Apoyo recíproco
Por mi parte, a medida que profundizaba en la reflexión de estos temas,
intentaba hacer una aportación personal al debate y encontraba muchos
argumentos en el esfuerzo del actual Pontífice por dejar clara la relación
entre fe y cultura (de hecho es el que más ha escrito sobre el tema de
la cultura). El Papa es profundamente consciente del hecho de que si la fe y
la cultura se apoyan recíprocamente, aunque la Iglesia sea institucionalmente
débil, la misión progresará; por el contrario, si la fe
y la cultura no se apoyan recíprocamente, como viene ocurriendo en nuestro
país, incluso con instituciones fuertes como las que hemos construido
en el último siglo (o mejor, en los últimos dos siglos) para salvaguardar
nuestra fe en un ambiente a veces hostil, peligra la fe y la misión es
débil.
Al volver a este país, encontré la dinámica del diálogo
entre fe y cultura en mi experiencia con Comunión y Liberación,
y os estoy agradecido por introducir este diálogo en la comunión
de la Iglesia de América. Vuestro nombre, de hecho, se me antoja ya un
desafío que, más que alejarlas, despierta las preguntas del corazón:
la relación entre estas dos palabras sugiere que vuestra comunión
es lo que hace libre a la persona. Naturalmente esta afirmación es rebatida
a menudo en un ambiente extremadamente individualista como el nuestro, en el
que la persona viene definida en términos de autonomía, y las
relaciones no se consideran precisamente liberadoras de la persona sino, más
bien, algo que hay que eliminar para liberarse. La intuición profundamente
católica de que es precisamente esta relación lo que nos hace
verdaderamente libres está contenida en el nombre que os habéis
dado y viene testimoniada también por vuestra vida y por vuestras acciones;
pero ello no le resta controversia, y acarrea incomprensión y a menudo
persecución. Sin embargo, uno de los puntos centrales del diálogo
entre fe y cultura en cualquier parte del mundo es el hecho de que una relación
nueva que transforma la vida de la persona que encuentra al Señor es
una liberación, en primer lugar, del pecado, pero también de todo
aquello que limita su participación en la sociedad; y en este sentido
aprecio mucho lo que señalaba antes monseñor Albacete (siempre
valoro lo que dice, ¡incluso cuando no me interesa que lo sepa!).
Continuidad con el pasado
En la comunión eclesial, católica, el papel del obispo no es precisamente
ser un dirigente, aunque esto forme parte de su trabajo (sobre todo en una sociedad
burocratizada como la nuestra, donde es necesario asociarse para ser visibles).
El papel central del obispo es sobre todo la relación con el pasado,
para que exista una continuidad visible con la Iglesia apostólica y,
como consecuencia, una comunión universal en el presente de modo que,
a través de la comunión visible entre los obispos, los católicos
de todo el mundo estén unidos.
Cuando se debilita este papel, como ocurre actualmente en nuestro país
(por nuestra culpa, además de por otras razones), entonces la Iglesia
está en grave peligro porque las relaciones son frágiles y corren
el riesgo de disgregarse. Esto lo comprenden bien los defensores del secularismo
y cuantos no aman la Iglesia: si se debilita el episcopado, se destruye la Iglesia
católica. Por esta razón al principio de toda la controversia
actual, surgida por el gran escándalo de esos vergonzosos actos que nos
han llevado a la situación en la que nos encontramos, en los principales
periódicos, como el New York Times, se dijo que el quid de la cuestión
no era el hecho de que determinados sacerdotes hubieran pecado - sin duda algo
terrible - sino la negligencia de los obispos, por lo que los obispos a la larga
deberían asumir las consecuencias. Pero no sólo los obispos locales,
sino en particular el obispo de Roma. De hecho los católicos norteamericanos
están ligados a Roma desde principios del siglo XIX, vínculo que
fundamentalmente les diferencia de los demás cristianos, y esto es lo
que atacan los otros cristianos y los secularistas.
Para nosotros, lo que hace libre es la comunión, y es lo que de alguna
manera se hace más evidente en los obispos y en los movimientos como
el vuestro, a los que el Espíritu llama a responder a un problema determinado
en una época concreta: en este ambiente y en este tiempo creo que sois
un don del Espíritu para todos nosotros.
Una cuestión de educación
Si las relaciones nos hacen libres, entonces la tarea de la vida de cada uno
es crecer dentro de las relaciones que Dios le da; la amistad se escoge, pero
existen relaciones más profundas que la amistad - se dan en la familia,
a través del bautismo, etc.-, que vamos comprendiendo poco a poco a lo
largo de nuestra vida, aunque no terminemos nunca de hacerlo. Para ello, debemos
ver y escuchar: se trata de una cuestión de educación, de hacer
percibir cosas que de otro modo la gente no vería, no sería capaz
de oír si alguien no hubiera reclamado su atención. Lo primero
que entendí de Comunión y Liberación (primero en Italia
y después en Boston) es que la educación es algo fundamental en
vuestra concepción de misión. Me alegra mucho que la exigencia
de educación no sea algo exclusivo de vuestra vida sino que hoy en la
Iglesia sea de nuevo posible llevar esta exigencia a la universidad y a las
parroquias; estoy verdaderamente agradecido porque creo que el Espíritu
Santo os ha traído aquí por el bien de la Iglesia.
