¿Por qué no llevamos algunos regalos a los niños más pobres de la ciudad el día de san Nicolás?», se preguntaron los amigos de CL. Aquel año san Nicolás llamó donde no había estado nunca y llevó como regalos coches, caramelos, chocolatinas y muñecas. Después entre el 90 y el 91, el Ejército Rojo volvió a casa y abandonaron aquellos dos inmuebles. ¿Qué hacer? Con ayuda de los amigos italianos y de sus hermanos, Jan los compró, los reformó y los enlució de blanco. Ahora donde los soldados del Pacto de Varsovia imaginaban sus movimientos contra el occidente capitalista, se educan los más pequeños. Igual que en las muchas escuelas del movimiento, desde Brianza a Veneto y Sicilia. Treinta niños acuden gratuitamente a la escuela infantil, otros setecientos (provenientes de ciento veinte familias) van por el oratorio: estudian, comen, hacen los deberes, juegan y rezan. Cien de ellos, gracias al AVSI, son apadrinados a distancia: desde Italia. Llevar adelante la obra cuesta unos 500.000 zloty - unos 100 millones de pesetas - al año. Muchísimo para la Polonia de hoy, donde el paro ha alcanzado cotas altísimas, pero nadie renuncia al desafío. «La Fundación - confiesa Jan - es el lugar en el que todos pueden encontrar nuestra experiencia, en el que todos los problemas y todas las personas son abrazados». «Es un gran don que exista un movimiento que no se ocupe sólo de los asuntos de su propia existencia, sino que se interese por las cosas de los demás», dijo el 15 de septiembre del año pasado el cardenal Henryk Gulbinowicz.
De los hijos de los demás, de los nietos. Sí, precisamente de los nietos. «Yo no tuve a don Giussani como catequista», me repite encendiendo otro cigarrillo Piesiewicz con un rayo de luz en los ojos. «Espero que mis nietos encuentren este tipo de catequista - añade repitiendo una cosa que ya había dicho hacía un año, al presentar El sentido religioso en la universidad de Varsovia-». Los que sirven para cerrar la larga grieta. Tal vez por eso monseñor Stanislaw Dziwisz, secretario del Papa, ha decidido hacer una excepción a su legendaria reserva y ha firmado la introducción a la edición polaca del volumen.
A orillas del Vístula existe una pequeña historia. Y suceden cosas grandes.