Sociedad
El gran ausente
El mundo occidental ha perdido de vista la importancia de la figura del padre, aquella que transmite al hijo la identidad y la capacidad deautodonación, para sustituirla por la figura materna, que representa la satisfacción de las necesidades primarias. Habla de ello Claudio Risé, psicoanalista y profesor de Sociología

LUCA PESENTI

finales de los años cincuenta Claudio Risé estudia en el Liceo Berchet. Allí conoce, entre otros, a un profesor de religión, don Giussani. Éste produce en él un gran impacto,  nace una amistad, pero a la larga no le sigue. Risé completa sus estudios en Ginebra y allí se convierte en profesor de Sociología. Con el tiempo desiste de todo y vuelve a Italia para trabajar como periodista (Espresso, Corriere della Sera, Espansione, Il Tempo). Pero ese mundo no es para él, no le salen las cuentas, y se introduce en el mundo del análisis, para convertirse él mismo en analista, deslumbrado por Jung y por sus símbolos. Hoy es un psicoanalista famoso (poco habituado, sin embargo, a la vanagloria televisiva) y profesor de Sociología en la Universidad de Insubria, en Varese. Un aventurero solitario que reivindica con orgullo su pertenencia a la Iglesia. Y que, aunque ya lejanas, no ha olvidado las viejas lecciones de Giussani y sigue leyendo sus libros.Nos basta con preguntarle sobre los padres y la paternidad, la pertenencia y la identidad. Son los temas sobre los que trabaja desde hace años y que hoy reúne en su Il padre, l’assente inaccettabile (El padre, el ausente inaceptable, ndt.) (ed. San Paolo), libro que dará que hablar por la radicalidad de sus implicaciones.

Cuidado  y significado de la vida
«Quisiera volver a lanzar la cuestión de las diferencias psicológicas y simbólicas que un hijo debería poder distinguir. La madre - explica Risé - transmite el cuidado de la vida, el padre transmite, en cambio, la identidad y el sentido de pertenencia, es decir, lo que tiene que ver con los significados de la vida. El ejemplo de la vida de Jesús en este sentido es absoluto: puede permitirse sacrificar su vida en virtud de su pertenencia al Padre. En la vida de los hombres esto significa que la pertenencia al padre instituye la identidad, y por tanto la capacidad de sacrificio hacia los hijos, sean éstos naturales o espirituales». Este discurso tiene, en el razonamiento de Risé, implicaciones sociológicas fundamentales (y en absoluto evidentes). La primera de todas es ésta: el principio guía del mundo occidental es el materno, ligado a la satisfacción de las necesidades, mientras que resulta marginado el principio (masculino) del don. Explicación: «Los fundamentos de la pertenencia son dos: puedes vivir una pertenencia de identidad que remita a un padre, o una pertenencia de tipo materno, que está estrechamente vinculada con la necesidad y con el placer. Normalmente estos dos modelos coexisten, pero la peculiaridad de occidente consiste en haber olvidado el primer principio, abandonando al hombre en las redes del segundo. El modelo dominante es un modelo de mantenimiento para conservar lo existente, fundado sobre el interés y el principio del placer». Su arquetipo, sostiene Risé, es la gran empresa, el triunfo de la Gran Madre que cubre necesidades, que distribuye poder y que no fomenta la solidaridad, pues estimula la competencia para obtener favores (bajo forma de beneficios, incentivos, premios). Eterno adolescente
En resumen, al hombre, empujado a no pertenecer a nada en virtud del principio de autenticidad individualista, no le queda otro remedio que pertenecer a los mundos sociales impuestos por el poder. No sólo la empresa, sino también la derecha y la izquierda, o un cierto pensamiento moralista y políticamente correcto al que nadie puede negarse, so pena del exilio o el silencio, so pena de sentirse irremediablemente extraño porque se está fuera de las “súper cárceles de la estadística” (utilizando la expresión de Testori). Pero volvamos a la Gran Madre: «Es el arquetipo característico de la primera fase de nuestra vida - explica Risé - , en la que somos totalmente dependientes de nuestra madre, a la que se le pide la tarea exclusiva de atender nuestras necesidades primarias. El poder ha adoptado este principio como criterio de organización social, principio que supone un bloqueo de la maduración personal: es el modelo del eterno adolescente tan en boga en nuestros días. Esta es la dinámica que crea un mundo de hedonistas, de inseguros y de personas reacias a pertenecer, a las que sale al encuentro la empresa asegurando y proporcionando significados obviamente falsos».

Padres traidores
Está claro. Pero el padre, el ausente inaceptable, ¿en qué ha terminado? Giovanni Testori escribía en 1979 en el Corriere della Sera acerca de esos padres traidores que habían acuñado una medalla sin reverso, «la medalla de la facilidad, que no ha admitido en sí misma a su opuesto: la dificultad», entregada alegremente a los hijos, que se veían así traicionados por aquellos que les habían engendrado. Padres que traicionan, que rechazan a los hijos, que nos recuerdan que la paternidad no es un dato “natural” sino cultural, educativo. Padre traidor, o quizá simplemente ausente. «Ausente - afirma Risé - lo está ciertamente, pero en algunos lugares existe todavía. De forma simbólica, fenómenos como el de Comunión y Liberación y otros movimientos religiosos contemporáneos, representan una formidable propuesta paterna, el único antídoto verdadero para fenómenos maternos y de consumo como la new age. Por otra parte, el único modo que conozco para recuperar al padre en la tierra es redescubrir al Padre del cielo: muchos se están dando cuenta de esto. El poder no ha vencido aún». Sí, el poder. Aquél que a través de dos leyes (la del aborto y la del divorcio), ha dirigido la expulsión del padre fuera del mundo. «Pero también en relación a estos temas hay un cierto aire de revuelta por el mundo. Y qué casualidad que sea precisamente a partir de los jóvenes, que han sufrido la ausencia de sus padres y por esto saben qué quiere decir vivir sin ellos. Hay una noticia que naturalmente no ha dado la vuelta al mundo, censurada por las grandes multinacionales de la comunicación. En una aldea de mineros de Escocia se dieron cuenta de que muchas, demasiadas chicas (con una edad media muy baja) esperaban hijos sin estar casadas. Los servicios sociales ingleses intervinieron enseguida, recomendando el aborto como remedio a un problema que parecía socialmente peligroso. Pero los hombres del pueblo se rebelaron, asumiendo la defensa de sus hijos. Y han ganado la batalla». Una batalla por la vida en un mundo anti vital. La misma batalla que Risé proponía el año pasado con su “Llamamiento en favor del padre” publicado (¡qué paradoja!) por el semanario femenino Grazia y que contenía una propuesta contundente: una ley que permita al padre “rescatar” al hijo que la mujer quiere abortar, dar al padre la posibilidad de negar a la mujer el derecho al aborto. «Una propuesta chocante - recuerda el psicólogo jungiano -, que fue acogida por un mar de cartas de hombres entusiasmados. Del lado femenino, en cambio, sólo hubo silencio, ninguna reacción». Es lo mismo que decir que la otra mitad del cielo espera el retorno del padre, el único aventurero del mundo moderno: «Todo está contra el jefe de la familia, contra el padre de familia - escribía Péguy en Verónica -, y por tanto contra la familia misma, contra la vida de familia. Sólo él está literalmente implicado en el mundo, en el siglo. Porque los demás, como mucho, están implicados con la cabeza, que es lo mismo que nada».