Durante treinta años hemos estado persuadidos de que la educación
religiosa y el catecismo estaban superados. Las diócesis estaban convencidas
de que todo lo que databa de antes del Concilio carecía de importancia,
hasta el punto de quemar la mayor parte de los textos catequéticos -
textos muy válidos que había estudiado de joven y que todavía
recuerdo, creados para hacer surgir el diálogo entre fe y libertad, especialmente
en Chicago -. El catolicismo del Medio Oeste es diferente respecto al de la
Costa Este: allí, los católicos llegaron dos siglos después,
a una sociedad protestante muy organizada. En cambio, nosotros fuimos los primeros:
las primeras personas en llegar después de los nativos fueron los misioneros
franceses y los exploradores Marquette y Jolliet, y el primero en asentarse
en Chicago fue un católico, Jean Baptiste Point du Sable, procedente
de Santo Domingo.
Catolicismo “blando”
La historiografía oficial censuró, en cierto modo, su presencia
y se fijó sobre todo en nombres más anglosajones y protestantes,
aunque lentamente se va recuperando el hecho de que la Iglesia católica
lleva presente aquí desde que existe sociedad organizada. Esto dio lugar
a un catolicismo muy blando y quizás un poco menos defensivo, lo que
ha supuesto un bien, porque hemos crecido con la idea de que no existe conflicto
entre fe católica y libertad americana. Esto se percibía también
en el título de nuestros libros del colegio. Leíamos un libro
de historia titulado Fe y libertad: esta certeza natural que teníamos
en los años 40 y 50 es ahora mucho menos sólida, porque la libertad
americana está disuelta en una autonomía basada en elecciones
individuales. A pesar de ello, creció una Iglesia que en cierto sentido
es una casa en la sociedad, en la que por un lado existe el peligro de sentirse
demasiado a gusto, pero por otro lado está la expectativa, reconocida
incluso por los de fuera, de formar parte de la vida pública. La Iglesia
ya no es tan activa como lo fuera antaño, precisamente porque la educación
católica está muy deteriorada. Aquellos libros se destruyeron
como signo de una nueva era y de un nuevo momento histórico, y ese entusiasmo
de dejar atrás lo viejo no se correspondía con una preocupación
hacia lo nuevo que nacía. De hecho, fue la falta de libros y de textos,
incluso en el seminario, lo que provocó que la fe no progresara según
su tradición, sino sólo como una experiencia subjetiva. Si uno
sigue sólo su experiencia individual, por su cuenta, nunca llega a descubrir
que Dios es uno en tres personas, que Jesucristo resucitó de entre los
muertos y que la Virgen María dio a luz un hijo, que es el eterno Hijo
de Dios. Hay que aprender todo esto y hay que aprenderlo dentro de una comunidad.
Los últimos treinta años
La fe está debilitada y, en cierta medida, en una ciudad como Chicago
en los últimos treinta años hemos visto desaparecer la presencia
de un catolicismo visible. Los movimientos que actuaban en las parroquias antes
del Concilio siguen existiendo todavía, y las parroquias son fuertes
en muchos aspectos, pero los movimientos no están presentes de la misma
manera. Los nuevos movimientos, los movimientos laicales como el vuestro, que
la iglesia ve crecer bajo la inspiración del Espíritu Santo, no
son muy visibles; unas veces por su naturaleza, más anónima, otras
porque no son comprendidos y no gozan de la confianza de los pastores. Ésta
es en cierto sentido la debilidad de la Iglesia local en este momento y por
ésta razón recomiendo a los movimientos post-conciliares que se
den a conocer entre los sacerdotes para que estos puedan confiar en ellos y
esta enorme Gracia que el Espíritu concede a la Iglesia pueda florecer
también en la Iglesia local con su historia y con su particular modo
de proceder.
Ver y escuchar forma parte de la educación, es necesario para una vida
de fe. Vivimos en una sociedad muy conservadora, donde cuando algo va mal, alguien
debe pagar; nada puede ir desencaminado, no estamos abiertos a las acciones
no planificadas, falta la capacidad de reconocer la sorpresa frente a la novedad
que el Espíritu Santo siempre conlleva, todo debe permanecer siempre
igual. Ésta es la causa por la que cuando sucede un desastre todos se
aseguran de que no haya de qué preocuparse, volviendo a colocar todo
en su sitio, y por esto los que gobiernan la sociedad son aseguradores y abogados;
hemos de verificarlo todo con cada responsable, porque si algo no se ha planificado
quiere decir que alguien es culpable y debe pagar. Este discurso es válido
también para Dios. Existe un gran resentimiento hacia el hecho de que
Dios sea protagonista: se puede hablar de Dios como la gran meta de nuestra
experiencia particular, se puede hablar de Dios como lo mejor de la naturaleza
humana o de la experiencia humana, pero es inadmisible hablar de un Dios que
irrumpe en la historia por sorpresa, que renueva y cambia todas las cosas. Este
Dios es en última instancia radicalmente rechazado.
Estando con un grupo de jóvenes profesionales, en su mayoría recién
licenciados, tuve la suerte de tomar parte en una conversación muy interesante.
Me preguntaron que por qué había que ser católico. No era
algo fácil de aceptar en nuestros días y era complicado vivirlo
en la experiencia profesional. Les respondí: «Porque Dios quiere
que tú seas católico». Me rebatieron: «¿Cómo
te atreves a decir eso? ¿Qué sabes tú de lo que quiere
Dios?».
Dios actúa, pero hay que educarse para verlo y escucharlo. Vosotros formáis
parte de esta educación dentro de la Iglesia, y por ello os estoy agradecido.
Gracias por estar aquí, porque este modo de vivir y de estar juntos,
este modo de vivir la relación con el Señor es evangelización.
Todo puede ser utilizado en función de la evangelización, todo
lo que hagamos, no importa en qué circunstancias; estáis evangelizando
de verdad porque el corazón de la evangelización es conducir a
las personas a la relación y a la comunión con Cristo. A través
de Él se da la unidad con los otros y esto les hace libres. Os doy infinitas
gracias y espero que crezcáis en número aquí en Chicago.
Dios os bendiga.