Mar adentro en Madagascar
Un año después fui agregado al Estado Mayor. Allí tuve
ocasión de compartir muchas experiencias y conversaciones con uno de
mis superiores. Era una persona muy abierta y con un profundo deseo de comprender
todo lo que nos tocaba vivir. Recuerdo, por ejemplo, un naufragio mar adentro
en Madagascar: intervinimos para intentar salvar a los pasajeros, pero desgraciadamente
no pudimos encontrar supervivientes. Mientras estábamos en el lugar,
un segundo barco empezó a hundirse a poca distancia... sin nuestra presencia
habría seguido la suerte del primero. Una situación que pocos
instantes antes nos parecía absurda reveló de una manera inimaginable
su significado. Comenté con el comandante: «el destino de esta
operación no era salvar al primer barco, sino al segundo». En ese
momento, ambos tomamos conciencia de la presencia de Otro más grande
que nuestra razón. Mirábamos la realidad de un modo totalmente
diferente respecto a todos los que estaban a nuestro alrededor; comprendía
que el encuentro que había hecho me permitía juzgar la realidad
de una manera más justa. ¡Ya era hora!
A continuación, pensé cambiar de profesión para vivir en
mayor correspondencia con mi deseo, y decidí entrar en el Cuerpo de Bomberos
de París.
Este trabajo me satisface; todo me reclama a confrontarme con Aquel que es el
camino, la verdad y la vida. Para mí Él es una realidad presente
a pesar de la confusión del mundo, una confusión que en mi profesión
me toca vivir en todo momento. ¿Cómo reaccionar ante la muerte
aparentemente absurda de un niño de seis años que cae de un noveno
piso? ¿Cómo encontrar las fuerzas para darle los primeros auxilios
cuando no se tiene esperanza de reanimarlo? ¿Y cómo anunciar a
los padres la muerte de su hijo? Ante situaciones tan dramáticas, si
no aflora el significado vence la nada. Sobre todo, aunque no sólo en
circunstancias como estas, pongo en mis amigos y en lo que creemos y nos une
la certeza de una esperanza.
Sin embargo, cuando a principios de año me propusieron empezar una Escuela
de comunidad, dudé. ¿Tenía el tiempo, los medios y la inteligencia
para hacerlo?
¡Adelante! ¡Era el momento de fiarse!
Cuando repaso todos estos importantes momentos de mi vida y los relaciono entre
ellos, me doy cuenta de que Dios no me ha hecho hacer un camino cualquiera.
Mi mirada ha cambiado gracias a vosotros: es menos calculadora e instintiva;
ahora es más reflexiva, sencilla y responsable pero, sobre todo, está
llena de esperanza.
Comprendo la necesidad de amar y acoger lo que la vida nos ofrece. Soy consciente
del amor que he recibido a través de esta compañía, por
la que doy gracias todos los días.