Factor de paz

El asedio a la iglesia de la Natividad en Belén, la nota de la Santa Sede sobre el conflicto palestino-israelí, la minoría cristiana en los territorios bajo la autoridad palestina y en Israel. Hablamos de todo ello con el padre David María Jaeger, judío convertido, portavoz de la Custodia de Tierra Santa

A cargo de LUCIO BRUNELLI

Ha sido la voz de los franciscanos de Belén durante el largo asedio a la Natividad. Una voz clara y fuerte, no solo en sentido simbólico; una voz que en las pasadas semanas ha entrado a través de la televisión en muchas casas europeas. Pero pocos saben que el padre David María Jaeger, detrás de ese hábito grande y grueso como su cuerpo, esconde el secreto de una historia verdaderamente única. Nacido en Tel Aviv hace 47 años, judío y ciudadano de Israel, recibió a los 18 años el bautismo cristiano. Judío y cristiano, por tanto.

¿Cómo llegó a la fe católica?
Fue la conclusión de un largo camino existencial. Como todos los jóvenes de mi edad, buscaba una verdad que diese sentido a la vida. Esta búsqueda me hizo atravesar, desde el punto de vista intelectual, incluso el estudio del marxismo. Llegué a descubrir que las palabras más verdaderas son las pronunciadas por Pedro en el evangelio: «Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida verdadera». Una evidencia que me pareció confirmada también por la historia, en el sentido de que cuanto de bueno y de bello ha expresado nuestra civilización sería impensable sin el influjo de la fe cristiana.

Como portavoz de la Custodia de Tierra Santa, su vida, en las últimas semanas, se ha visto convulsionada y absorbida por el drama vivido por sus hermanos en Belén. ¿Con qué instrumentos ha vivido estos acontecimientos?
Ante todo con preocupación por la vida de los hermanos y las monjas encerrados dentro de la iglesia. Los conozco uno a uno... Y también con una gran tristeza por la violación sin precedentes de un lugar tan sagrado y tan querido para todos los cristianos. El lugar donde nació Jesús, el príncipe de la paz. El santuario de la Navidad, o también de la alegría y de la sencillez, transformado en un teatro de guerra. Tristeza todavía mayor si pienso que la primera violación ha venido precisamente de la gente de Belén, que ha irrumpido en la iglesia por la fuerza. Pero tristeza también por el ensañamiento por parte israelí. Un asedio duro, que ha impedido durante largos días cualquier aprovisionamiento de víveres para los hermanos y el bloqueo del agua y de la electricidad. Con un poco más de voluntad se habría podido encontrar rápidamente una solución incruenta, honorable para todos y respetuosa con el lugar sagrado.

Antes del cierre de esta edición, el asedio continúa y es difícil prever cómo terminará. ¿Qué reflexión habrá que hacer, en cualquier caso, cuando termine este penoso asunto?
En primer lugar habrá que llevar a cabo una reconstrucción profunda y completa de los sucesos. Una comprobación plena de la verdad, porque en este momento hay todavía puntos oscuros. Pero será necesario reflexionar también sobre cómo prevenir en el futuro profanaciones similares. La petición de la Santa Sede de garantías internacionales para todos los lugares santos es más actual y urgente que nunca, después de todo lo sucedido.

El drama vivido en Belén es inseparable del drama sin fin que está viviendo Oriente Medio. El pasado 3 de abril el Vaticano difundió una nota en la que expresaba claramente su posición en el conflicto palestino-israelí. Condena unívoca del terrorismo «venga de donde venga». Pero también «desaprobación por las humillaciones y las injusticias impuestas al pueblo palestino» y respeto hacia las resoluciones de la ONU que piden a Israel la retirada de los territorios ocupados...
Ciertamente. Es un conflicto complejo y deben tenerse siempre en cuenta todos los factores en juego, sin olvidar ninguno. Pero, con respecto a hace 50 años, no es ya un conflicto inevitable.

¿Por qué?
Porque el mundo árabe, como confirma el plan de paz saudí, está dispuesto a reconocer colectivamente la existencia del Estado de Israel, a condición de que Israel se retire de los territorios ocupados en 1967. Incluso la clase dirigente palestina, desde el año 93, reconoce oficialmente el Estado de Israel y reivindica sólo los territorios ocupados. Territorios que constituyen el 22% de la Palestina de tiempos del mandato británico. Es una premisa importante que no cierra todas las puertas a la esperanza.

Pero hoy la situación está de nuevo dramáticamente bloqueada. ¿De quién es la culpa?
Por una parte, de los grupos extremistas como Hamás. Grupos que se obstinan en constituir una teocracia islámica sobre todo el territorio de la vieja Palestina mandataria. Los dirigentes palestinos “laicos” podían imponerse sobre los “islamistas”, pero han entrado en crisis tanto por la política de los asentamientos de colonos (continuada incluso después de los históricos acuerdos de Oslo) como por las incursiones militares israelíes en los territorios.

Si pudiera hablar cara a cara con Sharon, ¿qué le diría?
Es un encuentro muy improbable, porque nunca me he reconocido en su formación política. Como ciudadano israelí me siento animado sobre todo por esa parte de la opinión pública de mi país que no comparte la línea de intransigencia del gobierno Sharon, y que está dispuesta a acoger un acuerdo de paz con los palestinos. Es aquella parte que esperó en el gobierno Rabin y en el comienzo del de Barak. Una parte, hay que decirlo, que es a menudo acallada por horrendos atentados terroristas. Actos que debilitan su voz y dan fuerza precisamente a aquellos que no quieren acuerdo alguno con los palestinos.

Los papas han confiado desde hace siete siglos a los franciscanos la custodia de los lugares santos. En los territorios que se encuentran formalmente bajo la autoridad de Arafat, ¿cómo se tratada a la minoría cristiana?
Por parte de la Autoridad nacional palestina no ha habido nunca mala voluntad en las relaciones con la comunidad cristiana. Es más... Se pueden hacer todavía progresos, pasando de una mentalidad un poco paternalista de protección desde lo alto de las minorías a una cultura que reconozca a todas las comunidades el pleno derecho a la libertad religiosa.

Los cristianos de Tierra Santa son casi todos árabes, palestinos. Los que son como usted, católicos de nacionalidad israelí, son una excepción...
Son pocos, pero más de lo que se imagina. Los católicos no árabes, que comprenden a los judíos convertidos, pero también a los inmigrantes establecidos (numerosos filipinos), son cerca de 20.000. Quizá ha llegado el momento de que esta parte de la Iglesia que vive en Israel encuentre una fisonomía propia y estructuras jurídicas propias, tales como una diócesis o una administración apostólica. Es bonito y justo que los cristianos árabes tengan sus obispos. Pero es útil que también entre nosotros la Iglesia respire con dos pulmones. De forma que a los ojos de la sociedad israelí el cristianismo no aparezca ya como una religión “extranjera”, incapaz de comunicarse en su propia lengua y de manifestarse con líderes propios. Y quizá, de esta forma, crecerá el número de los que descubran el mensaje de Aquel que ha destruido con su sacrificio el muro de la enemistad entre pueblos y razas distintas.